—La verdad es que más. ¡Y no sabía él cuánto más!
—¿Dónde te alojas? ¿Cómo es el sitio?
Ella le explicó cómo era el hotel.
—Respetable —había dicho Pedro—. Y seguro —recordó cómo se le había contraído un músculo de la mandíbula—. Me gustaría que tuvieran cierre por fuera también las habitaciones —había murmurado.
Paula no estaba segura de lo que había querido decir con aquello, pero no lo había preguntado. David estaba sorprendido.
—Pensé que ibas a alquilar un departamento.
—Esto es sólo temporal. Él no ha encontrado un sitio todavía.
Lo que no le contó fue lo que había insistido Pedro en que volviera a casa.
—¡No te quedarás con él!
—¡Por supuesto que no!
Pedro Alfonso deseaba menos que se quedara en su casa de lo que lo deseaba David.
—No puedo permitirme pagar un hotel —había protestado ella.
—Pero yo sí.
Así que se había plantado delante del mostrador de recepción y había pagado una noche. Paula había intentado buscar su tarjeta de crédito.
—¡Una noche puedo pagármela yo!
Pero él no le había hecho ni caso. La había registrado, le había pasado las bolsas al botones, le había dado la propina y le había dicho que esperaba que recuperara la razón al día siguiente y se fuera a su casa. Entonces se había dado la vuelta en dirección a la puerta.
—¡Espera! —le había llamado Paula —. ¿A qué hora empezamos mañana?
Él se había dado la vuelta y la había mirado durante un largo momento. Entonces había enarcado la comisura del labio y había dicho:
—La primera sesión es a las nueve.
—Mañana encontraré un sitio —le dijo a David volviendo a la conversación—. Después del trabajo.
—Un sitio seguro —le aleccionó David.
—Por supuesto.
—Te echo de menos.
—Yo también te echo de menos, pero estaré de vuelta en casa antes de que te enteres.
—Me enteraré —refunfuñó él—. Todavía quedan sesenta y un días más.
Los había contado, comprendió Paula con sensación de culpabilidad. Bueno, ella también los había contado, pero con anticipación, no con enojo.
—Comparado con toda la vida, sesenta y un días no es tanto tiempo —dijo con suavidad—. Y en cuanto vuelva a casa, me tendrás para siempre.
Y eso era verdad. Paula había tenido a David en su vida durante tanto tiempo, que casi no concebía la existencia sin él. Quizá fuera eso lo que estuviera intentando averiguar.
—La hermana Carmen tiene toda la culpa.
—No ha sido sólo la hermana Carmen.
Pero David no estaba convencido.Y tenía razón en que había sido la hermana Carmen, la abadesa del monasterio de Collierville, la que le había metido la idea en la cabeza.Paula había entrevistado a la monja un mes atrás para el periódico. Se habían caído bien al instante y en el curso de la conversación, la hermana Carmen le había contado el viaje espiritual que había realizado antes de llegar a su puesto de abadesa.Había llegado a la abadía nada más salir de la universidad, con el entusiasmo e idealismo de la juventud intactos.
—Me encantó —le contó con los ojos castaños chispeantes—. Me sentí al instante como en mi casa. Más viva. Centrada. Como si fuera el sitio al que siempre hubiera estado destinada. Y todo transcurrió con suavidad hasta que se acercó el día de mis votos. Entonces empecé a sentirme muy inquieta y nerviosa. ¿Y si estaba equivocada? ¿Y si sólo lo estaba haciendo porque me resultaba muy fácil? ¿Quizá demasiado fácil?
Paula , que se estaba sintiendo igual los últimos meses, se inclinó hacia adelante y preguntó con ansiedad.
—¿Y cómo lo superó?
—No lo hice —le dijo la abadesa con una sonrisa—. Me fui.
—¿Que se fue?
Paula soltó el bolígrafo y la miró para saber si estaba bromeando.
—No podía quedarme. No hasta que estuviera segura. Así que decidí poner a prueba mi vocación, salir, vivir en el «mundo real» una temporada y ver si era allí donde pertenecía. Y eso hice.
Paula sonrió.
—Y cuando lo conoció, ¿No le gustó?
La hermana Carmela sacudió la cabeza.
—Al contrario, me gustó mucho. Era maravilloso y tuve mucho éxito bajo la perspectiva del «mundo real». Pero al final supe que no era lo adecuado para mí. Vi que por mucho éxito que tuviera, pertenecía aquí. Y entonces me volví.Tenía sentido.
Mientras le contaba su vida monástica, la hermana bien podría haber estado hablando de la misma vida de Paula. Ella se había empezado a sentirse igual de insegura e inquieta al acercarse la fecha de la boda con David. Cierto que todavía le faltaban cuatro meses, pero había noches en que no podía dormir. No dejaba de pensar en el resto de su vida... y preguntarse si iba a ser algo diferente de lo que ya conocía. Ella y David llevaban tanto tiempo juntos y parecían encajar tan bien como el monasterio y la hermana Carmen. Y eso la ponía nerviosa.
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