lunes, 7 de marzo de 2022

Irresistible. Capítulo 32

Ella lo agarró de la mano para que se pusiera en pie y lo guió hasta la orilla, donde estaba la arena mojada.


–Hacer castillos de arena.


Paula se puso de rodillas y comenzó a cavar. Era algo tan inesperado que Pedro comenzó a reír.


–Y no cualquier castillo de arena.


–Por supuesto que no –dijo él con una sonrisa–. Estamos hablando de Miguel.


–¡Exacto! Hacíamos fosos, torres y túneles para interconectar canales y... ¡Vamos, empieza a excavar el foso!


Pedro se arrodilló y comenzó a cavar un canal hacia el agua. Cuando una ola subió por el canal para llenar el foso, se sintió ridículamente entusiasmado. Paula aplaudió con júbilo. Detrás del foso construyeron un elaborado sistema de muros y edificios. Él silbaba y ella tarareaba. Pedro no sabía cuánto tiempo estuvieron trabajando pero, de pronto, Paula gritó para alertarlo de que venía una ola fuerte. Él la agarró de la mano y tiró de ella para apartarla, sujetándola por la cintura para medio levantarla. Riéndose, ella lo miró y sonrió. Pedro se quedó sin respiración y la agarró con más fuerza. Ella se quedó quieta y él interpretó la pregunta que le hacía con la mirada... ¿Iba a besarla? ¿Ella se lo permitiría? Cuando vió que ella no se retiraba, obtuvo la respuesta. Una fuerte tentación se apoderó de él. Paula tendría un sabor delicioso. Deseaba ocultar el rostro contra su cuello e inhalar su aroma, capturar sus labios y devorarla despacio. Memorizar las curvas de su cuerpo con las manos... Al sentir el agua helada en los tobillos volvió a la realidad y Paula se separó de él rompiendo el hechizo.


–Oh, mira –dijo señalando el castillo que había quedado destrozado.


Él se quedó boquiabierto y Paula se rió.


–Eso es lo bueno de los castillos de arena –dijo ella, golpeándolo con el hombro una vez más antes de alejarse de él.


–¿Lo bueno?


–Uno siempre puede empezar un proyecto más ambicioso al día siguiente.


Él negó con la cabeza al oír sus palabras. El rostro de Paula se iluminó de repente. Agarró a Pedro del brazo y saltó de un pie al otro.


–¡Mira, mira!


Él tuvo que esforzarse para apartar la mirada de su rostro y guiarla hacia donde ella señalaba. Al ver que un barco contenedor estaba entrando en el puerto, soltó una carcajada. Ella le soltó el brazo y corrió hacia la playa donde habían dejado los zapatos.


–¡Date prisa! –le gritó por encima del hombro–. No pienso perderme esto.


Él comenzó a correr, incapaz de resistirse a su entusiasmo. Y mientras corría, no puedo evitar pensar en lo diferente que habría sido su infancia si su madre hubiese tenido una personalidad parecida a la de Paula.

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