lunes, 31 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 74

Paula apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos. ¿A quién quería engañar? El tema no era Pedro, sino ella misma. Durante diez años había llevado el fantasma de su bebé en su corazón. Llevaba diez años odiándose por permitir que muriese y odiando a David por no ser el hombre que ella creía que era. Se había negado a encontrar el coraje para dejar atrás la tragedia y construirse un futuro. No podía culpar a Pedro por hacer lo mismo.


-Será mejor que se abroche el cinturón, señora -le gritó el piloto-, casi hemos llegado al aeropuerto.


Le dió las gracias y mientras se ajustaba el cinturón, una suave sonrisa se le dibujó en los labios. Por primera vez en diez años, supo lo que más necesitaba su corazón. Estaba totalmente segura de lo que tenía que hacer. 




Cuando Pedro subió la montaña hasta la casa de Paula era casi la medianoche. Podía ver a través de las cortinas una solitaria luz encendida en el salón, pero aunque la casa hubiese estado a oscuras habría subido los escalones y llamado a la puerta de entrada con el puño.


-¡Abre, Paula, soy yo, Pedro!


Pasaron varios minutos sin respuesta, así que probó el picaporte y encontró que la puerta no tenía cerrojo. Al entrar, sintió como si le hubiesen golpeado el vientre con una maza. Pedro sintió calor y luego frío mientras la furia y el miedo lo invadían. ¡Se marchaba! ¡Diablos! ¿Cómo le podía hacer eso?


-¡Paula!


Esta vez recibió una débil respuesta de una habitación en el fondo de la casa.


-Estoy aquí, Pedro.


La voz provenía de su dormitorio, al final del pasillo. Al entrar, se encontró con el mismo jaleo que había en el salón. Ropa, zapatos, libros y sábanas se apilaban y colgaban por todos lados. Se dirigió al vestidor donde ella se hallaba metida, al otro extremo de la habitación, y al pasar vió una foto de Abril sobre la cama junto con una mantita y algunas otras cosas. Al ver los objetos sintió un estremecimiento. Supo que ella había sufrido como ninguna mujer tendría que sufrir. Pero eso ya había pasado. Tenía que hacerla comprenderlo.


-Paula, ¿Qué diablos haces?


Ella levantó la vista y lo vió en la entrada del vestidor. No llevaba sombrero y su cabello castaño brillaba como el bronce en la luz de la bombilla. Un rizo le caía sobre la frente arrugada y tenía la cara rígida como el granito. El cansancio y el enfado le ensombrecían la mirada y sus labios se le habían convertido en una dura línea inexpresiva. Pero nunca le había parecido tan guapo y tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreírle y echarse a sus brazos. 

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