Sólo cuando se fue la última modelo, consideró la posibilidad de disculparse por su dureza. Le diría que la tensión se le había acumulado toda la semana, la invitaría a cenar y... Pero Paula estaba hablando por teléfono. Con un hombre. Supo que era un hombre por la forma en que tenía de ladear la cabeza sonriente y por las risitas. ¡Que lo ahorcaran si no estaba coqueteando allí mismo, en el teléfono de su oficina!
—No te pago para que charles con tu novio en las horas de trabajo —dijo Pedro con dureza en vez de disculparse.
—No estaba...
—Tengo trabajo en el laboratorio y terminaré tarde —la interrumpió él—. Vete cuando hayas terminado aquí. Y mientras tanto, dile a David que te deje hacer tu trabajo.
—No era...
—Y déjame tranquilo. No quiero que me molesten.
Se encerró al instante en el laboratorio y empezó a trabajar. Los minutos se convirtieron en horas. Cuando estaba concentrado no lo notaba. Y el laboratorio siempre había sido su sitio favorito. Para la publicidad, la mayor parte de su trabajo era en color, pero cuando tenía algo en blanco y negro, podía usar tanta creatividad en el revelado como tras la cámara.Eran casi las nueve cuando terminó. Sacudió los hombros para quitarse la tensión y se sintió bien. Equilibrado. Bueno, al menos no tan inquieto como en las dos últimas semanas. Abrió la puerta del laboratorio y salió al área de recepción.
—¿Qué estás haciendo tú aquí?
Paula estaba sentada en la misma silla en que la había dejado con el ordenador enfrente.—Me dijiste que terminara y había mucho trabajo atrasado. He estado muy ocupada desde que echaste a Andrea. Pedro volvió a sentir la tensión en los hombros.
—Podrías haber terminado hace mucho tiempo si no hubieras estado charlando con como se llame tu novio.
—David.
—¡Ya sé como se llama!
Paula apretó los labios.
—Bueno, pues no era David.
—¿Qué quieres decir con que no era David? ¿Con quién diablos estabas coqueteando?
—¡Yo no estaba coqueteando! Estaba hablando con Rafael. Vamos a cenar mañana. Vamos a cocinar un plato tailandés.
Pedrofrunció el ceño. Debería haber averiguado algo más del carácter del tal Rafael antes de permitirla alojarse en el departamento de Karina. ¿Y si era un asesino en serie o aún peor, un mujeriego de sangre fría que se dedicaba a seducir a ingenuas?Cruzó la habitación y bajó la vista hacia ella con el ceño fruncido.
—¿Qué es lo que sabes de él?
—Es bombero, como nos contó Karina—Paula se animó—. Pero no el típico bombero de camión. Es especialista en desastres como terremotos y explosiones de pozos de petróleo. Precisamente acaba de volver de Sudamérica...
Siguió contándole los últimos viajes del tal Rafael por el mundo hasta que Pedrola interrumpió.
—¿Te ha contado toda su vida Karina?
—¿Karina? No, se lo pregunté yo.
—¿Que tú se lo preguntaste? ¿Cuándo?
—Cuando estuvimos en Ellis Island. Fuimos el domingo pasado.
El ceño de Pedro se frunció aún más.
—Y ayer, cuando estábamos haciendo la colada.
¿Ellis Island? Aquello era ya bastante malo, pero, ¿La colada?
—¿Que has estado haciendo la colada con él?
—Me crucé con él cuando iba a la lavandería y me ofreció su lavadora.
Pedro lanzó un gemido.
—¿Qué he hecho mal?
—¿Y no te dijo, ven a ver mis cuadros, suculento corderito?
Pedro no pudo contener el sarcasmo.¡Pero Paula sólo se rió de él!
—No va a hacer nada parecido. Sabe que estoy prometida.Como si fuera tan sencillo.
Pedro sacudió la cabeza con desesperación.
—¿Y lo va a recordar él?
—Por supuesto —aseguró Paula con confianza—. Y a cambio, he quedado en prepararle la cena el sábado.
¿Hasta qué punto de inocencia llegaba aquella mujer?
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