miércoles, 14 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 30

—Esto es un error —era la centésima vez que Paula decía las mismas palabras esa tarde—. No debería ir.

—Tonterías —repitió también Cecilia por centésima vez—. Por supuesto que vas a  ir.  Sólo  estás  nerviosa,  pero  en  cuanto  llegues  allí  lo  pasarás  de  maravilla.  Los  fascinarás a todos con ese vestido tan fantástico.

Lo  era,  reconoció  Paula.  Era  un  vestido  fantástico  y  lo  más  alejado  de  la  ropa  que  había  usado  ella  en  toda  su  vida.  Parecía  salido  de  una  pasarela  de  París,  había  dicho cuando lo había visto por primera vez.

—Es que es de una pasarela de París. Lo exhibió Diana la última temporada.

Era un vestido auténtico de diseñador. Se lo había regalado el propio diseñador a una amiga modelo de Cecilia porque le había encontrado ligeras imperfecciones.

—Que lo disfrutes —había dicho.

Pero  Diana  estaba  embarazada  de  seis  semanas,  no  había  podido  ponérselo  nunca y no le había importado lo más mínimo que lo disfrutara Paula en vez de ella.

—Me  parece  muy  bien  —le  había  dicho  a  Cecilia—.  A  mí  ya  no  me  va  a  valer  nunca.

Paula pensó que a ella tampoco le valdría.

—Yo  no  tengo  la  figura  de  una  modelo  —protestó  cuando  Cecelia se  lo  llevó  al  departamento.

Pero Cecilia había insistido.

—Pruébatelo. Lo puedo arreglar. Sé coser.

—Pero Diana...

—A  Diana  no  le  importará.  Ni  siquiera  le  queda  bien  el  rojo. 

El  vestido  tenía  algunas flores salpicadas muy discretas pero fundamentalmente resultaba de un rojo violento

.—Yo  tampoco  uso  rojo  —había  protestado  Paula mientras  Cecilia tiraba  para  metérselo.

Se deslizó sobre su cuerpo como la piel de una serpiente. Cecilia había abierto los ojos como platos.

—Pues ahora sí.

Paula había sacudido la cabeza.

—¡No puedo llevarlo! Es obsceno. Enseña hasta la última curva.

Cecilia asintió animada.

—Lo hace.

—¡Bueno, no puedo ponérmelo! Es demasiado revelador.

—Creo que Pedro ya ha visto todo lo que puedas revelar.

Paula se sonrojó hasta casi el tono del vestido.

—¡Pero no todos los demás! Y ése es aún mayor motivo para...

—Lo  puedo  aflojar  un  poco.  Mírate.  Sólo  mírate  —Cecilia la  había  arrastrado hasta el espejo para obligarla a mirarse—. Ni siquiera es tan justo tal y como está. Es acariciante. Y asombroso.

—Yo no...

—Tú  tienes  buen  ojo  —había  insistido  Cecilia—.  Úsalo.  No  digas  que  no  sólo  porque sea algo a lo que no estés acostumbrada. Sé atrevida. Vive un poco.

—No debería...

—Aldana lo haría.

Cecilia tenía razón. Resaltaba su figura y atraía la mirada hacia las curvas de sus caderas  y  el  promontorio  de  sus  senos.  Pero  no  quería  que  la  estilista  pensara  que  aceptaba como reto contra Aldana. Y si se lo aflojaba un poco, ¿cómo podría negarse? No podía.Pero estaba preocupada. Y ahora, al mirarse en el espejo, sintió algo cercano al pánico. Cecilia se había ofrecido no sólo a coserle el vestido, sino a hacerle el peinado.

—Voy a ir con Isabel al mediodía —había dicho su amiga estilista.

—¿Isabel?

—La  mujer  de  Franco MacCauley.  Es  otro  fotógrafo.  Pedro y  Franco  están  siempre  intentando desbancarse  con  los  buenos  trabajos.  Cada  uno  es  magnífico  en  lo  que  hace. Izzy es una auténtica guerrillera. Llegó a Nueva York hace dos años a traerle a sus  sobrinas  huérfanas  y  él  la  convenció  para  que  se  quedara  y  cuidara  de  ellas.  Ahora   están  casados  y  tienen  un  hijo  propio  aparte de  las  niñas.   Era  difícil  imaginarse  a  Franco como  un  padre  de  familia,  pero  ahí  lo  tienes.  Puede  que  los  encuentres ahí a los dos.

—Estaría bien —dijo con cortesía Paula.

Cecilia lanzó una carcajada.

—Claro que sí. Necesitarás refuerzos. Estaré en tu casa a las seis para peinarte.

Paula se había arrepentido cientos de veces antes de la llegada de Cecilia.

—No sé si debería ir —había dicho en cuanto su amiga entró en su salón.

—¿Qué? ¡Por supuesto que debes ir! Siéntate frente al espejo.

—Pero...

—Siéntate —ordenó  Cecilia—.  No  quiero  oír  una  palabra  más.  Tenemos  el  vestido. Tendrás el peinado. Y tienes que ir. ¿Qué le vas a contar si no a David cuando vuelvas a casa?


—A David no le importará.


—Se preguntará por qué has desaprovechado una oportunidad como ésta.


Aquello era verdad, por desgracia.

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