viernes, 11 de marzo de 2022

Irresistible: Capítulo 45

 –¡Sí! –exclamó ella–. ¿Lo ha visto? ¿Dónde? ¿Dónde la ha visto?


Él hombre se puso en pie.


–¿Cuánto vale?


Paula miró al hombre y lo agarró por las solapas de la chaqueta.


–¡Dígame dónde lo ha visto! –lo zarandeó–. O si no...


Pedro la agarró para separarla del hombre.


–¿Ha visto al gato? –le preguntó al hombre mientras sacaba un billete de la cartera.


El hombre miró el dinero y después a Pedro y a Paula.


–No sé nada acerca de un gato.


Paula se puso tensa.


–Entonces...


–No era difícil imaginárselo –murmuró sin mirarlo a los ojos–. Estaba claro que buscaba un perro o un gato, e imaginé que nadie en su sano juicio llamaría Silvestre a un perro.


Paula bajó la mirada y suspiró. Pedro metió el billete en el bolsillo de la chaqueta del hombre.


–Oh, cielos, Pedro.


Al ver que Paula tenía los ojos llenos de lágrimas, Pedro sintió un nudo en el estómago. Tenía que solucionar aquello de algún modo. Paula comenzó a llorar.


–Es la gata de mi amiga, Pedro. Ella la adora –lo agarró de los brazos–. Tenemos que encontrarla. Sé que para tí Sivestre es una gata más. Pero Sofía la quiere de verdad. Lo comprendes, ¿No? Ya sé que no quieres casarte ni nada, pero ¿Sabes lo que es el amor, verdad?


Él asintió. Y querer a una gata cobraba sentido cuando Paula lloraba y lo miraba de ese modo.


–La encontraremos –le prometió, aunque no tenía ni idea de cómo cumplir su promesa–. Pero no llores –le suplicó–. Encontraremos a Silvestre –la sujetó por los hombros–. Si lloras no serás capaz de ver bien.


–De acuerdo.


Ella aceptó el pañuelo que él le tendió, se secó los ojos y sonrió, provocando que a él se le acelerara el corazón.


–¿Qué te parece si primero revisamos toda esta calle?


–Muy bien –dijo ella.


–Empieza por esas cajas mientras yo miro en las basuras.


Paula se dirigió hacia las cajas. Si habían atropellado a Silvestre lo más probable era que alguien hubiera echado el cuerpo a la basura. Pedro no quería que ella encontrara el cadáver. Sonó el teléfono. Era Miguel otra vez.


–¿Miguel? –Pedro sujetó el teléfono lejos de su oreja mientras Miguel le echaba la bronca en italiano. Al oír la palabra gato, prestó toda su atención–. ¿Qué has dicho? –le preguntó.


–He dicho que no está permitido que entren animales en el departamento. La gerente me ha llamado y me ha armado una buena bronca.


–Entonces, ¿La gata está bien?


–Sí, sí.


Pedro comenzó a reír aliviado.


–No tiene gracia...


–¡Paula, la hemos encontrado!


Paula corrió a su lado y lo agarró del brazo.


–¿Pedro?


Él le tendió el teléfono.


–Tu padre.


–¿Papá? –al instante alejó el teléfono de su oreja y cubrió el micrófono con la mano–. Hoy puede gritarme todo lo que quiera – sonrió–. Silvestre está en el despacho de la gerente de los departamentos –al momento consiguió terminar la conversación.


Pedro la agarró del brazo y la sacó del callejón.


–Un momento –dijo ella y corrió hasta el indigente.


Pedro no pudo escuchar lo que le decía, pero vió que le entregaba una tarjeta.


–¿Qué le has dicho? –le preguntó.


–Luego te lo cuento –lo agarró del brazo–. Date prisa. Mi padre está de camino y tengo que conseguir una tarta lo antes posible si no queremos que se esté quejando toda la noche.


Pedro se rió al ver la expresión del rostro de Miguel al entrar en el departamento.


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