viernes, 28 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 69

 -Ya lo sé... Ya lo sé. Ahora no importa. Estás aquí y estás a salvo.


Con un ahogado gemido de angustia, le deslizó las manos por la cara. El corazón de Paula palpitó descontrolado mientras él le rociaba de besos la frente, las mejillas, la nariz y la barbilla. Cuando él se concentró en sus labios, ella ya se había aferrado a él, anhelando el íntimo sabor de su boca. Su beso fue desesperado. Paula, temblando como una hoja, boqueó intentando recuperar el aliento cuando él finalmente retiró sus labios y hundió la cara en la cortina de su cabello.


-Prométeme, Paula. Prométeme que nunca volverás a conducir en una tormenta como ésta. ¡No me importa esperarte! ¡Y prométeme que nunca te volverás a poner cinturón de seguridad!


Ella separó la cabeza lo suficiente para observarle la cara. Los ojos verdes estaban llenos de angustia y algo mucho más tierno, algo en lo que ella no quería creer todavía.


-Pedro, lo que dices no tienes sentido. Primero me dices que quieres que no corra riesgos y luego...


-¡Si no puedes prometérmelo, agarraré un hacha y los romperé en todos los malditos vehículos a los que te subas!


Su brusca advertencia la enfureció.


-No vas a hacer...


Las palabras se le atragantaron cuando de repente recordó el día en que conoció a Pedro. Él no había querido ponerse el cinturón de seguridad y ella había discutido con él porque de puro cabezota quería hacerse el duro. Como resultado, había salido despedido del Jeep. Se podría haber matado, pero gracias a Dios solo se había hecho un esguince en el tobillo.


-Pedro -le dijo-, en Sudamérica te negabas a llevar el cinturón de seguridad, ¿Por qué?


Él desvió la mirada a la lluvia que caía contra el parabrisas.


-Los odio.


-¿Por qué? -insistió ella.


Él la volvió a mirar y Maureen sintió que se le estrujaba el estómago al ver la tristeza reflejada en sus ojos.


-¡Porque son trampas mortales! 


Paula supo que no lo decía por defender una postura, sino que algo había sucedido para hacerlo sentir de esa forma, y ella tenía que averiguar qué era. Suavemente, levantó la mano y se la apoyó en la mejilla.


-Cuéntamelo -le pidió en voz baja.


-No.


-Tú me hiciste contarte lo de Abril. No quería hacerlo, pero lo hice.


Y se dió cuenta de que lo había hecho porque lo amaba. Porque algo en su interior había necesitado compartir la pena con él. Durante un largo momento, los ojos de Pedro la miraron y luego él dejó escapar un profundo y angustiado suspiro.


-Alguien que conocía murió en un accidente de coche.


-Sé de mucha gente que ha muerto en accidentes de tráfico -dijo Paula, meneando levemente la cabeza-. Sus muertes me reforzaron la idea de que hay que ponerse el cinturón.


-Pero esto fue diferente -dijo él, con expresión angustiada-. Era mi prometida.


-¿Tu prometida? ¿Ibas a casarte?


El rostro se le oscureció al asentir con la cabeza.


-Soledad y yo nos hicimos novios cuando íbamos al cole. Cuando comenzamos la universidad ya pensábamos en casarnos. Yo iba a sacarme el título de ingeniero y ponerme a trabajar en la industria del petróleo. Ella estudiaba para maestra. Le encantaban los niños y quería que tuviésemos varios.


Hizo una pausa y la amargura le endureció las facciones. Paula esperó a que él continuase. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario