lunes, 31 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 75

 -Estoy haciendo las maletas -dijo, con tanta naturalidad como pudo.


-¿Haciendo las maletas? ¿Haciendo las maletas? ¡Hace apenas unas semanas que te ayudé a desempacar! ¿Cuándo dejarás de huir, Paula?


Ella salió del vestidor y arrojó un montón de ropa sobre la cama.


-¿Quién ha dicho nada de huir? 


-¡No había porqué hacerlo! No soy ciego, Paula. Te fuiste de Oklahoma como un gato escaldado para no tener que enfrentarte a mí.


Con las manos en la cintura, ella levantó la barbilla y lo miró a los ojos.


-Tenía que pensar un poco.


-Y supongo que huir de mí como una cobarde fue la forma más sencilla -dijo él con una mueca irónica-. ¿Dónde vas? ¿De vuelta a Houston?


-No quiero volver nunca a Houston.


-Entonces, ¿Adónde vas? -preguntó él con los ojos velados por la confusión.


Pedro la recorrió de arriba abajo con la mirada mientras ella se encogía ligeramente de hombros. Llevaba un sencillo vestido de algodón azul claro abrochado al frente. La visión de sus generosas curvas alimentó el deseo que le hervía en el interior.


-No sé con seguridad si el sitio tiene nombre. Si lo he oído, no lo recuerdo-prosiguió, mientras agarraba un jersey sobre la cama y lo metía en una de las cajas-. Es un sitio en las montañas y el dueño tenía la peregrina idea de que unos carpinteros podían convertir la casa en un hogar.


De repente, él le colocó las manos en los hombros y le dió la vuelta para que lo mirase.


-Paula, ¿Estás jugando conmigo?


Ella no se pudo contener más, rió suavemente y se echó a sus brazos.


-Solo por el resto de mi vida.


Pedro la apretó contra sí y durante largo rato la sostuvo contra el loco latir de su corazón.


-Cómo tú... Pensé... Dios santo, Paula, pensé que me dejabas.


Ella negó con la cabeza resueltamente.


-Anoche no quise admitir lo que hace tiempo que tengo delante de los ojos. Te amo, Pedro. No quiero vivir mi vida sin tí.


Él lanzó un profundo gemido de triunfo y luego, con expresión seria, le levantó la cara hacia la suya. 


-Insistías en que no querías casarte y tener niños. ¿Has cambiado de opinión?


Ella tragó mientras la invadía una oleada de amor que le llenó la garganta de lágrimas de felicidad.


-¡Oh, Pedro! Supongo que llevaba tanto tiempo viviendo aferrada al pasado que cuando te conocí ya no sabía cómo mirar hacia el futuro. Y luego, cuando intentaste hacerme ver cómo era la realidad, tuve miedo de intentar mirar o planear o tener esperanza.


Con un gemido de incredulidad, él echó la cabeza hacia atrás.


-¿Por qué no te quedaste en el pozo y me esperaste? Tu nota daba la sensación... No supe qué pensar. Las últimas cinco horas mientras venía hacia aquí han sido un infierno.


-Lo siento, Pedro, pero yo también estaba pasando un infierno. Anoche, cuando me contaste lo de Soledad, no pude evitar pensar que no lo habías superado, que no había posibilidad de que me quisieras. Y luego me dí cuenta de que no podía acusarte de estar atado a un recuerdo todo este tiempo. Yo había hecho exactamente lo mismo con el recuerdo de Abril.


Él inclinó la cabeza para escrutar sus ojos. 

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