viernes, 25 de marzo de 2022

Irresistible: Capítulo 70

–Miguel, ¿Te importa si te robo a tu hija un rato?


Miguel agarró el asa de la cesta antes de que Pedro se marchara con su hija.


–Cuida bien de ella.


–Prometo que lo haré.


–¿Y yo no tengo nada que...? –Paula no pudo terminar la frase porque Pedro tiró de ella y se adentró entre la multitud. Era evidente que no tenía intención de escuchar lo que tenía que decir.


–¿Dónde vamos? –preguntó ella cuando llegaron al exterior del hotel.


–A la playa –dijo él, señalando la playa iluminada por la luna.


–¿Para qué?


Él tiró de ella hacia delante.


–¿Para qué? –preguntó de nuevo, tratando de resistirse.


–Necesito hablar contigo.


–¿Y por qué no hablamos dentro?


–Quiero intimidad.


–Pero... –se detuvo un instante.


–¿Quieres que te lleve en brazos o qué?


–Está bien, vamos a la playa –dijo Paula.


Pedro no dijo nada más hasta que no llegaron a la playa y la guió hasta una zona desierta. Estiró la manta, agarró la mano de Paula y la hizo sentar. Abrió la botella de champán y le sirvió una copa. Colocó las fresas en un plato, sirvió el pastel de chocolate y se lo entregó. Y después caminó frente a ella de un lado a otro de la playa. Paula miró la comida, lo miró a él y frunció el ceño.


–Pedro, ¿Tú no vas a comer nada?


–Esas son tus cosas favoritas, ¿No?


–Sí, sí –le aseguró ella, y al ver que él miraba fijamente el plato del pastel, ella lo probó–. Hmm, está buenísimo.


¡Estaba hambrienta! Había estado demasiado ocupada como para pensar en comida. Suspiró.


–Deja que adivine. Esta es tu manera de agradecerme todo el trabajo que he hecho y de celebrar nuestro éxito, ¿No? –era evidente que él quería comportarse de manera adulta en lo que a su relación se refería. Y ella deseaba dejar de fingir de una vez y que cada uno continuara con su vida por caminos diferentes.


Trabajar día tras día con Pedro se había convertido en una tortura y había decidido que lo mejor sería cortar por lo sano.


–Esto tiene que ver con que no soy un idiota.


–Um, por supuesto que no.


–No soy como mi padre –se detuvo para mirarla–. Me he dado cuenta hace quince minutos.


–Yo... –se humedeció los labios. No sabía qué decir.


–Tú has hecho que me dé cuenta, Paula. Y después me he dado cuenta de muchas cosas más. Me dijiste que me querías, pero yo me marché.


Ella miró hacia el mar y se fijó en el reflejo de la luna. Tragó saliva y dijo:


–Es cierto.


–Pero tú conservaste tu dignidad.


Ella levantó la cabeza.


–Eso es algo que mi padre nunca consiguió –la miró–. Pero yo no soy como mi padre.


–¿Por qué me cuentas todo esto? –preguntó ella con el corazón acelerado.


Él se acuclilló frente a ella.


–Para que sepas que hablo en serio cuando dentro de un minuto te pida que te cases conmigo.


El pastel de Paula se cayó del plato y aterrizó en la manta.


–Paula, se supone que has de comértelo, no tirarlo. No importa, puedes tomarte el mío –recogió el pastel de la manta y se limpió la mano con una servilleta.


Ella lo miró un instante. Después, le quitó la servilleta de la mano y la lanzó hacia atrás. Se arrodilló para agarrar a Pedro de las solapas de su chaqueta y tirar de él para que se sentara a su lado.


–¿Qué has dicho? –preguntó con voz temblorosa.


–Quiero casarme contigo. Te quiero, Paula, y quiero que sepas que hablo en serio.


Ella sintió que una mezcla de pánico y esperanza se apoderaba de ella. Respiró hondo y rompió a llorar.


–¡No llores! –le masajeó los hombros–. Cielos, Paula, ¡No quería hacerte llorar!


El terror que se percibía en su tono de voz casi la hizo sonreír.


–¡Maldita sea! –le apretó los hombros–. El problema es el atardecer, ¿No? No he conseguido hacerlo al atardecer. El momento no es el adecuado y...


–Deja de hablar del atardecer –le ordenó ella entre lágrimas–. Dime por qué me quieres. Haz que me crea que quieres casarte conmigo.


Él le acarició la mejilla.

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