Y Paula lo podía asegurar porque cuando no pasaba el tiempo estudiando el trabajo de Pedro, lo había dedicado a ver el Museo de Arte Contemporáneo. Sabía que la ciudad estaba plagada de maravillosos museos, pero empezó con el más importante. Cuando volvió a casa del trabajo el viernes por la tarde, se sentó delante de la guía que había comprado y empezó a hacer planes para el fin de semana, decidida a ver tantas cosas como pudiera.Entonces apareció Rafael con una bolsa de comida y se sentó a su lado para hacerle algunas sugerencias. Hasta se ofreció a hacer algo de turismo con ella.
—¿De verdad?
Él sonrió.
—Claro. Así apreciaré de nuevo la ciudad a través de tus ojos. ¿Dónde quieres ir?
—¿Qué te parece Ellis Island?
—Me parece bien. ¿El domingo?
Paula asintió con ansiedad.
—Y el sábado iré al Metropolitano por la mañana y al Frick por la tarde.
—Será mejor que vayas con más calma. Puede que sea demasiado.
Al final, Paula decidió que tenía razón, así que el sábado por la mañana se dedicó a hacer la colada. Y mientras esperaba en la lavandería a que terminara, echó un vistazo a las revistas en busca de fotografías de Pedro. Era sorprendente cuántas encontró y lo fácil que le resultaba reconocerlas.Por la tarde se fue al Metropolitano y se limitó a ver el arte egipcio, romano y griego. Al fin y al cabo, una de las ventajas de vivir en la ciudad era la posibilidad de volver cuando quisiera. No tenía por qué ver todo el museo en un sólo día. Cuando se sintió lo bastante culturizada, cruzó el parque paseando y se paró a cenar en un pequeño restaurante tailandés a pocas manzanas de su apartamento. Pedro había mencionado un día lo mucho que le gustaba la cocina tailandesa y Paula nunca la había probado. Después de comer, decidió que a ella también le gustaba.¿Le gustaría a David? Quizá debería comprar un libro de aquella cocina y esa noche podría decirle que le cocinaría algo.Había una enorme librería no lejos del Lincoln Center. Estaba en dirección contraria, pero la tarde era cálida y no le importaba pasear. Buscó en la sección de cocina y encontró media docena de libros de cocina tailandesa. Se decidió por el más pequeño con fotos muy buenas y cuando se dirigía al ascensor, le llamó la atención la sección de fotografía.Había cientos de libros, de todos los temas imaginables y se preguntó si habría alguno de Pedro.
Con curiosidad empezó a buscar. Había más libros de moda que de cocina tailandesa. Paula estaba sorprendida. Caminó por el pasillo buscando entre los brillantes libros de moda el que llevara el apellido de Alfonso, que debía estar en las estanterías más bajas.Se arrodilló y agachó la cabeza para mirar hasta encontrar el nombre en el lomo y se estiró para sacarlo.Entonces alguien le pisó la otra mano.
—¡Oh, lo siento!
Paula apartó la mano, agarró el libro, lo apretó contra ella y alzó la vista para encontrarse a Pedro mirándola con asombro.
—¿Paula? —devolvió el libro que tenía en la mano a la estantería y la levantó sin ceremonias—. ¿Qué diablos estás haciendo ahí agachada?
—Hum... Buscando libros. Me preguntaba si habrías publicado alguno, así que me puse a buscar.
Le enseñó el que había encontrado suponiendo que se pondría contento. Pero Pedro frunció el ceño al verlo.
—¿Qué diablos estás haciendo con eso?
—Ya te lo he dicho. He estado estudiando tu trabajo. Intentando aprender.
—De ahí no puedes aprender nada —masculló irritado.
Intentó quitárselo de las manos, pero Paula no le dejó y lo miró con más atención abriendo mucho los ojos al leer el título.
—¿Catalina Neale? ¡Uau! ¿Le hiciste un libro?
Catalina Neale era una de las estrellas de Hollywood más famosas, pero Paula recordó que antes de ser actriz había sido modelo.
—¿Conocías a Catalina Neale?
—Eso pensaba —murmuró Pedro—. Hace mucho tiempo. Me sorprende que haya quedado alguno de esos malditos libros.
Pedro la soltó entonces como si ya no le importara que lo mirara y Paula se sintió dividida entre hacerlo y seguir hablando con Pedro.
—¿Es el único libro que has hecho?
—Sí —entonces miró con desdén hacia la estantería—. Aunque no es el único que se ha publicado sobre ella.
Paula siguió su mirada y comprobó que era el libro que él había estado ojeando. ¿Examinando a la competencia, quizá? pero no lo preguntó.
—Es muy fotogénica —comentó sólo.
—Y bien lo sabía ella —entonces examinó el otro libro que Paula tenía en la mano—. ¿Qué has comprado?
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