miércoles, 7 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 15

Paula fue  al  metro  con  Karina por  la  mañana  y  compró  un  bono  según  su  amiga le aconsejó. Metió el bono por la ranura y pasó.

—Muy  bien  —dijo  Karina desde  el  otro  lado  de  la  barrera—.  Serás  una  auténtica  neoyorquina  en  menos  que  canta  un  gallo  —vaciló  al  ver  la  afluencia  de  gente—. ¿Quieres que te acompañe?

Paula sacudió la cabeza y esbozó una radiante sonrisa.

—No te preocupes. Estaré bien.

Se sentía feliz, expansiva y ansiosa, igual que se había sentido en su primer día de colegio. Así  que  de  aquello  se  trataba,  pensó  mientras  se  agarraba  a  la  barra  del  tren.  Vivir  en  Manhattan,  recorrer  con  rapidez  Broadway  en  el  metro  sumergida  entre  cientos de personas más de camino a su trabajo como ella. Y trabajar para Pedro Alfonso. Aquella iba a ser la mayor aventura de todas. Hubiera  deseado  que  Sonia le  hubiera  contado  más  cosas  de  su  hermano,  pero  en aquel momento sólo había podido pensar en Nueva York. Apenas lo recordaba de sus  días  de  colegio,  pero  recordaba  a  sus  hermanas  mayores,  Lucía y  Juliana  riéndose  turbadas cada vez que hablaban de chicos guapos. Y uno de ellos era Pedro Alfonso. De  hecho,  cuando  Lucía  se  había  enterado  de  que  iba  a  trabajar  con  él,  le  había  dicho:

—¡Tienes más suerte que un tonto! Siempre ha estado como un tren. Y lo mejor es que no lo sabía.

Bueno, pensó Paula. Pues ya sí lo sabía. Y no es que Pedro fuera arrogante, o al menos no mucho. Pero desde luego sabía que atraía a las mujeres. ¿Y  cómo  no  iba  a  saberlo  cuando  las  mayores  bellezas  del  planeta  caían  rendidas a sus pies? Pero él sabía cómo tratarlas. Paula lo había observado el día anterior. Hacía que se relajaran las tensas y que se pusieran serias las más alegres.Tenía una forma natural de tratarlas sin tomarlas muy en serio. A veces parecía hasta  indiferente,  pero  ellas  parecían  adorarlo  porque  revoloteaban  alrededor  de  él  como abejas alrededor de un panal.¿Sería una de aquéllas con la que había quedado? ¿Cuál? Debería haberles preguntado a Lucía y a Juliana qué tipo de chicas le gustaban en el colegio.Y no es que le importara, se dijo con dureza. La vida amorosa de Pedro no era de su incumbencia.

Ensimismada como estaba, casi perdió la salida en la dieciocho.

—¡Lo  siento!  ¡Perdone!  ¡Necesito  salir!  —tuvo  prácticamente  que  gritar  para  poder escabullirse del tren.

—¡Así que una auténtica neoyorquina en menos que canta un gallo! ¡Ja!

Pero nadie la miró aunque había hablado sola. Sí, estaba en Nueva York. A Pedro le parecía que había tres Paula Chaves. Por una parte, la profesora de jardín de infancia.Ésa era la que miraba con los ojos muy abiertos los rascacielos y tropezaba con las   cosas   porque   estaba   muy   distraída   observándolo   todo;   la   que   le   había   acompañado  esa  misma  tarde  por  ejemplo  y  la  que  tenía  miedo  de  perderse  en  la  gran ciudad. Pero también estaba la Paula profesional.Ésta era la primera asistente que había tenido él que realmente parecía asistirlo. En  cuanto  se  le  decía  lo  que  tenía  que  hacer,  lo  hacía  y  se  anticipaba  después  a  sus  necesidades.Y había aparecido puntual al trabajo todos los días de la semana y era, como le había prometido Sonia, una joya para el estudio.Y por fin estaba la Paula desnuda.Y esa Paula, la sensual y femenina que no había vuelto a ver desde la primera tarde, era la que no podía borrar de su mente. Y debería ser capaz de hacerlo. Porque   llegaba   a   trabajar   cada   día   vestida   con   la   mayor   discreción   con   pantalones de tela y camisas lisas. Pero él lo recordaba. ¡Oh, Dios, cómo lo recordaba!Tanto que a veces él se levantaba cuando ella estaba agachada esperando ver lo que  escondía  su  escote.  Y  cuando  un  día  ella  lo  sorprendió,  Pedro frunció  el  ceño  y  le  dijo que se abrochara más si no quería incitar a la gente a que la mirara. ¡Y maldición, lo había cumplido!¡Y aquella noche había soñado con ella desnuda otra vez!Por  suerte,  el  día  siguiente  iba  a  ser  su  último  día  de  estudio  porque  Eliana ya  terminaba.  Paula había  pasado  cada  hora  libre  que  había  tenido  para  el  almuerzo  aprendiendo con la directora todo su trabajo.Y aprendía con rapidez, había asegurado Eliana.

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