viernes, 23 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 46

Paula no  se  acostó  en  la  cama  de  Pedro.  Sin  embargo,  fue  a  su  habitación  más  veces de las necesarias para el bien de su cordura.Por supuesto, al no tener que ir más al estudio, tenía plena libertad para hacer lo  que  quisiera  en  las  dos  semanas  siguientes,  así  que  visitó  todos  los  museos  importantes que le faltaban por ver.Pero la mayor parte del tiempo se quedó en el apartamento de Pedro aprendiendo a conocerlo.Se  había  sentido  impresionada  al  instante  por  las  enormes  habitaciones  que  daban al parque, pero lo que más le impresionó fueron las fotografías de las paredes.Y lo que explicaban de él. Allí no había bellezas femeninas e incluso había pocas mujeres. La mayoría eran de  niños  y  ancianos.  Y  para  sorpresa  de  Paula,  muchas  habían  sido  sacadas  en  Collierville. Empezó a reconocer algunos lugares y personas. En todas veía la misma intensidad  que  Pedro aportaba  a  su  trabajo  de  cada  día.  Pero  veía  más.  Veía  intercambio,  cariño,  compasión,  preocupación.  Veía  el  tipo  de  conexión  emocional  entre el artista y el sujeto que no se encontraba en su trabajo comercial desde el libro de Catalina Neale. O sea, que en otro tiempo le había importado. Y cuanto más veía, más deseaba saber por qué había cambiado tanto.La chica que le vendió la licencia de pesca tenía rizos dorados. Bonitos.  Pero  no  resplandecían  bajo  el  sol.  No  como  unos  que  él  conocía.  Las imágenes se colaban en su mente con tal rapidez que no podía contenerlas. No  quería  pensar  en  Paula Chaves.  Había  recorrido  medio  continente  para  olvidarse de ella.Pero la tenía metida en la cabeza a cada paso que daba.La  forma  en  que  sus  rizos  destellaban  al  sol,  la  forma  en  que  sus  labios  se  curvaban  en  una  deliciosa  sonrisa.  La  forma  en  que  sus  caderas  se  balanceaban  cuando  cruzaba  una  habitación  y  sus  senos  se  agitaban  al  ir  a  alcanzar  algo  en  una  estantería. Los cánones de belleza de todas las mujeres que él conocía condenaban todo lo que  tenía  Paula.  Su  pelo  no  era  nunca  ni  tan  rubio  ni  tan  ondulado.  Los  labios  no  eran  tan  jugosos  y  curvados  y  sus  caderas  eran  mucho  más  estrechas.  Los  demás  senos no tenían atractivo ninguno. Los de Paula sí. Todavía. Maldición.


Intentaba  olvidarla,  pero  cada  vez  que  veía  a  una  rubia  o  que  unas  caderas  se  balanceaban ante él, la recordaba. Volvió  al  motel  y  encendió  la  televisión,  pero  la  programación  que  había  no  le  distrajo en absoluto.Al  día  siguiente  mejorarían  las  cosas,  se  prometió  a  sí  mismo.  Estaría  tan  ocupado haciendo  senderismo   y   contemplando   el   maravilloso   paisaje   que   no  pensaría en absoluto en Paula Chaves. Pero el día siguiente no fue mejor que el anterior, descubrió al terminar.


De hecho, fue peor.Pedro alquiló un coche y subió hacia las montañas. Eran tan bellas como había esperado y no tardó en dejar atrás la civilización.Abandonó la carretera de montaña en la entrada del sendero que tenía marcado en el mapa, se colgó la mochila y se dispuso a recorrerlo.Tenía  un  mapa,  un  libro  con  cada  sendero  que  merecía  la  pena  y  estaba  en  forma y sano. No podía ser difícil.Pero se había olvidado de la altitud y de que sus botas eran nuevas. Y también de que en Montana, incluso en pleno verano, podía nevar.¿Nieve?

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