miércoles, 30 de marzo de 2022

Fuiste Mi Salvación. Capítulo 10

Pedro se quedó estupefacto. ¿Le había oído? Encogiéndose de hombros, Paula dió media vuelta y echó a andar. Él se la quedó mirando hasta que se perdió por una esquina. Se frotó la cara y reprimió una palabrota. Había sido muy grosero. Había dejado que el mal genio y la impotencia que sentía se apoderaran de él... ¿Qué le había pasado? Se giró y le dió una patada a una piedra. Echó a andar hacia el coche. No sabía qué hacer con lo de Valentina y el concurso, pero sí sabía una cosa. Iba a tener que disculparse con Paula Chaves. 




–¿Que has hecho qué?


Pedro tragó en seco al oír el grito de Valentina. Nunca le había hablado en ese tono. Su voz reverberó contra las paredes de la cocina.


–Ya te dije que no quiero que participes en algo tan superficial como un concurso de belleza. Deberías concentrarte en tus estudios. Si vas a ser abogada, vas a necesitar buenas notas.


Valentina se pasó las manos por el cabello.


–Esto es por mamá, ¿No?


Él se pasó una mano por el cuello de la camiseta.


–Se trata de tí.


–Que quiera verme guapa me convierte en mamá, ¿No? ¡Crees que voy a empezar a tomar drogas!


–Eso es una tontería.


Había hecho todo lo posible por proteger a Valentina de la verdad acerca de la muerte de su madre, pero la sobredosis de Brenda había aparecido en todos los periódicos del país.


–No confías en mí –dijo Valentina, con los ojos llenos de lágrimas.


–Quiero que te centres en cosas importantes, no en tonterías.


No iba a perder a su hija por culpa del cruel mundo de la moda. No iba a dejar que pasara hambre para representar un estúpido ideal delante de la cámara.


–Miss Showgirl no es solo un concurso –dijo Valentina. Le temblaba la voz. Caminaba de un lado a otro por la cocina–. ¡Era mi única oportunidad y tú la has estropeado!


Él se puso rígido.


–¿Tu única oportunidad para qué?


–¡Para aprender a vestirme bien! Para aprender a arreglarme el pelo, a maquillarme.


–¡No hay nada de malo en tu aspecto tal y como eres ahora!


–¡Sí que lo hay! –gritó la chica–. Tú eres un hombre. ¿Qué vas a saber de eso? ¿Quieres que todos los abogados se rían de mí como las chicas del instituto?


«Paleto...», las palabras Paula retumbaban en su cabeza.


–Las otras chicas tienen a sus madres. Yo...


Él la miró fijamente. Nunca se había sentido tan perdido. 


–Aunque Miss Showgirl sea un concurso tan superficial, ¿Qué tiene de malo querer aprender a maquillarse, arreglarse el pelo y llevar ropa bonita? Estoy harta de fingir que no me interesan esas cosas porque a ti no te parece bien –levantó la voz de nuevo–. Me da igual lo que digas. ¡Eso no me convierte en mamá!


–Yo no he dicho que...


Pedro se detuvo. Eso era exactamente lo que había dicho. Todas esas cosas... La ropa bonita, el maquillaje, los peinados.... Brenda había elegido todas esas cosas por encima de su familia, por encima de él. De repente empezó a sentir un escozor en los ojos. ¿Valentina había renunciado a todas las cosas de chicas para complacerle?


Fuiste Mi Salvación: Capítulo 9

La mujer tenía unos ojos increíblemente azules, capaces de robarle el corazón al hombre más duro. Mientras la miraba, Pedro sintió que anhelaba algo a lo que ni siquiera podía ponerle nombre. De pronto ella frunció esos deliciosos labios y le hizo darse cuenta de lo grosero y desagradable que debía de haberle parecido. Él retrocedió un paso. En otra época hubiera manejado la situación con encanto y sentido del humor, haciendo todo lo posible por aplacar cualquier sentimiento nocivo. En otra época... ¿Cuándo se había puesto todo patas arriba? Cuando Valentina había empezado a gastarse dinero en maquillaje y revistas de moda... En ese momento el mundo se había vuelto del revés. Incluso había llegado a comentarle algo sobre hacerse un piercing. De pronto todo le recordaba a Brenda... Paula se puso erguida. Era de la misma estatura que Brenda, uno setenta aproximadamente, pero no era ella. No había abandonado a su familia, no les había dejado prácticamente en la ruina. No había sucumbido a las drogas de diseño de moda. Aunque representara a ese mundo frívolo de la moda al que tanto odiaba, el mismo que había destruido a Brenda, no merecía un trato tan grosero. Abrió la boca para disculparse, pero no pudo emitir palabra alguna. Ella se había cruzado de brazos y los pechos se le marcaban más que nunca contra la camiseta. Pedro se obligó a mirarla a los ojos. Ella también le miraba, con simpatía.


–¿Usted es el padre desconfiado? –sacudió la cabeza.


Él tardó un momento en asimilar lo que acababa de oír.


–Señor Alfonso, sé que esto no es asunto mío, pero... Pero creo que su hija ha entendido mal su falta de apoyo en lo que se refiere al concurso de Miss Showgirl. Cree que usted piensa que no vale para presentarse al concurso.


Pedro se puso rígido.


–Las chicas de dieciséis años pueden ser muy sensibles, poco seguras de sí mismas. Estoy segura de que no ha sido su intención socavar su autoestima, pero ese ha sido el efecto que ha tenido en ella.


–¡No me diga cómo tengo que educar a mi hija!


Paula parpadeó varias veces. 


–Yo no... Solo digo que...


–¡Bueno, no se moleste! –le dijo, gesticulando con la mano–. ¿Y qué sabe usted sobre niñas adolescentes?


–Fui una de ellas –Paula levantó la barbilla.


–¿Tiene hijos?


Ella tragó con dificultad.


–No.


–Entonces no pretenda decirme cómo ocuparme de la mía. Si creo que no es apropiado que participe en un concurso de belleza...


–¡No es solo un concurso de belleza! –exclamó Paula, sonrojándose–. Es una causa benéfica, es una oportunidad para que las chicas...


–¡Ahórreme la perorata! No quiero que Valentina participe en ese circo superficial, y quiero que usted se aleje de ella. ¿Me ha oído?


–Le he oído y los vecinos también.


Pedro hizo una mueca. Iba a tener que disculparse. Las palabras empezaron a formarse en su boca, abrió los labios...


–Valentina cree que usted piensa que no es lo bastante guapa. Lo sabe, ¿Verdad?


Pedro soltó el aliento. Su hija era preciosa. Era la luz de su vida. Tenía que saberlo. ¿Que no era guapa? Podía ganar ese concurso sin el más mínimo esfuerzo. Para él era la chica más guapa de todo... Ahuyentó ese pensamiento rápidamente. Tenía que hablar con Stevie lo antes posible. Se irguió.


–Creo que no tenemos nada más que hablar.


Ella abrió mucho los ojos. Incluso tuvo la desfachatez de ponerlos en blanco.


–Urbanita snob–masculló Pedro entre dientes.


–Paleto –le dijo ella. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 8

Él era el único responsable de su bienestar, y no estaba dispuesto a dejarla participar en un ridículo concurso que convertía en floreros a las mujeres y las hacía creer que la apariencia era lo más importante. Ya había visto esa obsesión en Brenda y no iba a dejar que su hija creciera con esa clase de valores. La familia, el compromiso... Esas eran las cosas que merecían la pena.


–Ya puedes entrar de nuevo y borrarte del registro. ¡Ahora! ¡No vas a participar en ese circo!


–No.


Esa única palabra lo dejó helado. Valentina nunca le había desafiado abiertamente.


–Tengo dieciséis años –apoyó las manos en las caderas–. Dentro de dos años podré votar. Tengo derecho a tomar ciertas decisiones sobre mi vida, y esta es una de ellas. Voy a participar en el concurso, te guste o no.


Durante un momento, Pedro apenas pudo pensar con claridad.  Una parte de él casi reconocía que Valentina podía tener razón.


–Y, creas lo que creas, ¡Paula Chaves cree que tengo posibilidades!


Dió media vuelta y echó a andar rumbo a casa. ¿Paula Chaves? El nombre le golpeó como un puño. ¿Paula Chaves? Durante su matrimonio con Brenda ese era el nombre que más veces la había oído decir. No recordaba quién era, pero ella no hacía más que mencionarla una y otra vez. Siempre aparecía en la portada de alguna revista glamurosa, en las pasarelas de París, Londres, Nueva York... De cualquier sitio. «Si Paula Chaves puede hacerlo, yo también...». Y lo hizo. Pero ese mundo acabó con ella... Y él no estaba dispuesto a dejar que le pasara lo mismo a Valentina. Haría cualquier cosa para proteger a su niña. De repente oyó que alguien se aclaraba la garganta. Se había olvidado de esa mujer desconocida. Se volvió hacia ella.


–Soy Pedro Alfonso, y siento que...


Al verla cara a cara, sintió que todo se le tensaba por dentro. Masculló un juramento, y entonces se rió. Pero la risa no era real. Era amarga, sarcástica.


–Paula Chaves, ¿Verdad?


A lo mejor no la recordaba, pero sí la reconocía. Sonya le había enseñado tantas fotos... Era hermosa, preciosa, perfecta, para la portada de una revista. Pero él sabía que todo era una mentira, porque ninguna mujer podía tener ese aspecto todo el tiempo. Era la clase de mujer que les llenaba la cabeza de expectativas estúpidas a las adolescentes. Con esos labios perfectos, esas pestañas kilométricas, y ese pelo rubio... Él tenía treinta y cuatro años. Ella tenía que tener por lo menos treinta y seis. Pero no parecía mucho mayor de veinticinco. Más mentiras.


–Déjeme adivinar. Estoy igual que siempre, ¿Verdad? –le dijo ella de repente y arqueó una de esas cejas perfectas.


–¿De qué demonios me está hablando?


Por alguna extraña razón, ella pareció alegrarse al oír su exabrupto. Pedro se acercó y le habló al oído.


–Aléjese de mi hija –le susurró.


La sonrisa de Paula se borró. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 7

 –¿Que...? ¿Disculpa?


–Creo que lo tuyo no es la bisutería y los adornos, Valentina. Seguramente te parecerán demasiado. Pero puedes añadir un toque muy femenino poniéndote un fular. Y si te levantas por la mañana y no tienes ganas de ponerte femenina, puedes cambiar el fular por algo más provocativo o clásico. Con esos pómulos tan maravillosos que tienes y ese cuello tan largo, te quedará muy bien un fular. Creo que voy a daros una clase sobre cómo llevar pañuelos y bufandas.


Valentina se la quedó mirando.


–¿En serio?


–Claro. ¿Por qué no?


Valentina siguió mirándola como si acabara de confiarle todos los secretos del universo. Paula se aclaró la garganta.


–Valentina, ¿Quieres saber cuál es mi secreto?


La chica dió un paso adelante, expectante.


–¿Te refieres al secreto que te hizo ganar el concurso?


–Hay que fingir un poquito.


–¿Fingir? –Valentina frunció el ceño.


–Sí, eso es. Hay que hacer un poco de teatro, hacer que la gente crea lo que tú quieras que crean, que eres lista, guapa y que confías en tí misma. Si te comportas como si supieras que eres guapa y lista, como si tuvieras algo que aportar al mundo... Si caminas, hablas y miras a la gente con esa clase de confianza, si crees en tí misma, entonces todos empezarán a ver que tienes algo especial, y te tratarán con respeto. No es fácil –le advirtió–. Es muy duro conseguirlo. Pero funciona. Y al final te darás cuenta de que ya no estás fingiendo. Verás que realmente eres preciosa y confiarás en tí misma.


«Y entonces... A veces pasa algo que te lo arrebata todo de golpe... De nuevo...». Paula trató de no pensar en ello.


–¿Fingir? –repitió Valentina.


Paula levantó la barbilla y se puso erguida.


–Eso es. Bueno, ¿Te veo el jueves?




Pedro pisó el freno en cuanto vió a Valentina. Paró el coche junto a la acera. ¿Qué estaba ocurriendo? Le había dicho que iba a pasar el día horneando tartas con su amiga Lola y con su madre. ¿Qué estaba haciendo en la salida del recinto, hablando con una mujer a la que no había visto nunca? ¿Acaso tenía algo que ver con el concurso de Miss Showgirl? Reprimió un gruñido y apoyó la cabeza contra el volante un momento. Bajó del coche y respiró hondo.


–¿Valentina?


Valentina se giró de golpe. Al verle aproximarse levantó la barbilla.


–Hola, papá.


Lo dijo como si no pasara nada, como si no le hubiera mentido.


–¿Qué estás haciendo aquí? –trató de no alzar el tono de voz, pero fue inútil. Sabía que sus sospechas estaban a punto de ser confirmadas–. Me dijiste que ibas a pasar el día con Lola.


La chica se encogió de hombros sin más. Pedro se enfureció. ¿Dónde había estado toda la tarde? ¿Cuándo se había convertido en una adolescente rebelde? No se dirigió a la mujer que estaba con ella. Ni siquiera la miró.


–¿Y bien?... ¿Y bien?


Valentina se irguió. Durante una fracción de segundo algo brilló en sus pupilas, algo que Pedro casi reconocía.


–Me he apuntado al concurso de Miss Showgirl.


Sospechas confirmadas. Pedro respiró hondo.


–Te dije que no iba a tolerar que participaras en ese concurso.


Los ojos de Valentina relampaguearon.


–Pues yo decidí que no iba a seguir tu consejo.


–¡No era un consejo! ¡Era una orden!


Su hija en un estúpido concurso de belleza... «Por encima de mi cadáver...». 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 6

 –Haga lo que haga, nunca podré ser como esas chicas –dijo Valentina, moviendo un brazo en el aire.


–Dios mío, ¿Y por qué ibas a querer serlo?


–¿Qué? 


Paula levantó una mano y la señaló con el dedo.


–Cuando estés hablando en público, o cuando te estén entrevistando, debes decir «¿Disculpa?», y no «¿Qué?». Y, sí. Esas chicas que se estaban metiendo contigo son guapas, pero son rubias clonadas. Es difícil diferenciarlas.


Valentina casi se ahogó de la risa.


–Se supone que no puedes decir eso.


–¿Y por qué no? –Paula echó a andar hacia la verja–. Yo soy rubia, y muchos dirían que soy guapa, pero... Créeme. Si me vieras a primera hora de la mañana, antes de haberme arreglado el pelo y de ponerme el maquillaje, te llevarías un buen susto. Hay que trabajar con lo que tienes, Valentina, y tú tienes mucho. Tienes una piel bronceada preciosa, y un pelo maravilloso.


Llevaba el pelo corto, pero era un cabello fuerte, oscuro, brillante y denso.


–Tienes unos ojos grises increíbles. El concurso de Miss Showgirl lo ganará la candidata que sea capaz de destacar entre las demás. No será para rubias clonadas que parecen todas iguales a los ojos de los jueces.


–Pero si una de las rubias clonadas logra destacar... Si demuestra lo que vale...


–Si ha trabajado así de duro... –dijo Paula con sutileza, empujando a Valentina hacia la puerta–. Entonces a lo mejor se merece ganar.


Valentina se detuvo. Paula también.


–¿De verdad crees que tengo alguna oportunidad de ganar, y no lo dices solo porque vas a ser nuestra profesora, y porque se supone que eso es lo que tienes que decir?


–Lo digo de verdad –Paula se tocó el pecho y entonces frunció el ceño–. ¿Ganar es tan importante para tí?


La chica sacudió la cabeza.


–Solo quiero saber que tengo tantas posibilidades como las demás. Eso es todo.


–¿Y?


–A veces quiero ser... ¡Algo más que una chica con vaqueros y camisetas! Mi madre murió cuando yo era muy pequeña, así que no tengo a nadie que me enseñe cosas de chicas. ¡Cada vez que lo intento yo sola me veo ridícula!


A Paula se le encogió el corazón.


–Fular –dijo de repente. 

lunes, 28 de marzo de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 5

Paula se enfureció de repente. Y el color rojo de la rabia era maravilloso después del negro y el gris de la enfermedad y del miedo. Abrió la puerta bruscamente, con tanta fuerza que la hizo rebotar contra la pared que estaba detrás. Había cuatro chicas al final de las escaleras. Todas se volvieron hacia ella.


–Quiero que todas me escuchen con atención.


Bajó los once peldaños con paso firme, como solía hacer en la pasarela, levantando las rodillas, meneando las caderas, con la barbilla al frente y una expresión altiva. Se detuvo en el penúltimo para mantenerse por encima de las chicas y apoyó las manos en las caderas. Se inclinó hacia delante para intimidarlas aún más.


–Miss Showgirl no es un concurso de belleza más. Se trata de aprender habilidades que te pueden hacer la vida más llevadera. Y también se trata de recaudar fondos para una buena causa. Se trata de aprender a sacarse el máximo partido, en todos los sentidos.


Nadie dijo nada. Por primera vez en mucho tiempo, Paula se sintió poderosa, y eso era fantástico.


–El año en que yo gané, no era la más guapa, ni mucho menos. Vuelvan y miren las fotos. Mónica Dalwood era la más guapa.


Mónica era una pelirroja despampanante, pero tímida, algo que al final le había pasado factura. Miró a cada una de las chicas y no le llevó más que un segundo averiguar cuál era Valentina Alfonso. Y no porque no fuera guapa. Lo era. Era preciosa. Pero también era la típica chica descuidada con vaqueros, pelo corto y nada de maquillaje ni complementos. Comparada con sus tres rivales, estaba hecha un desastre. Paula echó atrás los hombros.


–Si lo único que les interesa es quién es la más guapa, ahora mismo les pongo una nota.


Les hubiera dado un diez a todas... Pero no era ese el objetivo. Quería confundirlas y lo había conseguido. A esas chicas no les gustaba que las juzgaran solamente por su apariencia y Paula se alegraba de haberlo averiguado.


–Pero si quieren saber la puntuación, entonces deben saber algo más, no las voy a aceptar en las reuniones de los jueves. Bueno, ustedes eligen. ¿Qué va a ser?


Se oyeron algunos murmullos.


–Bien. Una cosa más... Si vuelvo a oír algún comentario de este tipo, tendremos que hablar muy en serio. ¿Entendido?


Todas asintieron.


–Estupendo –se frotó las manos–. Bueno, seguro que todas tienen cosas mejores que hacer que estar por aquí todo el día.


Tres de las chicas echaron a andar en una dirección. Valentina se fue en sentido opuesto.


–Valentina, espera.


La chica se detuvo. Se dió la vuelta. 


–Lo has oído todo, ¿No? Y sabes que soy Valentina porque no soy tan guapa como ellas –dijo, señalando en la dirección en la que se habían ido las otras.


–No lo he oído todo –le dijo Paula–. Pero sí que he oído lo suficiente. Y sé que eres Valentina porque vas sola, mientras que las otras se han ido juntas.


La chica se relajó un poco.


–De verdad espero que no les hicieras ningún caso. Tienes las mismas oportunidades de ser Miss Showgirl.


–Eso no es cierto. ¡Ni siquiera mi padre lo cree posible!


Paula hizo todo lo que pudo por no quedarse boquiabierta. Un padre tenía que apoyar a su hija, en vez de socavar su autoestima.

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 4

 –Paula, cariño –Gloria se acercó a su sobrina, que estaba junto a la mesa de los aperitivos, nada más terminar la reunión–. Me voy a quedar por aquí un par de horas más. Debes de estar exhausta. ¿Por qué no te vas a casa? 


–No estoy cansada –dijo Paula de inmediato–. Pero no me importaría pasarme por un quiosco de prensa para comprar un par de revistas de moda. Creo que me tengo que poner un poco al día.


–Estoy enfadada con Josefina por haberte puesto en ese aprieto. ¿Estás segura de que quieres hacerlo? Puedo hablar con ella y...


–¡No! Estoy deseando hacerlo.


–¡Pero estás de vacaciones! No quiero que hagas más cosas de la cuenta.


Paula agarró un plato y se sirvió dos triángulos de sándwich y una porción de bizcocho.


–Tía Gloria, he aprendido la lección. Lo prometo. Además, dos horas a la semana no suponen mucho estrés.


–Bueno... Supongo que no.


–Y tú estás más que invitada a unirte a nosotras como asistente personal de la mentora.


–¿Yo? –Gloria parpadeó–. ¿Y yo qué sé de la moda? Ya sabes que nunca ha sido lo mío precisamente. Siempre te mandaba al colegio con la falda demasiado corta o demasiado larga. Y si se llevaban los calcetines hasta el tobillo, yo te los compraba hasta las rodillas o viceversa.


Paula se rió de verdad.


–Me encantó criarme contigo, tía Gloria. Ya lo sabes.


–Sí, lo sé. Pero experta en moda...


–No eres –dijo Paula.


–Esas chicas tienen mucha suerte de poder contar contigo. Prométeme que no te vas a pasar de la raya.


–Lo prometo. Y tampoco quiero que tú te pases. No has comido casi nada en todo el día. No me voy a ir hasta que te hayas tomado esa taza de té y te hayas comido ese pastel –le dio el plato.


Gloria la miró con ojos de sorpresa. Le sirvió una taza de té y procedió a preparar un plan para las reuniones de Miss Showgirl.


–Vamos a hablar de maquillaje, ropa, modales y todas esas cosas. ¿Qué podría ser más divertido que eso?


Divertido... Casi tuvo ganas de reírse como una histérica. El pelo y el maquillaje ya no eran divertidos para ella. En realidad, se habían convertido en herramientas de primera necesidad que impedían que la gente se le quedara mirando como si fuera una extraterrestre.


–Siempre se te han dado muy bien esas cosas –dijo Gloria. Miró a su sobrina y dejó su plato vacío sobre la mesa–. ¿Has dicho «divertido»?


Paula puso su mejor sonrisa.


–Claro –abrazó a su tía. La prótesis que llevaba en el pecho derecho le rozó las cicatrices, recordándole una vez más cuál era la realidad–. Parece que tu próxima reunión está a punto de empezar. Te dejo con ello. Ya nos veremos en casa luego.


Se dirigió hacia la salida de atrás del edificio de oficinas, recordándose a sí misma que Roma no se construyó en un día. Le llevaría un buen tiempo aplacar todos los temores de su tía. A medida que se aproximaba a la puerta, empezó a oír voces provenientes del exterior. Vaciló un momento, pero solo un momento. Se obligó a seguir hacia las dobles puertas. Una de ellas estaba cerrada.


–Vas a hacer el ridículo, Valentina Alfonso. ¡No digas que no te lo advertimos! Sabes que no eres lo bastante guapa para ser Miss Showgirl. Te aconsejamos que...


Se oyeron unas risitas. Paula se detuvo de golpe.


–Deberías dejarlo ahora que todavía puedes, antes de convertirte en un hazmerreír. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 3

La reunión fue tan agotadora como esperaba Paula. Todas las miradas recayeron sobre ella y la hicieron sentir insegura, incómoda... Tampoco faltaron los típicos comentarios... «¡Vaya! Te veo estupenda...». Ni tampoco estuvieron ausentes las caras de sorpresa... Pero ella no tenía ganas de seguir dando pena. «Oh, pobre Paula. Tiene que ser terrible perder a los padres a una edad tan temprana...». Había crecido con esa frase en la cabeza, y la odiaba tanto que no estaba dispuesta a añadir otra línea más a la letanía. Aunque ya no pudiera mirarse al espejo desnuda, no tenía por qué compartir sus miserias con nadie. No tenían por qué saberlo. Se dedicó a charlar y a sonreír. Bebió té, comió tarta y finalmente tomó asiento cuando Josefina, la presidenta del Agricultural Show Society, se puso en pie para dar por comenzada la reunión. Escuchó con atención mientras los demás hablaban y debatían, e incluso se atrevió a hacer algún comentario que otro.


–Muy bien. Sigamos adelante... –Josefina miró la orden del día–. El concurso de Miss Showgirl.


Paula se movió en su asiento. Lo de Miss Showgirl era un evento que estaba a medio camino entre un concurso de belleza y una gala benéfica para recaudar fondos; toda una tradición en Dungog. Veinte años antes, ella había sido la ganadora. Tragó con dificultad y parpadeó varias veces. Apretó los puños, nerviosa. Miró a Gloria con disimulo. ¿Podría escabullirse sin que nadie se diera cuenta? Como si pudiera sentir su dolor, su tía se dió la vuelta. Paula intentó volver a ponerse la máscara.


–¡Oh, qué divertido! –se frotó las manos–. ¿Cuántas candidatas hay este año?


–¿Chicas? –exclamó Josefina, dirigiéndose a un grupo de chicas adolescentes que estaban al final de la mesa–. ¿Cuántas se van a presentar al concurso? –contó las manos levantadas–. ¿Diez? Estupendo.


El año en el que Paula había concursado eran doce.


–Bueno, creo que tenemos un problema.


Consciente de la mirada de su tía, que todavía la observaba desde el otro lado de la mesa, Paula mantuvo la vista fija en Josefina. Su expresión era impasible.


–Malena Hamilton, que suele ser la mentora de las concursantes, no puede hacerse cargo este año, así que vamos a necesitar a otra persona. ¿Alguien quiere presentarse voluntario, o sugerirnos a alguien?


Nadie dijo nada. Josefina se volvió hacia Paula.


–Paula, cariño, ¿Cuánto tiempo vas a estar en el pueblo?


Por el rabillo del ojo vio que su tía le estaba clavando la mirada a Josefina al tiempo que sacudía la cabeza.


–Voy a estar un mes y me encantaría ayudar –dijo, poniéndose erguida.


Gloria se puso tensa y volvió a sacudir la cabeza. Josefina la miró un instante y después volvió a mirar a Paula. Esta levantó la barbilla y sonrió.


–Me gustaría preparar lo de Miss Showgirl durante el próximo mes.


Josefina se aclaró la garganta.


–No queremos ponerte mucha presión encima, Paula. Todos sabemos lo que has pasado.


–¿Presión? –Paula resopló y le lanzó una sonrisa radiante a su tía–. Si no recuerdo mal, tengo que reunirme con las candidatas dos horas a la semana, ¿No? No creo que eso me vaya a suponer mucha presión. Será divertido.


Gloria se mordió el labio inferior.


–¿Divertido?


–Ya lo creo –Paula miró hacia las candidatas–. ¿Los jueves de seis y media a ocho y media le viene bien a todo el mundo? –todas las chicas levantaron la mano de golpe–. Muy bien. ¡Está hecho! Y así tienes todo un mes para encontrar a una sustituta.


Josefina volvió a mirar a Gloria.


–Bueno... yo...


Paula le sonrió a su tía con entusiasmo y alegría. Gloria no tuvo más remedio que tirar la toalla.


–Eh... gracias, Paula. Nos serás de gran ayuda –dijo Josefina. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 2

 –Oh, Paula. ¡Pero mírate! –dijo Gloria en cuanto la vió entrar en la cocina–. Estás preciosa, como si...


–Como si nunca hubiera estado enferma.


–Bueno, sí, pero...


Paula hizo todo lo posible por seguir adelante con el espectáculo. Dió una vuelta.


–Estoy como nueva –le dio un beso a su tía en la mejilla.


Se sentó y se sirvió un poco de muesli en un bol. Gracias a la tía Gloria había logrado superar la cirugía y la quimioterapia. Gloria había sido su tabla de salvación.


–¿Quieres té? –le preguntó la señora, levantando la tetera.


–Sí, por favor. Y deja de mirarme así, tía Gloria. Los últimos meses han sido... Duros.


–Un infierno. 


–Y es maravilloso tener la oportunidad de pasar un mes entero por aquí sin hacer nada. No sabes cuánto lo estaba deseando –Paula puso su mano sobre la de su tía.


A Gloria le tembló el labio inferior y Paula sintió remordimientos. ¿Por qué se había empeñado en volver tan pronto al trabajo? Si hubiera esperado un poco más, no se hubiera desmayado en mitad de la oficina y la gente no hubiese vuelto a preocuparse de nuevo. Ella sabía lo mucho que la quería su tía, el miedo que le daba perderla. Sabía lo que había pasado en la vida. Y por eso había decidido tomarse un mes entero de vacaciones. Tragó por encima del nudo que tenía en la garganta.


–Tía Gloria, me han quitado todo el cáncer. Me han bombardeado con quimioterapia para asegurarse. Cada día me siento más fuerte. Prácticamente estoy tan saludable como cualquier otra mujer de mi edad. Voy a tener una vida larga y plena. Ya no me trates como si fuera un bebé, ¿De acuerdo? Ya es hora de que todo vuelva a la normalidad.


–¿Nada de tratarte como a un bebé? –murmuró Gloria, sacudiendo la cabeza mientras hablaba.


–Eso es. Bébete el té antes de que se te enfríe.


Paula esperó a que su tía se hubiera comido un trozo de tostada.


–Anoche me dijiste que hoy tienes una reunión del Agricultural Show Society.


–Oh, sí –dijo Gloria con entusiasmo.


–Como el evento es dentro de tres meses, me imagino que esta es la primera reunión oficial, ¿No?


–Eso es, cielo. Todo el mundo va.


–¡Estupendo! Cuenta conmigo.


La cuchara de su tía cayó de golpe sobre el platito.


–Oh, pero... Paula...


–Me encantará ver a gente a la que no he visto desde hace mucho tiempo. Además, seguro que puedo ayudar con algo durante el próximo mes, ¿No?


–¡Deberías estar descansando!


–Oh, eso también lo voy a hacer, y mucho –estiró los brazos y sonrió–. Estoy de vacaciones y tengo pensado hacer el vago y pasármelo bien. Preparar esto contigo será divertido. Me encantaba esta época del año cuando era una niña.


–Lo recuerdo –dijo Gloria con tristeza.


Paula sintió un nudo en el estómago. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 1

Paula se miró en el espejo con esa concentración que normalmente reservaba para los diseños de Paula Chaves de la semana de la moda de primavera. Se fijó en su ojo izquierdo. Se lo abrió cuanto pudo y se puso las pestañas postizas. Parpadeó. Repitió el proceso en el otro ojo. Había aprendido a hacerlo veinte años antes, cuando era modelo... Pero jamás hubiera esperado tener que volver a hacerlo tanto tiempo después, cuando ya no tenía que pasearse delante de las cámaras ni desfilar por una pasarela. A continuación se puso las cejas, también postizas. Esa habilidad sí la había adquirido poco tiempo antes. A diferencia de las pestañas, no se las tendría que quitar cada día. Si tenía cuidado podría tenerlas durante varias semanas. Siempre había tenido las cejas rubias, pero bien tupidas. Solía teñírselas. Pero esos eran otros tiempos. 


Ahuyentó esos pensamientos. No tenía sentido lamentarse por el pasado. Agarró la peluca, la quitó de la base con cuidado y deslizó la mano sobre la larga melena de pelo rubio sintético. Ni siquiera los ojos más expertos hubieran sido capaces de encontrar diferencias entre la peluca y su antigua melena rubia. Su amiga Soledad, una magnífica peluquera, había insistido en que la peluca era demasiado larga, pero ella la había elegido de todas maneras. Era reconfortante saber que era casi igual que su antiguo pelo. Se la colocó y luego se volvió de nuevo hacia el espejo para ajustarla mejor, para parecer normal, para parecer saludable y femenina, para que la gente volviera a tratarla como a un adulto en plenas facultades. Por fin retrocedió y se miró bien. Agarró el colorete. Un poquito más de color en las mejillas no le vendría nada mal. Se volvió a pintar los labios con ese tono rosa pardo permanente y una vez más dió gracias por todos los trucos que había aprendido durante sus años de modelo.  Dió otro paso atrás, se miró la cara, el perfil derecho, luego el izquierdo... Asintió con la cabeza. El corazón empezó a latirle más despacio. Por fin se reconocía a sí misma. Cuando saliera a la calle, nadie lo sabría. Y no había nadie en ese momento; nadie que pudiera ver cómo le temblaba la mano mientras le ponía la tapa al pintalabios, o el trabajo que le costaba cerrar el recipiente de colorete... Apartó la vista del espejo mientras se quitaba el vendaje. Se puso el sujetador, la prótesis, y se puso una camiseta lo más rápido que pudo. A continuación se puso unos vaqueros. Debería haber dado gracias por muchas cosas, pero no era agradecimiento lo que sentía. Sentía miedo. Tenía miedo de que la vida ya no volviera a ser como antes. Tenía miedo de seguir preocupando a su tía Gloria, a la que tanto quería. Recientemente le había dado por decir que iba a vender la casa y que se iba a mudar a Sídney con ella.


Paula se dejó caer sobre la cama y se puso las botas. Su tía llevaba toda la vida viviendo en Dungog. La ciudad no era para ella. Se miró en el espejo una vez más. Se tocó la barbilla y la levantó un poco. Se lo debía todo a su tía. Tenía que tranquilizarla un poco. Era su deber. Por eso había vuelto a casa. Ya estaba fuera de peligro. Volvía a ser una persona saludable. En cuanto su tía se diera cuenta de ello... Se levantó y metió todos los cosméticos en la bolsa; esa bolsa que llevaba a todas partes por si acaso, para retocarse, por si tenía alguna urgencia. En cuanto lograra convencer a su tía de que se encontraba mucho mejor, todo volvería a la normalidad. Y eso era lo que más quería, normalidad. Entrelazó las manos. Tenía que fingir. Esa era la respuesta. Así había ganado el concurso de Miss Showgirl veinte años antes, así había logrado hacer una carrera como modelo y así había conseguido ir a la universidad a estudiar diseño. Tenía que engañarlos a todos y hacerlos creer que se encontraba bien, que volvía a ser la de antes. Respiró hondo.


–No tiene misterio –se dijo. 


El espejo le demostró que todavía era capaz de sacarse el mayor partido. 

Fuiste Mi Salvación: Sinopsis

La rutina diaria de Paula era tratar de no distraerse con el guapísimo Pedro Alfonso…


Paula solo quería ser normal. Quería ser la Paula que era antes de caer enferma. Estaba decidida a demostrarles a sus amigos que se encontraba bien… Aunque para ello tuviera que fingir un poco. Pero había una persona que no la trataba como con tantos miramientos. De hecho, Pedro Alfonso la trató bastante mal, sobre todo cuando le dijo lo que pensaba acerca de ese concurso de belleza con el que quería ayudar a su hija. En poco tiempo, Pedro se le coló en el corazón. Derribó todas sus defensas. Quizá era él quien tenía que demostrarle que seguía siendo tan hermosa como siempre…

viernes, 25 de marzo de 2022

Irresistible: Capítulo 71

 –Paula, antes de conocerte mi vida era gris, monótona y estaba vacía.


–Tienes un gran trabajo y eres bueno en él. Te has acostado con muchas mujeres. ¿Eso puede ser aburrido?


–Mi carrera profesional solo me asegura que puedo vivir bien. No tiene nada que ver con una pasión o un deseo. Y las mujeres... –se pasó la mano por el rostro–. Ninguna de ellas me robó el corazón. Cuando te conocí supe que guardabas un secreto. Supe que tu vida nunca sería gris, ni estaría vacía. Me pregunté por qué no podía ser feliz si se suponía que lo tenía todo. Así que me dediqué a observarte, a conocerte, para poder descubrir cómo habías aprendido a disfrutar de la vida y por qué veías todo con más alegría que yo.


–¿Y encontraste la respuesta?


–Sí. El secreto está en saber amar –dijo él–. Tú no tienes miedo de amar. Te interesas por muchas cosas diferentes y eso te aporta vitalidad, entusiasmo y alegría. Entonces, me percaté de que me había pasado la vida tratando de no interesarme por nada ni nadie porque no sabía cuándo me decepcionarían.


Paula le acarició la mejilla.


–Oh, Pedro –susurró.


–No quiero seguir viviendo así, Paula. Desde que te conozco no he tenido ni un momento de aburrimiento. Quizá muchos momentos de frustración, pero ninguno de aburrimiento. Haces que mi vida sea mucho más alegre, mucho mejor. Te quiero. Nunca imaginé que fuera capaz de querer tanto a alguien. Por favor, Paula, ¿Te casarás conmigo? ¿Construirás tu vida a mi lado? ¿Serás mía para siempre?


Paula se quedó sin habla unos instantes.


–Pedro, si me marchara ahora de tu lado, ¿Qué harías?


Paula necesitaba saber la respuesta pero sospechaba que también era muy importante para él.


–No te culparía por ello. Te he tratado muy mal. ¡Pero no haré lo que hizo mi padre! no me derrumbaré. Él pensaba que solo podía encontrar el sentido de la vida en sus relaciones con mujeres. Tú me has demostrado que eso no es cierto. Seguiré esforzándome. Haré nuevas amistades. Buscaré aficiones y me dedicaré a ellas – tragó saliva–. ¿Vas a marcharte, Paula?


–¿Estás seguro de que sabes dónde te estás metiendo? Quiero un perro.


–Tendremos dos.


–Quiero una casa en las afueras.


–Una grande, para que podamos llenarla de niños. Y no muy lejos de donde vive Miguel para que pueda venir a vernos cuando quiera.


–No quiero un esposo que se pase dos o tres meses lejos de casa.


–No voy a separarme de tí ni dos o tres días, así que mucho menos dos o tres meses –negó con la cabeza–. Vamos a montar el restaurante de tus sueños. Tú y yo. Preparas los mejores platos que he comido en mi vida, pero no eras capaz de diseñar un plan de negocios, así que te gastarías el presupuesto. Ahí es donde me necesitas. Yo me ocuparé de que no te excedas en el presupuesto. Además, podré ayudarte cuando me necesites. Y alguien tendrá que cuidar de los niños cuando estés ocupada.


Ella le sujetó el rostro y lo miró.


–Pedro, quiero que seas feliz. No tienes por qué querer todo eso. Te aceptaré tal y como seas. Podemos comprometernos y...


–No quiero comprometerme, Paula. Esas son las cosas que quiero. Esa es la vida que quiero. Contigo.


–Pedro –susurró ella–. Más que nada, te quiero a tí. Sí, me encantaría casarme contigo. Nada me haría más feliz.


Él sonrió.


–¡Has dicho que sí! ¡Has dicho que sí! –exclamó.


Paula comenzó a reírse a carcajadas.


–Se supone que es ahora cuando deberías besarme.


Pedro la rodeó por la cintura y la estrechó contra su cuerpo. Con la mano libre, la sujetó por la barbilla.


–Todo lo que desees –murmuró él contra sus labios, antes de capturárselos para besarla de forma apasionada.


Paula deseó que aquel beso no terminara nunca.








FIN 














Irresistible: Capítulo 70

–Miguel, ¿Te importa si te robo a tu hija un rato?


Miguel agarró el asa de la cesta antes de que Pedro se marchara con su hija.


–Cuida bien de ella.


–Prometo que lo haré.


–¿Y yo no tengo nada que...? –Paula no pudo terminar la frase porque Pedro tiró de ella y se adentró entre la multitud. Era evidente que no tenía intención de escuchar lo que tenía que decir.


–¿Dónde vamos? –preguntó ella cuando llegaron al exterior del hotel.


–A la playa –dijo él, señalando la playa iluminada por la luna.


–¿Para qué?


Él tiró de ella hacia delante.


–¿Para qué? –preguntó de nuevo, tratando de resistirse.


–Necesito hablar contigo.


–¿Y por qué no hablamos dentro?


–Quiero intimidad.


–Pero... –se detuvo un instante.


–¿Quieres que te lleve en brazos o qué?


–Está bien, vamos a la playa –dijo Paula.


Pedro no dijo nada más hasta que no llegaron a la playa y la guió hasta una zona desierta. Estiró la manta, agarró la mano de Paula y la hizo sentar. Abrió la botella de champán y le sirvió una copa. Colocó las fresas en un plato, sirvió el pastel de chocolate y se lo entregó. Y después caminó frente a ella de un lado a otro de la playa. Paula miró la comida, lo miró a él y frunció el ceño.


–Pedro, ¿Tú no vas a comer nada?


–Esas son tus cosas favoritas, ¿No?


–Sí, sí –le aseguró ella, y al ver que él miraba fijamente el plato del pastel, ella lo probó–. Hmm, está buenísimo.


¡Estaba hambrienta! Había estado demasiado ocupada como para pensar en comida. Suspiró.


–Deja que adivine. Esta es tu manera de agradecerme todo el trabajo que he hecho y de celebrar nuestro éxito, ¿No? –era evidente que él quería comportarse de manera adulta en lo que a su relación se refería. Y ella deseaba dejar de fingir de una vez y que cada uno continuara con su vida por caminos diferentes.


Trabajar día tras día con Pedro se había convertido en una tortura y había decidido que lo mejor sería cortar por lo sano.


–Esto tiene que ver con que no soy un idiota.


–Um, por supuesto que no.


–No soy como mi padre –se detuvo para mirarla–. Me he dado cuenta hace quince minutos.


–Yo... –se humedeció los labios. No sabía qué decir.


–Tú has hecho que me dé cuenta, Paula. Y después me he dado cuenta de muchas cosas más. Me dijiste que me querías, pero yo me marché.


Ella miró hacia el mar y se fijó en el reflejo de la luna. Tragó saliva y dijo:


–Es cierto.


–Pero tú conservaste tu dignidad.


Ella levantó la cabeza.


–Eso es algo que mi padre nunca consiguió –la miró–. Pero yo no soy como mi padre.


–¿Por qué me cuentas todo esto? –preguntó ella con el corazón acelerado.


Él se acuclilló frente a ella.


–Para que sepas que hablo en serio cuando dentro de un minuto te pida que te cases conmigo.


El pastel de Paula se cayó del plato y aterrizó en la manta.


–Paula, se supone que has de comértelo, no tirarlo. No importa, puedes tomarte el mío –recogió el pastel de la manta y se limpió la mano con una servilleta.


Ella lo miró un instante. Después, le quitó la servilleta de la mano y la lanzó hacia atrás. Se arrodilló para agarrar a Pedro de las solapas de su chaqueta y tirar de él para que se sentara a su lado.


–¿Qué has dicho? –preguntó con voz temblorosa.


–Quiero casarme contigo. Te quiero, Paula, y quiero que sepas que hablo en serio.


Ella sintió que una mezcla de pánico y esperanza se apoderaba de ella. Respiró hondo y rompió a llorar.


–¡No llores! –le masajeó los hombros–. Cielos, Paula, ¡No quería hacerte llorar!


El terror que se percibía en su tono de voz casi la hizo sonreír.


–¡Maldita sea! –le apretó los hombros–. El problema es el atardecer, ¿No? No he conseguido hacerlo al atardecer. El momento no es el adecuado y...


–Deja de hablar del atardecer –le ordenó ella entre lágrimas–. Dime por qué me quieres. Haz que me crea que quieres casarte conmigo.


Él le acarició la mejilla.

Irresistible: Capítulo 69

 –Ten cuidado –murmuró Miguel–, tu tía tiene a un joven reservado para tí.


–¿Solo uno? –se rió Paula.


–No, tres, pero hay uno en concreto que cree que te gustará.


Pedro cerró los puños. Deseaba pegar a alguien. Paula con otro hombre... Riéndose, besándose, haciendo el amor con él, confesándole sus temores y sus sueños, construyendo una vida a su lado... Se puso en pie y empezó a alejarse de la mesa. Paula y Miguel se volvieron para mirarlo.


–Yo... Tengo que ir a comprobar una cosa.


Se marchó. Necesitaba pensar, así que se dirigió a la cocina. Luis lo vió entrar y le preguntó:


–Señor Pedro, ¿Va todo bien?


–Sí, sí...


–¿Puedo ofrecerle...?


–Solo necesito tranquilidad –le dijo mientras se dirigía a la puerta de servicio para salir a la calle.


Una vez allí respiró hondo. No iba a enamorarse de Paula. No iba a convertirse en un idiota al que las mujeres pudieran manipular. «Paula dijo que me quería. Y ella no es idiota». No, era una mujer valiente y encantadora. En ese mismo instante se percató de dónde había sacado ella la vitalidad y la pasión que sentía por las cosas: De amar. De querer a otros, a su padre, a sus amigas, a Silvestre, a su prima inmaculada... Y, sin embargo, cada una de esas cosas tenía el potencial de hacerle daño. «Paula ha dicho que me quiere». Y él también podía hacerle daño. Apretó los puños. Ya se lo había hecho. Sin pensárselo dos veces, entró en la cocina.


–¿Luis? –gritó, buscando al hombre por los alrededores.


–¿Sí, señor? –Luis se apresuró a contestar–. Estoy aquí, señor Pedro. ¿Se encuentra bien?


–Yo... –amaba a Paula. Quería pasar el resto de la vida con ella, pero tenía que demostrárselo–. Luis, necesito tu ayuda. Y una botella del mejor champán, unas fresas... –lo agarró por los hombros–. Dime que queda pastel de chocolate.


–Tenemos el pastel favorito de la signorina Paula.


Pedro suspiró aliviado.


–Necesito que prepares dos pedazos y los metas en una cesta de picnic. Y copas, platos y tenedores.


–¿Una manta también?


–Luis, vales tu peso en oro.


El hombre se rió.


–No, no. Pero la signorina Paula sí.


Pedro no le preguntó cómo lo sabía. Impaciente, paseó de un lado a otro mientras le preparaban la cesta y trató de pensar en lo que le diría a Paula cuando estuvieran a solas, pero no lo consiguió. Luis le entregó la cesta y le dijo:


–Cuida bien de ella, Pedro.


–Lo haré –le prometió él. Y pensó en que debería aumentarle el sueldo a ese hombre. Cualquiera que se preocupara por Paula merecía cosas buenas.



–¡Qué diablos!


Paula se quedó sorprendida al ver que Pedro se acercaba a la mesa de su padre con decisión. Señaló la cesta y dijo:


–Lo único que te falta es la capa roja –confiaba en que los chistes fáciles evitaran que se le escaparan las lágrimas. No lloraría hasta que estuviera en la cama esa noche.


Pedro la agarró de la mano y tiró de ella para que se pusiera en pie.

Irresistible: Capítulo 68

 –Pedro, Paula, han conseguido que mi sueño se hiciera realidad. Han superado todas mis expectativas y me han hecho un hombre feliz –levantó la copa–. Brindemos por ustedes y por el gran trabajo que habéis hecho. Merecen mi agradecimiento y admiración.


Chocaron las copas y, durante un instante, Paula miró a Pedro a los ojos, provocando que se le formara un nudo en la garganta. Ella miró a otro lado y él sintió una fuerte presión en el pecho. Oyó que Miguel decía:


–¿Has llamado al restaurante Francine’s?


–En honor a mamá.


–Ella estaría muy orgullosa de tí, Paula. Yo lo estoy mucho de tí.


Pedro se fijó en que a Paula se le llenaban los ojos de lágrimas. Ella había conseguido lo que se había propuesto y él sabía lo importante que era ese momento. Paula agarró la mano de Miguel y dijo:


–Papá, quiero darte las gracias por haber sido tan paciente conmigo estos últimos años, y por haberme dado esta oportunidad. Significa mucho para mí, más de lo que te puedo explicar con palabras.


Miguel le apretó la mano.


–Paula, lo único que deseo es que seas feliz. Estos años te he fallado muchas veces.


–¿Fallado? –lo miró boquiabierta.


–Luchabas por encontrar tu lugar en el mundo y yo no sabía cómo ayudarte. Todo lo que hacía parecía empeorar las cosas. Hacerte infeliz.


–No, papá, no me has fallado –pestañeó–. Pero creo que tenemos que mejorar nuestra comunicación. Yo estaba triste porque pensaba que te estaba decepcionando.


–Pero...


–No –levantó la mano–. Pedro me hizo ver que era a mí misma a quien tenía que demostrarle que podía hacerlo. Tenía razón. Quería que te sintieras orgulloso de mí, pero también tenía que aprender a sentirme orgullosa de mí misma. Y ya lo he hecho. Papá, siempre te estaré agradecida por haberme dado esta oportunidad, y también hacia Pedro por haber compartido su experiencia conmigo. Ahora sé lo que quiero. Mi futuro parece mejor después de mi experiencia aquí.


–¿Regresarás a Italia para trabajar en el restaurante que tanto te gusta? Lo comprenderé si eso es lo que quieres, Paula, pero te echaré mucho de menos.


Ella se acercó para besarlo en la mejilla.


–No, papá. Quiero quedarme en Australia y abrir mi propio restaurante.


A Miguel se le iluminó el rostro. Bromeó algo en italiano y Pedro se rió. Paula también se rió y bebió un sorbo de champán.


–Pero me temo que el lunes me marcharé a Italia.


–Sí, claro –dijo Miguel.


Pedro se puso tenso.


–¿Cómo? ¿Para qué? Acordamos que nos quedaríamos una semana más para asegurarnos de que no hay ningún problema con el traspaso de responsabilidades.


–Tengo que hacer una tarta –dijo Paula, sin mirarlo a los ojos–. La boda de mi prima es dentro de quince días y ha habido problemas con la tarta.

Irresistible: Capítulo 67

La noche inaugural del Newcastle Chaves estaba saliendo tal y como estaba planeado.  Pedro sabía que Paula había cuidado cada detalle y suponía que debía de estar encantada. El hotel estaba lleno de gente y él había recibido muchas felicitaciones por la decoración, el lujo de las habitaciones y la amabilidad y eficiencia de los empleados. Y por la comida. También habían alabado la comida. Paula y su equipo habían decorado el comedor con mucho estilo y se había convertido en el lugar más acogedor del hotel. Miguel no dejaba de sonreír. Era evidente que estaba encantado y Pedro se alegraba por ello. Sabía que Paula también. Entonces, ¿Por qué él no sonreía también? Miró a Paula una vez más. Llevaba un vestido negro de encaje y unos zapatos de tacón que resaltaban sus piernas. El vestido se amoldaba a las curvas de su cuerpo y, al verla por primera vez, él no pudo evitar que se le secara la boca y que un fuerte dolor se instalara en su interior. Pero no era su belleza lo que había cautivado a los clientes. Era su amabilidad. Y era evidente que su objetivo prioritario para aquella noche era que los clientes disfrutaran. Cada vez que se movía, ella transmitía su encanto y cordialidad. A todos excepto a él. Pedro se había dirigido a ella en dos ocasiones para decirle lo bien que había quedado el restaurante y el extraordinario trabajo que había hecho. Ella le había dado las gracias y había seguido su camino. Su distanciamiento era exasperante. Él echaba de menos sus bromas, sus comentarios. Su entusiasmo. Echaba de menos vivir con ella. «Tú fuiste el idiota que se marchó del departamento». Tenía que hacerlo. Miguel lo llamó para que se acercara a su mesa. Acudió enseguida.


–¿Dónde están tus compañeros de mesa? –le preguntó al ver la mesa vacía.


–Me han abandonado para probar las delicias del bar. Han dicho que dentro de una hora regresarán para darme su opinión. Siéntate –le ordenó, al mismo tiempo que llamaba a un camarero–. Champán, por favor. Este –dijo, señalando la botella más cara de la carta de vinos.


–Muy bien, señor Chaves.


–¿Y podría decirle a mi hija que me gustaría verla?


–Sí, señor.


Paula estaba en el centro del comedor cuando el camarero se acercó a hablar con ella. Se volvió para mirar a Miguel y, al ver que también estaba Pedro, su sonrisa se borró un instante de su rostro. Él sintió que se le encogía el corazón. Ella se encaminó hacia ellos, pero se detuvo varias veces para hablar con las personas que se acercaban para felicitarla.


–¿No te parece que mi hija está preciosa?


¡Estaba despampanante! Pedro hizo un esfuerzo para mirar a su jefe y dijo:


–Es una mujer especial, Miguel. Ha hecho un gran trabajo aquí. Tienes verdaderos motivos para sentirte orgulloso de ella.


–Sí –frunció el ceño–. ¿Y qué diablos ha sucedido entre ustedes dos? ¿Qué le has hecho?


–¿Qué le he...?


Ambos es callaron cuando el camarero les llevó el champán. Y después llegó Paula. Su padre insistió en que se sentara con ellos y aceptó. Miguel abrió la botella de champán y le entregó una copa a cada uno. 

Irresistible: Capítulo 66

Pedro inclinó la cabeza y ella cerró los ojos.


–Abre los ojos –le ordenó.


Ella obedeció. Pedro la miró fijamente y la pilló desprevenida. Ella intentó volver el rostro hacia un lado, pero él no se lo permitió. Y no podía mirar a otro sitio que no fuera a sus ojos. Paula percibió el momento preciso en el que él descubrió el secreto que ella quería guardar. Lo notó por la manera en que él se estremeció, por la forma en que sus dedos sujetaron su barbilla con más fuerza, para soltarla inmediatamente después, y en la mirada de sorpresa de sus ojos azules.


–No –dijo él.


Ella no podía mentir.


–Es cierto –se encogió y trató de sonreír.


Él blasfemó en voz baja.


–¿Lo ves? Ya es demasiado tarde. Al margen de que hagamos el amor o no, Pedro, ya me he enamorado de tí.


–Eso no debería haber sucedido.


–No espero nada de tí –colocó una mano en su cadera y alzó la barbilla–. Excepto una noche o dos de placer.


Pedro colocó una mano detrás de la nuca de Paula y la atrajo hacia sí para besarla de manera apasionada. Cuando terminó, apoyó la frente en la de ella y dijo:


–Lo siento, Paula. Mi intención nunca fue hacerte daño.


–Lo sé –susurró ella–. No es culpa tuya –le dijo, pero dudaba de que él la hubiera oído puesto que ya se estaba marchando–. ¿Dónde vas?


–A recoger mis cosas. Me marcho a otro sitio. Te veré el lunes.


Paula se sentó en la mesa y lo observó mientras él cerraba la puerta de su habitación. En lugar de pasar una noche maravillosa con Pedro, había conseguido alejarlo de su lado. Momentos más tarde, el sonido de la puerta del apartamento al cerrarse retumbó en su corazón. Pedro ni siquiera le había dicho adiós.

miércoles, 23 de marzo de 2022

Irresistible: Capítulo 65

Ella negó con la cabeza.


–Primero tendría que decirme por qué me amaba para que yo creyera que va en serio.


–¿Y qué te diría?


–No tengo ni idea –confesó ella–, pero sería sincero –se cruzó de brazos y le guiñó un ojo–. Y más vale que fuera algo bueno.


Pedro se rió, tal y como ella pretendía. No era lo suficientemente idiota como para imaginar ese escenario con él. ¡Pero él no lo sabía! Ella se inclinó hacia él.


–Pedro, no me estaba imaginando que seríamos felices juntos para siempre jamás. Solo quería una noche de pasión contigo.


Él se atragantó.


–¿Pensabas que ya había elegido el nombre de nuestro primer hijo? –ella negó con la cabeza–. Eso es lo que hice mal, ¿No? No dejé suficientemente claro cuáles eran mis intenciones.


Pedro se atragantó de nuevo.


–¿O es que además he hecho otra cosa mal? –le sirvió un vaso de agua y él se bebió la mitad de un trago.


–Paula, ya te he dicho que no has hecho nada mal.


–¡Por favor! –empujó su plato–. Si lo hubiera hecho bien a estas alturas ya te habrías derretido entre mis brazos.


–¡Paula! –exclamó él, invadido por el deseo.


–Pero no te has derretido y estoy muy decepcionada por ello. Soy una chica a la que le gusta aprender de sus errores.


–Si no te conociera bien, ahora estaríamos desnudándonos el uno al otro, pero...


–Suena muy bien. De hecho, ¡Suena de maravilla!


–Pero te conozco.


Paula tardó un momento en asimilar sus palabras.


–No pongas esa cara –dijo él.


–¿Me estás diciendo que no te gusto lo suficiente como para hacer el amor conmigo?


–¡No es porque no me gustes! –gritó él–. ¡Es porque me gustas demasiado!


Ella pestañeó.


–Tú lo llamas hacer el amor... Yo lo llamo sexo. En estos momentos, tus hormonas se han vuelto locas, pero mañana o pasado te arrepentirás de haber sido tan impulsiva. Y de haberte acostado conmigo. Yo no quiero ser el responsable de eso.


Ella no se arrepentiría. Estaba segura de ello.


–No estoy teniendo fantasías respecto a un futuro contigo, Pedro. No estoy soñando con que después de hacer el amor tú te convertirás en un príncipe azul, me declararás tu amor y me propondrás matrimonio en una playa al atardecer.


–¿Al atardecer? ¿No habías dicho nada acerca del atardecer?


–Se me acaba de ocurrir –se puso en pie y se acercó a él.


Pedro también se puso en pie. Ella colocó la mano sobre su torso.


–En mi vida he deseado a un hombre como te deseo a tí. Solo con mirarme consigues que se me acelere la respiración. Cuando me tocas, todo mi cuerpo reacciona. Los colores y los aromas se vuelven más intensos pero, al mismo tiempo, el resto del mundo se paraliza. Quiero hacer el amor contigo. Quiero comprobar lo maravilloso que debe ser pasar una noche contigo. No quiero tus promesas. Solo quiero tu cuerpo y tus caricias, Pedro.


Él se quedó quieto y suspiró. Ella continuaba con la mano sobre su torso y notaba el fuerte latido de su corazón. Él la sujetó por la barbilla para que lo mirara. ¡Iba a besarla!



Irresistible: Capítulo 64

Pedro se sentó de nuevo. Paula se concentró en la comida e hizo todo lo posible por no mirarlo. Pero era consciente del su aroma y de la tensión que tenía en el cuerpo. Necesitaba que se relajara y bajara la guardia antes de empezar el segundo asalto. Sonrió.


–¿Por qué sonríes? –preguntó él.


–¿Sabes lo que el chico quería hacer?


–¿Qué?


Ella lo miró con los ojos entornados.


–Quería que preparara un postre y ocultara el anillo de compromiso en él.


–¿Y no es buena idea?


–¡No! Aparte de que es imposible asegurarse de que el anillo no contamine la comida, ¿qué pasaría si ella se lo tragara o se partiera un diente al morderlo?


–Imagino que tener que ir al hospital esa noche arruinaría el romanticismo de la ocasión.


–Exacto. Y aunque ella encontrara el anillo sin incidentes, estaría lleno de crema y sería un poco asqueroso.


Él se rió y ella sintió un fuerte calor en el vientre.


–Hay gente que hace cosas extravagantes cuando van a proponer matrimonio.


Pedro se limpió los dedos en la servilleta.


–¿Por ejemplo?


–Hacerlo en la televisión pública frente a miles de espectadores –recogió los platos–. ¿Quieres postre? He preparado fresas recubiertas de chocolate, pero creo que han perdido su atractivo por el momento. Hay tarta de limón y pastel de chocolate en la nevera.


–Tarta de limón –contestó él, y señaló la botella de champán–. ¿Todavía quieres que haga los honores?


Ella negó con la cabeza.


–La meteré en la nevera para otra ocasión. A menos que te apetezca una copa.


–No, no –le entregó la botella.


Paula quería tener la cabeza despejada. Guardarían el champán y las fresas para más tarde, después de seducirlo. Partió un pedazo de tarta de limón y lo sirvió en un plato.


–¿Y qué te parece si escribieran en el cielo la proposición de matrimonio?


Paula regresó con los postres y se comió una cucharada de pastel de chocolate.


–Sí, está bien. Es original, pero sigo pensando que se podría mantener como un momento íntimo entre los dos.


Pedro partió un pedazo grande de tarta de limón y se lo comió:


–¿Sabes lo buena que está?


Paula sintió que el deseo la invadía por dentro. Lo amaba, y lo deseaba con locura. Le asustaba pensar lo que pasaría cuando tuviera que marcharse de allí dos semanas más tarde y se separara de él. Quizá fuera una locura que quisiera pasar una noche apasionada con Pedro, pero sabía que sería un recuerdo que tendría para toda la vida. Tenía la sensación de que ese recuerdo podría ayudarla a superar la soledad y añoranza que la invadiría durante los meses siguientes. Sabía que sería terrible. Dejó el tenedor sobre el plato, incapaz de comer más pastel.


–¿Cómo te gustaría que te propusieran matrimonio, Paula?


Ella sintió que le daba un vuelco el corazón.


–Bueno, lo ideal sería que hubiera champán.


–Francés, por supuesto –él sonrió y señaló su plato–. Y pastel de chocolate.


–Sí, por favor. Al fin y al cabo es mi fantasía.


–Así es.


–No me haría falta nada muy grande o llamativo. Un picnic en una playa desierta sería estupendo. Champán, pastel de chocolate, quizá unas fresas y... –se encogió de hombros.


–¿Y después él te haría la pregunta mágica?

Irresistible: Capítulo 63

 –Parece que te sentaría bien acostarte temprano –dijo ella.


–Suena bien.


–Sin duda –suspiró ella.


Sus palabras contenían una promesa que él apenas podía creer.


–¿Te gusta la langosta?


Él miró el plato y vió que en él había unos pedazos de carne de langosta colocados de manera estratégica y tres cuencos de salsa.


–¿Has hecho a propósito que la comida resulte sugerente? – preguntó tras un suspiro. Una mujer con más experiencia se habría dado cuenta del efecto que estaba teniendo sobre él.


Claro que ninguna mujer lo había afectado tanto como Paula.


–Por supuesto. Es parte del juego.


Ella agarró un pedazo de langosta y mojó la punta en una salsa cremosa. Lo inclinó de un lado a otro para repartir la salsa y lo lamió despacio. Pedro no pudo evitar imaginar miles de escenas prohibidas en las que aquella lengua rosada acariciaba su piel. Paula lo miró y él supo que lo deseaba. Que aquella cena estaba hecha para él. Lo único que tenía que hacer era acercarse a ella y sería suya. Una ola de calor se apoderó de él. ¿Acostarse con Paula? No se le ocurría nada que pudiera darle más placer. Nunca había deseado algo tanto como aquello. La miró a los ojos y recordó que ella era una mujer que quería compromiso. Y él no estaba dispuesto a perder su libertad. Si se acostaban, ella pagaría un alto precio por ello. Destrozaría su sueño y sus ilusiones. «¡Maldita sea!».


–¿Pedro? –lo llamó ella al verlo pensativo.


–¿Sabes lo que estás haciendo? –preguntó él.


Ella sonrió con brillo en la mirada.


–Por supuesto que sé lo que estoy haciendo, Pedro. Intento seducirte. ¿Qué tal se me da?


Durante un momento, sus ojos brillaron con incertidumbre, como si no estuviera segura de estar haciéndolo bien, y Pedro sintió que era su perdición.


–Esto no puede suceder.


Paula trató de luchar contra el pánico que se había apoderado de ella al ver la mirada decidida de Pedro. ¿Qué había hecho mal? Había planificado todo, hasta el último detalle. Incluso había encerrado a Silvestre en su dormitorio. Pedro la había felicitado por el aperitivo y prácticamente la había devorado con la mirada. La deseaba. Quizá fuera virgen, pero eso lo sabía.


–¿Qué es lo que he hecho mal? –le preguntó mientras se dirigía a encender la luz.


Él se pasó la mano por el cabello.


–No has hecho nada mal.


Fue entonces cuando ella se percató de que él estaba tenso y trataba de esforzarse por mantener el control. Si conseguía que se relajara otra vez, podría seducirlo.


–De acuerdo, pues no va a suceder. ¿Podrías dejar salir a Silvestre de mi habitación? –apagó las velas. Se quitó los zapatos y sacó una jarra de agua y dos vasos de la cocina–. Al menos, podríamos tomarnos la cena, ¿No?


Pedro dudó un instante y se dirigió a sacar a Silvestre de la habitación. La gata corrió hasta Paula y comenzó a maullar.


–Claro que sí, princesa, también hay langosta para tí –le dijo, poniendo un pedazo de langosta en el suelo. Miró a Pedro y dijo–: La comida me ha costado una fortuna. No hagas que tenga que dársela toda a Silvestre.


Agarró los cubiertos y comenzó a partir la langosta. Se metió un pedazo en la boca.


–Esto está delicioso. El marisco de Newcastle es exquisito.

Irresistible: Capítulo 62

Tenía que controlarse para no caer en la fantasía que ella estaba creando. Paula era virgen. Para ella, lo de aquella noche era algo inocente. No sabía que estaba jugando con fuego. Si él se dejaba llevar por su instinto y le hacía el amor, ella lloraría. Si se acostaba con Paula, ella crearía fantasías acerca de él. No la haría llorar. Merecía que se cumpliera su sueño de encontrar al príncipe azul. Paula le tocó el brazo y él tuvo que contener un quejido.


–Siéntate –le dijo, y entró en la cocina.


Regresó con dos platos y colocó uno delante de él. «¿Ostras? ¡Oh, no!» Se fijó en el círculo de ostras que había en el plato y se aclaró la garganta. «Trabajo. Es solo trabajo».


–Supongo que el chico te ha dado una lista de todo lo que le gusta y no le gusta a su amada.


–Así es –se rió ella–. También una instrucción muy clara.


–¿Cuál? –preguntó él mientras se colocaba la servilleta en el regazo.


Paula agarró una ostra y se la comió.


–Seducción –murmuró ella.


Él notó que se le tensaba la entrepierna.


–Ese es el ambiente que quiere que consiga –lo miró de manera sensual–. ¿Cómo lo estoy haciendo hasta ahora?


–¿Sabes que no eres tú la que estará al otro lado de la mesa con él?


Ella sonrió y miró el plato de Pedro.


–Creía que estabas hambriento. He preparado las ostras de tres formas distintas. Al menos has de probar una de cada.


Ella se comió otra ostra y él se esforzó para mirar a otro lado y no fijarse en sus labios. Se comió tres ostras seguidas. Estaban deliciosas, así que se comió el resto.


–¿Y bien? –Paula posó la mirada sobre sus labios.


¿Era consciente del efecto que estaba teniendo sobre él?


–¿Cuál prefieres?


Él tragó saliva, miró el plato y señaló una de las ostras vacías al azar.


–Mmm –Paula se relamió–. Esas son las que me han gustado más a mí también.


Justo cuando él empezaba a pensar que lo estaba provocando a propósito, Paula se puso en pie.


–¿Podrías abrir el champán mientras saco el segundo plato? –se dirigió a la cocina.


Pedro se pasó la mano por el rostro y cerró los ojos durante unos instantes. No la vió regresar, pero percibió su aroma y oyó el sonido de la tela de su falda. Casi podía sentir su calor desde el otro lado de la mesa. Su suave aroma de mujer se mezclaba con el de las rosas, la cebolla frita y el limón. Él nunca había imaginado que una combinación así pudiera incendiar sus sentidos de esa manera. Ni que pudiera resultar tan sexy. Sentirla tan cerca provocó que sufriera un escalofrío y que se le endurecieran los pezones. Apoyó los brazos en la mesa y enderezó la espalda. Paula colocó un plato delante de él.

Irresistible: Capítulo 61

Nada más abrir la puerta, Pedro comenzó a salivar. Lo que Paula estaba cocinando olía de maravilla. Ella salió de la cocina, lo miró y sonrió.


–Hola.


–¿Cómo es que vas tan elegante?


Ella pestañeó y alzó la barbilla.


–Hola, Paula, ¿Cómo te ha ido el trabajo hoy?


Su comentario provocó que Pedro se sintiera torpe y descortés.


–Lo siento.


–Además, no voy tan elegante.


Ella se encogió de hombros y él se fijó en el cuello de su blusa. No era muy pronunciado, pero dejaba sus hombros al descubierto. Su piel bronceada provocó que se le secara la boca.


–Vas más elegante de lo habitual –dijo él, y señaló la mesa que había puesto para dos–. ¿Esperas compañía?


Paula colocó las manos sobre las caderas y lo miró.


–No, no espero compañía. Las normas de la casa, ¿Recuerdas? Nada de visitas en el departamento.


Pedro se sintió aliviado. ¿No tenía una cita? ¿No esperaba a nadie? ¿Solo estarían los dos? Le resultaba difícil no mirarla. El color naranja de su blusa resaltaba el color de su cabello y de sus ojos, mientras que la tela de su falda resaltaba la forma de sus caderas. Si una racha de viento alcanzara esa falda... Cerró los ojos y contó hasta tres. Los abrió de nuevo.


–Entonces, ¿Todo esto es en honor de...? –trató de mantener la voz calmada.


–Hoy me he enterado de que uno de nuestros comensales va a proponerle matrimonio a su novia el día de la inauguración. Hoy ha venido para pedirnos si podríamos prepararle un menú especial para ellos. Así que, esto es para ayudarme a encontrar el menú adecuado para la pareja –se volvió para señalar la mesa, la cocina, su ropa...  «¡Madre mía!», pensó él. ¡Llevaba la espalda al descubierto!


–¿Por qué no guardas el maletín y el ordenador, te das una ducha, te cambias de ropa, y vienes a darme tu opinión acerca de la comida que he preparado?


Fue entonces cuando Pedro se percató de que no se había movido de la puerta. Se había quedado paralizado desde que había mirado a Paula. Debería decirle que no. Buscar una excusa y marcharse de allí. Ella jugueteó con un mechón de su pelo.


–Agradecería mucho tu opinión, Pedro. Quiero que esto salga bien.


–Ah, de acuerdo –avanzó–. Una ducha. Sí. Buena idea.


Tendría que darse una ducha fría. Cerró la puerta de la habitación y se apoyó en ella. Aquella cena no era para él. Le diría que la cena estaba exquisita y así podría abrir el ordenador enseguida y concentrarse en su trabajo. Solo era un asunto de negocios. Quince minutos más tarde, entró en el salón y vió que Paula había apagado casi todas las luces. Había encendido unas velas y creado un ambiente íntimo. Deseó decirle que todo aquello no era necesario, apagar las velas y encender las luces otra vez. «Contrólate», se ordenó. «Es una artista y está experimentando para crear el sueño de otras personas».


–¿Qué te parece? –le preguntó ella acercándose a él para mirar la mesa.


–Es estupendo, Paula. Precioso.


–Gracias –contestó ella con una sonrisa.


Llevaba el pelo recogido en un moño con algunos mechones sueltos por el cuello. Él no pudo evitar imaginar cómo arquearía el cuello si él se lo besara, el calor de su piel al acariciarle la espalda.


–Espero que tengas hambre.


Él dió un paso atrás y blasfemó para sí por haber intentado desnudarla con la mirada.


–Estoy hambriento –contestó.

lunes, 21 de marzo de 2022

Irresistible: Capítulo 60

Deseaba formar una familia con Pedro. Sabía que era una locura, pero no podía hacer nada al respecto.


–¿Y qué más quieres, Paula?


–Quiero echar raíces en algún sitio. Pertenecer a una comunidad.


–Entonces, ¿Supongo que no trabajarás en el próximo hotel Chaves?


–Me temo que eso te tocará a tí. Creo que mi padre lo entenderá. Y se sentirá orgulloso de mí de todas maneras.


–Estoy seguro, Paula.


¿Por qué tenía que pronunciar su nombre con ese tono? Como si le gustara oírlo. Paula sintió un nudo en la garganta. Sirvió un café y se lo entregó a él.


–He cambiado de opinión. Necesito que me dé un poco el aire en lugar de un café.


Se dirigió a la habitación para ponerse unos pantalones vaqueros y unas zapatillas de deporte y rezó para que él no quisiera acompañarla. Tenía que alejarse de él para poder pensar qué era lo que necesitaba hacer. ¿Luchar por Pedro? ¿O dejarlo marchar sin más? Paula se sentó en una duna de la playa y trató de verbalizar sus opciones.


–Podría decirle cómo me siento, o podría continuar como si nada hubiera cambiado, ocultar mis sentimientos y no hacer nada.


Si le decía cómo se sentía, haría que él se sintiera mal consigo mismo. Y no quería que eso sucediera. No era culpa suya que ella se hubiera enamorado de Pedro. Él ya le había advertido qué clase de hombre era y el tipo de vida que quería llevar. Contarle lo que sentía no cambiaría las cosas. Pero ¿Cuándo se había enamorado de Pedro? Sabía que era un buen hombre. Lo había visto trabajar duro, apoyar a sus empleados y tratar de hacer un buen trabajo para Miguel. A pesar de lo que él había dicho sobre sí mismo, Pedro era un hombre honrado. Y su presencia la hacía sentir viva, como nunca antes se había sentido. ¿Cómo iba a vivir sin él cuando terminara aquel proyecto? Apretó la arena con las manos. Una cosa que debía tener clara era que él no sentía lo mismo por ella. Y no tenía derecho a esperar nada de él. Sin embargo, tenía que reconocer que había química entre ellos. Química... Hacer el amor... ¡No podía pensar en ello! ¿Y por qué no? «¡Ya basta!» Quería hacer el amor con el hombre con el que fuera a pasar el resto de su vida. Quería hacer el amor con el hombre que amaba. Así de sencillo. Pero aunque Pedro no mantenía relaciones serias, eso no significaba que ella no quisiera guardar todos los recuerdos posibles en su memoria antes de que ambos se marcharan por caminos separados. Podían disfrutar de una maravillosa noche juntos, ¿no? Quería amar al hombre con el que hiciera el amor por primera vez. Amaba a Pedro. Hacer el amor con él.... Quizá fuera la idea más salvaje que había tenido nunca, la más atrevida, pero en su corazón le parecía adecuada. Pedro se resistiría a cualquier acercamiento íntimo. A pesar de todo lo que él decía era un hombre respetuoso. Paula se puso en pie. Tendría que encontrar la manera de vencer su resistencia.

Irresistible: Capítulo 59

Sintió lástima por él. Y por el hecho de que se hubiera condenado a tanta soledad y aislamiento. Debió de hacer un ruido sin querer, porque él se volvió y sonrió.


–Me has pillado.


–Así es. Admítelo, te gusta la gata.


–Se ha ganado mi simpatía.


De pronto, Paula deseó ganarse su simpatía también. Se humedeció los labios e intentó dejar de pensar en ello.


–¿Te apetece un café?


–Me encantaría.


–Deberías tener un perro –le dijo.


–Vivo en un piso.


–¿Y? Cómprate un chalet.


–Si se tiene un perro no se puede llevar la vida de un alto ejecutivo.


Tampoco podría llevar esa vida teniendo esposa e hijos. Paula lo miró un instante y se encogió de hombros.


–Pues búscate a alguien que te lo cuide –comenzó a moler el café–. O cambia de vida –murmuró.


«Disfruta de una vida llena de gente, de pasión y diversión...». «¡Basta!», pensó ella. No era asunto suyo como eligiera él vivir su vida. ¿Y por qué le afectaba tanto que él se privara de todo aquello que ella consideraba esencial? Tragó saliva. Pedro la había hecho reír. La había retado. Y había conseguido que se convirtiera en mejor persona. Lo miró y se le aceleró el corazón. Se había metido en un lío.  Había hecho la cosa más ridícula que una mujer podía hacer.



–¿Paula? –Pedro la miró con preocupación.


Ella sonrió y dijo:


–Pues yo quiero un perro, pero no quiero vivir como una ejecutiva.


Él no dijo nada.


–Quiero a mi padre, pero no quiero pasar los diez próximos años trabajando en su empresa si eso implica pasar dos meses en esta ciudad y tres en otra, así hasta que no me guste ninguna. Quiero montar mi propio restaurante. No necesito dominar el mundo. Quiero quedarme en un sitio y...


–¿Y?


«Y formar una familia», pensó, incapaz de decirlo en voz alta. Siempre había deseado formar una familia, pero era un sueño que tenía para el futuro. Era demasiado joven... Había estropeado las dos relaciones íntimas que podían haberse convertido en algo más serio. Pedro tenía razón, había empleado la excusa de la virginidad para protegerse. Sin embargo, se había sincerado y él no se había reído de ella, no la había menospreciado por ello. Confiaba en ella y eso la había hecho cambiar. Deseaba formar una familia. Y no quería retrasar su sueño por más tiempo.

Irresistible: Capítulo 58

Ella pestañeó y retiró la mano.


–Vamos a conseguir que el hotel funcione, Paula, pero hay otra cosa en la que quiero que pienses. ¿De veras quieres trabajar en la empresa de tu padre? Sé que quieres que Miguel se sienta orgulloso de tí, pero no tienes que trabajar en su empresa para eso. ¿Qué es lo que tú quieres hacer?


–No lo sé –contestó ella al cabo de un momento–. Solo sé que no quiero cambiar de un trabajo a otro.


–¿Qué parte de este trabajo es la que más te gusta?


–Trabajar en la cocina –contestó ella, sin dudarlo–. Cocinar, planificar menús, formar a los cocineros –negó con la cabeza como si, de pronto, tuviera muchas ideas–. Primero necesito centrarme en el restaurante del hotel. Si hago un buen trabajo en él, entonces... –tragó saliva–. Ya veré.


–Harás un buen trabajo, Paula.


–Siento haberte dicho que no tienes corazón. No es cierto.


Se miraron y una fuerte atracción se apoderó de ellos. Pedro la miraba con deseo y ella sintió que su cuerpo reaccionaba. Se inclinó hacia él, deseando que la acariciara. Entonces, él se echó para atrás en el sofá.


–No te pongas sentimental conmigo, Paula.


–¿Sentimental? –dijo ella, con el corazón acelerado–. Parece que no tengas abuela –dijo ella–. ¡Crees que eres un gran jugador y ni siquiera estás en el juego!


–Eso está mejor –sonrió él.


–¡Buah! –trató de disimular su sonrisa–. Y lo que es peor, ni siquiera sabes hacer un café decente.


Agarró las tazas y se dirigió a la cocina. Molió más café, miró hacia el puerto y trató de mantener su cuerpo bajo control. Pedro tenía razón, lo último que necesitaba era ponerse sentimental. 


Con el maletín en la mano, Paula entró en el departamento y se detuvo al ver que Pedro estaba sentado en la mesa del comedor de espaldas a ella. Él no se volvió para saludarla y, entonces, ella se percató de que no la había oído. Por algún motivo, eso la hizo sonreír. Durante las dos semanas anteriores, ambos se habían sentado en aquella mesa por la noche para que Pedro le enseñara todo aquello que le había prometido. Además, también le había enseñado a reconocer los puntos fuertes de los empleados y a delegar tareas de manera eficiente. Pero lo más importante era que había conseguido que recuperara la confianza en sí misma. Había sido muy paciente con ella y un buen profesor. Paula se acercó para saludarlo, pero... ¿Qué estaba haciendo? Al ver que estaba sujetando un cordón para que la gata lo agarrara con las patas, sonrió. Dejó el maletín en el suelo y lo observó. Al ver lo paciente que era con el animal y cómo disfrutaba haciéndolo jugar, pensó que podría ser un gran padre. La idea la pilló desprevenida y ella pestañeó. Él le había dicho que no creía en el amor. Había prometido que no se casaría, que nunca se comprometería con una mujer, que nunca formaría una familia. ¿No se daba cuenta de cuántas cosas se iba a perder?

Irresistible: Capítulo 57

 –Debería haberme conformado con ser cocinera, pero no. Como podía encargarme del restaurante de mis tíos, pensé que podía crear el restaurante perfecto para el hotel de mi padre. Había estado buscando un motivo para regresar a casa, y el Newcastle Chaves era la excusa perfecta. Pensé que podría demostrarle que había madurado y que podría serle útil en el negocio –hizo una pausa–. El hotel es mucho más. Hay muchas cosas que aprender. No solo es el restaurante, también está el servicio de habitaciones. ¡Y hay tantas hojas de cálculo!


–¿Esa división tan larga? –murmuró Pedro.


Ella tragó saliva y asintió. Sabía que él la comprendería.


–Paula, yo puedo enseñarte a dividir.


Ella lo miró.


–Puedo enseñarte todo lo que necesites saber sobre hojas de cálculo, contabilidad básica y presupuestos. Puede que no seas capaz de verlo, pero eres una gran inversión para el hotel.


–Eso no es cierto. Lo que yo he hecho, Luis podría haberlo hecho también.


–Luis seguiría comprándole productos de segunda categoría a su cuñado. No se le habría ocurrido montar las clases de cocina, ni los eventos sociales para los empleados. Luigi no me habría enseñado lo importante que es que el hotel tenga personalidad. Paula, quizá hayas perdido la confianza en tí misma, pero no eres estúpida. Hagamos una cosa, ya que no puedes poner las mesas de cristal en el restaurante, cuéntame qué es lo que no te gusta de lo que hay ahora.


–No hay nada de color. Son mesas de madera con manteles blancos.


–¿Y qué podrías hacer para terminar con esa falta de color?


Ella pensó un instante.


–Poner unos manteles color arena y encima otros de color azul claro –así le daría un toque marino al comedor.


–¿Lo ves? Acabas de encontrar una solución para tu problema de presupuesto –chasqueó los dedos–. Acabas de definir el problema y de encontrar una solución –miró el reloj–. En menos de un minuto. Eso no lo puede hacer alguien poco inteligente. Tienes mucho que ofrecer. Has conseguido que el hotel esté impregnado de tu entusiasmo. Incluso yo. Has conseguido que sea mejor en mi trabajo. Ahora deja que yo te ayude a mejorar en el tuyo.


Paula lo miró. Aceptar su oferta implicaba arriesgarse a fracasar.


–Pero necesito que te comprometas de verdad –le advirtió él–. Una vez que empecemos, no habrá vuelta atrás.


–¿De veras crees que puedo hacerlo?


–Estoy seguro.


Ella se mordió el labio inferior y le tendió la mano.


–Trato hecho.


–¡Estupendo! –dijo él, y no le soltó la mano–. No tienes que demostrarle nada a Miguel, Paula. Él se siente orgulloso de tí –le apretó la mano–. Creo que tienes que demostrártelo a tí.

Irresistible: Capítulo 56

 –Tienes mejor aspecto –dijo él, mirándola de arriba abajo.


–Lo siento. Me encontraba mal y el baño parecía el lugar más seguro para estar.


–He preparado café.


Paula aceptó una taza y se sentó en un sofá. Pedro hizo lo mismo. 


–Vamos a terminar esto cuanto antes, Pedro. Lo cierto es que tú tenías razón desde un principio. No estoy preparada para hacer este trabajo. No tengo experiencia en el ámbito de los negocios –tragó saliva–. Ni siquiera soy una cocinera cualificada.


Él la miró un instante y se encogió de hombros.


–Tu forma de cocinar, Paula, habla por sí misma.


Ella negó con la cabeza.


–Si me quedo arruinaré el restaurante de Miguel, y eso sería mucho peor que decepcionarlo marchándome ahora.


–¿De veras crees que es así? –le preguntó Pedro, inclinándose hacia ella.


–Lo sé. Ni siquiera soy una persona inteligente. De hecho no sé ni hacer una división larga.


–¿De qué diablos...? ¿Qué tiene que ver una división larga con todo esto?


–Es un ejemplo de mi falta de inteligencia. Ya es hora de que deje de mentiros, a tí y a Miguel. Y también de que deje de mentirme a mí misma. Estoy segura de que hay cosas peores en el mundo que no ser muy inteligente. Puede que no sea lista, pero soy buena con los animales y sé preparar una deliciosa tarta de chocolate. Tengo muchos amigos y quiero a mi familia. Tengo que dejar de desear más.


Pedro frunció el ceño.


–Vamos a dejar una cosa clara, no es necesario que sepas hacer una división larga.


–Pero necesito saber cómo hacer una hoja de cálculo, llevar la cuenta de las pérdidas y las ganancias y... ¡Un presupuesto! La mayor parte de las veces me suena a chino. –El presupuesto lo hiciste muy bien.


–¡Lo tiraste! Dijiste que era una fantasía.


–La fantasía era la cantidad de dinero que pedías. El documento era perfectamente aceptable, estaba bien planteado y era preciso. No dudé ni un instante de que con ese dinero podrías haber creado un restaurante espectacular, pero Marco ha sido muy claro sobre la cantidad de dinero que está dispuesto a invertir en el Newcastle Chaves. Me dijo que si no respetaba esa cantidad, me despediría.


–¡No es cierto!


–Sí lo es –esbozó una sonrisa–. Pero no hablaba en serio. Eso no significa que quiera hacer un buen trabajo para él.


A Paula no se le había ocurrido que él pudiera estar igual de presionado que ella. Sin embargo, se resistió al encanto de su sonrisa.


–Entonces, he debido de tener suerte con ese presupuesto. Esto no lo sabrás porque Miguel lo mantuvo en secreto, pero suspendí los exámenes finales. Cuando mi madre murió... Yo no estudiaba nada y no prestaba atención en clase, y cuando intenté centrarme de nuevo me resultó imposible ponerme al día. Mi padre usó sus contactos para que entrara en la universidad, pero tampoco se me dió bien.


–¿Y por qué Miguel no te ayudó? ¿Por qué no te puso profesores de apoyo?


–¡Nunca se lo conté! Estaba demasiado avergonzada. Y él ya había hecho demasiado.


–Así que dejaste la universidad y pasaste de un trabajo a otro.


–Nada funcionó. O no podía hacer el trabajo o era tan sencillo que me aburría muchísimo. Al final, me fui a Italia a ayudar a mis tíos en el restaurante.


–Dijiste que te encantaba trabajar allí.


–Aprendí muchas cosas y descubrí la pasión por la cocina. Fue toda una revelación. Pero me volví arrogante e insensata.


Pedro entornó los ojos.

miércoles, 16 de marzo de 2022

Irresistible: Capítulo 55

 –Fue una estupidez que te dijera tal cosa. No hablaba en serio. Estaba muy enfadado. He estado descentrado desde que puse el pie en ese albergue. Es la única excusa que te puedo dar y, lo siento, de veras.


Ella se quedó boquiabierta. Pedro experimentó un intenso deseo de besarla y tuvo que cerrar los puños para no acariciarla.


–Me siento culpable por los errores que cometiste con el presupuesto. Y por haberme enfadado de esa manera y no explicarte las cosas pero, quiero dejar una cosa clara, no pienso sentirme culpable por tu falta de perseverancia.


–¿Mi...?


–Ya es hora de que madures. Si le prometes algo a alguien, no puedes darles la espalda y salir corriendo en el momento en que se complican las cosas. En el pasado has decepcionado a tu padre, pero le prometiste que ahora no volvería a suceder. ¡Pues demuéstraselo!


Paula palideció.


–Sí, eres apasionada. Pero te tomas las cosas demasiado a pecho. Pierdes los estribos con mucha facilidad. Tienes cerebro dentro de esa cabecita. ¡Pues utilízalo!


Pedro no sabía qué era lo que había dicho pero Paula se puso todavía más pálida. Y ni siquiera era capaz de pestañear.


–Paula, creo que deberías sentarte –intentó agarrarla del brazo, pero ella lo retiró–. Paula, respira hondo –le ordenó, con miedo de que llegara a desmayarse.


Y cuando se acercó a ella un poco más, se volvió y salió corriendo por el pasillo. Él la siguió, pero no llegó a tiempo. La puerta del baño se cerró con fuerza. ¿Qué diablos había dicho? Apoyó la oreja contra la puerta, pero no se oía nada.


Paula se acurrucó en el suelo del baño y apoyó la mejilla contra las baldosas frías. Cerró los ojos y, mientras intentaba liberarse del pánico que la invadía, comenzó a temblar. Pedro la había dejado sin defensas... Le había dicho que utilizara el cerebro y ella no había sido capaz de quedarse. Necesitaba esconderse de él, de su mirada llena de rabia y frialdad. Sabía que él estaba esperándola en la puerta. «Tienes cerebro dentro de esa cabecita». Lo tenía, pero no valía nada. Y cuando él lo descubriera... Cuando su padre lo descubriera... Cerró los ojos con fuerza.


–¿Paula? –Pedro llamó a la puerta.


«Ya es hora de que madures».


–¡Paula! ¡Abre la puerta o la echaré abajo!


Ella abrió los ojos. Había llegado el momento de dejar de esconderse. Respiró hondo y se sentó en el suelo.


–Saldré enseguida.


–¿Hablas en serio?


–Sí –fue todo lo que pudo decir. Se puso en pie y se miró en el espejo. Se lavó la cara, preguntándose cómo podía estar tan pálida si le ardía el rostro.


Miró hacia la puerta y antes de abrir, respiró hondo una vez más. Se dirigió al salón. Pedor había llevado todas sus maletas al dormitorio. «Ya es hora de que madures». Él tenía razón. Ya era hora de enfrentarse a aquello como un adulto.


Irresistible: Capítulo 54

Pedro entró en el nuevo departamento y vió que las maletas de Paula estaban alineadas junto al sofá. ¿Por qué diablos había sido tan duro con ella?


Paula apareció arrastrando su última maleta.


–¿Qué haces aquí? –le preguntó al verlo.


«¡Maldita sea!», pensó él al ver que ella pretendía marcharse sin decírselo.


–He decidido tomarme el resto del día libre. Tenía curiosidad por ver el departamento –miró a su alrededor–. Miguel se ha superado esta vez. Hemos mejorado mucho. Y tiene unas vistas magníficas del puerto. Podrás ver cómo entran los barcos contenedores –dijo él, y se agachó para sacar a Silvestre de la jaula. La gata se restregó contra sus piernas antes de empezar a explorar la casa.


–¿Qué haces? –le preguntó Paula–. ¿Sabes cuánto tiempo he tardado en...?


–La he dejado salir para que estire las patas y explore su nueva casa. Debe de estar cansada de estar ahí metida –sabía que Paula no se marcharía sin Sivestre. Agarró dos maletas de Paula y añadió–. Al menos, los chicos de la mudanza podían haber llevado tus maletas a tu dormitorio. Aunque supongo que no imaginaban que todas estas maletas pertenecían a una sola persona.


–¿Qué crees que estás haciendo? –agarró las maletas que llevaba y tiró de ellas.


–Ayudar a que te instales.


–Pero yo...


–Y después quiero pedirte disculpas.


–¿Por arruinarme la vida entera?


–Por haber manejado tan mal el tema del presupuesto. He sido muy duro contigo y no es justo. Lo siento.


–¿Eso significa que vas a aumentar mi presupuesto?


–No.


–¡Pues déjalo, Pedro! Me marcho.


–No.


–¿Pretendes impedírmelo?


–Sí. Físicamente, si es necesario. Le diste tu palabra a Miguel acerca de que terminarías este proyecto. Pienso asegurarme de que lo hagas.


–¿Mientras me tienes atada de manos? –comenzó a pasear de un lado a otro–. ¿Cómo es posible?


–¿Todo este lío solo porque he impedido que hagas algunas extravagancias?


–¿Impedido? Has destrozado toda mi imagen. ¡Me has dicho que no soy lo bastante buena para el trabajo! Que he perdido el tiempo. Al menos, me entregué por completo al proyecto, con toda mi alma y mi corazón. ¡Tú ni siquiera tienes corazón! Pero tienes razón, he estado perdiendo el tiempo. Si crees que Luis es la persona adecuada para el trabajo, ¡Dáselo a él!


Cuando se disponía a agarrar las maletas, él la sujetó por las muñecas y ella desistió. Al sentir el calor de su piel, Pedro la soltó.

Irresistible: Capítulo 53

Pedro dejó el bolígrafo sobre la mesa y decidió no trabajar más. Recordó que sus socios lo llamaban el Hombre de hielo. Sin embargo, él no sentía nada de frío en esos momentos. Y menos cuando Paula estaba a su alrededor. Una vez más recordó la mirada de sus ojos llorosos. Había sido muy duro con ella. ¿Por qué se había comportado así? ¿Por que le había dicho que era un jefe que inspiraba temor? No le había gustado ese comentario. De hecho, lo había odiado. Él siempre se había sentido orgulloso por ser un jefe accesible. Pero quizá estaba equivocado. Los hombres de hielo no se caracterizaban por su empatía. ¡Y además ella había mencionado el maldito beso! Se levantó y se acercó a la ventana para mirar hacia la playa. No podía hacer nada respecto al beso. No podía retirarlo. Ni repetirlo. Sin embargo, deseaba hacerlo cada vez que ella estaba a su lado. Se pasó la mano por el rostro y decidió que debía dejar de engañarse a sí mismo. No había sido el comentario. Ni el maldito beso. ¡Había sido la visita al maldito albergue! Desde entonces había experimentado un fuerte sentido de indefensión como el de cuando era pequeño. Le había sentado bien descargar su rabia con Paula, gritarle, y vetarle todas sus ideas. Y sentirse con derecho mientras lo hacía. Sin embargo, después se sentía muy mal por haberlo hecho. Era cierto que ella había perdido la cabeza respecto al presupuesto, pero su manera de afrontar la discusión... Él había conseguido mostrar su poder, reforzar su autonomía y su autoridad, pero se lo había tomado como algo personal. Se había comportado de una manera muy poco profesional. ¿Por qué? Porque Paula tenía razón acerca de que él llevaba mucho tiempo guardándole rencor a su padre.  Se apretó el entrecejo. Lo único que ella había intentado hacer era crear el restaurante que Miguel siempre había soñado, y él había echado por tierra todas sus ideas. Así, sin más. Debería haberlo manejado con más tacto y explicarle por qué se veía obligado a tomar la decisión que había tomado. Y debería haberla apoyado más durante las tres semanas que habían trabajado juntos. Miguel le había dicho que ella no sabía nada acerca de la gestión de empresas. Y él había permitido que se equivocara, a pesar de saber que era inexperta. Apretó los puños. Había actuado como un cobarde. Ella provocaba en él ciertos sentimientos que él no quería sentir. Le había echado en cara su pasado y, después, su comportamiento y él no había sido capaz de digerirlo. Su solución había sido evitarla. Para después atacarla por haber cometido un error. Él también era responsable de que ella hubiera hecho ese ridículo presupuesto. Paseó de un lado a otro del ventanal. Paula había invertido mucho esfuerzo en el restaurante. Y él había destrozado su sueño. Había visto la expresión de sorpresa en su rostro. Pero también algo más. ¡Desesperación!


–¡Maldita sea! –agarró la chaqueta que estaba en el respaldo de la silla y corrió hasta la puerta.

Irresistible: Capítulo 52

 –¿Y qué hay de malo en ello?


–Es lo que ofrece el resto de restaurantes de la ciudad. Tenemos que destacar...


–¿Eso es lo que estaba presupuestado?


–Sí, pero...


–No lo cambiaré –sacó el bolígrafo otra vez y tachó la línea donde se describía la partida para los nuevos empleados.


A Paula comenzaron a temblarle las manos. ¡Estaba arruinando su restaurante!


–¿Y esto qué es?


Ella miró donde él señalaba y pestañeó.


–Es el precio de la actuación que ofreceremos la noche de la inauguración. Es una cantante de soul famosa.


–¿Y cobra todo ese dinero?


–También es la cantante favorita de Miguel.


–¡Dejará de serlo si ve su factura! Luis, dame una alternativa.


«¡No!» Aquello no podía estar pasando. Al ver cómo se desmoronaban sus planes para la noche inaugural, Paula sintió que le costaba respirar. Luis miró a uno y después al otro.


–No están al mismo nivel, pero hay una banda de jazz que también es buena.


–Contrátala –ordenó Pedro, y tachó esa línea también.


Paula lo miró y le preguntó:


–¿Necesitas a Luis para algo más, Pedro?


–No, creo que ya he terminado.


Paula se volvió hacia Luis.


–Sé que esta tarde tienes una reunión con los profesores del colegio, Luis. Además, esta mañana has entrado más temprano, así que, si quieres marcharte me parece bien.


Luis se puso el abrigo en cuanto Paula terminó la frase.


–Buenas tardes, signorina Paula, señor Alfonso.


–Buenas tardes, Luis –dijo Paula.


Pedro apenas asintió.


–Paula, lo siento, pero...


–Intentas castigarme por haberte llevado al albergue hoy, ¿No es eso? Por haberte evocado malos recuerdos –no podía hacer nada por disimular el temblor en su voz.


Él frunció el ceño.


–Esto no tiene nada que ver con eso. ¡Nada! Es una cuestión de negocios.


–No te creo. Desde el principio has estado como molesto conmigo. Estás enfadado por el hecho de que yo haya tenido muchas facilidades en la vida y tú no. Y por el hecho de que yo las haya desperdiciado. Y ahora... ¡Ahora quieres que fracase! –le ardían los ojos y tenía el corazón acelerado–. Has esperado un momento como este para poder sabotearme.


–Voy a pasar por alto ese comentario porque sé que estás muy desilusionada. Trabajarás con el presupuesto que te dí, Paula. Fin de la historia –le dijo mientras rompía los papeles en mil pedazos.


–Me llevó horas prepararlo –susurró ella viendo cómo volaban los papeles por el aire.


–Horas mal empleadas –dijo él.


Ella tragó saliva para contener las náuseas que sentía. De pronto imaginó la noche inaugural y la expresión de resignación y desilusión del rostro de su padre. ¡No podría soportarlo! Pedro sacó una llave de su bolsillo y se la entregó.


–Nuestro nuevo departamento está esperándonos –le nombró la dirección. Estaba solo a una manzana del otro–. Miguel se ha encargado de que trasladaran nuestras cosas. Te sugiero que vayas allí para tranquilizarte un poco. No conseguirás trabajar bien en ese estado.


Paula agarró la llave. Pedro había ganado. Ella se volvió y se marchó.