viernes, 11 de marzo de 2022

Irresistible: Capítulo 42

 –¿Cuántos años tienes? ¿Veinticinco? –al ver que asentía, continuó–. ¿Me estás diciendo que a los veinticinco años nunca te has considerado enamorada?


–Es cierto. Nunca me he enamorado –pestañeó–. ¿Y tú?


–Bueno, no, pero yo nunca he creído en el amor.


–Oh, Pedro –negó con la cabeza con tristeza–. Mi vida habría sido muy gris si no hubiese creído en el amor. No digo que tu punto de vista no sea válido, es solo... –tragó saliva–. No es para mí.


–Eso siempre lo he dado por hecho, Paula.


–Pasé mucho tiempo con mi madre hacia el final de su vida. Como sabíamos que iba a morir, tuvimos la oportunidad de decirnos cosas que quizá no nos habríamos dicho si las circunstancias hubiesen sido otras. Perderla fue muy duro para mí, pero tengo muy buenos recuerdos de ella de esa época.


–¿Tu madre te hizo prometer que te reservaras para el matrimonio?


Ella lo miró asombrada y soltó una carcajada.


–Está claro que crees que mis padres son de la época medieval. Creo que eso habría tenido el mismo efecto que si Miguel me hubiera encerrado en la torre de marfil.


Él se echó para atrás.


–Sí que hablamos de sexo. Ella quería que me cuidara y evitara un embarazo no deseado. Me hizo prometerle que practicaría sexo seguro, nada más.


–Entonces, ¿Por qué? –levantó las manos en el aire.


–Un día estábamos hablando del pasado y ella me contó lo feliz que siempre había sido con mi padre. ¿Sabías que se conocieron aquí, en Newcastle?


Él negó con la cabeza.


–Por eso mi padre quería abrir el primer hotel Chaves aquí. Mi madre trabajaba como enfermera. Mi padre vino por un asunto de negocios. Ella lo atropelló con la bicicleta.


Él sonrió.


–Y, sin duda, le resultó muy útil su conocimiento de enfermería.


–Mi padre siempre dice que se enamoró de ella en ese mismo instante –sonrió Paula–. Pero mi madre dijo que aquello no tenía sentido y que se había golpeado fuerte en la cabeza.


Él se rió.


–Creo que me caería bien.


Paula se preguntaba qué habría opinado su madre acerca de Pedro. Lo más probable era que le hubiera caído bien, y él la habría hecho reír. Pero teniendo en cuenta su reputación no lo habría querido para su hija. Y ella tampoco lo quería. «Mentirosa».


–Mi madre me dijo que el único hombre con el que había estado era mi padre. Y la expresión de su rostro al contármelo era...


–¿Qué?


–Parecía feliz. Y agradecida. Muy feliz –nunca olvidaría esa expresión–. No me importa que parezca una excusa, así es como fue.


–¿Y?


–Y entonces lo supe.


–¿El qué?


–Que eso es lo que quería para mí. Quiero una relación sincera y duradera como la que tuvieron mis padres. Estoy dispuesta a esperar para conseguirla. Creo que en temas de amor no hay que presionar. Y entretanto no quiero perder mi tiempo experimentando con aventuras amorosas insignificantes.


–¿Y cómo sabrás que son insignificantes si no las pruebas?


–Si un hombre no está dispuesto a esperar a que yo esté preparada, será que no merece mi tiempo.


–Eso es cierto, pero ¿No tendrás que besar a un montón de sapos antes de encontrar al príncipe azul?


–Besar sí, pero no acostarme con ellos –se cruzó de brazos–. Además, el amor no es algo que haya que practicar antes.


–Pero ¿Y si te casas con alguien y descubres que el sexo entre ustedes es terrible?


–Supongo que este no es el momento de señalar que el matrimonio es algo más que el sexo.


–El sexo es importante.


–Está bien. Nosotros... No vamos a acostarnos, pero si lo hiciéramos, ¿Dudas de que sería satisfactorio?


–No –dijo él.

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