Cecilia todavía tenía los labios apretados cuando volvió a peinar el pelo de su modelo.No consiguió el trabajo de Palinkov. Pedro no podía creerlo. Era imposible. Su visión era la misma que la del diseñador. Estaba seguro. Pero las palabras de Palinkov todavía resonaban en sus oídos y el teléfono quedó mucho tiempo entre sus dedos hasta que lo colgó.
—Lo siento —dijo Palinkov—. Pensé.... Cuando Estefanía me enseñó... Ya sabe, realmente creí... Pero hay algo que... algo que falta. Una suavidad, creo que se dice.
—¿Suavidad? —había repetido asombrado—. ¿Qué quiere decir?
—Es parte de una mujer —explicó Palinkov—. El cariño, la atención.
Estefanía tenía una o dos fotos. Antiguas, me dijo. Pero no lo he encontrado en las otras que me envió.
—Yo...
—Usted no se siente orgulloso de las suaves, ¿Verdad?
—No, yo... No lo sé. Pensaba... Pero no podía pensar.
—¿Tiene miedo de la suavidad?
—¡Por supuesto que no!
—Creo que quizá... —la voz de Palinkov falló—. Quizá no conozca...
—Conozco a las mujeres.
—Sí, sí. Es a usted mismo quizá a quien no conozca.
—¿Qué?
—¿No está usted casado?
—No.
—Ah.
¿Qué diablos quería decir?
—El matrimonio enseña mucho.
—¿Cree usted que un fotógrafo tiene que estar casado para hacer buenas fotografías? —preguntó Pedro con incredulidad.
—Para todo no, pero sí para esto. Para mi colección.
—El matrimonio no tiene nada que ver con esto. Sus colores son fuertes, impactantes. Sus diseños muy simples y directos. Lo que se ve es lo que hay. Y eso es lo que hago yo.
—Eso es lo que hacía yo. Un diseñador no permanece siempre igual sino que crece. Aprende. Avanza. Yo me casé y ahora soy más abierto. Mi mujer me ha enseñado mucho. Las cosas no son tan simples. La vida es compleja. Llena. Esas otras que me enseñó Estefanía... Creo que lo veía como yo —suspiró—. Pero no.
Pedro apretó los dientes.
—Para mi colección, el fotógrafo tiene que conocer la plenitud de ser mujer.¿Y por qué no contrataba entonces a una mujer?
—Tiene que apreciarlas, confiar en ellas, amarlas. O a una al menos. Así que lo siento, señor Alfonso. Siento que no trabajemos juntos, pero realmente pienso que Franco MacCauley y yo...
¿MacCauley? ¿Palinkov iba a trabajar con él? ¿Franco MacCauley podía haberle desbancado? ¡Maldición! Soltó unas cuantas maldiciones más contra los dos antes de desplomarse en el sofá para murmurar en alto:
—Es todo culpa de ella.
Si no hubiera estado tan despistado pensando en ella todo el tiempo, hubiera elegido unas fotos diferentes.Hasta habría podido haber incluido aquellas antiguas de Catalina. Ésas captaban, como Paula había dicho, una visión diferente.Sólo porque para él significaran traición no quería decir que no fueran buenas.De hecho, su negativa a meterlas había tenido más que ver con Paula que con Catalina, reconoció. Ella evocaba la misma respuesta en él. Derrumbaba sus defensas tan bien levantadas para que nadie pudiera traspasarlas. Y en un furioso esfuerzo por sacar a Paula de su cabeza, había excluido una parte de su trabajo arruinando la posibilidad de trabajar con Palinkov. ¡Maldición! ¡Maldita fuera Paula!Haberle restregado a Aldana en la cara no había sido suficiente. Estaba haciendo estragos en su vida profesional así como personal. Iba a tener que devolverla a Iowa. Pero le había prometido a su hermana que no la echaría, así que iba a tener que conseguir que dimitiera ella misma. Tendría que asustarla hasta conseguirlo. ¿Y cómo? Organizando una buena actuación. Era muy simple. Y tentador como el infierno.Después de todo, ella estaba jugando con fuego también al pasar las tardes con el tal Rafael. Si creía que era tan inmune, que se enfrentara con un maestro.No quería pensar en lo que su hermana opinaría si conociera sus intenciones. ¿Que no era un comportamiento apropiado? ¿Que era rastrero, manipulador y hasta cruel?Pues era una lástima.
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