miércoles, 12 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 31

 -Yo tampoco -asintió ella-. Y tienes razón. Tenemos que asegurarnos de que lo de anoche no se repita.


Una mujer que accediese a algo así nunca le había molestado antes. Pero cuando oyó a Paula aceptar con calma que no se volverían a tocar, a su ego no le gustó nada.


-Estupendo -logró decir finalmente-. Me alegro de que solucionemos todo esto.


Paula sabía que no habían solucionado nada, pero en los últimos diez años había perfeccionado el arte de no mostrar sus verdaderos sentimientos. Tenía que hacerlo ahora.


-Bien, con respecto al pozo cincuenta y cinco -dijo, decidida a concentrarse en el trabajo-, si consideras que mi decisión está equivocada, dímelo. Repasaré el informe con gusto, pero no te prometo cambiar de opinión.


Pedro se inclinó y recogió los papeles que Paula había extendido cuidadosamente para que él los viese.


-No será necesario. Le diré a papá que lo cierre -dijo, una vez que los metió en el sobre marrón.


Paula se quedó boquiabierta y le escrutó la cara.


-Pero tú no estabas de acuerdo -dijo, cerrando la boca de golpe y sacudiendo la cabeza-. Dudabas de mi informe.


-La verdad es que no -dijo él con una sonrisa irónica en los labios-. Solo quería saber si realmente estabas segura de tí misma. Veo que lo estás, así que me quedo contento.


Paula sintió deseos de abofetearlo y patearle las canillas hasta que aullase de dolor.


-Me alegro de que estés satisfecho -dijo con frialdad-. Ahora, si me disculpas, tengo trabajo que hacer.


Dicho esto, Paula se dió la vuelta y se alejó de él, dirigiéndose al archivo y simulando buscar una carpeta. Al oír sus pasos que se alejaban y la puerta cerrarse tras él con su suave chasquido, se apoyó contra los cajones metálicos y lanzó un suspiro. Lidiar con Pedro Alfonso iba a resultar mucho más difícil de lo que pensaba. Mucho más difícil. 




-¿Se puede saber que bicho te ha picado?


Pedro levantó la vista de la montura que engrasaba. Su hermana melliza, Luciana, se acercaba tironeando de un potro de un año. El animal tenía las orejas aplastadas contra la cabeza, los agujeros de la nariz abiertos, y mostraba el blanco de los ojos. Aparentemente, su estado de ánimo no estaba mucho mejor que el de Pedro.


-Desde mediodía no come nada. ¿Qué le has hecho al pobre? - preguntó, señalando al caballo con la cabeza.


-Nada todavía. Sabe que algo le está por pasar y tiene temor de que no le guste.


Pedro lo comprendía perfectamente. Era el mismo sentimiento que él tenía cada vez que entraba a una habitación donde estaba Paula. No era porque hubiesen tenido más confrontaciones. Todo lo contrario. No habían cruzado ni una palabra de acritud. Cada vez que habían discutido algo, ella estaba fría, educada y profesional. Tendría que hallarse satisfecho con esa nueva relación, pero lo cierto era que despreciaba su indiferencia y su propia falsa reacción ante ella.


-¿Qué te pasa? -preguntó Luciana, que ya se hallaba a su lado.


Pedro se volvió a concentrar en la montura que limpiaba. El trabajo era rutinario, pero volver a darle vida al cuero era algo que disfrutaba, especialmente cuando no se encontraba bien y tenía algo en que pensar. Llevaba una hora meditando por qué no se había contentado con ser ranchero. Le encantaba esa vida. La vida al aire libre, el ganado, el duro trabajo manual. Pero algo le había llevado a ser petrolero, como su padre. Y se preguntaba qué había llevado a Paula a dedicarse a la Geología y en particular a Nuevo México y a él. 

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