miércoles, 5 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 18

 -No me puedo permitir perder el tiempo.


-¿Tienes alguna cita a la que llegas tarde? -preguntó, él arqueando una ceja con curiosidad.


-No tengo citas -dijo ella, y en su cara no se reflejaba ninguna emoción.


Pedro la miró con detenimiento y aunque ella enrojeció, no se detuvo.


-Pensarás que soy un impertinente, pero igual te preguntaré por qué.


Ella miró hacia otro lado, no sin que Pedro notase el ligero temblor en la comisura de su boca.


-Eres un impertinente y mi vida privada o, mejor dicho mi carencia de vida privada no te concierne.


Las cortantes palabras le hubiesen hecho sonreírse satisfecho el día anterior, se habría sentido contento de haberla hecho sufrir, pero en ese momento lo único que sentía era un deseo irrefrenable de alargar la mano y acariciarla.


-Tienes razón -dijo él en voz baja y luego carraspeó, volviéndose a meter las manos en los bolsillos traseros del los pantalones-. No me concierne. Así que volvamos a la pregunta inicial. ¿Te gustaría venir a quedarte al rancho?


Ella lo miró y durante una fracción de segundo le pareció a él ver un relámpago de hambre desnudo en sus ojos. Fue como si le clavase un puñal en el esternón.


-La oferta es tentadora. Odio las habitaciones de los moteles.


-El Bar M es hermoso -dijo él, aprovechando que su voz comenzaba a sonar dudosa-. Tenemos piscina, la comida es abundante y deliciosa, y tendrás tu propia habitación. Y no necesitarías ver a nadie más si no quisieses.


Quería verlo a él. Ese era el problema. Pero no iba a echarse a sus brazos. Desde que David la abandonó, había desarrollado una fuerza de voluntad fuerte como el acero. Podía resistir cualquier hombre.


-Suena muy apetecible -dijo, mirándolo con súbita resolución-. Creo que aceptaré tu invitación, Pedro. 


-Bien. Después del trabajo esta noche te ayudaré a recoger tus cosas del motel y luego puedes seguirme a casa -dijo él, conteniéndose para no agarrarle la mano y llenársela de besos.


Puedes seguirme a casa. Mientras lo miraba irse, Paula intentó no tomar sus palabras al pie de la letra. Su breve estancia en el Bar A con Pedro y su familia solo sería una muestra de lo que nunca podría tener. Cuanto más intentara recordarlo, más seguro estaría su corazón.



Pedro miró por el espejo retrovisor. Ella seguía allí. Igual que hacía cinco minutos. ¡Esta vez sí que había metido la pata! ¿En qué estaría pensando? Habría sido mucho más sensato reembolsarle a Paula el dinero del motel en vez de invitarla al rancho. Pero ese era el problema. El Bar A solo era su residencia temporal. Tenía que considerar los sentimientos de sus padres también. Y sabía lo contentos que estarían de que él hubiese convencido a ella de que se quedase las siguientes semanas con ellos. Ana y Horacio siempre habían sido personas generosas. No solo con su dinero o las cosas que éste les podía permitir, sino consigo mismos. Durante mucho tiempo Pedro había deseado poseer aunque fuese una fracción de su generosidad. 

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