—Tonterías —repitió también Cecilia por centésima vez—. Por supuesto que vas a ir. Sólo estás nerviosa, pero en cuanto llegues allí lo pasarás de maravilla. Los fascinarás a todos con ese vestido tan fantástico.
Lo era, reconoció Paula. Era un vestido fantástico y lo más alejado de la ropa que había usado ella en toda su vida. Parecía salido de una pasarela de París, había dicho cuando lo había visto por primera vez.
—Es que es de una pasarela de París. Lo exhibió Diana la última temporada.
Era un vestido auténtico de diseñador. Se lo había regalado el propio diseñador a una amiga modelo de Cecilia porque le había encontrado ligeras imperfecciones.
—Que lo disfrutes —había dicho.
Pero Diana estaba embarazada de seis semanas, no había podido ponérselo nunca y no le había importado lo más mínimo que lo disfrutara Paula en vez de ella.
—Me parece muy bien —le había dicho a Cecilia—. A mí ya no me va a valer nunca.
Paula pensó que a ella tampoco le valdría.
—Yo no tengo la figura de una modelo —protestó cuando Cecelia se lo llevó al departamento.
Pero Cecilia había insistido.
—Pruébatelo. Lo puedo arreglar. Sé coser.
—Pero Diana...
—A Diana no le importará. Ni siquiera le queda bien el rojo.
El vestido tenía algunas flores salpicadas muy discretas pero fundamentalmente resultaba de un rojo violento
.—Yo tampoco uso rojo —había protestado Paula mientras Cecilia tiraba para metérselo.
Se deslizó sobre su cuerpo como la piel de una serpiente. Cecilia había abierto los ojos como platos.
—Pues ahora sí.
Paula había sacudido la cabeza.
—¡No puedo llevarlo! Es obsceno. Enseña hasta la última curva.
Cecilia asintió animada.
—Lo hace.
—¡Bueno, no puedo ponérmelo! Es demasiado revelador.
—Creo que Pedro ya ha visto todo lo que puedas revelar.
Paula se sonrojó hasta casi el tono del vestido.
—¡Pero no todos los demás! Y ése es aún mayor motivo para...
—Lo puedo aflojar un poco. Mírate. Sólo mírate —Cecilia la había arrastrado hasta el espejo para obligarla a mirarse—. Ni siquiera es tan justo tal y como está. Es acariciante. Y asombroso.
—Yo no...
—Tú tienes buen ojo —había insistido Cecilia—. Úsalo. No digas que no sólo porque sea algo a lo que no estés acostumbrada. Sé atrevida. Vive un poco.
—No debería...
—Aldana lo haría.
Cecilia tenía razón. Resaltaba su figura y atraía la mirada hacia las curvas de sus caderas y el promontorio de sus senos. Pero no quería que la estilista pensara que aceptaba como reto contra Aldana. Y si se lo aflojaba un poco, ¿cómo podría negarse? No podía.Pero estaba preocupada. Y ahora, al mirarse en el espejo, sintió algo cercano al pánico. Cecilia se había ofrecido no sólo a coserle el vestido, sino a hacerle el peinado.
—Voy a ir con Isabel al mediodía —había dicho su amiga estilista.
—¿Isabel?
—La mujer de Franco MacCauley. Es otro fotógrafo. Pedro y Franco están siempre intentando desbancarse con los buenos trabajos. Cada uno es magnífico en lo que hace. Izzy es una auténtica guerrillera. Llegó a Nueva York hace dos años a traerle a sus sobrinas huérfanas y él la convenció para que se quedara y cuidara de ellas. Ahora están casados y tienen un hijo propio aparte de las niñas. Era difícil imaginarse a Franco como un padre de familia, pero ahí lo tienes. Puede que los encuentres ahí a los dos.
—Estaría bien —dijo con cortesía Paula.
Cecilia lanzó una carcajada.
—Claro que sí. Necesitarás refuerzos. Estaré en tu casa a las seis para peinarte.
Paula se había arrepentido cientos de veces antes de la llegada de Cecilia.
—No sé si debería ir —había dicho en cuanto su amiga entró en su salón.
—¿Qué? ¡Por supuesto que debes ir! Siéntate frente al espejo.
—Pero...
—Siéntate —ordenó Cecilia—. No quiero oír una palabra más. Tenemos el vestido. Tendrás el peinado. Y tienes que ir. ¿Qué le vas a contar si no a David cuando vuelvas a casa?
—A David no le importará.
—Se preguntará por qué has desaprovechado una oportunidad como ésta.
Aquello era verdad, por desgracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario