miércoles, 14 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 27

De repente, en mitad de la calle Amsterdam, Paula se paró en seco.

—¿Qué pasa?—preguntó Rafael.

Ella sacudió la cabeza casi con frenesí.

—Nada.  Nada  importante  —se  humedeció  los  labios  y  sonrió—.  Es  que  se  me  acaba de ocurrir algo.

Una idea terrible.Se había pasado la última manzana comparando a Pedro con Rafael. No había pensando en David para nada. Pedro se pasó toda la mañana silbando, tarareando y hasta canturreando. Paula quería estrangularlo. ¿Por qué no se concentraba sólo en su trabajo?¿Por qué tenía que exhibir su felicidad todo el tiempo? Bueno, sospechaba por qué. Aldana. Pero no pensaba preguntarlo.Cuando dejó de silbar, cantar y tararear le dijo:

—Hay  un  sitio  al  que  deberías  ir.  Al  Ricardo.  Una  comida  estupenda  y  un  ambiente maravilloso. Muy italiano y muy folclórico. Muy íntimo.

La voz bajó casi acariciante al pronunciar la última palabra.

—No  creo  que  encontrara  ningún  sitio  muy  íntimo  —respondió  con  sequedad  Paula sacando unas tijeras de un cajón—, a menos que estuviera con David.

Pedro apretó la mandíbula ligeramente, pero prosiguió:

—Tienen un maravilloso desván con reservados. Muy privado.

Paula se lo podía imaginar. Cerró el cajón de un golpe seco. Cecilia , que estaba arreglándoles el pelo a unas adolescentes para unas fotos de una  crema,  entrecerró  los  ojos  ante  la  expresión  de  gallito  de  Pedro y  sonrió  a  Paula,  que le devolvió la sonrisa.

—Bueno,  había  pensado  que  podría  apetecerte  ir  en  cualquier  momento  —siguió  con  desenfado  Pedro—.  En  caso  de  que  tu  querido  novio  viniera  a  la  gran  ciudad.

—Lo pensaré.

—Pero  supongo  que  preferirás  seguir  con  tus  museos  y  obras  de  teatro.  Vas  a  muchos, ¿No?

¿La estaba provocando? Un rápido vistazo hacia Cecilia le confirmó que ella estaba igualmente intrigada. Y  tener  a  la  estilista  de  testigo,  por  no  mencionar  a  las  dos  adolescentes  a  las  que  estaba  peinando,  inquietó  aún  más  a  Paula.  Sobre  todo  cuando  pudo  ver  un  brillo  equívoco en los ojos de Pedro.

Alzó la barbilla y se lanzó al ataque.

—Puede que tengas razón. A Rafael podría gustarle. Podríamos ir juntos.

—¡Rafael! —el  brillo  de  sus  ojos  se  transformó  en  uno  de  furia—.  ¿Y  a  qué  diablos tiene que ir allí el lobo?

—¿Por qué no? A Rafael le gusta siempre probar cosas nuevas.

Pedro parecía disgustado.

—Pobre David. ¡Vaya tarugo!

Paula frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir con pobre David? ¿Y con lo de tarugo?

—Bueno,   lo   es,   ¿No es  cierto?   Quedarse   en   casa   mientras   le   saquean   la   propiedad.

Paula abría  y  cerraba  la  boca  como  un  pescado  fuera  del  agua  y  Cecilia   y  las  chicas miraban de uno al otro como si estuvieran en un partido de tenis.

—¿Propiedad?  ¿Crees  que  David  es  un  tarugo?  ¿Y  crees  que  yo  soy  una  propiedad para saquear?

Pedro esbozó una sonrisa sarcástica.

—Bueno, no puede ser muy listo, ¿No? O no te habría dejado escapar así.

—Yo  no  me  he  escapado.  Sólo  he  aceptado  un  trabajo.  ¡Y  ya  te  he  dicho  antes  que David confía en mí!

Pedro lanzó un bufido.

—¡Más tonto es él.

—¡Una cena no significa acostarte con esa persona al final de la velada!

—¿Ah, no?

—¡No me juzgues por tu propio comportamiento! Sólo porque tú consideres el sexo  como  la taza de  café  de  después  de  una  cena,  no  significa  que  los  demás  también lo hagan.

—¿Te molesta, verdad? Que Aldana y yo estemos juntos.

—Igual que a tí te molesta que yo vaya a cenar con Rafael.

Los dos se miraron con furia.Cecilia lanzó una carcajada. Y los dos se volvieron al unísono con el ceño fruncido.

—¿Qué? —preguntó Paula.

—¿Algo divertido? —bufó Pedro.

—No, nada.

Paula lanzó un suspiro y Pedro un bufido y los dos volvieron a su trabajo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario