miércoles, 21 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 42

Mirándolo así, había triunfado. Bueno, quizá ella no fuera una mentirosa tan buena, pero podría engañarse un poco. Podría salir del baño y sonreírle a Pedro como si no hubiera pasado nada. Sí, eso era lo que haría. Cuando llegó a la zona de recepción, no estaba allí. Pudo ver que estaba en el estudio haciendo el trabajo que debería hacer ella.Se fue a ayudarlo. Pero él la despidió.

—Me las puedo arreglar solo.

Pero  Paula sacudió  la  cabeza  resuelta  y  alcanzó  la  cámara  que  él  estaba  cargando.

—Es mi trabajo.

Pedro soltó la cámara y se dió la vuelta.

—¿Pedro?

Él volvió la vista, pero ella mantuvo la suya fija en la cámara.

—Siento...  lo  que  ha  pasado.  Normalmente  no  estoy  tan  susceptible.  Debe  de  ser el mal momento del mes.

Él la miró un largo instante y ella alzó despacio la vista. No fue fácil, pero por fin él pareció convencido.

—No debería haberte dicho lo que te dije —murmuró él.

—Tenías razón.

—No, yo... —se frotó el cuello—. No eras tú. Quiero decir que no parecías tú.

—Ya lo sé —esbozó ella una débil sonrisa—. ¿Parezco más yo ahora?

—Sí.

Paula respiró  un  poco  más  aliviada  y  terminó  de  cargar  la  película.  Al  menos  habían restablecido un pequeño hilo de comunicación.

—¿Quieres... quieres ir a comer?

La invitación de Pedro fue vacilante. Y sorprendente

-Gracias, pero he quedado con Rafael—declinó ella con educación.

Era  solamente  la  verdad,  pero  aunque  no  lo  hubiera  sido,  tendría  que  haberse  inventado algo. Pedro era una tentación. Una que ella resistiría. Pero había un límite para su resistencia.Y no estaba segura de que ese límite incluyera la comida. Así que podía salir con Rafael y hacerle un hueco en medio de un día de trabajo pero no podía molestarse por su jefe.

Bueno, ¿Y a quién le importaba?A Pedro no.Sólo se lo había ofrecido porque se había sentido cruel al verla romper a llorar por el asunto del carmín. ¿Quién iba a suponer que fuera tan sensible?Ése era el problema con las mujeres. Eran tan volátiles. Y no era que él hubiera querido ir a comer con ella. Sólo había pensado que la alegraría. Dió  una  patada  a  un  reflector  y  frunció  el  ceño  hacia  la  puerta  por  donde  ella  había desaparecido media hora antes apresurada para no llegar tarde.

—Volveré a la una —había dicho a sus espaldas al salir.

—Tómate  el  tiempo  que  quieras  —había  murmurado  Pedro—.  ¡Tómate  todo  el  día! ¡Tómate el resto de tu vida! ¡No vuelvas nunca!

Pero  por  supuesto  ella  no  había  oído  nada  de  aquello.  La  puerta  ya  estaba  cerrada. Pedro se metió las manos en los pantalones y paseó por el estudio.

—¡Mujeres! —farfulló—. ¿Quién las necesita?

Sentía ganas de darse de cabezazos contra la pared.

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