lunes, 17 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 45

 -¿Por qué? -se atrevió a preguntar.


Sus facciones se endurecieron aún más.


-Te lo dije anoche, Paula. ¡El motivo por el que no me he casado no es de tu incumbencia! ¡No sé por qué insistes tanto!


Paula tampoco lo sabía. Tampoco comprendía por qué le dolía que él no la hiciese partícipe de su vida. Pero le dolía. El dolor del rechazo le recorrió el cuerpo. 


-Tenía la idea estúpida de que tu podrías... -se interrumpió abruptamente y le dió la espalda.


-¡Adelante, termina! -le gritó él- ¡Demonios, ya has dicho bastante! ¡Da igual que me des otro de tus sabios consejos!


Ella se lo quedó mirando durante unos largos segundos.


-Si ya has acabado de hacer el ridículo -dijo finalmente-, estoy lista para irme.


Había algo en el tono bajo de su voz que lo hizo calmarse inmediatamente, porque se dió cuenta por la expresión de Paula que estaba totalmente cerrada a él. Pedro exhaló audiblemente y le dio la espalda mientras se pasaba los dedos por el pelo. No había sido su intención herirla. Ni siquiera sabía porqué su sugerencia lo había alterado tanto. Muchos amigos y su familia ya le habían dicho que tenía que casarse y le había resbalado como la lluvia en las plumas de un pato. Pero ella no tendría que haber insistido. No tenía porqué saber que él había deseado una mujer e hijos, o que había planeado tener un hogar verdadero, como los que ella había mencionado. No tenía porqué saber que todas sus esperanzas y sueños se habían muerto junto con su prometida. No compartía el dolor de su corazón con nadie, ni siquiera con su familia.


-Paula, yo... -se frotó los ojos con la mano y se volvió hacia ella, pero no había nadie.


La encontró esperándolo en la camioneta. Ella no dijo nada cuando él se deslizó detrás del volante y puso el motor en marcha, pero cuando él comenzó a circular por el polvoriento camino, lo miró.


-Por cierto, no me divorcié de mi esposo. Él me dejó.


Pedro le miró la cara de dolor y supo que no había nada que pudiese decir. Ya había dicho demasiado. 




-Le dije al jefe de pozo que estarías en la perforación el miércoles por la mañana, antes de las nueve. No tienes problema, ¿No?


Mientras su padre hablaba, Pedro tenía la mirada fija en la ventana a la izquierda de su mesa. El cielo se había oscurecido y relámpagos iluminaban las distantes montañas. Pero no estaba interesado en el tiempo. En lo único que podía pensar era en Paula.


-No hay problema.


-Bien. Porque te tienes que reunir con los del lodo en Bloomfield para comer. Y cuando los veas, quiero que les dejes bien claro que no dejaremos que nos roben. Contrataremos una empresa fuera de Farmington si es necesario.


-Bien.


Horacio se acercó a la ventana y a propósito se puso frente a la mirada vacua de Pedro.


-¿Me escuchas lo que te digo o tendré que hacer el viaje yo?


Pedro se pasó la mano por la cara y quitó los pies de la esquina de la mesa.


-Por supuesto que te escucho -dijo roncamente-. Iré. Y me ocuparé con la compañía del lodo. 


Horacio observó a su hijo un largo rato en silencio.


-¿Te encuentras bien?


Pedro lo miró.


-Claro, por supuesto -respondió de mala gana-. ¿Por qué no iba a estarlo?


-No lo sé -dijo Horacio, meneando la cabeza-. ¿Por qué no ibas a estarlo? No será porque hayas estado con demasiado trabajo estos días. Has tenido bastante tiempo libre. Y has dicho que los carpinteros están haciendo un buen trabajo en tu casa.


Desde que hiciera la visita a su casa con Paula dos días atrás, le había dicho a los carpinteros que volvieran a poner todo como estaba lo mejor posible y que se fueran. Por suerte, les estaba pagando por horas, así que no había habido ninguna disputa por incumplimiento de contrato.


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