No lo pudo creer cuando vio revolotear los primeros copos. La temperatura bajó con brusquedad y el viento se levantó. Pedro se dió la vuelta.Pero no se había preparado para la nieve, así que acabó en el motel empapado y tembloroso y con ampollas en los talones y en las manos. Más programas malos en la televisión.No fue hasta que estuvo bajo la ducha caliente cuando se acordó de que no volvería a ver a Paula nunca.De alguna manera, no era tan reconfortante como había creído.Se echó en la cama y su imagen lo asaltó sonriente y sensual. Lanzó un gemido.Entonces hizo lo que se había jurado no hacer. Buscó en el fondo de la mochila y sacó las fotografías que había escondido bajo los calcetines. Eran las fotografías que había sacado a Paula el primer día. Paula desnuda y tentadora. Y también había otras fotos de ella. Algunas que le había sacado al final de algún rollo que no se había acabado. En algunas estaba pensativa y riendo en otras, pero estaba igualmente tentadora.No debería haberlas llevado. No recordaba por qué lo había hecho. Bueno, sí lo recordaba.Se había convencido de que las miraría cada pocos días para comprobar su resistencia contra ella.
Pero a juzgar por su reacción en ese momento, todavía le quedaba mucho camino para ganar aquella batalla. Quizá fuera por eso por lo que volvió a la montaña en cuanto la nieve se derritió en el pueblo.
—No creo que deba hacer senderismo con este tiempo —le dijo el recepcionista al salir—. Está todavía muy helado arriba.
Pero las predicciones del tiempo eran buenas para unos cuantos días y Pedro necesitaba distracción. Con desesperación.
—Sobreviviré —contestó.
Tres días más tarde, pensando en Paula en vez de en dónde ponía el pie, se resbaló. Y cayó.Se rompió la pierna.Sobrevivió, pero por poco.En menos de veinticuatro horas estaría de vuelta en casa. Paula se sentó en la cama de Pedro e intentó imaginarse a sí misma en Iowa a la salida del avión, cuando se encontrara a David con los brazos abiertos. Tenía el equipaje ya preparado. Las plantas de Pedro estaban regadas y todo estaba limpio y recogido en espera de su llegada. Hasta había horneado algunas pastas de bienvenida para que las encontrara al llegar. Pero no podía dejar de soñar con que llamara antes de su partida. Para despedirse y darle las gracias.Para oír su voz por última vez.
—Gracias —susurró a la habitación vacía.
Sabía que no debería estar allí. Tenía todo el apartamento para ella sola y sin embargo ningún sitio le resultaba tan acogedor como aquél. Curiosamente allí no había fotos suyas, sólo tres instantáneas, una de Sonia de joven, otra con su marido y su hijo y otra de una pareja que debían de ser sus padres.El hombre tenía la misma intensa mirada de Pedro y la mujer su rápida sonrisa. Estaban de pie frente a la heladería de Collierville, que Paula reconoció al instante. Había sonreído al verla por primera vez y había sentido una añoranza familiar. Probablemente por eso fuera allí. Porque se sentía más cerca de casa.¿O porque se sentía más cerca de Pedro? Apartó aquella idea de su mente con firmeza.Se iba a ir a casa.Al día siguiente estaría allí y su experiencia de Nueva York habría acabado. Su vida, la vida que había planeado desde los dieciocho años, estaría frente a ella de nuevo.
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