miércoles, 26 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 61

 -He pensado mucho en las cosas que me dijiste la otra noche. Sobre tu hija y tu ex ma...


-Trato de no pensar en ellos, Pedro. Por favor, no empecemos otra vez -le respondió ella roncamente.


Él la tomó de la mano y la hizo levantarse. 


-¿Por qué me preguntas eso? Da igual lo que yo crea. ¿Por que no dejas que las cosas entre nosotros mueran tranquilamente de muerte natural?


Él le enmarcó el rostro con las manos y observó sus ojos confundidos.


-Porque yo...


El resto quedó sin decir porque una secretaria abrió la puerta del laboratorio y carraspeó. Mascullando una maldición, Pedro se separó de Paula y se dió la vuelta a mirar a la otra mujer.


-¿Hay algún problema, Laura?


-Me temo que sí, señor. Lo llaman al teléfono inmediatamente.


-Enseguida voy -dijo él, y tomando a Paula del brazo, le dijo-: Me voy. Quería decirte que terminaremos con esto más tarde.


-Pedro, yo no...


-Hasta luego -prometió él y salió corriendo del laboratorio.


-¡Paula, espera!


La voz de Pedro le detuvo la mano a medio camino mientras la alargaba para abrir la puerta de su camioneta. Miró por encima del hombro y vió que él se acercaba por el estacionamiento.


-Me iba a casa -le dijo cuando él llegó.


-Quiero hablarte primero -negó él con la cabeza-. Vayamos a comer algo.


-Tengo la comida esperándome.


-Iremos a tu casa, entonces.


-Intento decirte que no de forma educada -dijo ella, lanzándole una mirada enfadada.


-Nunca me ha gustado la palabra «No» -dijo él, esbozando una sonrisa compradora-. He logrado entrenarme para no oírla. 


-Está bien -dijo ella, dándose por vencida-. Vente a casa que te daré un poco de estofado, pero te tienes que ir temprano porque tengo trabajo que hacer.


Pedro frunció el ceño.


-Horacio no pretende que hagas horas extras, a menos que sea estrictamente necesario.


Horacio tampoco esperaba que ella se acostase con su hijo, pero eso era lo que sucedería si no ponían distancia entre los dos. Aparentemente, él no la siguió enseguida, porque le dió tiempo a ponerse un vestido suelto de flores moradas y blancas y cepillarse el pelo, que se dejó suelto. Se hallaba poniendo la mesa cuando él aparcó la camioneta. Lo recibió en la puerta y enarcó las cejas con desconfianza cuando él le alargó una botella de vino.


-Para acompañar la cena -explicó él.


La siguió a la cocina, donde ella sacó dos copas y se las dio.


-Toma. Ya que lo has traído, sírvelo, por favor mientras hago la ensalada. Enseguida comemos.


Pedro puso las copas y la botella sobre la mesa y luego se asomó al salón. Estaba exactamente igual a como lo había dejado hacía una semana. La única diferencia era que ella había arreglado flores aquí y allí sobre las mesas y añadido varios alegres almohadones a los sillones y el sofá. La biblioteca estaba llena de libros y en el amplio alféizar de las ventanas había varias plantas. Si a ello se sumaba el delicioso aroma de la comida, resultaba todo muy acogedor. Le dió a Pedro la cálida sensación de llegar a casa.


-La casa está muy bonita -le dijo al volver a la cocina-. Has estado muy ocupada.


-Es la primera vez que tengo casa propia -reconoció ella-. Me gusta la tranquilidad. Y especialmente saber que es mía y no de alguien más. 

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