miércoles, 16 de marzo de 2022

Irresistible: Capítulo 55

 –Fue una estupidez que te dijera tal cosa. No hablaba en serio. Estaba muy enfadado. He estado descentrado desde que puse el pie en ese albergue. Es la única excusa que te puedo dar y, lo siento, de veras.


Ella se quedó boquiabierta. Pedro experimentó un intenso deseo de besarla y tuvo que cerrar los puños para no acariciarla.


–Me siento culpable por los errores que cometiste con el presupuesto. Y por haberme enfadado de esa manera y no explicarte las cosas pero, quiero dejar una cosa clara, no pienso sentirme culpable por tu falta de perseverancia.


–¿Mi...?


–Ya es hora de que madures. Si le prometes algo a alguien, no puedes darles la espalda y salir corriendo en el momento en que se complican las cosas. En el pasado has decepcionado a tu padre, pero le prometiste que ahora no volvería a suceder. ¡Pues demuéstraselo!


Paula palideció.


–Sí, eres apasionada. Pero te tomas las cosas demasiado a pecho. Pierdes los estribos con mucha facilidad. Tienes cerebro dentro de esa cabecita. ¡Pues utilízalo!


Pedro no sabía qué era lo que había dicho pero Paula se puso todavía más pálida. Y ni siquiera era capaz de pestañear.


–Paula, creo que deberías sentarte –intentó agarrarla del brazo, pero ella lo retiró–. Paula, respira hondo –le ordenó, con miedo de que llegara a desmayarse.


Y cuando se acercó a ella un poco más, se volvió y salió corriendo por el pasillo. Él la siguió, pero no llegó a tiempo. La puerta del baño se cerró con fuerza. ¿Qué diablos había dicho? Apoyó la oreja contra la puerta, pero no se oía nada.


Paula se acurrucó en el suelo del baño y apoyó la mejilla contra las baldosas frías. Cerró los ojos y, mientras intentaba liberarse del pánico que la invadía, comenzó a temblar. Pedro la había dejado sin defensas... Le había dicho que utilizara el cerebro y ella no había sido capaz de quedarse. Necesitaba esconderse de él, de su mirada llena de rabia y frialdad. Sabía que él estaba esperándola en la puerta. «Tienes cerebro dentro de esa cabecita». Lo tenía, pero no valía nada. Y cuando él lo descubriera... Cuando su padre lo descubriera... Cerró los ojos con fuerza.


–¿Paula? –Pedro llamó a la puerta.


«Ya es hora de que madures».


–¡Paula! ¡Abre la puerta o la echaré abajo!


Ella abrió los ojos. Había llegado el momento de dejar de esconderse. Respiró hondo y se sentó en el suelo.


–Saldré enseguida.


–¿Hablas en serio?


–Sí –fue todo lo que pudo decir. Se puso en pie y se miró en el espejo. Se lavó la cara, preguntándose cómo podía estar tan pálida si le ardía el rostro.


Miró hacia la puerta y antes de abrir, respiró hondo una vez más. Se dirigió al salón. Pedor había llevado todas sus maletas al dormitorio. «Ya es hora de que madures». Él tenía razón. Ya era hora de enfrentarse a aquello como un adulto.


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