Cuando volvió de la habitación, Pedro se había quitado la camisa y sólo llevaba encima los vaqueros cortados y la escayola. Paula hubiera deseado haber llevado su propia cámara.
—Gracias.
Pedro sacó la cámara de la funda y acopló una lente. Entonces la enfocó hacia ella con una sonrisa.—Paula dió un respingo.—¡Pedro! ¡No!
Él bajó la cámara sin dejar de sonreír.
—No tengo suficientes fotografías tuyas —dijo—. Estás preciosa.
La forma en que la miró cuando lo dijo le hizo a ella tragar saliva. Sacudió la cabeza con rapidez.
—No seas tonto. Y no te burles de mí.
—No me estoy burlando, Paula.
Su voz era ronca y sensual. Paula le puso una mueca.
—Bonito —susurró él mientras alzaba la cámara para la posteridad.
—¡Párate!
—Lo haré cuando lo hagas tú.
—¿Qué quieres decir?
Pedro palmeó la otra hamaca.
—Deja de dar vueltas. Siéntate a mi lado y relájate.
Paula se sentó y hasta se estiró, pero no se relajó. ¿Cómo podía hacerlo si a pocos centímetros tenía a Pedro tendido? Cerró los ojos y apartó la cabeza de él. Pero saber que lo tenía al lado la impulsaba a mirarlo. Movió el cuerpo, ladeó la cabeza del otro lado y lo miró por entre los párpados semicerrados. Pedro le guiñó un ojo.
—¡Pedro!
Él lanzó una carcajada.
—Te pillé.
—Sólo estaba preocupada. No quiero vigilarte, pero quiero estar al tanto por si necesitas algo. ¿Necesitas algo?
—A tí.
El mundo pareció detenerse.
Paula lo miró fijamente y Pedro le mantuvo la mirada. No sonrió, no sacudió la cabeza y no dijo que no había querido decirlo. Sólo estiró un dedo y lo deslizó ligeramente a lo largo de su brazo.Paula se estremeció.¡No, oh, no! No podía.¿O sí? Algo en su cara traicionó su pánico.Pedro sonrió vacilante.
—¿Quieres usar el jacuzzi?.
—¿Qué? —él se incorporó y señaló con la cabeza en dirección a un largo objeto cubierto contra la pared de la cocina—. No se tarda mucho en llenar. Y hace un día muy bueno.
Paula seguía trabada con la contestación «a tí». Pero no podía preguntárselo. ¡No podría hacer que lo repitiera!
—Me... me gustaría.
Ella nunca había usado un jacuzzi en su vida, pero aunque lo hubiera tomado a diario, se alegraba de que le diera algo que hacer.
—Siento no poder llenártelo yo —dijo Pedro—, pero no es muy difícil.
Paula ni siquiera se había molestado en mirarlo cuando había estado sola, pero lo destapó, lo aclaró siguiendo las instrucciones de Pedro y lo empezó a llenar.Era de buen tamaño. Suficiente para seis personas, le dijo Pedro. ¿Habría tenido él alguna fiesta allí? ¿Lo habría utilizado con Aldana?
—Tardará una media hora en llenarse. Ve a ponerte el traje de baño. A menos que... —le lanzó un guiño—, quieras tomarlo desnuda.
—¡Oh, no! —se apresuró Paula a responder—. Ahora mismo vuelvo.
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