miércoles, 28 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 55

Pero esta vez, él se inclinó hacia adelante y rozó cada uno de sus senos con los labios.  Su  boca  jugó  con  los  rosados  picos  erectos  y  los  chupó  haciendo  que  Paula ardiera de deseo. Las manos de ella se enterraron con avidez en su pelo, bajó la cabeza y le besó en la coronilla antes de caer hacia adelante arrastrada por Pedro, que cayó de espaldas. Y  al  caer,  siguió  tirando  del  bañador  hacia  abajo.  Paula quedó  sobre  él,  sus  senos  contra su rígido torso, sus labios contra los de él, sus pies entrelazados.Entonces sintió un escalofrío recorrer el cuerpo masculino. Sonrió, lo miró a los ojos  y  vió  lo  maravillado  que  estaba.  Ella  sentía  lo  mismo.  Las  manos  de  él  se  deslizaron  por  su  espalda  antes  de  apretarla  con  fuerza  contra  sí  y  alzar  las  caderas  para mostrarle la dura evidencia de su deseo. Paula intentó  echarse  hacia  atrás,  pero  él  la  retuvo  con  fuerza.  Ella  intentó  alcanzar la cinturilla de sus pantalones cortos.

—Déjame...

Pedro asintió con debilidad. Sus pupilas estaban dilatadas y la piel de sus mejillas tensa.  Su  respiración  era  jadeante.  Y  se  aceleró  aún  más  cuando  ella  se  sentó  sobre  sus piernas y le desabrochó la cremallera. Él se mordió el labio cuando ella deslizó los dedos por dentro de la cintura y bajó  la  cremallera.  Entonces  ella  se  apartó  un  poco  y  deslizó  los  pantalones  por  las  piernas y la escayola antes de tirarlos al suelo. Por fin. Pedro Alfonso desnudo. Una imagen por la que había merecido la pena esperar.

—¡Ven aquí! —murmuró él.

Y  ella  apenas  tuvo  la  oportunidad  de  apreciar  su  duro  cuerpo  masculino  y  su  torso  velludo  porque  su  mano  la  atrajo  sobre  él  gimiendo  de  placer  cuando  sus  cuerpos se acoplaron. Paula lanzó un leve gemido al sentirlo caliente y duro bajo ella y frotó el cuerpo contra el de él.Las caderas de Pedro se alzaron.

—Cuidado, corazón —jadeó—. Acabaré antes de empezar siquiera.

 «Corazón»,  Paula atesoró  aquella  terneza  con  todo  su  ser.  Entonces  le  tocó  las  mejillas,  lo  besó  en  los  párpados,  en  la  nariz  y  por  fin  en  los  labios  y  se  sintió  transportada a su vez por los ardientes besos de él.

—Haremos que dure —le prometió.

No  estaba  prometiéndole  para  siempre.  Pero  si  aquello  era  lo  único  que  iba  a  tener de él, lo haría durar todo lo que pudiera.Pedro la amó una vez, dos, tantas veces y de tantas maneras como sabía. Recordó las fotos de Paula Chaves desnuda y recordó haber imaginado lo que sentiría al tocarla y hacerla responder.Pero ni las fotos ni su imaginación se habían acercado con mucho a la realidad.Era perfecta. Resplandeciente. Abierta.Recibió y lo aceptó. Enroscó su cuerpo alrededor de él y lo tomó dentro.Y no sólo recibía. Daba. No había nada calculado en Paula. Nada artificial. Se lo dió  todo,  Pedro  lo  pudo  sentir,  amándolo  con  su  cuerpo,  su  boca,  sus  labios  y  sus  manos hasta que casi sintió que lo había desecado. Cayó de espaldas saciado y sorprendido.Ella lo miró interrogante.

—¿Qué?Gib lanzó una trémula carcajada.

—Sólo estaba intentando... ajustar mis ideas.

Ella ladeó la cabeza con el ceño ligeramente fruncido.

—¿Qué quieres decir?

—Que  nunca  había  creído  que  el  instituto  de  Collierville  fuera  excelente  en  educación.  Pero  las  clases  de  educación  sexual  deben  haber  avanzado  mucho  desde  que yo lo dejé.

Pedro se  rió  y  ella  le  hizo  cosquillas  en  las  costillas  hasta  que  la  asió  por  las  muñecas  y  entonces,  con  cuidado  de  no  hacerle  daño  con  la  escayola,  la  tendió  de  espaldas.

Inevitable: Capítulo 54

Había  tenido  muchas  oportunidades  de  retroceder,  de  dejar  de  sonreírle  y  coquetear con ella. Pero no lo hizo.Porque  la  deseaba.  Y  no  le  importaba  ni  el  anillo  que  llevaba  en  el  dedo  ni  el  hombre al que volvería.Le sacó más fotos cuando salió en traje de baño. Ella le frunció el ceño, le puso muecas y le alzó los dedos. Pero Pedro siguió disparando y sonriendo.En cuanto estuvo dentro del jacuzzi, él se colgó la cámara del cuello y se acercó al  borde.  Desde  allí  tenía  una  vista  maravillosa  de  sus  senos  sobresaliendo  por  encima de la espuma. Entonces Paula lo miró a los ojos y le puso una mueca. Su expresión se suavizó y entreabrió los labios.

Pedro lanzó  un  gemido,  apartó  la  cámara  a  un  lado  y  se  inclinó  hacia  adelante  para besarla. Fue como volver a casa. Cálida y bienvenida. Todo lo que un beso debería ser.Pero no lo suficiente. Pedro deseaba más.Enterró  los  dedos  en  su  pelo,  cálido  y  mojado  antes  de  bajarlos  hacia  sus  hombros para agarrarla con fuerza y atraerla hacia sí. Pero se resbaló de medio lado y perdió el equilibrio.

—¡Oh!

Se  fue  de  cabeza  primero  y  su  cara  se  aplastó  contra  sus  senos.  Cuando  sintió  que ella lo sujetaba, casi protestó. Hubiera sido una muerte muy dulce.Pero la expresión de su cara y su nombre en sus labios cuando lo alzó fue aún mejor.

—¡Pedro! ¿Estás bien?

Él lanzó una carcajada y sacudió la cabeza salpicando agua por todas partes.

—Sí —contestó cuando dejó de toser.

—¿Tu escayola?

—No se ha mojado. Está bien. Yo estoy bien. Te... te deseo.

Ya se había acabado el jugar con ella y seducirla. Pedro la miró, la retó y esperó. Lentamente Paula asintió con la cabeza. ¿Cómo podría haber dicho que no?Lo que ella  deseaba,  por  supuesto,  era  amarlo  para  siempre.  Y lo que iba  a conseguir era una noche. Una mujer más fuerte se hubiera negado.Ella aceptó la noche.Para el recuerdo, se dijo a sí misma, para los años venideros en que fuera vieja y estuviera sola.Para el momento también.«Te  quiero»,  le  dijo  con  los  ojos.  «Para  siempre»,  le  dijo  con  el  corazón.  «Eres  perfecto», le dijo con las manos al deslizarías por su torso, la curva de su cuello y la línea de su mandíbula.

—¡Oh, Pedro! —susurró en alto.

—¿Vienes conmigo? —susurró él en contestación.

Ella asintió y salió del jacuzzi. Con mimo, Pedro la secó, primero ligeramente por los  hombros,  después  por  encima  del  traje  de  baño  y  por  fin  por  las  piernas.  Y  mientras la frotaba, su pelo mojado la rozaba y ella alargó una mano para acariciarlo. Pedro alzó  la  mirada  con  los  ojos  sombríos  y  densos  de  deseo.  Le  dio  un  beso  en  la  palma de la mano. Paula se estremeció. Entonces  él  se  estiró  y  ella  le  pasó  un  brazo  alrededor  de  la  cintura,  no  tanto  para sostenerlo como para tocarlo y juntos avanzaron hacia la habitación.  Ella  miró  a  la  cama  revuelta  y  recordó  la  noche  en  que  había  dormido  allí  abrazada a su almohada. ¿Y ahora?Ahora él estaba ante ella, conteniendo el aliento, expectante. Pedro la miró, dejó las muletas a un lado y saltando sobre una pierna se sentó en el borde de la cama. Alzó la vista entonces y sonrió. Paula le  devolvió  la  sonrisa  y  rozó  su  boca  con  un  dedo.  Los  labios  de  Pedro se  entreabrieron  para  besarle  y  chuparle  la  punta  del  dedo.  Entonces  alargó  las  manos  bajo los tirantes de su bañador y lenta y deliberadamente se lo deslizó hacia abajo. Paula tembló  bajo  sus  manos  al  recordar  la  última  vez  que  había  estado  desnuda ante él.

Inevitable: Capítulo 53

Cuando  volvió  de  la  habitación,  Pedro se  había  quitado  la  camisa  y  sólo  llevaba  encima los vaqueros cortados y la escayola. Paula hubiera deseado haber llevado su propia cámara.

—Gracias.

Pedro sacó la cámara de la funda y acopló una lente. Entonces la enfocó hacia ella con una sonrisa.—Paula dió un respingo.—¡Pedro! ¡No!

Él bajó la cámara sin dejar de sonreír.

—No tengo suficientes fotografías tuyas —dijo—. Estás preciosa.

La  forma  en  que  la  miró  cuando  lo  dijo  le  hizo  a  ella  tragar  saliva.  Sacudió  la  cabeza con rapidez.

—No seas tonto. Y no te burles de mí.

—No me estoy burlando, Paula.

Su voz era ronca y sensual. Paula le puso una mueca.

—Bonito —susurró él mientras alzaba la cámara para la posteridad.

—¡Párate!

—Lo haré cuando lo hagas tú.

—¿Qué quieres decir?

Pedro palmeó la otra hamaca.

—Deja de dar vueltas. Siéntate a mi lado y relájate.

Paula se  sentó  y  hasta  se  estiró,  pero  no  se  relajó.  ¿Cómo  podía  hacerlo  si  a  pocos centímetros tenía a Pedro tendido? Cerró  los  ojos  y  apartó  la  cabeza  de  él.  Pero  saber  que  lo  tenía  al  lado  la  impulsaba  a  mirarlo.  Movió  el  cuerpo,  ladeó  la  cabeza  del  otro  lado  y  lo  miró  por  entre los párpados semicerrados. Pedro le guiñó un ojo.

—¡Pedro!

Él lanzó una carcajada.

—Te pillé.

—Sólo estaba preocupada. No quiero vigilarte, pero quiero estar al tanto por si necesitas algo. ¿Necesitas algo?

—A tí.

El mundo pareció detenerse.

Paula lo  miró  fijamente  y  Pedro le  mantuvo  la  mirada.  No  sonrió,  no  sacudió  la  cabeza  y  no  dijo  que  no  había  querido  decirlo.  Sólo  estiró  un  dedo  y  lo  deslizó  ligeramente a lo largo de su brazo.Paula se estremeció.¡No, oh, no! No podía.¿O sí? Algo en su cara traicionó su pánico.Pedro sonrió vacilante.

—¿Quieres usar el jacuzzi?.

—¿Qué? —él se incorporó y señaló con la cabeza en dirección a un largo objeto cubierto  contra  la  pared  de  la  cocina—.  No  se  tarda  mucho  en  llenar.  Y  hace  un  día  muy bueno.

Paula seguía  trabada  con  la  contestación  «a  tí».  Pero  no  podía  preguntárselo.  ¡No podría hacer que lo repitiera!

—Me... me gustaría.

Ella nunca había usado un jacuzzi en su vida, pero aunque lo hubiera tomado a diario, se alegraba de que le diera algo que hacer.

—Siento no poder llenártelo yo —dijo Pedro—, pero no es muy difícil.

Paula ni siquiera se había molestado en mirarlo cuando había estado sola, pero lo destapó, lo aclaró siguiendo las instrucciones de Pedro y lo empezó a llenar.Era de buen tamaño. Suficiente para seis personas, le dijo Pedro. ¿Habría tenido él alguna fiesta allí? ¿Lo habría utilizado con Aldana?

—Tardará  una  media  hora  en  llenarse.  Ve  a ponerte  el  traje  de  baño.  A  menos  que... —le lanzó un guiño—, quieras tomarlo desnuda.

—¡Oh, no! —se apresuró Paula a responder—. Ahora mismo vuelvo.

Inevitable: Capítulo 52

Pedro intentó una vez más decirle el domingo que no hacía falta que se quedara. Enfatizó su diatriba agitando en el aire su muleta, lo que hubiera resultado más convincente si no hubiera perdido el equilibrio y casi se hubiera caído.Se  hubiera  caído  en  la  cara  de  Paula si  ella  no  hubiera  alcanzado  la  muleta  a  tiempo y lo hubiera sujetado alzándolo y recogiéndolo en sus brazos. Él  mismo  la  rodeó  con  los  suyos  para  guardar  el  equilibrio.  Y  la  sensación  de  sus  suaves  senos  contra  su  duro  torso  le  produjo  un  estremecimiento  por  todo  el  cuerpo. Paula también  pareció  temblar  por  un  momento.  Los  dos  quedaron  de  pie  apretados  y  con  el  corazón  desbocado.  Y  entonces,  con  cuidado,  él  retrocedió  para  poner espacio entre ellos. Ya  no  necesitaba  apoyo.  Tenía  de  nuevo  las  muletas  sobre  el  suelo.  Se  sentía firme  ya,  aunque  sólo  a  un  nivel  físico.  Bajó  la  cabeza,  se  miró  los  pies  e  intentó  recuperar el equilibrio mental.

—Me  quedo  —rompió  Paula el  silencio  interrumpido  sólo  por  su  respiración  jadeante.

Él alzó la cabeza y la sacudió con frustración.

—Ya me lo imaginaba.

Quizá  fue  en  ese  momento  cuando  Pedro  abandonó  la  lucha.  Un  hombre  tenía  una  fuerza  de  voluntad  limitada  y  él ya  se  había  quedado  sin  ella.  Lo  había  intentado. Había intentando semanas resistirse a ella y ya no tenía fuerzas ni quería hacerlo. Estaba harto de ser noble y de intentar aparentar que no le importaba.Si  iba  a  ser  lo  bastante  tonta  como  para  quedarse,  afanarse  con  él,  tocar,  palmearlo y rozarlo, iba a jugar con fuego.

—¿Quieres ir a sentarte un rato a la terraza? —preguntó ella un poco indecisa.

Él alzó la cabeza y la miró. Dios, era preciosa, de corazón, alma y mente, por no hablar del cuerpo.La deseaba. En ese instante y para siempre.La idea lo sacudió hasta los talones. Nunca había pensado en aquellos términos desde lo de Catalina. Seguramente no estaría... Sí, lo estaba. «Está prometida», se recordó a sí mismo. «Va a casarse con el granjero David».¡Oh, no, no iba a hacerlo!No si podía detenerla. Salieron juntos a la terraza. Era un claro día soleado, con poca humedad, uno de esos deliciosos días que se daban en contadas ocasiones al año en Nueva York. Paula dirigió  el  camino  todavía  temblorosa  por  su  tropezón  en  la  habitación.  Había   esperado   que   la   apartara   cuando   había   intentado   sujetarlo   y   la   había   sorprendido que hubiera permanecido en sus brazos tanto tiempo.Después  de  que  se  apartara,  le  había  dirigido  un  rápido  vistazo  esperando  ver  su  mueca  de  desdén.  Pero  Pedro tenía  la  cabeza  gacha,  la  respiración  jadeante  y  los  nudillos blancos apretando las muletas. Paula casi había estado a punto de tocarlo de nuevo. Sólo la cordura y el instinto de conservación habían impedido que lo hiciera.Entonces él había aceptado en un susurro:

—Sí, vamos a la terraza.

Ella  arrastró  un  par  de  hamacas  y  cuando  les  puso  unos  cojines  y  unas  toallas  de brillantes colores, Pedro se desplomó encima de una.

—¿Puedo  traerte  algo?  —preguntó  Paula—.  ¿Una  revista,  una  bebida,  algún  libro?

—¿Por qué no me traes la cámara?

Ella parpadeó asombrada y entonces asintió.

—¿Dónde está? ¿En tu maleta?

—En la bolsa negra. La pequeña.

Inevitable: Capítulo 51

A la mañana siguiente llamó a David. No sabía qué decirle. Se preguntó si debería esperar a volver para decírselo en persona y supo que no podía.Ya había esperado demasiado tiempo.No había más que contar que la verdad.

—No puedo seguir con ello —espetó en cuanto él descolgó.

—¿Qué?

Por supuesto, Daide no esperaba escucharla al romper el alba, pero Paula quiso pillarlo  antes  de  que  saliera  para  los  campos.  Además,  se  había  pasado  casi  toda  la  noche despierta y preocupada mientras intentaba no escuchar los ruidos de Gibson, que se agitaba en la cama de al lado.

—La boda —intentó explicarle—. No puedo casarme contigo. ¿Sabes lo de... mi inquietud? Bueno, pues no ha desaparecido.

—¿Qué  quieres  decir?  Dijiste...  Estabas  segura... 

David  no  encontraba  las  palabras y no le extrañaba. Sabía que estaba trastornado a la vez que dolido. Y tenía todo el derecho. No podía culparlo. Sólo a sí misma.

—Es  culpa  mía  —dijo  ella—.  No  tiene  nada  que  ver  contigo.  Sólo  conmigo.

«Y lo que siento por Pedro» Pero eso no lo dijo. Sería una crueldad gratuita.

—¿Es eso de ojos que no ven corazón que no siente? —discutió David con ella—. ¡Es porque no estoy ahí o porque tú no estás aquí!

—No.

Pero David no estaba convencido.

—Éramos demasiado jóvenes cuando decidimos casarnos. Apenas unos niños.

—Estábamos enamorados.

—Sí, lo estábamos, pero ahora...

Paula no supo como terminar. David lo hizo por ella.

—Ahora tú no lo estás.

Notó  el  dolor  en  su  voz  y  se  sintió  más  rastrera  que  una  serpiente.  Y,  sin  embargo, sabía que volver y casarse con él sería una equivocación, aunque no amara a Pedro.¡No era porque fuera a casarse con él! Era que él le había enseñado la intensidad verdadera   de   lo   que podía llegar  a  sentir   y   que   debería   sentir   antes  de  comprometerse de por vida.

—Yo te quiero, David —protestó con debilidad Paula—. Pero no... —sintió que las lágrimas rodaban por sus mejillas—. ¡Oh, Dios, lo siento! No quería hacerte daño.

Él no dijo nada. Ni ella tenía derecho a esperar que la perdonara.

—Lo siento —susurró de nuevo.

—Podemos solucionarlo, Pau.

Pero ella no le dejó terminar.

—No —susurró—. No podemos.

Colgó y se tapó la cara con las manos odiándose por haberle hecho tanto daño.Suponía  que  a  David  no  le  serviría  de  mucho  consuelo  saber  que  al  amar  a  Pedro sin ser correspondida ella también estaba sufriendo. No se quitó el anillo de compromiso.Ni le contó a Pedro lo que había hecho.Si  le  decía  que  había  suspendido  la  boda  querría  saber  por  qué.  O  peor,  lo  adivinaría en el acto.Y  podía  imaginarse  lo  que  pensaría  entonces.  La  pobre  y  patética  Paula ni  siquiera  podía  amar  al  hombre  que  la  amaba  y  era  tan  tonta  como  para  enamorarse  del hombre que nunca la correspondería. Sintió  un  involuntario  estremecimiento.  Quizá  fuera  una  cobarde,  pero  había  cosas que era mejor no decir por pura supervivencia.Así  que  intentó  sonreír  y  comportarse  como  siempre  lo  había  hecho.  La  responsable  y  colaboradora  Paula.  Sonriendo  y  hablando.  Llevando  y  trayendo  cosas.Y  mientras  lo  hacía,  acumularía  los  recuerdos  porque  sabía  que  en  algún  momento se tendría que ir y lo único que le quedaría serían los recuerdos.

viernes, 23 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 50

Se  inclinó  para  estirar  las  malditas  mantas  una  vez  más.  Al  hacerlo  le  rozó  un  brazo y una pierna. Ligeramente. Sin darse siquiera cuenta. Pero él sí lo notó.Un roce  suave  como  el  de  una  pluma  y  todo  su  cuerpo  respondió.  Descendió  para ajustarle el cojín de debajo del tobillo. Inclinó la cabeza. Pedro deseaba alargar la mano  y  enterrar  los  dedos  entre  sus  rizos,  atraerla  hacia  sí,  tirarla  encima  de  él  y  meter   las   manos   bajo   su   camisa.   Deseaba   acariciar   aquellos   magníficos   senos   bamboleantes. Deseaba olerlos, besarlos, chuparlos.Lanzó un gemido sordo.

—¡Oh, Dios! ¿Te he hecho daño?

Paula dió un salto y lo miró con gesto de preocupación. Pedro, tenso de necesidad y deseo, no pudo ni responder. Apenas podía tragar.Y su silencio la preocupó aún más.

—Lo siento mucho, Pedro.

Ya estaba trajinando de nuevo con las mantas tirando de ellas hacia abajo.

—No  puedes  estar  cómodo  así.  Deberías  haberte  puesto  el  pijama  hace  horas.  Déjame ayudarte. Intentó alcanzar los botones de su camisa.

—¡No! —gritó él.

—Pero...

Pedro agitó la mano para detenerla sintiéndose como un idiota.

—¡Simplemente no, por Dios bendito! ¿Es que no entiendes inglés?

Ella retrocedió pero no se fue.

—Bueno, no puedes dormir vestido —dijo con tono maternal.

Pedro se agitó con irritación.

—No pensaba dormir vestido.

—Entonces dime dónde tienes los pijamas y te traeré uno.

—No tengo pijamas.

—¿Qué?

—¡No uso pijamas. ¡Duermo desnudo!

—¡Oh! —Paula se sonrojó hasta la raíz del pelo y bajó la vista hacia su vientre para alzarla al instante parpadeando con rapidez—. Bueno, me llevaré la bandeja y te dejaré para que lo hagas entonces.

Salió corriendo y cerró la puerta tras ella. Pedro se  reclinó  contra  las  almohadas  y  lanzó  un  suave  gemido  de  frustración.  Sólo sabía que ahora, aparte del tobillo, le dolía otra parte del cuerpo.


No era la imagen de Pedro desnudo, aunque desde luego había sido tentadora durante  semanas,  sino  el  hecho  de  haber  pasado  muchas  noches  pensando  en  él  lo  que le debía haber indicado que algo iba mal en aquella fijación por él.Pero no lo había pensado porque no había podido pensar con claridad.Había creído que lo único que necesitaba era un poco de tiempo y espacio y la inquietud habría desaparecido. Había creído que, como la hermana Carmen, pondría a prueba sus tentaciones en el gran mundo y volvería a David resuelta y en paz. Se había equivocado. Había sucumbido.Pero no ante el mundo. Ante Pedro .Lo había sabido en el momento en que lo había visto bajar del avión con la cara contraída por el dolor y las facciones extenuadas. Le pareció que había perdido peso y tenía los nudillos blancos por las muletas.Era  la  forma  en  que  había  imaginado  que  se  sentiría  cuando  volviera  a  casa  y  saliera corriendo para reunirse con David.Y entonces supo, con cegadora claridad, que aquello no ocurriría nunca.Nunca había sentido y nunca sentiría algo así por David. Lo amaba... lo había amado durante años. Pero no de la forma en que amaba a Pedro Alfonso.Ya  no  podía  negarlo  más.  Había  deseado  correr  hacia  él  entonces,  arrojarse  a  sus  brazos  y  abrazarlo,  decirle  que  le  había  echado  de  menos,  que  apenas  podía  esperar a que volviera a casa. De hecho, había empezado a correr hacia él y entonces había visto su mirada de pánico y desesperación. Eso la había detenido en seco y la había devuelto a la realidad.Y  la  realidad  exigía  que  se  acercara  a  él  más  despacio,  sonriente  y  amistosa.  Distante pero resuelta. Después de todo, ella era Paula, su asistente.

—La chica de Pedro—susurró con voz ronca cuando estaba en la cama.

Así era como él la veía y lo único que deseaba de ella. Ella  nunca  sería  la  mujer  de  Pedro,  porque  por  mucho  que  lo  amara,  él  no  la  correspondía.

Inevitable: Capítulo 49

La apartó con una muleta.

—Pensé que tu avión salía esta mañana.

Intentó esquivarla, pero fue inútil, por supuesto.  Ella  no  lo  tocó,  pero  avanzó  a  su  lado  un  poco  adelantada  como  para  protegerlo.

—Sí salió, pero no lo tomé.  El conductor está esperando en la zona de equipajes.

Sus caderas se balanceaban ante él. Pedro cerró los ojos y cuando casi tropezó con las malditas muletas, lanzó una maldición.Ella se detuvo bruscamente con cara de preocupación.

—¿Estás bien?

—¡Bien, maldita sea! ¿Por qué no estás en Iowa? Se suponía que tenías que estar en Iowa.

Ella lo miró y siguió avanzando sin despegarse de él.

—Sí, pero llamé para decir que no iba.

—¿Que qué?

Ella lo miró y sus rizos se agitaron.

—No podía dejarte así. No quería que te quedaras solo.

—¡Estoy bien!

—Necesitas ayuda.

—¡No la necesito!

—Sí —dijo  ella  con  la  paciencia  con  que  se  habla  a  un  niño—.  La  necesitas,  así  que me quedo.

¿Que se quedaba? ¿Qué estaba diciendo? Pedro se detuvo en seco.Paula siguió caminando.

—¡Eh! —gritó a sus espaldas—. ¡Eh! ¿Qué quieres decir? ¡No vas a quedarte!

Ella  se  detuvo  y  retrocedió.  Entonces  le  sonrió.  Era  lo  último  que  necesitaba, una sonrisa de Paula Chaves.

—Por supuesto que me quedo. Intenta detenerme —dijo de buen humor.

A veces, en sus fantasías adolescentes, Pedro había soñado con que era un bravo soldado,  un  héroe  herido  que  encontraba  consuelo,  devoción  y  cuidados  en  los  brazos de una preciosa chica.Pero no podía buscar consuelo en los brazos de la mujer que le mostraba tanta devoción y atenciones porque esa mujer era Paula.Y parecía decidida a cuidarlo contra viento y marea. Le llevaba comida, revistas y  libros  con  un  inagotable  buen  humor,  le  arropaba  con  las  mantas,  le  ahuecaba  las  almohadas, le rozaba sin querer al estirarle la ropa de la cama. Le apartaba el pelo de la frente y le pasaba los cubiertos. ¡Maldición!  Lo  estaba  volviendo  loco.  Deseaba  con  toda  su  alma  hacerle  el  amor.¡No era justo! Había  pasado  los  últimos  doce  años  siendo  bastante  inmune  a  las  mujeres.  No era que hubiera sido célibe, pero ninguna había despertado en él ningún interés especial.  Simplemente  las  tomaba  como  llegaban,  las  trataba  con  encanto  y  las  despedía con caballerosidad, pero ninguna le importaba más que la anterior. Catalina le  había  enseñado  una  buena  lección.  Y  después  de  Catalina no  había dejado a ninguna acercarse demasiado. Pero seguía queriendo hacer el amor con ella. Había intentado luchar contra ello de todas las formas que conocía. No le había servido de nada. La deseaba más que nunca. Y ahora no se la podía quitar de encima. Estaba en su apartamento revoloteando alrededor de su cama a todas horas. Le retiró la bandeja de la cena y le sonrió.

—¿Cómo está David?

La sonrisa se desvaneció levemente.

—Está bien.

Inevitable: Capítulo 48

Se  echó  en  la  cama  y  agarró  uno  de  los  almohadones  de  plumas  de  Pedro entre  sus  brazos.  Lo  apretó  contra  su  pecho  y  enterró  la  cara  contra  su  suavidad  para  aspirar como si ya fuera mañana, como si fuera David al que tenía en brazos. Pero no era David. Todavía no.Esa noche todavía estaba en Nueva York y sabía que recordaría aquel momento para  siempre.  Aquella  habitación.  Aquella  cama.  Aquella  almohada.  Supo  que  lo  atesoraría en su memoria para el resto de su vida. El olor de la ciudad. El olor del suave algodón. El indefinible aroma de Pedro.El timbre del teléfono la sobresaltó. Paula dió  un  respingo  y  por  un  momento  no  supo  dónde  estaba.  Se  había  quedado  dormida  en  la  cama  de  Pedro.  Con  torpeza  se  incorporó  y  miró  el  reloj.  Era  tarde. Más de las once.

—¿Hola? —saludó al descolgar.

—¿Te he despertado?

—¡Pedro! —no  pudo  contener  el  tono  de  placer  de  su  voz.  ¡Había  llamado  para  despedirse!—. ¿Cómo estás? ¿Te lo has pasado bien? ¿Qué has hecho?

—Romperme la pierna.

—¿Qué? —pensó  que  no  había  oído  bien—.  ¿Cuándo?  ¿Cómo  ha sido?  ¿Estás  bien?

—Sobreviviré. Sólo necesito que me hagas un favor.

—Lo que quieras.

Saltó de la cama, arrellanó la almohada y estiró la colcha como si él pudiera ver dónde estaba.

—Llama al teléfono que voy a darte para que me envíen un coche al aeropuerto. Llegaré a las dos de la tarde. Tomaría un taxi, pero será más fácil de esta manera.

Le dictó un número que Paula anotó con rapidez.

—Llamaré ahora mismo, pero...

—Gracias. 

Y  colgó  antes  de  dejarle  decir  una  palabra  más.  Paula se  quedó  mirando al aparato aturdida. ¡Y ella que había esperado que llamara para despedirse! Bueno, pues no iba a ser una despedida. Todavía no si él estaba lesionado. Sintió  que  aquella  débil  melancolía  que  la  había  atenazado  todo  el  día  se  evaporaba ligeramente. Descolgó el teléfono y llamó a su casa.

—No llegaré mañana —dijo sin preámbulos.

David no se puso nada contento. Su madre menos. Había que elegir las flores y el menú y la esperaban doscientas invitaciones para mandar.

—Ya lo haré más adelante.

 Y  cuando  colgó,  se  sintió  infinitamente  más  liviana.  El  pobre  Pedro se  había  roto  la pierna.

—¿Qué diablos estás tú haciendo aquí?

Pedro miró a Paula alucinado.Había tenido un vuelo espantoso. El tobillo, escayolado para dos semanas más, estaba todavía dolorido e inflamado después de siete días de la operación y tres días después de que le dieran el alta en el hospital.Podría  haber  vuelto  a  Nueva  York  entonces,  pero  había  aguantado  y  había  pagado un servicio de habitaciones en espera de que Paula hubiera partido ya.Y ahora, que lo ahorcaran si no lo estaba esperando a la salida del avión.Ella  pareció  un  poco  perturbada  al  verlo  antes  de  lanzarse  hacia  adelante  con  una sonrisa de ánimo en la cara.

—¡Oh, Pedro!

Pero  él  no  se  sentía  animado.  Se  mantuvo  rígido.  Si  arrojaba  sus  brazos  alrededor  de  él  no  sabía  lo  que  haría.  Un  hombre  tenía  una  capacidad  de  aguante  limitada  y  Pedro casi había  gastado  la  mayor  parte  de  la  suya.  Se  sentía  abatido  y  deprimido  y  no  quería  comportarse  como  un  adulto.  ¡Y,  desde  luego,  no  quería  a  Paula allí!

Inevitable: Capítulo 47

No  lo  pudo  creer  cuando  vio  revolotear  los  primeros  copos.  La  temperatura  bajó con brusquedad y el viento se levantó. Pedro se dió la vuelta.Pero no se había preparado para la nieve, así que acabó en el motel empapado y tembloroso y con ampollas en los talones y en las manos. Más programas malos en la televisión.No  fue  hasta  que  estuvo  bajo  la  ducha  caliente  cuando  se  acordó  de  que  no  volvería a ver a Paula nunca.De alguna manera, no era tan reconfortante como había creído.Se echó en la cama y su imagen lo asaltó sonriente y sensual. Lanzó un gemido.Entonces hizo lo que se había jurado no hacer. Buscó en el fondo de la mochila y sacó las fotografías que había escondido bajo los calcetines. Eran las fotografías que había  sacado  a  Paula el  primer  día.  Paula  desnuda  y  tentadora.  Y  también  había  otras fotos de ella. Algunas que le había sacado al final de algún rollo que no se había acabado.  En  algunas  estaba  pensativa  y  riendo  en  otras,  pero  estaba  igualmente  tentadora.No debería haberlas llevado. No recordaba por qué lo había hecho. Bueno, sí lo recordaba.Se  había  convencido  de  que  las  miraría  cada  pocos  días  para  comprobar  su  resistencia contra ella.

Pero  a  juzgar  por  su  reacción  en  ese  momento,  todavía  le  quedaba  mucho  camino para ganar aquella batalla. Quizá  fuera  por  eso  por  lo  que  volvió  a  la  montaña  en  cuanto  la  nieve  se  derritió en el pueblo.

—No creo que deba hacer senderismo con este tiempo —le dijo el recepcionista al salir—. Está todavía muy helado arriba.

Pero  las  predicciones  del  tiempo  eran  buenas  para  unos  cuantos  días  y  Pedro necesitaba distracción. Con desesperación.

—Sobreviviré —contestó.

Tres  días  más  tarde,  pensando  en  Paula en  vez  de  en  dónde  ponía  el  pie,  se  resbaló. Y cayó.Se rompió la pierna.Sobrevivió, pero por poco.En menos de veinticuatro horas estaría de vuelta en casa. Paula se sentó en la cama de Pedro e intentó imaginarse a sí misma en Iowa a la salida del avión, cuando se encontrara a David con los brazos abiertos. Tenía  el  equipaje  ya  preparado.  Las  plantas  de  Pedro estaban  regadas  y  todo  estaba  limpio  y  recogido  en  espera  de  su  llegada.  Hasta  había  horneado  algunas  pastas de bienvenida para que las encontrara al llegar. Pero no podía dejar de soñar con que llamara antes de su partida. Para despedirse y darle las gracias.Para oír su voz por última vez.

—Gracias —susurró a la habitación vacía.

Sabía  que  no  debería  estar  allí.  Tenía  todo  el  apartamento  para  ella  sola  y  sin  embargo  ningún  sitio  le  resultaba  tan  acogedor  como  aquél.  Curiosamente  allí  no  había fotos suyas, sólo tres instantáneas, una de Sonia de joven, otra con su marido y su hijo y otra de una pareja que debían de ser sus padres.El  hombre  tenía  la  misma  intensa  mirada  de  Pedro y  la  mujer  su  rápida  sonrisa.  Estaban  de  pie  frente  a  la  heladería  de  Collierville,  que  Paula reconoció  al  instante.  Había sonreído al verla por primera vez y había sentido una añoranza familiar. Probablemente por eso fuera allí. Porque se sentía más cerca de casa.¿O porque se sentía más cerca de Pedro? Apartó aquella idea de su mente con firmeza.Se iba a ir a casa.Al día siguiente estaría allí y su experiencia de Nueva York habría acabado. Su vida,  la  vida  que  había  planeado  desde  los  dieciocho  años,  estaría  frente  a  ella  de  nuevo.

Inevitable: Capítulo 46

Paula no  se  acostó  en  la  cama  de  Pedro.  Sin  embargo,  fue  a  su  habitación  más  veces de las necesarias para el bien de su cordura.Por supuesto, al no tener que ir más al estudio, tenía plena libertad para hacer lo  que  quisiera  en  las  dos  semanas  siguientes,  así  que  visitó  todos  los  museos  importantes que le faltaban por ver.Pero la mayor parte del tiempo se quedó en el apartamento de Pedro aprendiendo a conocerlo.Se  había  sentido  impresionada  al  instante  por  las  enormes  habitaciones  que  daban al parque, pero lo que más le impresionó fueron las fotografías de las paredes.Y lo que explicaban de él. Allí no había bellezas femeninas e incluso había pocas mujeres. La mayoría eran de  niños  y  ancianos.  Y  para  sorpresa  de  Paula,  muchas  habían  sido  sacadas  en  Collierville. Empezó a reconocer algunos lugares y personas. En todas veía la misma intensidad  que  Pedro aportaba  a  su  trabajo  de  cada  día.  Pero  veía  más.  Veía  intercambio,  cariño,  compasión,  preocupación.  Veía  el  tipo  de  conexión  emocional  entre el artista y el sujeto que no se encontraba en su trabajo comercial desde el libro de Catalina Neale. O sea, que en otro tiempo le había importado. Y cuanto más veía, más deseaba saber por qué había cambiado tanto.La chica que le vendió la licencia de pesca tenía rizos dorados. Bonitos.  Pero  no  resplandecían  bajo  el  sol.  No  como  unos  que  él  conocía.  Las imágenes se colaban en su mente con tal rapidez que no podía contenerlas. No  quería  pensar  en  Paula Chaves.  Había  recorrido  medio  continente  para  olvidarse de ella.Pero la tenía metida en la cabeza a cada paso que daba.La  forma  en  que  sus  rizos  destellaban  al  sol,  la  forma  en  que  sus  labios  se  curvaban  en  una  deliciosa  sonrisa.  La  forma  en  que  sus  caderas  se  balanceaban  cuando  cruzaba  una  habitación  y  sus  senos  se  agitaban  al  ir  a  alcanzar  algo  en  una  estantería. Los cánones de belleza de todas las mujeres que él conocía condenaban todo lo que  tenía  Paula.  Su  pelo  no  era  nunca  ni  tan  rubio  ni  tan  ondulado.  Los  labios  no  eran  tan  jugosos  y  curvados  y  sus  caderas  eran  mucho  más  estrechas.  Los  demás  senos no tenían atractivo ninguno. Los de Paula sí. Todavía. Maldición.


Intentaba  olvidarla,  pero  cada  vez  que  veía  a  una  rubia  o  que  unas  caderas  se  balanceaban ante él, la recordaba. Volvió  al  motel  y  encendió  la  televisión,  pero  la  programación  que  había  no  le  distrajo en absoluto.Al  día  siguiente  mejorarían  las  cosas,  se  prometió  a  sí  mismo.  Estaría  tan  ocupado haciendo  senderismo   y   contemplando   el   maravilloso   paisaje   que   no  pensaría en absoluto en Paula Chaves. Pero el día siguiente no fue mejor que el anterior, descubrió al terminar.


De hecho, fue peor.Pedro alquiló un coche y subió hacia las montañas. Eran tan bellas como había esperado y no tardó en dejar atrás la civilización.Abandonó la carretera de montaña en la entrada del sendero que tenía marcado en el mapa, se colgó la mochila y se dispuso a recorrerlo.Tenía  un  mapa,  un  libro  con  cada  sendero  que  merecía  la  pena  y  estaba  en  forma y sano. No podía ser difícil.Pero se había olvidado de la altitud y de que sus botas eran nuevas. Y también de que en Montana, incluso en pleno verano, podía nevar.¿Nieve?

miércoles, 21 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 45

A última hora de la mañana del sábado, recogió todas sus pertenencias y Rafael buscó un taxi para irse los dos a la casa de Pedro.

—¿Qué diablos está haciendo él aquí? —preguntó Pedro en cuanto se abrieron las puertas del ascensor y vió a Rafael seguirla con sus maletas.

—Me está ayudando con el traslado. ¿Dónde ponemos las bolsas?

Pedro señaló al final del corredor antes de volverse hacia Paula.

—Podría haberte ayudado yo. Dijiste que se iba.

—Ah, el miércoles. Bueno, ¿Qué quieres que haga?

Pedro frunció el ceño en dirección a la habitación donde había desaparecido Rafael y giró la cabeza hacia la terraza.

—Ven, te lo enseñaré.

Primero le enseñó la habitación donde dormiría, muy espaciosa y con preciosas vistas a Central Park. Pero lo que le llamó la atención no fueron las vistas del parque, sino las fotografías de la pared. Eran fotos de niños jugando en blanco y negro.Encantada, Paula se acercó más.

—Vamos —le  importunó  Pedro—.  Te  enseñaré  lo  que  tienes  que  hacer  con  las  plantas.

Con  desgana,  se  apresuró  a  seguirlo.  Nunca  había  visto  un  departamento  como  el  de  Pedro.  ¡Era  inmenso!  Las  habitaciones  eran  palaciegas  con  vistas  al  parque  y  el  comedor  tenía  unas  puertas  correderas  que  daban  a  una  terraza  que  era  como  un  jardín, con árboles y arbustos en macetas. Era precioso.

—Si  llueve  mucho,  no  hace  falta  regarlas,  pero  si  no,  ahí  tienes  una  manguera.  Úsala cada dos días.

Le  enseñó  cómo  funcionaban  los  cierres  y  el  sistema  de  seguridad  y  le  dijo  el nombre del portero y el superintendente.

—Ellos te ayudarán si tienes algún problema.

—Parece  como  si  pudieran  cuidar  la  casa  mejor  que  yo  —dijo  Paula con  sinceridad.

—Quiero que se quede alguien a vivir aquí.

—Yo no discutiría con él —dijo Rafael con una sonrisa de buen humor—. Tienes una casa muy bonita.

—Gracias —dijo  Pedro con  sequedad—.  No  te  retrases  por  nosotros.  Quiero  enseñarle a Paula cómo funciona el triturador de basura. No hace falta que esperes.

—¡Oh, esperaré!. —Rafael  sonrió—. Nos vamos al Jardín Botánico.

Pedro se quedó muy rígido y le tembló un músculo de la mandíbula. Miró a Paula durante un largo momento con mirada impenetrable. Casi parecía dolido.Entones dijo:

—Bien —de  repente  pareció  tener  prisa—.  No  es  difícil.  Ya  lo  averiguarás  sola  —se dió  la  vuelta  y  sacó  sus  bolsas  de  lo  que  debía  ser  su  habitación.  Le  dió  dos  llaves y se dirigió a la puerta—. La pequeña es la del buzón. Está en el recibidor. El correo llega hacia las dos. Gracias. Adiós, Paula Chaves. Ha sido... interesante.

Y antes de que ella comprendiera que probablemente no lo vería nunca más, ya había desaparecido en el ascensor. Paula se  quedó  allí  parada  mirando  el  sitio  por  donde  había  desaparecido,  sintiendo una profunda vaciedad hasta que Rafael se acercó a ella.

—¡Eh! ¿Qué te parece si nos vamos a comer?



Había sido una buena idea. Y lo único que podía haber hecho, se aseguró Pedro al sentarse en el avión.Tenía  a  alguien  que  cuidara  de  su  casa,  le  estaba  haciendo  un  favor  a  su  hermana y al mismo tiempo la estaba protegiendo de los lobos sin escrúpulos.¡No era culpa suya si ella era lo bastante estúpida como para acompañar a uno al Jardín Botánico!

Y él pensaba disfrutar. Iba a relajarse y a descansar, a olvidarse de todo menos de los arroyos y los nos limpios, de los osos y ciervos, peces y todo lo que fuera vida salvaje. Iba a respirar el fresco aire alpino de Montana y a hacer ejercicio.Se  iba  de  vacaciones  y  no  pensaba  dedicar  un  solo  minuto  a  pensar  en  Nueva  York, en Paula  o en su profesión. Ni uno solo.Lo  borró  todo  de  su  mente  en  cuanto  el  avión  despegó.  Cerró  los  ojos  y  le  dio  vacaciones a sus pensamientos.¿Dormiría ella esa noche en su cama?

Inevitable: Capítulo 44

Pedro lanzó un bufido. ¿Y cómo lo sabía? ¿Es que también lo había besado?Pero  no  se  lo  preguntó.  Se  pasó  el  resto  de  la  mañana  despotricando  y  metiéndole prisa aunque Paula ya trabajaba todo lo aprisa que podía.Deseaba darle una patada al estúpido de David y decirle que moviera el trasero para  ir  a  Nueva  York  y  vigilara  a  su  prometida  él  mismo.  ¡Aquélla  no  era  su  obligación, eso estaba claro! Pero de alguna manera, no dejaba de hacerlo. Necesitaba unas vacaciones. Con desesperación.No  había  tomado  vacaciones  en  años.  De  hecho  ya  ni  recordaba  la  última  vez  que las había tenido. ¿Y si lo hacía ahora?Eso  le  ahorraría  muchos  problemas.  Por  una  parte  le  mantendría  apartado  de  Paula y  por  otra  evitaría  que  ella  se  metiera  en  la  boca  del  lobo.  Si  él  se  iba,  podría  dejarle su propio apartamento las dos últimas semanas.Y cuando volviera, ella se habría ido para siempre.¿Cómo no se le había ocurrido antes?

—Olvídate  del  lobo  —dijo  Pedro con  brusquedad  a  la  mañana  siguiente—. Puedes mudarte a mi casa.

A Paula casi se le cayó el reflector que tenía entre las manos.

—¿Qué?

—Ya  me  has  oído.  Y  no  me  mires  como  si  acabara  de  hacerte  una  proposición  indecente. No estaré allí. Me voy de vacaciones.

—¿Vacaciones?

¿Y  por  qué  no  lo  había  dicho  antes?  Paula miró  a  Cecilia que  se  acercó  en  ese momento por detrás de él. Parecía igualmente asombrada. Pedro parecía impaciente.

—¿Ya sabes lo que son unas vacaciones?

 Descanso, respiro, relajación. Estar dos semanas echado en una hamaca y disfrutar de no hacer nada. Pero Paula seguía dudosa.

—¿Ahora?

 —Ahora —Pedro era firme—. Este sábado. Durante dos semanas.

—¿Y adonde vas? —preguntó Cecilia.

—A la montaña.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Cecilia en cuanto Pedro se fue.

Paula sacudió la cabeza.

—No lo sé. No había dicho nada de unas vacaciones hasta ahora.

—No  sabía  ni  que  conociera  la  palabra  —Cecilia batió  los  párpados—.  Aunque  no es mala idea. Ha estado muy tenso últimamente.

—Echará de menos a Aldana —dijo Paula.

No supo por qué, pero sintió un vacío al decirlo.

—Puede ser. Estaban muy enrollados antes de que ella se fuera. Y ella creo que está por el oeste. Me pregunto si Pedro irá para allá.

Se iba a Montana, le explicó a Paula más tarde. Ya había hecho reservas para el sábado después de comer.Ella  podría  mudarse  allí  por  la  mañana  y  le  daría  las  instrucciones  de  dónde  dormiría y de lo que tenía que encargarse.

—Puedes regar las plantas, recoger el correo y el periódico de la mañana.

Todo  estaba  limpiamente  planeado.  Ni  siquiera  le  había  preguntado  si  quería  cambiar de planes. Lo daba por supuesto.Todo lo que Paula consiguió decir fue:

—Pero  si  te  vas  a  ir,  no  hace  falta  que  me  quede  yo.  ¿Para  quién  estaría  trabajando?

—Para  mí.  Necesito  que  alguien  cuide  de  mi  casa.  Y  así  te  pasarás  el  resto  del  verano haciendo turismo como planeabas. A menos que pretendas dejarme tirado.

—No, no. Por supuesto que no. Me quedaré.

Y eso fue lo que hizo.

Inevitable: Capítulo 43

Rafael tenía una proposición para ella.

—Me voy de nuevo la primera semana de agosto —le dijo—. Vuelvo al trabajo. Y  sé  que  tienes  la  casa  de  Karina hasta  finales  de  julio,  así  que  pensé  que  podías  quedarte en la mía tus dos últimas semanas antes de que vuelvas a casa.

Paula lo miró a través de la mesa asombrada.

—Rafael... yo, yo.... ¡Qué amable por tu parte!

 No había pensado en ello.Había tenido tantas cosas en qué pensar que no había tenido tiempo de planear adonde iría cuando volviera Karina.Rafael se encogió de hombros.

—Era sólo una idea.

Paula le sonrió.

—Una idea muy amable. Has sido muy amable conmigo, Rafa.

 Él pareció un poco turbado.

—No es difícil. Eres una vecina mucho más fácil que Karina.

Paula parpadeó y ladeó la cabeza.

—¿Qué quieres decir?

—Nada.

Rafael se concentró en el sandwich que la camarera acababa de ponerle delante. Ella  le  dirigió  otra  mirada  y  decidió  no  preguntar  más.  Ya  tenía  suficientes  problemas propios como para involucrarse en lo que estaba pasando entre Karina y Rafael.

—Lo pensaré —prometió—. Es realmente tentador.

—Bueno, ya sabes que eres bienvenida. Siempre.

Paula le sonrió y deseó una vez más que su relación con el sexo opuesto fuera tan sencilla como aquélla.Si  Pedro hubiera  sido  como  Rafael  su  verano  hubiera  sido  como  una  balsa  de  aceite.

—La vida —recordó las palabras de la hermana Carmen— no es siempre fácil. No sería interesante si lo fuera.

Pues ella casi prefería en ese momento que no fuera interesante.



—¿Qué  diablos  quieres  decir  con  te  vas  a  vivir  con  Rafael?  ¿Qué  ha  pasado  con  David o como se llame?

—Ya sabes que se llama David. Y no he dicho que me vaya a vivir con Rafael. He dicho que me iba a su departamento.

—Perdona  si  no  consigo  entender  la  diferencia.  Su  apartamento  implica  que  él  vive allí.

—Sí, pero...

—¿Y no se ha ido?

—No, pero...

—¡Entonces te vas a vivir con él! —gritó—. ¿Cómo se llama si no?

Paula suspiró.

—Él se va a trabajar de nuevo. Se va el miércoles.

—El miércoles. ¿Y cuándo se supone que te trasladas tú?

—Bueno, el sábado. Es el día que vuelve Karina y va a traer a algunos amigos, así que...

—¡Lo que quiere decir que vas a estar cinco días viviendo con Rafael!

—Bueno, es un apartamento grande.

—No tan grande.

—Rafael no está interesado en mí.

—¿Es que es homosexual? Entonces está interesado en tí.

—Pero yo...

—Si dices la palabra prometida una sola vez más, te despido.

—Iba a decir que no estoy interesada en él.

Inevitable: Capítulo 42

Mirándolo así, había triunfado. Bueno, quizá ella no fuera una mentirosa tan buena, pero podría engañarse un poco. Podría salir del baño y sonreírle a Pedro como si no hubiera pasado nada. Sí, eso era lo que haría. Cuando llegó a la zona de recepción, no estaba allí. Pudo ver que estaba en el estudio haciendo el trabajo que debería hacer ella.Se fue a ayudarlo. Pero él la despidió.

—Me las puedo arreglar solo.

Pero  Paula sacudió  la  cabeza  resuelta  y  alcanzó  la  cámara  que  él  estaba  cargando.

—Es mi trabajo.

Pedro soltó la cámara y se dió la vuelta.

—¿Pedro?

Él volvió la vista, pero ella mantuvo la suya fija en la cámara.

—Siento...  lo  que  ha  pasado.  Normalmente  no  estoy  tan  susceptible.  Debe  de  ser el mal momento del mes.

Él la miró un largo instante y ella alzó despacio la vista. No fue fácil, pero por fin él pareció convencido.

—No debería haberte dicho lo que te dije —murmuró él.

—Tenías razón.

—No, yo... —se frotó el cuello—. No eras tú. Quiero decir que no parecías tú.

—Ya lo sé —esbozó ella una débil sonrisa—. ¿Parezco más yo ahora?

—Sí.

Paula respiró  un  poco  más  aliviada  y  terminó  de  cargar  la  película.  Al  menos  habían restablecido un pequeño hilo de comunicación.

—¿Quieres... quieres ir a comer?

La invitación de Pedro fue vacilante. Y sorprendente

-Gracias, pero he quedado con Rafael—declinó ella con educación.

Era  solamente  la  verdad,  pero  aunque  no  lo  hubiera  sido,  tendría  que  haberse  inventado algo. Pedro era una tentación. Una que ella resistiría. Pero había un límite para su resistencia.Y no estaba segura de que ese límite incluyera la comida. Así que podía salir con Rafael y hacerle un hueco en medio de un día de trabajo pero no podía molestarse por su jefe.

Bueno, ¿Y a quién le importaba?A Pedro no.Sólo se lo había ofrecido porque se había sentido cruel al verla romper a llorar por el asunto del carmín. ¿Quién iba a suponer que fuera tan sensible?Ése era el problema con las mujeres. Eran tan volátiles. Y no era que él hubiera querido ir a comer con ella. Sólo había pensado que la alegraría. Dió  una  patada  a  un  reflector  y  frunció  el  ceño  hacia  la  puerta  por  donde  ella  había desaparecido media hora antes apresurada para no llegar tarde.

—Volveré a la una —había dicho a sus espaldas al salir.

—Tómate  el  tiempo  que  quieras  —había  murmurado  Pedro—.  ¡Tómate  todo  el  día! ¡Tómate el resto de tu vida! ¡No vuelvas nunca!

Pero  por  supuesto  ella  no  había  oído  nada  de  aquello.  La  puerta  ya  estaba  cerrada. Pedro se metió las manos en los pantalones y paseó por el estudio.

—¡Mujeres! —farfulló—. ¿Quién las necesita?

Sentía ganas de darse de cabezazos contra la pared.

Inevitable: Capítulo 41

—¡Y no significaba nada para ella! Realmente no.

Sólo había sido algo inesperado y traumático. Y, además, nunca la había besado nadie salvo David. Simplemente no había sabido cómo asimilarlo.Pero era una mujer adulta. Debería ser capaz de superarlo.Se  frotó  la  cara  y  se  miró  al  espejo.  Tenía  las  mejillas  más  rojas  que  los  labios.  ¡Qué  idiota  había  sido  pintándose  los  labios  de  aquella  manera!  ¡Como  si  la  pintura  fuera capaz de protegerla!

Nada podría protegerla salvo actuar como la adulta que se suponía que era.«Has  llegado  hasta  aquí  de  lejos»,  se  recordó  a  sí  misma.  Aunque  se  había  paseado  todo  el  domingo  con  enormes  ojeras  por  el  apartamento  y  con  náuseas  después de una noche en vela, no había cedido a la tentación de llamar a David o salir volando para Iowa. De hecho,   cuando  su   madre  la  había   llamado para   preguntarle por   las   invitaciones  de  la  boda  y  para  decirle  lo  irresponsable  que  era  por  permanecer  todavía   en   Nueva   York,  se había  sorprendido  a  sí   misma   defendiendo   con   vehemencia su decisión de haber ido.


—No  querrás  que  me  pase  como  a  la  hermana  de  David,  ¿Verdad?  —había preguntado—. Ella y Kevin se casaron sin pensarlo y cinco años después estaba a la puerta de la casa de sus padres con tres niños.

—¡Tú nunca harías eso! —había exclamado su madre.

—No, no lo haré. Y venir a Nueva York es mi forma de asegurarme de ello.Su madre había vacilado un instante.

—¿No estarás pensándolo mejor, Pau?

—¡No! ¡Por supuesto que no!

No lo estaba. Su mente no lo estaba. Pero la noche anterior, su cuerpo y sus emociones la habían traicionado.Cuando había besado a Pedro ni siquiera había pensado en David. Al menos hasta que él había roto el abrazo, porque había sido él, con un gesto de asombro y angustia como ella sintió en ese momento. ¿Estaba pensándoselo mejor?No sabía lo que le estaba pasando.¿Sería  aquel  el  tipo  de  tentación  del  que  había  hablado  la  hermana  Carmen?  ¿Sería Pedro su tentación?Y si se resistía, cuando se resistiera, ¿Sería su compromiso con David mucho más fuerte?

—Sí, decidió.

Eso era. El beso había sido la tentación y ella había resistido. Al fin y al cabo, sólo había sido un beso.

lunes, 19 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 40

La mente era algo maravilloso.Versátil. Flexible. Capaz de locuras inesperadas.Eso  era  al  menos  lo  que  pensaba  Pedro,  porque  a  la  tarde  siguiente,  ya  había  llegado a una conclusión racional para haber besado a Paula. Lo había hecho por el bien de ella.Tardó en llegar a aquella conclusión. Pero su mente no dejó de funcionar toda la noche.Había  vuelto  a  casa  caminando  desde  su  casa.  Había  pensando  que  el  aire  fresco le despejaría la cabeza. Pero no lo había conseguido, sino que había vuelto a casa como en un baño de vapor.En lo único que había podido pensar era en el sabor de los labios de Paula, en su  suavidad  bajo  la  insistente  presión  de  los  de  él,  en  la  forma  en  que  se  habían  abierto para permitirle la entrada dándole la oportunidad de rozar sus dientes con la lengua.Sintió un estremecimiento por todo el cuerpo.Le  había  producido  dolor,  de  la  cabeza  a  los  pies.  Y  le  hacía  desearla  cada  vez  que pensaba en ello.¿Qué diablos le había poseído?¿Y  qué  diablos  le  había  poseído  a  ella?,  pensó  rabioso.  Era  ella  la  que  estaba  prometida, por Dios bendito. No tenía derecho a besar a otro hombre.Y lo había besado a él.

Puede  que  lo  hubiera  empezado  él,  pero  ella  podría  haber  ladeado  la  cabeza,  porque,  diablos,  estaba  tan  apetitosa  y  preciosa.  Pero  ella  podría  haber  apretado  los  labios, haberlo empujado, haberlo hecho menos excitante que besar a su abuela.Pero no lo había hecho.Se  había  derretido  bajo  su  contacto.  Se  había  abierto  a  él  como  una  flor  bajo  la  suave lluvia de primavera. Había deseado que la besara, maldita sea. Y había deseado más que un beso.Y él también.Y eso lo asustaba a muerte.Pedro Alfonso no le hacía el amor a chicas que no conocían las normas. El sólo trataba con mujeres mundanas que lo retaban a cambio. No había angustia, dolor ni corazones rotos en aquellas relaciones.Sólo  lo  había  hecho  para  asustarla,  intentó  convencerse  el  resto  del  fin  de  semana.De  hecho,  al  llegar  el  lunes  por  la  mañana  cuando  salió  para  el  trabajo,  estaba  medio convencido de que Paula podría haberse vuelto ya a casa. Pero  en  cuanto  abrió  la  puerta  del  estudio,  la  encontró  sentada  a  la  mesa  de  Eliana. Paula dió  un  respingo  en  cuanto  lo  vió  antes  de  bajar  la  mirada  hacia  el  documento que tenía en la mano.

—Has llegado pronto —dijo él con tono acusador.

Pero ella no alzó la cabeza. Bajo la cascada dorada, Pedro notó que estaba pálida y que lo había intentado disimular con demasiado colorete.

—Y  estás  demasiado  roja.  Parece  como  si  hubieras  usado  el  colorete  de  tu  abuela.

Paula alzó entonces la vista. También llevaba demasiado carmín en los labios y notó   que   empezaba   a   temblarle   el   inferior.   Se   levantó   entonces   y   se   dirigió   apresurada hacia el cuarto de baño.

—No  es  para  tanto  —gritó  él  a  sus  espaldas—.  No  hace  falta  que  te  pongas  a llorar.

La única respuesta que obtuvo fue un portazo desde el baño.Paula había  hecho  muchas  cosas  estúpidas  en  su  vida,  pero  después  de  ese  verano, ni con los dedos de los pies y las manos juntos podría contarlas.Pero la más estúpida, la más absolutamente imbécil había sido romper a llorar en ese mismo momento.Había tenido treinta y tres horas para asimilar lo que había sucedido entre ella y Pedro el sábado por la noche y superar aquel beso. Ya debería haberlo puesto a sus espaldas. Para él no había significado nada.

Inevitable: Capítulo 39

Pedro la llevó a casa. Se mantuvieron sentados a cada extremo del asiento en el taxi  de  camino  a  casa.  Pedro  miraba  por  la  ventana  con  los  puños  apretados  sobre  los  muslos. Pero Paula no tenía ni idea de en qué estaba pensando. Ella, con las manos entrelazadas en el regazo y el corazón en un puño, intentaba no pensar en absoluto.No había tráfico y, sin embargo, el camino se le hizo eterno. Apenas paró el taxi frente  a  la  casa  de  Karina,  cuando  Paula abrió  la  puerta  apresurada  y  saltó  fuera.  Pero el maldito Pedro salió tras ella.

—Estoy bien —dijo ella sin mirarlo mientras se apresuraba a meter la llave en la cerradura—. No hace falta que subas conmigo.

—Es lo menos que puedo hacer.

Paula se trabó con la llave y él se la quitó de las manos para abrir con facilidad la puerta y devolvérsela. Ella se dió la vuelta y dijo con rigidez:

—Gracias por una noche tan agradable.

—Espera, te acompaño hasta arriba.

Ella  iba  a  protestar,  pero  no  lo  hizo.  Sólo  empeoraría  la  situación.  Asintió  con  brusquedad y lo precedió con la mayor rapidez que pudo. La puerta del apartamento era más fácil de abrir que la puerta principal, por suerte. Y por suerte también, Cecilia, que se había quedado para abrir a los fontaneros, ya se había ido. Paula no se sentía con fuerzas para hablar con nadie, así que en cuanto tuvo la puerta abierta, se volvió hacia Pedro.

—Gracias —dijo  con  firmeza. 

Sabía  que  lo  educado  sería  sonreírle,  pero  sólo  conseguiría una sonrisa hipócrita.

—Buenas  noches  —dijo  con  voz  quebrada  al  cerrar  la  puerta  sin  mirarlo  siquiera.

Entonces   se   apoyó   jadeante   contra   la   puerta   hasta   escuchar   sus   pasos   desvanecerse  de  forma  gradual.  Se  cruzó  los  brazos  contra  el  pecho  y  se  quedó  allí  temblando.Ni siquiera estaba segura de por qué. No estaba segura de si se arrepentía más del beso de Pedro o de que hubiera deseado que la besara.Todo era un barrizal, un lío, su mente, su corazón, su vida entera.

—Eso es lo que has conseguido por jugar y no estar satisfecha con lo que tenías.

Se  apartó  de  la  puerta  y  se  fue  a  la  cocina.  El  fontanero  había  estado  sin  duda  allí,  los  grifos  ya  funcionaban  de  nuevo.  Paula  se  salpicó  agua  fría  en  la  cara.  Entonces  se  despojó  del  vestido  allí  mismo,  se  quitó  la  banda  de  brillantes  falsos  y  metió  la  cabeza  bajo  el  grifo.  El  agua  helada  le  produjo  un  escalofrío  por  la  espina  dorsal.

—Es  bueno  para  tí —dijo  en  voz  alta  antes  de  buscar  una  toalla  y  frotarse  el  pelo y la cara para quitarse el maquillaje y volver a la realidad.

Entonces fue cuando se fijó en la nota de Cecilia en la mesa.La recogió y la leyó:

—"Ha llamado David. Es encantador. Llámalo y cuéntale lo de la fiesta."

Sí, pensó ella al soltar el papel. Sí, David era encantador. Y amable. Y mucho más sólido  y  sensible  de  lo  que  era  ella.  Deseaba  decirle  que  había  sido  una  tonta,  que  había cometido un error y que volvería a casa en el siguiente avión.Pero no podía. David  era  un  granjero.  Se  levantaba  cada  mañana  a  las  cuatro  y  media  y  debía  llevar  horas  dormido.  No  tenía  derecho  a  despertarlo  para  descargar.  Y  de  todas  formas,  tampoco  podría  descargar  con  él.  De  ninguna  manera  podría  explicarle  lo  que no entendía ella misma, por qué se había sentido atenazada hasta el corazón por ser besada por Pedro Alfonso.

Inevitable: Capítulo 38

Allí estaba Pedro parado.Estaba  igual  que  Franco  al  llegar  a  la  azotea:  expectante,  intenso,  deslizando  la  mirada de un grupo a otro con rapidez. Entonces la divisó y se dirigió directamente hacia ella.Con  rapidez  y  una  ansiedad  que  la  sorprendió  a  sí  misma,  Paula se  levantó apresurada.

—¡Pedro!

Justo entonces pareció notar él con quién estaba sentada y su expresión se cerró de repente. Asintió con cortesía en dirección a Isabel, pero apretó los labios al volverse hacia Franco. Se miraron los dos como dos gladiadores, pensó Paula.

—MacCauley —Pedro ladeó la cabeza con frialdad.

—Alfonso—replicó Pedro.

—¿No  quieres  sentarte?  —interrumpió  cortés  Isabel  en  el  silencio—.  Fran  puede  buscarte otra silla.

Franco no  parecía  tener  ninguna  gana  de  molestarse  por  Pedro,  pero  de  todas  formas fue innecesario.

—Sólo he venido a buscar a Paula.

La tomó de la mano y empezó a arrastrarla.

—Pero...

—Ahora —susurró Pedro encaminándose hacia las escaleras.

Ella se volvió para despedirse del matrimonio.

—Espero que nos veamos de nuevo.

—Nos veremos —prometió Isabel.

—¿Qué  es  tan  urgente?  —preguntó  Paula cuando  Pedro la  arrastró  por  las  escaleras.

—No hace falta que te confabules con el enemigo.

—¿Enemigo? ¿Franco e Isabel MacCauley?

—Es una forma de hablar —murmuró Pedro—. Franco me quitó el trabajo.

—¿Qué trabajo?

—El de Palinkov.

Paula se paró en seco.

—¿No conseguiste el trabajo de Palinkov?

—No.

Ella le posó una mano en el brazo.

—Lo siento.

Pero Pedro se zafó de ella.

—No necesito tu simpatía.

—¡Pero querías ese trabajo!

—¡Por supuesto que quería ese trabajo! ¡Era un pastel!

—Pues  siento  que  no  lo  hayas  conseguido.  Me  gustaría  ver  lo  que  ha  enviado  Franco. Debe ser terriblemente bueno para haber superado lo tuyo.

Pedro se encogió de hombros.

—Un asunto de opiniones. O de visión.

Ella le rozó el brazo de nuevo deseando que la mirara.

—Pero tú tienes una visión increíble, Pedro.

No lo había dicho como un halago. Sólo lo había dicho porque era verdad.Ella admiraba su trabajo y su visión. Y quería, necesitaba decirle cuánto. No había pretendido hacer que él la besara. Él no había pretendido besarla nunca. ¡Al menos no así!No  con  ternura  y  delicadeza.  No  lentamente,  tomándose  su  tiempo  para  paladear  sus  jugosos  labios  y  su  dulce  aliento.  No  había  querido  besarla  con  ansiedad, hambre e innegable pasión.A Pedro le gustaban los besos. Pero ya nunca quería los besos que importaban. El de Paula había sido importante. Al menos para ella. Lo pudo ver en su mirada cuando por fin se separaron y lo miró aturdida.Y para él. Lo pudo sentir en lo más hondo. El hielo cuartearse, el calor crecer, el dolor empezar. ¡No podía hacerlo!¡No debía!Se aclaró la garganta jadeante.

—Creo que es hora de que te lleve a casa.

Inevitable: Capítulo 37

Paula se  dió  la  vuelta  para  encontrar  a  un  delgado  hombre  atractivo  de  pelo  moreno  que  escrutaba  con  atención.  Cuando  divisó  a  Isabel  esbozó  una  sonrisa  y  se  dirigió a ellas francamente aliviado.

—Éste es mi marido, Franco MacCauley. Fran, ésta es Paula Chaves. Trabaja para Pedro.

Franco enarcó las cejas oscuras.

—¿Tú eres una de las chicas de Pedro?

—De  momento.  Sólo  estoy  aquí  para  pasar  el  verano.  Trabajo  con  su  hermana  en Collierville.

Tanto Franco como Isabel parecieron sorprendidos.


—¿Collierville?

—Iowa.

El matrimonio se miró con incredulidad.

—¿Pedro es de Iowa? —preguntó Isabel—. No lo sabíamos. Otra amiga nuestra, Josefina Fletcher, es de Iowa. Vive en Dubuque.

—Eso está a una hora sólo de Collierville —dijo Paula.

—Estuvimos allí el año pasado. Fran hizo una sesión en el hostal de Josefina y Lucas.

Ella y Franco parecían perfectamente satisfechos de hablar de sus buenos amigos de Iowa  que  ahora estaban  viviendo  en  Nueva  York,  pero  que  volvían  a  Dubuque  varias veces al año.

—Nos encantó aquello —dijo Isabel—. Yo volvería en cualquier momento.

—Buena  pesca  —acordó  Franco—. Creo  que  deberíamos  comprar  una  casa  allí  también. Fue un buen sitio para relajarse en cuanto las modelos desaparecieron.

—A  las  niñas  les  encantó  —dijo  Isabel  antes  de  lanzarse  a  explicarle  lo  de  sus  sobrinas adoptivas.

La  conversación  fue  fácil  a  partir  de  ese  momento.  Los  dos  sentían  curiosidad  por  saber  cosas  de  Collierville  e  Isabel  no  dejó  de  manifestar  su  sorpresa  de  que  Pedro fuera de allí.

—¿No lo sabías ? —le preguntó a su marido.

—Pedro y yo no hablamos.

—Bueno,  yo  sí  hablé  con  él  en  una  ocasión,  pero  no  recuerdo  que  me  lo  mencionara. Aunque por supuesto, él nunca habla de nada personal.

—Tú  le  sacarías  la  historia  de  su  vida  a  un  mudo  —dijo  Franco—.  Isabel  es  muy  cotilla.

—A Isabel le gusta la gente —le corrigió su mujer.

A Paula le cayeron bien los dos. Era fácil hablar con ellos y la sequedad de Franco se  veía  equilibrada  por  el  buen  humor  de  Isabel.  Era  la  primera  gente  que  veía  esa  noche con la que se sentía cómoda de verdad.Les preguntó más acerca de sus sobrinas y de su hijo de un año.

—Se llama Daniel—explicó Isabel—. En recuerdo de mi abuelo, que fue el que me crió. Pero le llamamos Dani.

—Por un motivo —dijo Franco con una sonrisa.

Paula se rió y la conversación fluyó con facilidad. Franco les fue a buscar bebidas frescas y arrastró unas sillas hasta la barandilla para poder sentarse de espaldas a la fiesta y hablar. Ya no hacía tanto calor. La brisa se había levantado un poco agitando el  pelo de Paula alrededor  de  su  cara.  Se  lo  apartó  de  una  sacudida  y  miró  a  sus  espaldas hacia las escaleras.

Inevitable: Capítulo 36

Pedro le apartó la mano a Catalina con suavidad.

—No lo hiciste —dijo con amabilidad.

Ella parpadeó.

—Yo pensaba que...

—Ha  sido  muy  agradable  volverte  a  ver.  Ahora,  si  me  disculpas,  tengo  que  buscar a mi pareja...


Había perdido a Pedro hacía horas. O al menos eso le parecía. Después de que Horton le hubiera hecho bailar una de  aquellas  canciones  de  Fred  Astaire  y  Ginger  Rogers  que  le  hizo  enseñar  su  ropa  interior  a  la  mitad  de  la  fiesta,  se  había  sofocado  tanto  que  había  tenido  que  ir  al  lavabo a salpicarse agua fresca en la cara.Cuando había vuelto, por suerte Pablo se había ido, pero Pedro no aparecía a la vista por ninguna parte.Ni tampoco pensaba ella colgarse de él toda la noche. Bastante era que la hubiera invitado a tener una experiencia de la intensa vida social de Nueva York. Pero lo que  ella  quería  era  salir  de  la  experiencia.  Había  demasiada  gente  con  intenciones y planes de los que ella no sabía nada en absoluto. Lo primero que hizo fue alejarse de los bailarines lo más posible, se fue al bar y le pidió un refresco de soda con un poco de granadina al camarero.

—Claro, pequeña.

El hombre le dirigió una sonrisa y un guiño y un momento después el refresco.Paula le dió las gracias y se apoyó contra una pared para pasar inadvertida. No  era  fácil  con  aquel  vestido.  Incluso  aunque  la  fiesta  estaba  plagada  de  modelos con la evidente intención de exhibirse, algunos hombres se fijaron en ella. Hombres  que  no  conocía  ni  quería  conocer,  y  que  parecían  muy  ansiosos  por  charlar, acorralarla contra una esquina y jadearle al cuello. Hizo  lo  posible  por  hablar  poco  y  mantenerlos  a  distancia  y  cuando  les  quedó  claro que no era modelo, ni representante de publicidad o que trabajaba para alguna agencia importante, perdían el interés con mucha facilidad, excepto los que insistían en terminar la fiesta con ella en su casa.

—Gracias, pero no —dijo educada hasta el final.

Entonces  se  escabulló  bajo  el  brazo  del  último  y  se  dirigió  a  las  escaleras  de  la  azotea.Había  bastante  menos  gente  allí.  Hacía  calor,  el  ambiente  estaba  húmedo  y  la  vista nocturna de la ciudad cambiaba el ambiente por completo. Paula prefirió  aquello.  Inspiró  con  fuerza  y  se  acercó  al  borde  para  posar  su  refresco y poder respirar.

—¿Escondiéndote?

Paula se dió la vuelta para encontrarse con una mujer sonriente. Era una mujer baja y apenas tenía pómulos. Y llevaba un vestido hawaiano tan flojo que parecía una túnica. Desde luego no era una modelo.Su picara sonrisa se ensanchó.

—No  me  encasillas,  ¿Eh?  No  te  preocupes.  Yo  tampoco  pertenezco  a  este  mundo. Me llamo Isabel.

—¿Isabel? Entonces conoces a Cecilia. Yo soy Paula Chaves. Trabajo para Pedro Alfonso. Cecilia me peinó esta tarde.

Isabel asintió.

—Ya me habló de tí. Y de tu vestido. Muy bonito, debo decir —se fijó en el traje de Paula con aprobación—. Me dijo que te buscara, que podías necesitar refuerzos.

—Estoy como pez fuera del agua —admitió Paula.

—Yo también —dijo Isabel  animada—. Pero Franco tiene que acudir a estas fiestas de  vez  en  cuando.  Él  tampoco  está  exactamente  en  su  elemento,  pero  lo  sobrelleva.  Esta  noche  estaba  obligado.  Va  a  conocer  a  un  diseñador  que  le  acaba  de  dar  un  trabajo  muy  importante  —miró  hacia  las  escaleras—.  Ah,  ya  debe  haber  terminado.  Ahí viene.

viernes, 16 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 35

Santiago  quería  hablar  de  la  última  sesión  de  fotografías  que  habían  hecho,  contarle  las  anécdotas  divertidas  y  hablar  de  fútbol.  Dos  de  las  modelos  que  habían  trabajado con ellos se detuvieron coqueteando. Pedro sonrió y asintió, pero sin dejar de mover la cabeza en busca de aquel vestido rojo y aquellos rizos dorados. Nada. No aparecían por ninguna parte.No  importaba,  se  aseguró  a  sí  mismo.  Era  lo  que  quería,  que  Paula se  sintiera  engullida  por  la  multitud.  Entonces,  ¿Por  qué  la  estaba  buscando?  ¿Es que le  importaba? ¡No!

—¡Pedro!  ¡Adivina  quién  está  aquí!  ¡Ven  conmigo!  —Estefanía estaba  de  vuelta  tirándole  del  brazo—.  Te  he  traído  a  una  vieja  amiga.  Nunca  imaginarás  con  quién  me encontré ayer en el Dumont.

Le dió la vuelta y Pedro se encontró cara a cara con la última mujer en la tierra a la que quería ver.

—Pedro, cariño. ¿Te acuerdas de Catalina Neale?

¡Catalina!No la había visto en persona al menos en ocho años. Quizá diez. Seguía estando tan  bella  como  siempre.  Su  cara  era  más  madura,  pero  no  tenía  arrugas  todavía.  Su  piel  era  inmaculada  y  el  pelo  largo  de  color  arena  que  solía  llevar  suelto  estaba  recogido  en  un  sofisticado  peinado.  Le  quedaba  bien  y  atraía  la  atención  hacia  su  elegante cuello de cisne acentuando la clásica belleza de sus facciones.

—Pedro—dijo  con  aquella  voz  susurrante  suya—.  ¡Me  alegro  de  volverte  a  ver!  Han pasado años.

—Sí —le  estrechó  la  mano  de  forma  muy  cortés  y  formal—.  Tienes  muy  buen  aspecto.

Ella sonrió.

—Tú también.

—¡Vamos,  lo  saben  hacer  mejor! —los  apremió  Estefanía—.  ¿No  se  ha  convertido  en una belleza, Pedro? Deberías sentirte orgulloso. Fuiste tú el que la descubrió, el que vió el potencial que tenía. El primero en capturar a Cata en película.

Catalina asintió.

—Él fue el que me lanzó.

Esbozó una sonrisa hacia Pedro.

—Fue un placer —replicó él apartando la mano de ella con la mayor suavidad que pudo.

—Losdejaré solos para que se pongan al día —dijo Estefanía apartándose—. ¡Yuju! ¡Rita!

Pedro esperaba  que  Catalina le  dirigiera  una  radiante  sonrisa  y  se  fuera  con  rapidez, pero en vez de eso, lo miró casi con preocupación.

—Nunca  quise  hacerte  daño,  Pedro—dijo  con  voz  casi  temblorosa  antes  de  apoyar la mano en su brazo.

En  la  distancia,  hablando  con  Rita,  Estefanía no  dejaba  de  observarlos.  Esa  era  su  forma de hacer combinaciones explosivas.

Inevitable: Capítulo 34

—Pero  ya  veo  que  te  has  traído  consuelo  contigo —la  mujer  miró  a  Paula de  arriba abajo con una sonrisa—. ¿Y quién es esta chica tan guapa, querido?

—Mi asistente —gruño Pedro—. Paula Chaves, Estefanía Kremmerer.

¿Aquélla era Estefanía? ¿Su anfitriona? ¿La agente de Pedro?

—¿Tu asistente? Estás de broma, ¿Verdad? He visto a tus chicas, Pedro. Esta no tiene nada que ver con ellas.

—Sin embargo lo es.

—Eso  es  exactamente  lo  que  soy,  señorita  Kremmerer  —dijo  Paula ofreciendo  la mano a su anfitriona—. He oído hablar mucho de usted. Gracias por dejarle a Pedro que me invitara.

Estefanía agitó una mano con desdén.

—Pedro siempre  hace  lo  que  quiere  —dijo  tomando  la  mano  de  Paula un  instante—.  Me  alegro  de  tenerte  aquí,  querida  —entonces  se  volvió  hacia  Pedro—. Tienes  que  hablar  con  Palinkov.  Que  te  conozca.  Demuéstrale  que  no  le  guardas rencor. Vamos. Está bajo esa palmera.

Empezó a arrastrarlo.

—Paula...

Estefanía detuvo a un fornido muchacho que pasaba con la otra mano.

—Pablo cuidará a Paula perfectamente. ¿Verdad, Pablo?

Pablo, un californiano de pelo rubio por el sol y ojos azules, esbozó una lenta sonrisa.

—Apuéstate los calcetines a que sí.

Pedro pareció dudoso.

Paula no  quería  que  se  sintiera  como  su  niñera.  Después  de  todo,  para  él  aquella  fiesta  era  de  trabajo  y  ya  había  sido  bastante  amable  en  invitarla.  Así  que  esbozó una radiante sonrisa y agitó la mano.

—Diviértete.

Pedro frunció el ceño.

—Diviértete tú también —murmuró mientras empezaba a seguir a Estefanía .

—¿Quieres mover el esqueleto? —preguntó Pablo.

—¿Mover el esqueleto? ¡Qué divertido!

Ella era una mujer adulta.No era su trabajo vigilarla y asegurarse de que no se sintiera fuera de lugar. ¡Maldición, si lo que quería era que se sintiera fuera de lugar!Quería que volviera a Iowa. Entonces,  ¿Por  qué  estaba  doblando  el  cuello  en  busca  de  un  vestido  rojo  prestando sólo atención a medias a una conversación importante? Se  portó  con  toda  cortesía  con  Palinkov,  besó  la  mano  de  su  mujer  como  el  caballero cosmopolita que quería aparentar y le aseguró que estaba deseando ver lo que hacía Franco MacCauley con su siguiente colección. Entonces se disculpó y se fue a buscar a Paula.No había rastro de ella por ninguna parte.Había oído al tal Pablo invitarla a bailar, pero tampoco estaba en la pista.

—¡Pedro! ¡Estaba pensando llamarte!

Era Santiago, uno de los representantes de una agencia al que no había visto desde hacía tiempo.

Inevitable: Capítulo 33

Le sonrió a Pedro, que le devolvió la sonrisa.

—Está deliciosa. Lo mejor que he tomado nunca.

—Tómala con calma —le aconsejó él.

Paula asintió sólo un poco enojada por su tono paternalista.

—No  te  preocupes  por  mí  —dijo  con  tono  animado—.  ¡Esto  es  maravilloso!  —hizo  un  gesto  a  su  alrededor  y  casi  le  derramó  la  bebida  a  una  mujer  que  pasaba—. ¡Oh, lo siento!

—Te  buscaré  algo  de  comer  —dijo  Pedro—.  No  te  metas  mucho  de  eso  con  el  estómago vacío.

Paula sacudió la cabeza.

—No lo haré.

—Quédate aquí —ordenó él—. Ahora mismo vuelvo.

—De acuerdo.

Pedro parecía nervioso, como si ella fuera a desvanecerse si la dejaba sola. Paula agitó la mano.

—Estoy  bien.  No  te  preocupes. 

Lo  vió  alejarse  entonces  hacia  la  mesa  de  los  aperitivos.   En   cuanto   lo   tragó   la   multitud,   ella   volvió   la   atención   hacia   la   sorprendente habitación.Ahora  veía  que  el  Cabeza  de  Diamante  era  parte  de  un  telón  pintado  que  colgaba  detrás  de  la  banda.  Delante  de  ella,  media  docena  de  parejas  bailaban  al  compás de las típicas canciones isleñas. Al otro lado de la sala, donde debería haber otra pared, pudo ver en la distancia a unos surfistas remontando olas gigantescas.

—¿Qué diablos...?

—¿Quieres pillar a uno grande, cariño?

Un  hombre  musculoso  con  camisa  chillona  le  guiñó  un  ojo  con  gesto  obsceno.  También agitó la cadera para dejárselo claro. Paula apretó la bebida con fuerza.

—Gracias, pero estoy esperando a alguien.

Entonces  esbozó  una  de  aquellas  sonrisas  educadas  pero  desdeñosas  que  tan  bien le había enseñado su madre a temprana edad.Aparentemente el hombre captó su intención. Se dió la vuelta y le dijo lo mismo a  otra  chica  para  conseguir  al  instante  una  respuesta más  favorable.  Paula se  alejó  acercándose  a  los  surfistas.  Ahora  podía  ver  que  era  un  vídeo  que  usaba  la  pared  como pantalla.Se  quedó  mirando  sin  hablar  con  nadie  sintiendo  el  mar  de  humanidad  alrededor de ella, todos riéndose, charlando, coqueteando. Podía notar el brillo febril en  algunos  ojos  y  el  de  especulación  en  otros.  Todo  el  mundo  presente  tenía  allí  un  plan, de eso estaba segura.

—Toma —Pedro le pasó un plato, examinó el nivel de su copa y asintió satisfecho antes de dar un bocado a un canapé—. Bueno, ¿Qué te parece?

—¡Desde  luego  no  tiene  nada  que  ver  con  Collierville!  —gritó  ella  por  encima  de las voces—. Aquí hay más anillados que pendientes normales.

—¡Pedro,  cariño!  —una  diminuta  mujer  de  pelo  plateado,  vestida  con  un  caftán  indio, lanzó besos al aire en dirección a Pedro antes de colgarse de su brazo—. ¡Me alegro tanto de que hayas venido! ¡Temía que estuvieras deprimido!

¿Deprimido? Paula miró a Pedro y lo vió esbozar una tensa sonrisa a la diminuta dama.

 —Yo no me deprimo, Estefanía. Eso ya lo sabes. El trabajo es el trabajo.

—Ah, sí, querido, pero me quedé alucinada cuando Palinkov dijo que no.

Paula frunció  el  ceño.  ¿No  era  aquél  el  diseñador  para  el  que  habían  estado  haciendo el portafolio? Miró a Pedro.

Inevitable: Capítulo 32

Paula casi  escuchó  rechinar  los  dientes  de  Pedro,  que  la  tomó  por  el  codo  y  la  apremió a pasar por delante de Rafael sin darle tiempo más que a esbozar una sonrisa.

—Discúlpenos. Llegamos tarde.

—Pensé  que  habías  dicho  que  la  fiesta  no  empezaba  hasta  las  nueve  —dijo Paula  al entrar en el taxi.

Pedro lanzó un bufido y no se dignó a responder.Ninguno de los dos habló en el camino hasta el centro. Paula no sabía qué decir para  que  no  se  arrepintiera  de  haberla  invitado.  ¿Y  quién  sabía  lo  que  él estaría  pensando?  Miraba  decidido  por  la  ventanilla  sin  hablar  hasta  que  le  dijo  al  taxista  dónde debía pararse. No  sabía  lo  que  había  esperado,  pero  desde  luego  no  una  manzana  de  edificios  que  parecían  almacenes.  Pensó  que  Pedro se  habría  equivocado,  pero  él  sólo  pagó y la hizo salir.

Al  bajarse  del  taxi,  alguien  abrió  una  de  las  pesadas  puertas  del  edificio  que  tenían detrás. Era un hombre con vaqueros blancos y chillona camisa hawaiana.El recibidor estaba oscuro, iluminado sólo por dos bombillas desnudas. Bajo los pies, Paula sintió el crujido del asfalto. Muy práctico. Muy antiguo. Y no muy limpio.El  ascensor  crujió  y  se  bamboleó  al  elevarse.  Pudo  escuchar  una  débil  música a lo lejos antes de que el aparato se parara con un estremecimiento. Al abrirse las puertas, miró enfrente y se encontró con... Hawai.Por   supuesto   que   ella   nunca   había   estado   en   Hawai,   pero   había   visto   fotografías.  Reconocería  el  volcán  Cabeza  de  Diamante  en  cualquier  parte.  Y  era  el  Cabeza  de  Diamante  el  que  se  veía  a  lo  lejos  tras  una  banda  con  guitarra  eléctrica,  percusión,  guitarra  clásica  y  ukelele  tocando  unas  melodías  que  ella  reconocía  de  cuando su abuela les ponía discos de Don Ho.No era sólo el volcán, sin embargo. Era la arena. ¡Había tomado un ascensor de carga para subir a una playa! Se quedó con la boca abierta. Pedro sonrió.

—Vamos.

Paual inspiró  con  fuerza  y  lo  siguió.  Un  camarero,  vestido  sólo  con  unos  pantalones  de  flores  cortos,  le  ofreció  una  bebida.  Tenía  una  sombrilla  de  papel  de  colores y un palito de madera con la figura de un pájaro tropical.

—¿Qué es? —preguntó indecisa.

—Un mai-tai —sonrió él—. Una bebida divina para una dama divina.

Paula miró con preocupación a Pedro, que enarcó las cejas como si se preguntara cómo  iba  a  reaccionar,  retándola  a  que  se  comportara  como  la  chica  de  pueblo  que  era. ¿Y  qué  le  importaba  a  ella  que  él  no  la  aprobara?  Al  fin  y  al  cabo  no  era  su  prometido.No, le recordó su parte más juiciosa. Pero era el hombre que la había invitado y no quería hacer nada para avergonzarlo.Contaba  con  que  él  le  indicara  si  cometía  errores,  pero  la  expresión  de  su  cara  era impenetrable. Paula miró  a  su  alrededor.  Todo  el  mundo  parecía  estar  bebiendo  algo  o  chupando helados de unos colores increíbles.Pero dudaba que fueran tan inocentes como los que ella tomaba de pequeña con Dave al borde de la piscina. Sería mejor que se contentara con la bebida que a pesar de ser tan bonita, ya parecía suficientemente letal.Mientras la bebiera despacio, todo iría bien.

—Gracias —le dijo al camarero mientras alzaba la copa hasta los labios.

Era  fría,  afrutada  y  deliciosa.  Y  con  la  presión  de  la  gente  creciendo  a  cada  minuto, se sintió tentada de apurarla de un trago.