miércoles, 26 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 62

Después de lo que le había tocado vivir, Pedro comprendía que necesitase algo propio, algo más que no fuese una estructura de estuco y madera. Paula puso la fuente de estofado con verduras sobre la mesa y se sentaron para comenzar a comer. Cuando Pedro sirvió el vino y ella tomó un trago, decidió enfrentarse a él en vez de prolongar la agonía.


-De acuerdo, Pedro, ¿Qué quieres decirme? 


-Ahora no. Cuando acabemos de comer.


Exasperada, ella se echó hacia atrás en la silla y le estudió la estoica expresión.


-¿Por qué me haces esto? Hoy había planeado disfrutar la comida. Ahora tengo que comer con un nudo en es estómago.


Pedro le podría haber dicho que él llevaba una semana con un nudo en el estómago.


-No me tienes confianza, ¿Verdad?


Ella no confiaba en sí misma. Cuando estaba él cerca, no. Tenía la habilidad de cautivarla y hacerla perder el sentido.

 

-Te responderé luego. Cuando estés atravesando la puerta.


A pesar de la tensión, lograron comer la comida de sus platos e incluso charlar un poco de cosas triviales. Paula había comprado un postre de chocolate en el pueblo el día anterior y acabaron la cena con el dulce y sendas tazas de café.


-¿Te gustaría salir a echar un vistazo? Hay un farol que ilumina bastante bien el área alrededor de la casa.


Él accedió y la siguió a través de una puerta corrediza a un pequeño patio de ladrillo rojo. En una esquina había una mesa de hierro con sillas.


-Creo que pondré un comedero para las ardillas y los pájaros -le dijo ella-. Y también me compraré un perro.


-Al menos así le darás al perro algo para perseguir -rió él.


Ella hizo una carantoña.


-Estoy pensando en un gato también. Puede que sea una amenaza para los pájaros, pero siempre le puedo poner un cascabel alrededor del cuello.


Sonreía mientras hablaba y los ojos verdes de Pedro se iluminaron mientras la observaba. Sin poder contenerse, se acercó a ella y le rodeó la esbelta cintura con los brazos.


-Hueles como una flor del desierto -le dijo.


-Pedro, no me hagas esto -susurró ella, pero no se separó de él. No podía. Quería sentir sus fuertes brazos rodeándola y el contacto de su recio cuerpo contra ella. 


-No lo puedo resistir, Paula. Eres como una droga para mí -la acercó a sí y Paula sintió que algo se le derretía dentro cuando sus senosse aplastaron contra el pecho de él e inclinó la cabeza para besarle la piel desnuda del hombro.


-Si es así, no puede ser bueno para tí -murmuró ella, disfrutando de la protección de sus brazos y su masculino perfume.


-Ya no sé lo que es bueno para mí, Paula. Antes pensaba que sí, pero luego llegaste tú -retiró la cabeza de la curva de su hombro y le miró la cara cubierta en sombras-. Ahora tengo que enfrentarme al hecho de que no puedo vivir sin tí.


Ella inspiró con tanta fuerza, que el aire hizo un silbido contra sus dientes. 

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