viernes, 9 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 19

Y  lo  peor  de  todo  fue  cuando  al  día  siguiente  se  acercó  a  comprarlo  para  descubrir que ya no estaba allí. ¿Lo habría comprado ella? No, por  supuesto que no.   A  Paula no   le  sobraba   el   dinero como para desperdiciarlo en estúpidas cosas como ésa.Sólo  un  admirador  impenitente  de  Catalina lo  compraría  y  Paula no  estaba  entre ellos, estaba seguro. Ella sólo quería aprender a hacer buenas fotografías.Todos lo días cumplía lo que él le mandaba en el estudio, pero nunca dejaba de observarlo.

—Es  para  lo  que  estoy  aquí  —dijo  simplemente  un  día  en  que  Pedro se  lo  comentó—. Estoy aquí para ayudar, por supuesto, pero también para aprender.

Y  estaba  seguro  de  que  para  Paula,  aprender  podía  significar  haber  comprado  aquel maldito libro. ¡Oh, Dios!Pero cuando llegó el lunes al trabajo, no lo mencionó, sólo se sentó tras la mesa de Edith y se puso a trabajar.Bien, pensó Pedro. No necesitaba que lo acosara con preguntas toda la mañana. Yse alegró de que estuviera en la otra habitación. Pero  apenas  había  pasado  una  hora  cuando  ya  deseaba  tenerla  a  su  lado.  A Andrea no dejaban de caérsele las cosas. Se le olvidaba todo y vacilaba. Pedro le dijo que saliera a contestar al teléfono y que enviara a Paula, que sabía lo que hacía. Andrea lo miró como si la hubiera pateado.Un momento más tarde entró Paula sacudiendo la cabeza con desaprobación.

—Has herido los sentimientos de Andrea.

Pedro lanzó un gruñido y una maldición que hizo que Paula se sonrojara.

—Tu  hermana  debería  haberte  lavado  la  boca  más  a  menudo  —murmuró recogiendo el reflector que se le había caído a Andrea para examinar los daños.

Pedro sonrió.

—No se hubiera atrevido.

—Pues yo sí me hubiera atrevido.

Los ojos azules de Paula despedían chispas.Pedro lanzó una carcajada contento de repente.

—Me gustaría haberte visto intentándolo.

La tensión entre ellos casi se podía masticar. Los dos quedaron allí de pie con la respiración agitada. El pecho de Paula se agitó y Pedro tuvo que inhalar con fuerza.

—¿No estás listo todavía? —preguntó la modelo.

Pedro apartó la mirada y alzó la cámara.

—Sí,   ya   estamos.   Vamos,   Paula.   No   te   quedes   ahí   de   pie.   Instala   esos   reflectores. ¡Deprisa!

Ella le dirigió una rápida mirada y parpadeó como si saliera de un trance antes de ponerse con rapidez a trabajar. Apenas se dijeron una palabra el uno al otro en el resto de la tarde.¡Nunca  debería  haber  pensado  en  él  desnudo!  Desde  entonces  apenas  se  había  atrevido a mirarlo.Y  el  día  anterior  hasta  le  había  amenazado  con  lavarle  la  boca  con  jabón.  ¡Era  ella la que necesitaba que se la lavaran! O a su imaginación.¿Qué le estaba pasando?Era David. Estaba echando de menos a David. Ése era el problema. Ella estaba acostumbrada a tener un hombre en quien confiar. Y como no tenía  a su lado, instintivamente se apoyaba en el que tenía más cerca. Y daba la casualidad de que ése era Pedro.Ya  que  lo  sabía,  estaba  decidida  a  hacer  un  esfuerzo  por  mantenerse  distante,  remota e indiferente.¡Sí, claro! Sacudió la cabeza con disgusto, se sentó tras el escritorio y enterró la cara  entre  las  manos.  ¡Para  permanecer  indiferente  ante  Pedro tendría  que  estar muerta!Bueno, bien. Pues no indiferente, pero al menos alerta.

—Tienes que pensar en David —se enderezó en la silla y miró el anillo del dedo anular.  El  pequeño  diamante  destelló  dándole  confianza—.  David  —murmuró—. David.

Menos  mal  que  estaba  haciendo  el  trabajo  de  Eliana.  Eso  la  mantenía  apartada  del camino de Pedro excepto en los días como el anterior en que Andrea lo hacía todo mal y tenía que recurrir a ella. Por suerte, eso no pasaría ese día. Pedro y Andrea tenían una sesión en Central Park y se habían ido a las ocho. Estarían fuera todo el día.Paula pudo respirar con tranquilidad, ordenar los archivos, enviar las facturas, confirmar  a  las  modelos  del  día  siguiente  y  responder  al  teléfono,  como  hizo  en  ese  momento.

—¡Vete al infierno! —bramó la voz de Pedro a su oído.

—¿Qué?—Toma un taxi hasta la setenta y dos. Ahora. Te necesito.

—Yo no... —empezó a protestar con desesperación.

—No  balbucees.  Sólo  hazlo.  Acabo  de  despedir  a  Andrea.  ¡Tú  eres  mi  nueva  chica!

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