Paula no se acostó en la cama de Pedro. Sin embargo, fue a su habitación más veces de las necesarias para el bien de su cordura.Por supuesto, al no tener que ir más al estudio, tenía plena libertad para hacer lo que quisiera en las dos semanas siguientes, así que visitó todos los museos importantes que le faltaban por ver.Pero la mayor parte del tiempo se quedó en el apartamento de Pedro aprendiendo a conocerlo.Se había sentido impresionada al instante por las enormes habitaciones que daban al parque, pero lo que más le impresionó fueron las fotografías de las paredes.Y lo que explicaban de él. Allí no había bellezas femeninas e incluso había pocas mujeres. La mayoría eran de niños y ancianos. Y para sorpresa de Paula, muchas habían sido sacadas en Collierville. Empezó a reconocer algunos lugares y personas. En todas veía la misma intensidad que Pedro aportaba a su trabajo de cada día. Pero veía más. Veía intercambio, cariño, compasión, preocupación. Veía el tipo de conexión emocional entre el artista y el sujeto que no se encontraba en su trabajo comercial desde el libro de Catalina Neale. O sea, que en otro tiempo le había importado. Y cuanto más veía, más deseaba saber por qué había cambiado tanto.La chica que le vendió la licencia de pesca tenía rizos dorados. Bonitos. Pero no resplandecían bajo el sol. No como unos que él conocía. Las imágenes se colaban en su mente con tal rapidez que no podía contenerlas. No quería pensar en Paula Chaves. Había recorrido medio continente para olvidarse de ella.Pero la tenía metida en la cabeza a cada paso que daba.La forma en que sus rizos destellaban al sol, la forma en que sus labios se curvaban en una deliciosa sonrisa. La forma en que sus caderas se balanceaban cuando cruzaba una habitación y sus senos se agitaban al ir a alcanzar algo en una estantería. Los cánones de belleza de todas las mujeres que él conocía condenaban todo lo que tenía Paula. Su pelo no era nunca ni tan rubio ni tan ondulado. Los labios no eran tan jugosos y curvados y sus caderas eran mucho más estrechas. Los demás senos no tenían atractivo ninguno. Los de Paula sí. Todavía. Maldición.
Intentaba olvidarla, pero cada vez que veía a una rubia o que unas caderas se balanceaban ante él, la recordaba. Volvió al motel y encendió la televisión, pero la programación que había no le distrajo en absoluto.Al día siguiente mejorarían las cosas, se prometió a sí mismo. Estaría tan ocupado haciendo senderismo y contemplando el maravilloso paisaje que no pensaría en absoluto en Paula Chaves. Pero el día siguiente no fue mejor que el anterior, descubrió al terminar.
De hecho, fue peor.Pedro alquiló un coche y subió hacia las montañas. Eran tan bellas como había esperado y no tardó en dejar atrás la civilización.Abandonó la carretera de montaña en la entrada del sendero que tenía marcado en el mapa, se colgó la mochila y se dispuso a recorrerlo.Tenía un mapa, un libro con cada sendero que merecía la pena y estaba en forma y sano. No podía ser difícil.Pero se había olvidado de la altitud y de que sus botas eran nuevas. Y también de que en Montana, incluso en pleno verano, podía nevar.¿Nieve?
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