—Hará un trabajo estupendo si estás seguro de que no la necesitas en el estudio.
Lo último que necesitaba Pedro en su estudio era a Paula. Después del sueño de la noche anterior, hasta la hubiera mandado de vuelta a Iowa si no hubiera sido por las explicaciones que tendría que darle a Sonia. No, era mejor que estuviera en la oficina de fuera. Al menos lo hubiera sido si esa tarde, al llegar, no la hubiera encontrado hablando con Cecilia de Rafael.
—Karina me lo presentó la última vez que estuvo en la casa —estaba diciendo Cecilia—. Me quedé con la boca abierta. ¿No está como un tren?
Paula sonrió feliz y dijo:
—Lo está. Y es realmente agradable. Subió anoche y me ayudó a mover unos muebles para que los escayolistas pudieran hacer hoy la habitación de atrás.
—Lo de agradable está bien, pero es mejor guapo.
—Las dos cosas aún mejor —se rió Paula.
—Pensé que estabas prometida —farfulló Pedro—las dos mujeres levantaron la vista sorprendidas—. ¿No le importa a tu novio que te dediques a admirar a otros hombres?
Pero ella sólo se rió y dijo:
—Estoy prometida, pero no estoy muerta, Pedro. Todavía sé apreciar a un hombre atractivo. Después de todo, te aprecio a tí.
En el momento en que las palabras salieron de su boca, se puso de color escarlata, pero que lo ahorcaran si Pedro tampoco había sentido ardor en la cara. Y no podía recordar la última vez que una mujer lo había hecho sonrojarse, suponiendo que le hubiera pasado alguna vez.
—Bueno, me refiero profesionalmente —murmuró Paula desviando la mirada.
Pedro sonrió y guiñó un ojo.
—Como yo te aprecio profesionalmente también.
Cecilia lanzó una carcajada y Paula se sonrojó aún más.
—Vete —dijo agitando la mano—. Tengo que hacer unas llamadas.
—Pero si estás hablando con Cecilia.
—De trabajo.
—¡De un hombre!
Ella le dirigió una mirada helada y apretó los labios. Entonces dirigió la vista al frente y empezó a tamborilear en la mesa con los dedos. No lo volvió a mirar. Parecíacomo si la camisa abrochada hasta arriba le comprimiera. Pedro se inclinó y le rozó el cuello levemente.
—Desabróchate el botón, Paula—dijo con suavidad.
Ella alzó la cabeza y lo miró interrogante. Pedro se encogió de hombros con negligencia.
—No tapa nada que no haya visto antes.
A pesar de los ocasionales comentarios burlones de Pedro, Paula estaba satisfecha de su primera semana de trabajo. Ya dominaba los autobuses, metros y taxis con facilidad. Y no tenía ningún problema con su trabajo.De hecho, el trabajo había resultado ser más divertido de lo que ella había supuesto. Pedro hasta le había dejado disparar instantáneas antes de cada sesión y le explicaba en extensión todo lo que ella le preguntaba.Y una vez que vio que ella estaba realmente interesada, comentaba lo que estaba buscando y lo que quería ver como si creyera que debía enseñarle a una persona tan ansiosa por aprender.Y ella lo estaba.En una ocasión, cuando la explicación había sido exhaustiva, sonrió y dijo:
—Si te estoy aburriendo, dímelo.
Y Paula, que le hubiera escuchado encantada durante horas, replicó al instante:
—No, no me aburres en absoluto.
De hecho, le encantaba escuchar todo lo que tuviera que enseñarla. A Paula siempre le había gustado fotografiar a la gente más que nada en el mundo y tenía la oportunidad de aprender de un maestro. Y aunque el mundo sofisticado de él era lo contrario a los caracteres que a ella le gustaban, un día que se lo comentó, Pedro respondió:
—La gente es siempre la misma.
Y cuanto más trabajaba con él, más le daba la razón. Se encontró tomando prestadas carpetas de antiguos trabajos de Pedro y se pasaba la tarde estudiándolas e intentando aprender de ellas, de ver el mundo bajo la óptica de él. Pedro tenía un talento natural para reducir lo esencial a cero. La mayoría de sus fotos evitaban todo detalle superfluo. Pero no siempre habían sido así. Al ir estudiando su carrera, comprendió que aquel enfoque singular y fuerte contraste eran de desarrollo reciente. Las primeras habían sido más personales y más recargadas.
—Más sucias —había dicho Pedro cuando se lo había comentado.
Paula no estaba del todo de acuerdo, pero, ¿Podía discutir su éxito? Reconocía una foto del Pedro Alfonso actual al instante. Te atrapaban la mirada, te indicaban adonde tenías que mirar y lo que tenías que pensar en cuanto las veías. Era un poco como ir a un museo.
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