viernes, 2 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 10

—¿Es todo lo que esperabas?

—La verdad es que más. ¡Y no sabía él cuánto más!

—¿Dónde te alojas? ¿Cómo es el sitio?

Ella le explicó cómo era el hotel.

—Respetable —había dicho Pedro—.   Y  seguro  —recordó   cómo   se   le   había   contraído  un  músculo  de  la  mandíbula—.  Me  gustaría  que  tuvieran  cierre  por  fuera  también las habitaciones —había murmurado.

Paula no  estaba  segura  de  lo  que  había  querido  decir  con  aquello,  pero  no  lo  había preguntado. David estaba sorprendido.

—Pensé que ibas a alquilar un departamento.

—Esto es sólo temporal. Él no ha encontrado un sitio todavía.

Lo que no le contó fue lo que había insistido Pedro en que volviera a casa.

—¡No te quedarás con él!

—¡Por supuesto que no!

Pedro Alfonso deseaba menos que se quedara en su casa de lo que lo deseaba David.

—No puedo permitirme pagar un hotel —había protestado ella.

—Pero yo sí.

Así que  se  había  plantado  delante  del  mostrador  de  recepción  y  había  pagado  una noche. Paula había intentado buscar su tarjeta de crédito.

—¡Una noche puedo pagármela yo!

Pero él no le había hecho ni caso. La había registrado, le había pasado las bolsas al botones, le había dado la propina y le había dicho que esperaba que recuperara la razón  al  día  siguiente  y  se  fuera  a  su  casa.  Entonces  se  había  dado  la  vuelta  en  dirección a la puerta.

—¡Espera! —le había llamado Paula —. ¿A qué hora empezamos mañana?

Él  se  había  dado  la  vuelta  y  la  había  mirado  durante  un  largo  momento.  Entonces había enarcado la comisura del labio y había dicho:

—La primera sesión es a las nueve.

—Mañana  encontraré  un  sitio  —le  dijo  a  David  volviendo  a  la  conversación—. Después del trabajo.

—Un sitio seguro —le aleccionó David.

—Por supuesto.

—Te echo de menos.

—Yo  también  te  echo  de  menos,  pero  estaré  de  vuelta  en  casa  antes  de  que  te  enteres.

—Me enteraré —refunfuñó él—. Todavía quedan sesenta y un días más.

Los  había  contado,  comprendió  Paula con  sensación  de  culpabilidad.  Bueno,  ella también los había contado, pero con anticipación, no con enojo.

—Comparado con toda la vida, sesenta y un días no es tanto tiempo —dijo con suavidad—. Y en cuanto vuelva a casa, me tendrás para siempre.

Y  eso  era  verdad.  Paula había  tenido  a  David  en  su  vida  durante  tanto  tiempo,  que casi no concebía la existencia sin él. Quizá fuera eso lo que estuviera intentando averiguar.

—La hermana Carmen tiene toda la culpa.

—No ha sido sólo la hermana Carmen.

Pero David no estaba convencido.Y tenía razón en que había sido la hermana Carmen, la abadesa del monasterio de Collierville, la que le había metido la idea en la cabeza.Paula había  entrevistado  a  la  monja  un  mes  atrás  para  el  periódico.  Se  habían  caído bien al instante y en el curso de la conversación, la hermana Carmen le había contado el viaje espiritual que había realizado antes de llegar a su puesto de abadesa.Había llegado a la abadía nada más salir de la universidad, con el entusiasmo e idealismo de la juventud intactos.

—Me  encantó  —le  contó  con  los  ojos  castaños  chispeantes—.  Me  sentí  al  instante como en mi casa. Más viva. Centrada. Como si fuera el sitio al que siempre hubiera estado destinada. Y todo transcurrió con suavidad hasta que se acercó el día de  mis  votos.  Entonces  empecé  a  sentirme  muy  inquieta  y  nerviosa.  ¿Y  si  estaba  equivocada?  ¿Y  si  sólo  lo  estaba  haciendo  porque  me  resultaba  muy  fácil?  ¿Quizá  demasiado fácil?

Paula , que se estaba sintiendo igual los últimos meses, se inclinó hacia adelante y preguntó con ansiedad.

—¿Y cómo lo superó?

—No lo hice —le dijo la abadesa con una sonrisa—. Me fui.

—¿Que se fue?

Paula  soltó el bolígrafo y la miró para saber si estaba bromeando.

—No  podía  quedarme.  No  hasta  que  estuviera  segura.  Así  que  decidí  poner  a  prueba  mi  vocación,  salir,  vivir  en  el  «mundo  real»  una  temporada  y  ver  si  era  allí  donde pertenecía. Y eso hice.

Paula sonrió.

—Y cuando lo conoció, ¿No le gustó?

La hermana Carmela sacudió la cabeza.

—Al  contrario,  me  gustó mucho.  Era  maravilloso  y  tuve  mucho  éxito  bajo  la  perspectiva del «mundo real». Pero al final supe que no era lo adecuado para mí. Vi que por mucho éxito que tuviera, pertenecía aquí. Y entonces me volví.Tenía sentido.

Mientras  le  contaba  su  vida  monástica,  la  hermana  bien  podría  haber  estado  hablando de la misma vida de Paula. Ella  se  había  empezado  a  sentirse  igual  de  insegura  e  inquieta  al  acercarse  la  fecha  de  la  boda  con  David.  Cierto  que  todavía  le  faltaban  cuatro  meses,  pero  había  noches  en  que  no  podía  dormir.  No  dejaba  de  pensar  en  el  resto  de  su  vida...  y preguntarse si iba a ser algo diferente de lo que ya conocía. Ella  y  David  llevaban  tanto  tiempo  juntos  y  parecían  encajar  tan  bien  como  el  monasterio y la hermana Carmen. Y eso la ponía nerviosa.

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