—¡Pedro!
Justo entonces pareció notar él con quién estaba sentada y su expresión se cerró de repente. Asintió con cortesía en dirección a Isabel, pero apretó los labios al volverse hacia Franco. Se miraron los dos como dos gladiadores, pensó Paula.
—MacCauley —Pedro ladeó la cabeza con frialdad.
—Alfonso—replicó Pedro.
—¿No quieres sentarte? —interrumpió cortés Isabel en el silencio—. Fran puede buscarte otra silla.
Franco no parecía tener ninguna gana de molestarse por Pedro, pero de todas formas fue innecesario.
—Sólo he venido a buscar a Paula.
La tomó de la mano y empezó a arrastrarla.
—Pero...
—Ahora —susurró Pedro encaminándose hacia las escaleras.
Ella se volvió para despedirse del matrimonio.
—Espero que nos veamos de nuevo.
—Nos veremos —prometió Isabel.
—¿Qué es tan urgente? —preguntó Paula cuando Pedro la arrastró por las escaleras.
—No hace falta que te confabules con el enemigo.
—¿Enemigo? ¿Franco e Isabel MacCauley?
—Es una forma de hablar —murmuró Pedro—. Franco me quitó el trabajo.
—¿Qué trabajo?
—El de Palinkov.
Paula se paró en seco.
—¿No conseguiste el trabajo de Palinkov?
—No.
Ella le posó una mano en el brazo.
—Lo siento.
Pero Pedro se zafó de ella.
—No necesito tu simpatía.
—¡Pero querías ese trabajo!
—¡Por supuesto que quería ese trabajo! ¡Era un pastel!
—Pues siento que no lo hayas conseguido. Me gustaría ver lo que ha enviado Franco. Debe ser terriblemente bueno para haber superado lo tuyo.
Pedro se encogió de hombros.
—Un asunto de opiniones. O de visión.
Ella le rozó el brazo de nuevo deseando que la mirara.
—Pero tú tienes una visión increíble, Pedro.
No lo había dicho como un halago. Sólo lo había dicho porque era verdad.Ella admiraba su trabajo y su visión. Y quería, necesitaba decirle cuánto. No había pretendido hacer que él la besara. Él no había pretendido besarla nunca. ¡Al menos no así!No con ternura y delicadeza. No lentamente, tomándose su tiempo para paladear sus jugosos labios y su dulce aliento. No había querido besarla con ansiedad, hambre e innegable pasión.A Pedro le gustaban los besos. Pero ya nunca quería los besos que importaban. El de Paula había sido importante. Al menos para ella. Lo pudo ver en su mirada cuando por fin se separaron y lo miró aturdida.Y para él. Lo pudo sentir en lo más hondo. El hielo cuartearse, el calor crecer, el dolor empezar. ¡No podía hacerlo!¡No debía!Se aclaró la garganta jadeante.
—Creo que es hora de que te lleve a casa.
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