viernes, 14 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 39

 -Y yo que pensaba que estaba en forma... -dijo, intentando sacar el pie del estribo.


-Montar te hace usar músculos que ni siquiera sabías que tenías. Espera un momento que te ayude a bajar.


Ella se quedó donde estaba mientras él desmontaba y guiaba al castaño a un arbusto de junípero cercano. Cuando él volvió, no tuvo más remedio que pasar el pie por encima de la montura y deslizarse a sus brazos extendidos. Paula le apoyó las manos firmemente en los hombros mientras él la sujetaba de la caja torácica para recibir su peso y luego la dejaba con delicadeza en el suelo.


-¿Qué tal están esas piernas? -le preguntó sin quitarle las manos de la cintura.


-Como dos trozos de goma -reconoció ella con una risa trémula-, pero me las ingeniaré.


Cuando Pedro se cercioró de que ella podía permanecer de pie, ató a Tornado al tronco de un pino sombrilla y volvió a donde ella se encontraba.


-Venga -le dijo-, caminemos hasta el borde del acantilado a echar una mirada, el ejercicio te ayudará a recobrar la movilidad de las piernas.


Ella asintió y luego, con la mano de él apoyada en el nacimiento de la espalda, caminaron lentamente por el suelo desparejo. No estaba segura de si él usaba la excusa de sus piernas débiles para tocarla, pero la tarde que estaban pasando juntos era tan agradable que decidió que no valía la pena discutir con él por ello. Y no podía negar que el contacto de su mano era delicioso.


-Hasta aquí está bien -advirtió Pedro cuando estuvieron a varios metros del borde del acantilado-. El suelo es muy margoso y es fácil que haya un deslizamiento. Si nos cayésemos por el precipicio, pasarían días antes de que alguien nos encontrase. Y para entonces, los coyotes y los buitres habrían dejado nuestros huesos limpios.


Ella le dirigió una mirada sardónica.


-Ahora me has arruinado la belleza del paisaje.


Él lanzó unas carcajadas ahogadas y le señaló la vista.


-Casi que se puede ver hasta Álamo Gordo desde aquí.


-No sabía que el desierto estuviese tan cerca. 


-Puede que tú consideres a la tierra de ahí abajo desierto. Yo creo que son buenos pastos.


-¿Sabes? Creo que eres tan buen ranchero como petrolero -le dijo ella con expresión pensativa.


-Nunca se me había ocurrido -dijo Pedro, mirándola con sorpresa-. Pero puede que tengas razón. No me imagino a mi vida sin tierra o ganado y caballos.


-Entonces eres tan especial como un científico con chispa -sonrió ella débilmente-. Porque todos los hombres con los que he trabajado en el negocio del petróleo son absolutamente unidimensionales. Todo su mundo gira en torno a sacar gas o petróleo de la tierra lo más rápido posible.


-Ajá. Tengo que reconocer que tienes razón. La mayoría de ellos no tienen intereses fuera de eso. A mí me gusta el negocio y quiero que me vaya bien en él, pero supongo que tengo demasiado de mi padre para ser solo un petrolero.


Él sacudió la cabeza mientras sonreía y luego, empujándola levemente con la mano, la guió hacia un saliente en la roca. Paula se sentó en él y esperó que Pedro se le uniera. Él se sentó y estiró las largas piernas frente a sí. Luego, se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo.


-Supongo que esto te sorprenderá, aunque no es ningún secreto. Horacio no es mi padre verdadero.


Paula enarcó las cejas, pero Pedro se volvió a calzar el sombrero antes de que ella pudiese decir nada.


-Lo que quiero decir -prosiguió Pedro-, es que no es quien me concibió. La verdad es que Horacio es mi tío y Ana es mi hermanastra.


-¿Tu tío? ¿Tu hermanastra? -preguntó Paula confundida- ¡No entiendo nada!


-Ya lo suponía. Es bastante complicado.


-Si prefieres no contármelo, lo comprenderé.


Él le echó una mirada de reojo y vió en su mirada que ella comprendía y que no se ofendería si él cambiaba de tema completamente. Saber que se sentía así lo acercó a ella como nunca lo hubiera imaginado. 

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