miércoles, 30 de marzo de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 8

Él era el único responsable de su bienestar, y no estaba dispuesto a dejarla participar en un ridículo concurso que convertía en floreros a las mujeres y las hacía creer que la apariencia era lo más importante. Ya había visto esa obsesión en Brenda y no iba a dejar que su hija creciera con esa clase de valores. La familia, el compromiso... Esas eran las cosas que merecían la pena.


–Ya puedes entrar de nuevo y borrarte del registro. ¡Ahora! ¡No vas a participar en ese circo!


–No.


Esa única palabra lo dejó helado. Valentina nunca le había desafiado abiertamente.


–Tengo dieciséis años –apoyó las manos en las caderas–. Dentro de dos años podré votar. Tengo derecho a tomar ciertas decisiones sobre mi vida, y esta es una de ellas. Voy a participar en el concurso, te guste o no.


Durante un momento, Pedro apenas pudo pensar con claridad.  Una parte de él casi reconocía que Valentina podía tener razón.


–Y, creas lo que creas, ¡Paula Chaves cree que tengo posibilidades!


Dió media vuelta y echó a andar rumbo a casa. ¿Paula Chaves? El nombre le golpeó como un puño. ¿Paula Chaves? Durante su matrimonio con Brenda ese era el nombre que más veces la había oído decir. No recordaba quién era, pero ella no hacía más que mencionarla una y otra vez. Siempre aparecía en la portada de alguna revista glamurosa, en las pasarelas de París, Londres, Nueva York... De cualquier sitio. «Si Paula Chaves puede hacerlo, yo también...». Y lo hizo. Pero ese mundo acabó con ella... Y él no estaba dispuesto a dejar que le pasara lo mismo a Valentina. Haría cualquier cosa para proteger a su niña. De repente oyó que alguien se aclaraba la garganta. Se había olvidado de esa mujer desconocida. Se volvió hacia ella.


–Soy Pedro Alfonso, y siento que...


Al verla cara a cara, sintió que todo se le tensaba por dentro. Masculló un juramento, y entonces se rió. Pero la risa no era real. Era amarga, sarcástica.


–Paula Chaves, ¿Verdad?


A lo mejor no la recordaba, pero sí la reconocía. Sonya le había enseñado tantas fotos... Era hermosa, preciosa, perfecta, para la portada de una revista. Pero él sabía que todo era una mentira, porque ninguna mujer podía tener ese aspecto todo el tiempo. Era la clase de mujer que les llenaba la cabeza de expectativas estúpidas a las adolescentes. Con esos labios perfectos, esas pestañas kilométricas, y ese pelo rubio... Él tenía treinta y cuatro años. Ella tenía que tener por lo menos treinta y seis. Pero no parecía mucho mayor de veinticinco. Más mentiras.


–Déjeme adivinar. Estoy igual que siempre, ¿Verdad? –le dijo ella de repente y arqueó una de esas cejas perfectas.


–¿De qué demonios me está hablando?


Por alguna extraña razón, ella pareció alegrarse al oír su exabrupto. Pedro se acercó y le habló al oído.


–Aléjese de mi hija –le susurró.


La sonrisa de Paula se borró. 

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