Mirándolo así, había triunfado. Bueno, quizá ella no fuera una mentirosa tan buena, pero podría engañarse un poco. Podría salir del baño y sonreírle a Pedro como si no hubiera pasado nada. Sí, eso era lo que haría. Cuando llegó a la zona de recepción, no estaba allí. Pudo ver que estaba en el estudio haciendo el trabajo que debería hacer ella.Se fue a ayudarlo. Pero él la despidió.
—Me las puedo arreglar solo.
Pero Paula sacudió la cabeza resuelta y alcanzó la cámara que él estaba cargando.
—Es mi trabajo.
Pedro soltó la cámara y se dió la vuelta.
—¿Pedro?
Él volvió la vista, pero ella mantuvo la suya fija en la cámara.
—Siento... lo que ha pasado. Normalmente no estoy tan susceptible. Debe de ser el mal momento del mes.
Él la miró un largo instante y ella alzó despacio la vista. No fue fácil, pero por fin él pareció convencido.
—No debería haberte dicho lo que te dije —murmuró él.
—Tenías razón.
—No, yo... —se frotó el cuello—. No eras tú. Quiero decir que no parecías tú.
—Ya lo sé —esbozó ella una débil sonrisa—. ¿Parezco más yo ahora?
—Sí.
Paula respiró un poco más aliviada y terminó de cargar la película. Al menos habían restablecido un pequeño hilo de comunicación.
—¿Quieres... quieres ir a comer?
La invitación de Pedro fue vacilante. Y sorprendente
-Gracias, pero he quedado con Rafael—declinó ella con educación.
Era solamente la verdad, pero aunque no lo hubiera sido, tendría que haberse inventado algo. Pedro era una tentación. Una que ella resistiría. Pero había un límite para su resistencia.Y no estaba segura de que ese límite incluyera la comida. Así que podía salir con Rafael y hacerle un hueco en medio de un día de trabajo pero no podía molestarse por su jefe.
Bueno, ¿Y a quién le importaba?A Pedro no.Sólo se lo había ofrecido porque se había sentido cruel al verla romper a llorar por el asunto del carmín. ¿Quién iba a suponer que fuera tan sensible?Ése era el problema con las mujeres. Eran tan volátiles. Y no era que él hubiera querido ir a comer con ella. Sólo había pensado que la alegraría. Dió una patada a un reflector y frunció el ceño hacia la puerta por donde ella había desaparecido media hora antes apresurada para no llegar tarde.
—Volveré a la una —había dicho a sus espaldas al salir.
—Tómate el tiempo que quieras —había murmurado Pedro—. ¡Tómate todo el día! ¡Tómate el resto de tu vida! ¡No vuelvas nunca!
Pero por supuesto ella no había oído nada de aquello. La puerta ya estaba cerrada. Pedro se metió las manos en los pantalones y paseó por el estudio.
—¡Mujeres! —farfulló—. ¿Quién las necesita?
Sentía ganas de darse de cabezazos contra la pared.
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