lunes, 17 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 44

Él la miró con el entrecejo fruncido.


-Prosigue -la urgió-. Te dije anoche que prefiero que digas lo que piensas.


-No creo que supieras en lo que te metías cuando dijiste eso. Pero de acuerdo, creo que necesitas comprender que las habitaciones o la forma y el color no convierten a una casa en un hogar.


Él levantó una ceja con arrogancia.


-¿De veras?


Paula asintió con la cabeza. Él se cruzó lentamente de brazos.


-Pues bien, en mi opinión, si una casa parece un hogar, resultará un hogar.


Ella lanzó una risa.


-¿Y cómo haces que una casa parezca un hogar?


Haciendo una mueca, él caminó hasta el borde del patio y miró hacia el Oeste. El sol se ponía detrás de unas sierras y con él se iba el calor del día. Pedro deseó que sus pensamientos hacia Paula también se enfriaran con el sol poniente.


-Estoy seguro de que no querrás oír esto -le dijo.


Ella se le acercó y él la miró de reojo.


-Sí, quiero oírlo -le dijo Paula-. Estoy muy interesada en que me cuentes de esa maravillosa capacidad de decoración. Quizás quiera utilizarla en mi casa después de mudarme.


A Pedro le resultó obvio que ella se estaba burlando de él, pero no sabía por qué. Lo único que sabía era que la deseaba con un apetito que no era nada saludable.


-¿Qué pasa? -le preguntó con el ceño fruncido por el enfado- Si crees que estoy arruinando la casa, dímelo.


Ella suspiró. Él se estaba poniendo a la defensiva y ella no tendría que haber dicho nada. Después de todo, lo que él hacía con su casa no era cuestión de ella.


-No es exactamente que crea que estás arruinando tu casa. Solo que me parece que te estás engañando a tí mismo. 


-Oh, así que ahora me estoy engañando -masculló él, mirando exasperado hacia arriba-. Cuando te digo que digas lo que piensas no te guardas nada. ¿Eh?


-No mucho.


-De acuerdo. Ya que estás tan segura sobre el tema, ¿Por qué no me das una pista y me dices lo que crees que necesita mi casa? ¿Que la venda?


-No -dijo ella, arrugando la frente y negando con la cabeza-. Es un sitio encantador. O lo sería si le dijeras a esos carpinteros que volvieran a poner todo en su sitio y se fueran con viento fresco. Porque la única forma en que puedes hacer que tu casa parezca un hogar es llenarla con una mujer e hijos.


Pedro la miró como si le hubiese dicho que se pegase un tiro.


-Estás de guasa, ¿No?


Ella volvió a sacudir la cabeza.


-Te lo digo muy en serio. Podrías echar paredes abajo, construir más armarios, empapelar, pero ninguna de esas cosas haría demasiada diferencia. No harán que te parezca un hogar más de lo que te parece ahora.


Él entrecerró los ojos y la mandíbula se le endureció como una roca.


-Eres la menos indicada para decírmelo. Estás divorciada y según lo que me has dicho no quieres volverte a casar dijo después de un momento.


-Es verdad -concedió ella-. Pero eso es lo que me pasa a mí, no a tí.


Él dió un resoplido de impaciencia.


-¡Pues ni pienso casarme y tener niños!


Paula se sorprendió por la fuerza con que lo dijo. Una cosa era creer que el matrimonio no era de su agrado y otra muy distinta era rugir como un león. 

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