lunes, 19 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 38

Allí estaba Pedro parado.Estaba  igual  que  Franco  al  llegar  a  la  azotea:  expectante,  intenso,  deslizando  la  mirada de un grupo a otro con rapidez. Entonces la divisó y se dirigió directamente hacia ella.Con  rapidez  y  una  ansiedad  que  la  sorprendió  a  sí  misma,  Paula se  levantó apresurada.

—¡Pedro!

Justo entonces pareció notar él con quién estaba sentada y su expresión se cerró de repente. Asintió con cortesía en dirección a Isabel, pero apretó los labios al volverse hacia Franco. Se miraron los dos como dos gladiadores, pensó Paula.

—MacCauley —Pedro ladeó la cabeza con frialdad.

—Alfonso—replicó Pedro.

—¿No  quieres  sentarte?  —interrumpió  cortés  Isabel  en  el  silencio—.  Fran  puede  buscarte otra silla.

Franco no  parecía  tener  ninguna  gana  de  molestarse  por  Pedro,  pero  de  todas  formas fue innecesario.

—Sólo he venido a buscar a Paula.

La tomó de la mano y empezó a arrastrarla.

—Pero...

—Ahora —susurró Pedro encaminándose hacia las escaleras.

Ella se volvió para despedirse del matrimonio.

—Espero que nos veamos de nuevo.

—Nos veremos —prometió Isabel.

—¿Qué  es  tan  urgente?  —preguntó  Paula cuando  Pedro la  arrastró  por  las  escaleras.

—No hace falta que te confabules con el enemigo.

—¿Enemigo? ¿Franco e Isabel MacCauley?

—Es una forma de hablar —murmuró Pedro—. Franco me quitó el trabajo.

—¿Qué trabajo?

—El de Palinkov.

Paula se paró en seco.

—¿No conseguiste el trabajo de Palinkov?

—No.

Ella le posó una mano en el brazo.

—Lo siento.

Pero Pedro se zafó de ella.

—No necesito tu simpatía.

—¡Pero querías ese trabajo!

—¡Por supuesto que quería ese trabajo! ¡Era un pastel!

—Pues  siento  que  no  lo  hayas  conseguido.  Me  gustaría  ver  lo  que  ha  enviado  Franco. Debe ser terriblemente bueno para haber superado lo tuyo.

Pedro se encogió de hombros.

—Un asunto de opiniones. O de visión.

Ella le rozó el brazo de nuevo deseando que la mirara.

—Pero tú tienes una visión increíble, Pedro.

No lo había dicho como un halago. Sólo lo había dicho porque era verdad.Ella admiraba su trabajo y su visión. Y quería, necesitaba decirle cuánto. No había pretendido hacer que él la besara. Él no había pretendido besarla nunca. ¡Al menos no así!No  con  ternura  y  delicadeza.  No  lentamente,  tomándose  su  tiempo  para  paladear  sus  jugosos  labios  y  su  dulce  aliento.  No  había  querido  besarla  con  ansiedad, hambre e innegable pasión.A Pedro le gustaban los besos. Pero ya nunca quería los besos que importaban. El de Paula había sido importante. Al menos para ella. Lo pudo ver en su mirada cuando por fin se separaron y lo miró aturdida.Y para él. Lo pudo sentir en lo más hondo. El hielo cuartearse, el calor crecer, el dolor empezar. ¡No podía hacerlo!¡No debía!Se aclaró la garganta jadeante.

—Creo que es hora de que te lleve a casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario