viernes, 29 de octubre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 5

Su voz era tan inexpresiva que, por un instante, Ivana creyó no haber oído bien. Pedro continuó en el mismo tono:


–Es un asunto completamente confidencial, supongo que no necesito decírtelo.


–No –respondió, atónita–. ¿Y se sabe quién?


–Una pregunta interesante.


Ivana pensó en la estructura legal de la empresa.


–Tiene que ser alguien de dentro. Alguno de los socios –comentó, pensando en voz alta.


–Exacto.


Los ojos de Ivana volaron hasta su rostro, apesadumbrada. Pedro tenía tres socios, y todos ellos eran antiguos amigos. Si eso era verdad, entonces aquella sería una traición más allá de lo meramente empresarial.


–Oh, Pedro, cuánto lo siento.


Pedro se encogió casi imperceptiblemente de hombros.


–Puedo manejar este asunto. Simplemente, necesito ir a Nueva York sin levantar sospechas. Y he pensado que si dijera que quiero que analices parte de mi trabajo y que tú me has pedido hacerlo antes de tu boda, podría justificar el adelanto de un viaje que normalmente hago todos los años en abril.


–Esa sería tu coartada –dijo Ivana, comprendiendo sus intenciones.


–Sí. ¿Vendrás conmigo?


Ivana vaciló. Pensaba quedarse en Londres hasta el día de la boda. Tenía muchas cosas que hacer. Pero Paula estaba en Nueva York y estaba completamente segura de que si hablaba con ella cara a cara podría hacerla cambiar de opinión.


–Sí –dijo con repentina firmeza–. ¿Cuándo salimos?


–Esta noche.


Ivana tragó saliva.


–Le pedí a Elena que te reservara un billete –comentó Pedro–. Lo único que necesitas es el pasaporte y el cepillo de dientes.


–Y una maleta –dijo Ivana con aspereza. Comenzaba a recuperarse–. De acuerdo. Pero será mejor que me vaya ahora mismo.


Salió a buscar a la secretaria de Pedro.


–Elena, ¿De verdad tienes un billete de avión para mí?


–Y también un taxi para que te lleve ahora mismo a Londres. Y una reserva de hotel por si pierdes el vuelo. Hay que preverlo todo, como hace Pedro. Qué pena de hombre –dijo Elena, suspirando–. Supongo que continúa pegado a su ordenador, ¿Verdad? Alto, moreno, atractivo… Y en lo único que es capaz de pensar es en Watifdotcom.


–Una verdadera pena –contestó Ivana con aire ausente. Miró el reloj–. Me voy. Tengo que hacer algunas gestiones si quiero salir esta misma noche hacia Nueva York.


A la mañana siguiente, a pesar de los efectos del viaje y de la desaprobación de Pedro, su primera visita fue a las oficinas de Elegance Magazine. 


–¿Ivana? –preguntó Paula con incredulidad por el interfono cuando la recepcionista la llamó–. ¿Ivi? ¿De verdad eres tú? ¿Estás aquí?


–En persona. Pero tengo una reunión dentro de un par de horas. ¿Podríamos comer juntas?


–Claro. Voy a buscar mi abrigo. Dentro de cinco minutos estaré abajo.


Fueron casi diez. Y en ese tiempo, Paula tuvo oportunidad de recuperarse de la primera sorpresa. Besó a Ivana con cariño, pero continuaba mostrándose recelosa. Aun así, la tomó del brazo mientras se dirigían hacia su restaurante italiano favorito.

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 4

 –Ivi, ¿Eres consciente de cuánto me ha costado conseguir este trabajo? Si vuelvo, no tengo la seguridad de que me dejen entrar al país otra vez – improvisó desesperada–. Este es el sexto mes que llevo aquí y es el primer trabajo que he conseguido que tiene algo que ver con mi carrera. No puedo permitirme el lujo de arriesgarlo.


El silencio que siguió a aquella respuesta estaba lleno de desilusión. Paula se sentía terriblemente mal, pero no cedió. Notó que las lágrimas que empapaban su rostro. No sabía cuándo había empezado a llorar.


–Oh, bueno, si no puedes, no puedes –respondió Ivana al cabo de un rato.


Era obvio que estaba dolida. ¡Maldita fuera!, pensó Paula. Aun así, era preferible que su hermana se sintiera dolida en ese momento a arruinarle el día de su boda llorando por el hombre con el que se iba a casar.


–Mira, tengo que irme. Hay un tipo con el que tengo que hablar hoy mismo sin falta. Te llamaré para que vayas dándome noticias sobre la boda. Ponme un correo electrónico, si lo prefieres. Al fin y al cabo, para eso sirve Internet –dijo Paula, intentando mostrarse animada.


–Sí, por supuesto, te llamaré –respondió Ivana y colgó el teléfono.


Paula dejó el auricular en su lugar y se sonó con fuerza la nariz. Si al menos Ivana no se hubiera ocupado de ella desde el momento en el que Miguel Chaves se había casado con Diana. Si no la hubiera enseñado a navegar. Si no hubiera jugado con ella, y le hubiera leído cuentos, y le hubiera prestado su maquillaje… Y si las dos no se hubieran enamorado del mismo hombre… Pero había ocurrido. Y a Manuel Viale, con su dulce sofisticación, le había bastado mirar a Ivana para enamorarse de ella. Y era indudable que Manuel tenía razón. Ivana era una mujer de la que los hombres se enamoraban. Paula, sin embargo, era el tipo de mujer con el que a los hombres les gustaba salir de fiesta. Pero eso no significaba que ella no pudiera enamorarse. El problema era que no debía esperar que nadie la tomara en serio cuando lo hiciera. Y además, debería superar aquel enamoramiento cuanto antes. Bueno, por lo menos lo estaba intentando. Y no le estaba saliendo del todo mal. A veces era capaz de no pensar en Manuel durante una hora. Estaba segura de que con el tiempo conseguiría quitárselo de la cabeza. Pero no si volvía a Londres y lo veía recorrer el pasillo de la iglesia con Ivana. Paula nunca le había contado a nadie que estaba enamorada. Pero Manuel conocía su secreto. Cada vez que sus miradas se cruzaban, era consciente de ello. Y su corazón revivía una y otra vez el dolor de su rechazo.


–Amor –dijo Paula furiosa–. ¿Quién lo necesita? 


Pero lo superaría. Por supuesto que lo superaría. Siempre y cuando Ivana y Manuel continuaran en Londres y ella se quedara en Nueva York, dando tiempo al olvido para operar su magia.





–Ivana, necesito que vengas conmigo a Nueva York –anunció Pedro Alfonso sin ningún preámbulo.


Ivana, que estaba sentada en su despacho, alzó la mirada sobresaltada.


–¿Qué?


Pedro le dirigió una de sus rarísimas sonrisas.


–Necesito camuflarme.


Ivana se puso inmediatamente en guardia. Llevaban meses trabajando juntos y conocía el trabajo que Pedro realizaba para la empresa, pero no sabía nada sobre su vida privada. Salvo que tenía treinta y tres años y estaba soltero. También que era atractivo, al menos si se pasaba por alto su permanente desconexión del mundo. Aunque para algunas mujeres, aquel aire reservado podía llegar a ser un auténtico desafío. Además, ¿Quién sabía con cuantas mujeres podía estar haciendo juegos de manos cuando se apartaba de su ordenador? Al pensar en ello, recordó que la semana anterior se había tomado algunos días libres. En cualquier caso, ella no pensaba dejarse involucrar en sus batallas domésticas.


–Yo soy asesora de dirección. De modo que si lo que quieres es una carabina, tendrás que buscarla en otra parte.


Pedro consideró en silencio su respuesta, e inmediatamente después le aclaró:


–Alguien está intentando hacerse con el control de la empresa. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 3

Paula miró entonces a su alrededor. Tras ella, Nadia Kubitchek la saludaba alzando los brazos al cielo. Posó la mano sobre el pequeño micrófono que tenía cerca de la boca y vocalizó una pregunta.


–Tu hermana –gritó Nadia.


–Ah –Paula volvió a dirigirse a su interlocutor de Los Ángeles–. Lo siento, Antonio, ha surgido algo. Te llamaré cuando vuelva –haciendo caso omiso de las protestas del estilista, se quitó los audífonos y desconectó el teléfono móvil.


Nadia le aconsejó:


–Vete al despacho de Caruso. Esta mañana está entrevistando al millonario del mes en el Museo Guggenheim. No creo que vuelva.


–Muy bien, gracias.


Leticia Caruso tenía una de las pocas sillas cómodas de la empresa. Todos la usaban cuando podían. Paula voló hacia el asiento de cuero y descolgó el teléfono.


–Hola, Ivi, ¿Qué tal?


–Hola, Pau. Yo muy bien, ¿Y tú?


–Genial.


–¿Y el trabajo?


Paula soltó una carcajada.


–He tenido un par de roces por culpa del estilo policial de la empresa, pero aparte de eso, todo va bien.


–¿Estás segura?


–Claro que sí. Caruso dice que tengo un desagradable sentido del humor inglés. Y le gusta. Si soy buena chica, incluso me dejará entrevistar a uno de sus millonarios. No, corrige eso. Si soy una chica mala e ingeniosa.


–Caramba. Lo de ingeniosa lo comprendo. Pero tú nunca has sido mala.


–Estoy trabajando en ello –se estiró perezosamente–. Pero háblame de tí, ¿Qué tal va la boda?


–Cada vez parece más aparatosa –respondió Ivana apesadumbrada.


Paula sonrió. 


–Te lo dije. Mi madre no es capaz de imaginar una boda tranquila.


–Quizá sea capaz de hacerlo cuando te toque a tí.


Era una suerte que Ivana estuviera al otro lado del Atlántico. Porque la sonrisa de Paula desapareció de su rostro. Afortunadamente, Ivana ni siquiera lo sospechó.


–Yo ni siquiera soy su hija –añadió–. Y las bodas y yo siempre hemos pertenecido a universos separados, ¿Pero crees que me hará algún caso?


–No –respondió Paula–. En lo que a una madre concierne, la experiencia de una boda ocupa todo el universo conocido –estaba haciendo un enorme esfuerzo. Y lo estaba consiguiendo. Su voz no sonaba demasiado mal.


Y, de hecho, Ivana no detectó ninguna preocupación en sus palabras.


–Tienes toda la razón –vaciló un instante–. Eh… Esta es la razón por la que realmente te llamaba.


Paula se aferró con fuerza al auricular, suplicando en silencio que no le pidiera que fuera a su boda. Estaba aterrada.


–¿A qué te refieres?


–Necesito ayuda.


Si Ivana la hubiera golpeado, Paula no se habría asustado más.


–No me la pidas a mí –contestó en cuanto fue capaz de respirar–. Yo nunca he organizado una boda. Si no confías en mamá, inténtalo con una de las amigas de Manuel. Y si no, seguro que tiene que haber alguna agencia que ayude apreparar bodas.


–Probablemente –dijo Ivana, con la indiferencia de una persona tan segura de que era adorada que apenas se fijaba en las mujeres que rodeaban al arquitecto que la amaba–. Pero no es un consejo técnico lo que quiero.


Paula sintió que se le cerraba la garganta.


–¿Ah, no?


–Quiero a mi hermana –dijo Ivana directamente.


Por un instante, Paula se quedó literalmente sin habla. Todo su ser gritaba «¡NO!». Oh, aquello era realmente injusto.


–¿Pau? ¿Estás ahí? ¿Paula?


–Sí –farfulló Paula–. Sí, estoy aquí. Ha debido haber algún problema en la línea.


–¿Y bien?


Paula se sentía como si se estuviera ahogando. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 2

Ésta alzó los ojos hacia el retrato de su hermanastra. Paula le devolvió la mirada con aquel aire travieso apenas disimulado. Su boca no solo estaba haciendo esfuerzos para no reír, sino que tenía una forma tan sensual que sería capaz de elevar la tensión de un hombre hasta límites peligrosos. Por supuesto que no ocurría nada malo con Paula. Era rubia, maravillosa y, a los veinticuatro años, había conseguido un trabajo con el que la mayoría de la gente solo se atrevía a soñar. Estaba viviendo en la ciudad más emocionante del mundo. Podía tener a cualquier hombre que deseara. De modo que era imposible que le ocurriera nada malo.


–No –dijo Ivana, convenciéndose también a sí misma–. Paula está maravillosamente.


Le dirigió a Diana una sonrisa radiante. Ésta tardó algunos segundos en responder. 


–Paula te contaría cualquier cosa –dijo, casi para sí–, ¿Pero me la contarías tú a mí?


–Si de verdad pensara que le ocurre algo malo a Paula, lo haría –le aseguró Ivana–. Pero no lo creo. Sinceramente. Creo que lo que me pasa es que empiezo a ser víctima de los nervios previos a la boda. Ya sabes lo poco que me gusta tener que aparecer en público.


–Una razón más para que Paula sea tu dama de honor. Ya sabes que ella te ayuda a vencer tus miedos.


Ivana recordó los grupos de teatro de la adolescencia, los conciertos en el instituto… Dos minutos antes de actuar, siempre se quedaba paralizada. Entonces le correspondía a Paula hacer alguna trastada. De tal manera que, cuando salía a escena, se había olvidado completamente de sus nervios, pensando en la gamberrada de su hermana.


–Todo el mundo pensaba que yo era una gran oradora y Paula una gamberra –comentó, recordándolo–. Nadie se daba cuenta de que las dos cosas iban juntas.


Diana soltó una carcajada.


–Será mejor que no repitáis el numerito ante el altar. Consigue que mi hija venga, ¿Quieres? La necesitas.


Ivana no lo negó. Y en ese mismo instante, decidió llamarla. La oficina era un enorme espacio abierto, todo madera y diseño. No había escritorios. Los escritorios eran algo anticuado. Los periodistas utilizaban ordenadores portátiles sobre mesas de diseño minimalista. Había cientos de espejos. Y todos los muebles tenían ruedas.




–Fluido. Dinámico. Nos gusta que todo pueda moverse –le había explicado Leticia Caruso, su jefa, el día que le había mostrado su lugar de trabajo–. La decoración nos recuerda que el mundo está en constante movimiento.


Aquello había sido en el mes de noviembre. Para Navidad, Paula ya era campeona de carreras en silla con ruedas. El premio había consistido en salir una noche por la ciudad bajo la dirección de Paula. Todo el mundo se había mostrado de acuerdo en que la salida con ella había sido una experiencia única. Era divertida, sabía bailar y disponía de una magnífica lista de contactos. 


A las cinco de la tarde, Paula estaba sentada frente a una mesa minúscula, intentando hablar por teléfono con un estilista de Los Ángeles y tomando notas, al tiempo que intentaba evitar que sus papeles cayeran al suelo. Era consciente de las agujetas que tenía en la pierna, del inicio de una tortícolis en el cuello y de la velocidad a la que se estaba evaporando su paciencia. De hecho, estaba tan concentrada en no dejarse dominar por el genio que al principio ni siquiera registró la llamada.


–¡Eh, inglesa! Te estoy hablando a tí. 

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 1

 -Por supuesto que Paula será tu dama de honor. ¿Por qué no iba a serlo?


Nerviosa, Ivana barajó las invitaciones de la boda.


–Oh, no lo sé –contestó vagamente–. Solo lleva un par de meses en Nueva York. A lo mejor prefiere estar instalada del todo antes de volver a Londres.


–Y por eso no vino en Navidad –respondió la madre de Paula–. Pero ahora se trata de tu boda. Eso es diferente. Paula lleva toda la vida esperando el día de tu boda.


Ivana sonrió con desgana.


–En eso tienes razón. Paula parece haber nacido para vestirse de dama de honor.


Instintivamente, ambas miraron la fotografía que descansaba sobre la estantería. Era una fotografía de estudio en blanco y negro. La falta de color no hacía justicia ni al pelo dorado de Paula ni al azul inolvidable de sus ojos. Pero lo que sí reflejaba era su expresión divertida. Los ojos chispeaban. A pesar de la solemnidad de la pose, Paula parecía a punto de estallar en carcajadas. Diana Chaves sonrió mientras contemplaba la fotografía de su hija.


–Sí, todavía le encanta disfrazarse, ¿Verdad?


–Eh, ya no podemos decir que se disfraza. Ahora está trabajando para Elegance Magazine, es periodista del mundo de la alta costura.


Diana reprimió un suspiro.


–Desde luego, ha encontrado el trabajo ideal. Pero me gustaría que no hubiera tenido que irse tan lejos para conseguirlo.


Ivana tenía la sensación de que los miles de kilómetros que separaban la casa de los Chaves en Londres, y las oficinas de Elegance Magazine, era una de las razones por las que Paula había aceptado aquel trabajo. Ella no lo había dicho. Y, al fin y al cabo, era solo una impresión. Una débil impresión basada en un par de cosas que Paula había comentado dos meses atrás y a las que Ivana no había prestado entonces demasiada atención. Dos cosas que había que unir, por supuesto, a todo lo que no había dicho cuando Ivana había anunciado que iba a casarse con Manuel Viale. Y después había surgido aquella brusca salida a los Estados Unidos. Pero, por otra parte, Paula siempre hacía las cosas sin pensar. Olvidándose de la lista de invitados, Ivana mordisqueó el bolígrafo. Bueno, quizá no fuera nada. Las sensaciones nunca habían sido su fuerte. Era Paula la que siempre comprendía los motivos por los que la gente hacía determinadas cosas, no ella, que era la más cerebral de las dos hermanastras.


–Paula…


Ésta alzó la mirada. Diana la estaba observando con los ojos entrecerrados. La joven pestañeó. Quería y respetaba a su madrastra, pero todavía le costaba enfrentarse a su agudeza y astucia.


–¿Hay algo que debería saber? –preguntó Diana quedamente.


Era una pregunta que Ivana había estado esperando durante semanas. En parte, porque no conocía la respuesta. Y en parte, porque a veces, durante la madrugada, cuando Manuel dormía y ella soñaba despierta entre sus brazos, no podía evitar preguntarse si estaría consiguiendo su felicidad a expensas de la de Paula.


–No –contestó poco convencida.


Diana no era un ogro, pero cuando algo no la convencía, no renunciaba fácilmente.


–¿Le ocurre algo malo a Paula?


–Yo…


–Cuéntamelo, Ivana.

Tuyo Es Mi Corazón: Sinopsis

A Paula Chaves le aterraba tener que volver a Inglaterra para ser la dama de honor de su hermana. En Nueva York tenía un nuevo empleo, buenos amigos y una apasionante vida social; y, lo que era más importante, allí nadie sabía su secreto...


Pedro Alfonso sospechaba que había mucho más detrás de la imagen alegre de Paula... ¡Y estaba deseando descubrirlo todo! Pero, ¿Qué haría ese apuesto millonario si se enteraba de que ella creía estar enamorada de otro hombre? 




Esta es la historia de Ivana en la piel de Paula.

miércoles, 27 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 78

 —¡Dios mío! —exclamó—. ¿Qué he hecho?


Se dejó caer en el sofá y hundió el rostro entre las manos.


—Lo he acusado de mentiroso y he dicho un montón de barbaridades.


—Tendrás que rectificar —indicó Ivana mientras buscaba las llaves del coche—. Vístete. Te acerco hasta allí.


—Llama a la puerta —dijo Ivana.


Empujó a Paula fuera del coche. Abrió el maletero y sacó una botella de champán, que se lo tendió a ella.


—No la tires.


—Pero yo...


—Cuando abra la puerta, entrégale la botella. Dí: Lo siento. Te amo. Hagamos el amor.


Paula no se decidía a ir. Parecía petrificada por el miedo.


—Adelante —la animó Ivana.


Paula recordó el último beso de Pedro, en el despacho, apenas unas horas antes. Eso le hizo albergar ciertas esperanzas. Ivana le lanzó un beso desde el asiento, cerró la puerta del copiloto y gritó a través de la ventanilla:


—Hazme un favor, ¿Quieres? Cásate pronto.


Ivana arrancó y se alejó. Las lágrimas que no había derramado por Pedro afloraron en su rostro, pero Paula no lo vió. Ella estaba de pie, rodeada de árboles. No dejaba de repetir el mensaje de su hermana. ¿Casarse? En mitad de un sueño, llamó al portero automático. Pedro estaba esperando en el umbral de la puerta de su departamento cuando Paula salió del ascensor. Su aspecto era serio. Parecía exhausto. Aún no se había afeitado. El corazón de Paula dió un vuelco. Había perdido todo el valor. Se acercó y tendió hacia Pedro la botella de champán.


—Lo siento. Te quiero. Hagamos el amor —repitió mecánicamente. Y luego añadió—. Confío plenamente en tí. Puedes estar seguro.


Pedro no contestó. Paula, por encima de su hombro, pudo ver una amplia habitación desordenada, llena de libros. Pensó que él nunca la perdonaría y que quizá no estaba solo en el departamento. Pero no podía perder la esperanza.


—¿Sigues pensando que lo único que me interesa es ganar?


—No.


—¿Me crees cuando te digo que nunca he sentido por ninguna otra mujer lo que siento por tí?


—Sí, eso creo.


—Te lo demostraré.


Más tarde, Paula tomó una revista de arquitectura y empezó a hojearla.


—¿Pedro?


—¿Sí?


—Sabes que confío en tí pero, ¿Quién es la mujer con la que compartes el coche en Australia?


Pedro soltó una gran carcajada y los dos rodaron por el suelo hasta pararse debajo del piano de cola.


—Mi madre. Utiliza mi coche cuando yo estoy fuera. Yo solo voy por allí tres veces al año. El resto del tiempo es suyo.


—Estaba segura que se trataba de algo así —dijo Paula.


—Mentirosa —acusó Pedro—. Me encanta cuando te pones celosa.


—No tengo celos de tu madre —replicó Paula.


—Mi madre cree que soy un dios —rió Pedro, y le besó el vientre—. Tendrás que explicarle que se equivoca.


Paula tomó su mano y la llevó hasta su pecho. Pedro, por puro reflejo, empezó a acariciarla.


—Lo haré —dijo Paula entre dientes—. Lo haré. 





Al cabo de seis meses descansaban en la playa a los pies del castillo. Pedro había estado nadando, pero Paula se había tumbado a tomar el sol. Era primavera y el tiempo era inusualmente cálido para esa época.


—Adoro este lugar —dijo.


Pedro estaba muy moreno. Sus ojos verdes resplandecían como el mar.


—Lo recuerdo.


Habían hecho el amor en la playa, de día y de noche. Paula sonrió con complicidad. Pedro se sentó a su lado y posó su mano sobre el vientre de ella, todavía inmóvil.


—Puedo cerrar el acceso a esta cala si quieres —señaló.


—No. Hemos disfrutado de este lugar al máximo. Estoy dispuesta a compartirlo con cualquiera que sea lo suficientemente astuto para descubrir este sitio. Además, tú no crees en la propiedad.


Entrelazaron sus dedos.


—Estoy empezando a dudar —admitió Pedro.


—¿Mi playa? ¿Mis rocas? —bromeó Paula. 


Pedro se inclinó y la besó.


—Mi esposa y mi hijo —corrigió.


Paula suspiró y besó sus dedos unidos a los suyos.


—Mi amor... —concluyó Pedro. 






FIN

La Heredera: Capítulo 77

Pero Paula hablaba muy en serio y los dos lo sabían. Sin mirarlo, guardó sus cosas en el maletín. Las manos le temblaban.


—Bien, puedes apuntarte esta victoria —dijo y se sonó la nariz—. Creí que estaba enamorada. Confié en tí. Te felicito.


Paula cerró el maletín y rodeó la mesa, pero Pedro se interpuso en su camino. Estaba muy tenso y los ojos verdes eran dos rayas muy finas.


—Me voy —dijo Paula.


No tenía miedo. Nada de lo que Pedro pudiera hacer la intimidaba. Pero se equivocaba. Él le arrebató el maletín y lo lanzó contra la pared. Todos los papeles saltaron por los aires tras el impacto. Mientras, se abalanzó sobre ella y la besó con tanta pasión que el cuerpo de Paula se estremeció de placer. Recorrió con sus dedos la nuca y el pelo de él. Conocía cada parte de su cuerpo de memoria, su aroma y hasta el latido de su corazón. Paula se apartó con esfuerzo y salió huyendo del despacho. 



Al llegar a la calle, Paula se dió cuenta que había olvidado el bolso en el despacho de Pedro. No tenía dinero, ni tarjetas de crédito ni las llaves de casa. Pero no tenía intención de regresar a buscarlo, así que comenzó a andar en dirección a su departamento. Las calles estaban atestadas de trabajadores que volvían a su puesto después de comer. Mujeres elegantes entraban y salían de las boutiques de moda. Algunas personas la miraron con extrañeza. Paula comprendió que todavía estaba llorosa y se secó las lágrimas con rabia. Tomó prestado un juego de llaves a los porteros y fue directamente a la ducha. Sabía que tenía que llamar a Tamara para recuperar sus pertenencias, pero prefirió esperar. El timbre de la puerta sonó justo cuando salía de la ducha. Vaciló un momento. ¿Podría Pedro haber convencido a los porteros para que lo dejaran subir? Se cubrió con el albornoz y fue hasta la puerta.


—Oh, eres tú —dijo decepcionada.


—¿Dónde te habías metido? —preguntó Ivana, que llevaba consigo el maletín de Paula—. Llevo horas en compañía de Ludmila Larsen. Estaba preocupada.


—He estado paseando.


—Creo que has hablado con mamá.


—Bueno, yo...


—No tienes que explicármelo. Pedro me ha llamado.


Paula se sonrojó.


—Me dijo que quería que me pasara por allí a recoger tus cosas. Pero, en realidad, quería saber qué tiene que hacer para que entres en razón.


—No creo que lo que haya habido entre Pedro y yo sea de tu incumbencia.


—Sí desde el momento en que mamá ha metido baza —dijo Ivana—. Puede que me encaprichara con él. Me sentía rechazada. Pero luego descubrí que es una gran persona. Eso fue todo.


—Dijiste que estabas enamorada —recordó Paula.


—Eso pensaba entonces —reconoció Ivana—. Pero, ¿Qué diablos sé yo acerca del amor? Además, él no estaba interesado.


—¿Nunca? —preguntó Paula esperanzada.


—Nunca —aseguró Ivana—. Solo te ha querido a tí. 

La Heredera: Capítulo 76

 —¿Qué está pasando?


—¡Pedro! —Paula palideció. 


—Sí, soy yo. El mismo al que prometiste que esperarías su llamada junto al teléfono.


—Eso fue ayer por la mañana —dijo Paula con parsimonia.


—Creí que cumplías tu palabra.


Paula pestañeó. Había imaginado cómo sería su siguiente encuentro. Era casi en lo único en lo que había pensado en las últimas dieciocho horas. Y nunca había sopesado la idea de no llevar razón.


—Bueno, lamento lo que pasó —dijo enfurecida—. Pero he decidido adelantar mi muerte.


—¿Cómo? —dijo Pedro, aturdido.


—Ha sido genial. Pero creo que voy a ahorrarme las próximas tres semanas e ir directamente al cubo de la basura.


—¿De qué demonios estás hablando?


—¿Acaso no es ese el plazo que concedes a tus conquistas? He pensado en adelantarme, eso es todo.


—¿Qué es lo que te han dicho? —preguntó Pedro—. Si has escuchado rumores, ¿Por qué no me lo has preguntado directamente?


—No lo necesito. He leído tu correo electrónico —apuntó con una sonrisa glacial—. Y mi hermana me lo contó todo antes de que supiera de quién hablaba. Al enterarme, de pronto todo encajó.


—¡Tu hermana! —dijo asombrado—. ¿Ivana? ¿Se supone que hemos tenido una aventura?


—¿No fue así?


—Claro que no.


—No te creo.


—Te estoy diciendo la verdad. Nos hemos visto exactamente cuatro veces, pero nunca ha habido nada entre nosotros. La he acompañado un par de veces a su casa y la besé una vez —admitió Pedro—. Pero nunca hemos tenido una cita y jamás me he acostado con ella. Puede que se haya encaprichado de mí, pero yo nunca habría consentido una relación. Es la hija de Miguel Chaves y yo nunca mezclo el trabajo con el placer.


—Eso es mentira —replicó Paula profundamente dolida.


—Tú eres una excepción en mi vida. 


—Vamos —dijo Paula—, recuerdo perfectamente que no le quitabas los ojos de encima a Ivana durante la fiesta.


—Era a tí a quien no podía dejar de mirar —gritó Pedro, desesperado—. Piénsalo. Me dijiste a las claras que no salías con nadie y que yo no te gustaba. ¿Qué clase de tipo insistiría en un caso así? Pero estaba loco por tí.


Paula no lo creía, pero deseaba creerlo. Se sentía terriblemente desgraciada.


—Escucha —prosiguió Pedro—. He roto todas las reglas por tí. ¿Es que eso no te basta? No he podido dejar de pensar en tí desde aquella fiesta. Nunca pensé en iniciar una relación. Pero entonces te besé en la limusina. ¿Lo recuerdas? Dijiste que necesitaba un poco de educación. Entonces tuve la certeza de que había encontrado a mi media naranja. Te quiero, Paula.


—Nunca te detienes, ¿Verdad? —dijo Paula entre lágrimas—. No se trata de amor, sino de ganar. Todo el mundo sabe que persigues a las mujeres hasta que se rinden ante tí, y luego las abandonas. Yo era un reto, una presa mucho más codiciada que la pobre Ivana, así que viniste a por mí. Ahora tienes que retirarte o habrás perdido la partida.


—No lo dices en serio.

lunes, 25 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 75

Durante los siguientes tres días, Paula vivió un auténtico sueño. Nunca se separaba de Pedro. Paseaban por la playa de la mano y organizaban las tareas juntos. Incluso cocinaban y fregaban los cacharros en un elocuente silencio. Y hacían el amor a todas horas, en todas partes.


—Eres maravillosa —dijo Pedro.


Paula estaba encantada. Hubo tan solo dos temas que no tocaron. Por un lado, no comentaron nada sobre la manía de Pedro de cambiar de novia cada mes. Y, en segundo lugar, no hicieron planes de futuro. Pero ella no estaba preocupada. Se había entregado a él y confiaba plenamente en su palabra. Incluso en el avión de vuelta, todavía se sentía embargada por esa sensación de paz pese a haberse despedido de él en Nápoles. Pedro le había rogado que lo acompañara a Milán, pero ella no podía.


—Se lo prometí a Fernando —dijo.


—¿Siempre cumples tu palabra?


Ella lo besó en la puerta de embarque, antes de separarse.


—Siempre.


—Espera mi llamada.


—Te lo prometo.


Y así lo hizo, pero para entonces todo había cambiado. Todo empezó cuando Paula regresó a su departamento. Escuchó los mensajes en el contestador. La mayoría eran de Diana, que parecía muy nerviosa. Paula telefoneó enseguida a casa de sus padres.


—Diana, soy yo. ¿Qué pasa? ¿Le ha ocurrido algo a papá?


Pero no se trataba de Miguel, sino de Ivana. Paula debía haberlo supuesto.


—Dice que has pasado el fin de semana con Pedro Alfonso. ¿Es cierto?


—Sí —corroboró Paula.


—Querida, no dejes que te rompa el corazón igual que ha hecho con Ivana —sollozó Diana. 


—¿Qué?


—Nunca debí dejar que tu padre lo invitara a la fiesta. Sabía que le gustaba a Ivana. Y conocía su reputación. Estuvo saliendo con la hija de Teresa Granger y luego la dejó sin previo aviso.


—Al cabo de un mes —puntualizó Paula.


—Ivana ni siquiera tuvo un mes. Salieron un par de veces y luego dejó de llamarla.


Paula no dejaba de preguntarse si habría dejado a su hermanastra antes o después de acostarse con ella. ¿Acaso no pensaba contárselo nunca? Habían hablado sin parar durante el fin de semana. Pero no había mencionado a Ivana en ningún momento.


—Ivana siempre supera los reveses con buena cara. Nunca pensé que pudiera sentirse tan dolida. O que tú...—la voz de Diana se quebró.


—...le robara el novio —terminó Paula.


—Cariño, no digas eso. No lo sabías. Ivana no se lo había dicho a nadie, ni siquiera a mí. Pero debí ver los síntomas.


—¿Qué quieres que haga? ¿Hablar con ella? ¿Quieres que deje de ver a Pedro?


—Solo que no te haga daño a tí también —suspiró Diana.


Paula se despidió de su madrastra y colgó. Siguió sentada junto al teléfono hasta que Pedro llamó. Escuchó su voz en el contestador. Sonaba decepcionado. «Canalla», gritó, y tiró una taza de café contra la pared. Pedro volvió a llamar cada hora. Luego, incrementó el ritmo. Al final del día, parecía verdaderamente preocupado. Ella pensó que, por una vez, estaba probando su propia medicina. A la mañana siguiente, se presentó en la oficina de Alfonso y Asociados a las seis y media. Trabajó todo el día a conciencia. No habló con nadie y ni siquiera paró para comer. Se limitó a beber café. En contra de lo esperado, Pedro no llamó. Puede que estuviera muy ocupado o que hubiera perdido interés. Paula se felicitó por ello. No estaba preparada para verlo, cuando irrumpió en el despacho a las dos en punto. Cerró la puerta de golpe. 

La Heredera: Capítulo 74

 —¿Así que San Giorgio es tu primer hogar?


—Ya te he dicho que no creo en la propiedad —rugió Pedro.


—De acuerdo —se disculpó Paula—. ¿Es el lugar al que perteneces?


Pedro estaba atónito y no respondió. Paula reprimió una sonrisa. Más tarde dieron un paseo por las murallas. El cielo estaba plomizo, pero había dejado de llover.


—¡Mira! —señaló Paula—. El arcoiris.


La brisa del mar revolvió su corta melena y le quitó el pelo de la cara. Dejó al descubierto la cicatriz y Paula se llevó la mano a la frente.


—No lo hagas —dijo Pedro—. No quiero que me ocultes nada, sea bueno o malo.


—Mi madre decía que era una marca grotesca —confesó repentinamente Paula—. Fue la razón por la que abandonó a mi padre. No podía soportar mirarme a la cara.


—Eso es una tontería.


—¿Cómo? —dijo Paula, incrédula.


—La gente se separa porque las cosas no funcionan entre ellos —dijo Pedro—. ¿Te dijo ella que se marchaba por culpa de tu cicatriz?


—Nunca volví a verla.


—Entonces, ¿Te lo dijo tu padre? 


—No. Pero yo lo sabía —recordó Paula—. Escuché cómo decía que no soportaba mirarme.


—Seguro que estaba conmocionada —dijo Pedro y la besó en la frente—. ¿Eso ocurrió justo después del accidente?


—Sí —admitió Paula.


—No creo que fuera la razón principal para separarse de tu padre.


Paula pensó que Pedro tenía razón. Pedro la abrazó y ella se sintió protegida. Miró hacia el horizonte a través de la calima y apoyó la cabeza sobre su hombro. Se sentaron a cenar en la cocina. La despensa estaba llena y él pudo preparar un poco de pasta y una ensalada de pepino. La tormenta no tardó en volver. De pronto se escuchó un ruido sordo y se fueron todas las luces.


—Puedo encender un fuego —dijo Pedro sin perder la calma.


Encendió varias velas, puso dos vasos en una bandeja y un plato con un pastel típico de la zona. Subieron las escaleras hasta un pequeño estudio, decorado con mimo. Pedro encendió la chimenea y la habitación no tardó en caldearse. Paula se quitó los zapatos y se sentó sobre la alfombra, junto a la chimenea. Él dejó la bandeja sobre una mesa auxiliar.


—Corta el pastel. Yo abriré la botella de limoncello.


—Huele bien —dijo Paula.


—Sí. Pensé que te gustaría —dijo Pedro—. ¿Huele esto?


Paula procedió y casi rompió a llorar.


—Se bebe para entrar en calor. Mata todos los gérmenes conocidos. Esta noche vamos a regar el pastel con esta maravilla. Prueba.


—Es muy energético —admitió Paula.


Pedro se sentó junto a ella sobre la alfombra.


—¿Ah sí?


Paula lo miró a los ojos. Estaban muy cerca el uno del otro. Pedro retiró el plato y lo dejó sobre la mesa. El calor del fuego hizo que ella languideciera un poco. Pero todo su cuerpo estaba alerta. Se irguió un poco y apartó las piernas para que él tuviera más espacio. 


—Pedro...


Él se deslizó sobre el suelo y acarició su rodilla con un dedo. Paula emitió un leve gemido, entre la sorpresa y el placer. Pedro la miró.


—¿Te ha gustado?


—No lo sé.


—Tendré que seguir investigando.


Empezó a jugar con sus dedos sobre su piel. Desde la planta del pie, fue subiendo lentamente como si siguiera una escala musical en permanente crescendo. Paula reía a intervalos, coqueta. Era difícil no ceder al impulso de tumbarse junto a él.


—¿Aún no estás segura?


Pedro la sujetó por la cintura y la tumbó a su lado. La falda se le subió hasta los muslos. Se la quitó con un rápido movimiento. Paula se estremeció. Estaba atrapada entre el deseo y el rechazo. Lo miró detenidamente. Él llevó su mano hasta la cadera. La sujetó con fuerza. Ella sabía que estaba luchando para mantener su promesa de esa mañana.


—Ya te dije que no haríamos nada que no quisieras hacer. Será mejor que te decidas antes de que sea tarde.


Paula se quedó paralizada por un momento. Después, asombrada ante su propio coraje, decidió obedecer a su corazón. Sin dejar de mirar a Pedro, se libró de la blusa de color crema, que cayó al suelo. Era una declaración clara. Él, incrédulo, no tardó en reaccionar. Terminó de desnudarla y arrojó todas sus prendas a un lado. Se echó sobre ella y le besó todo el cuerpo. Pero, a pesar del deseo desbordado, se comportó con una inusual ternura que hizo que a ella se le saltaran las lágrimas. Cuando él la hizo finalmente suya, Paula emitió un gemido de total y completa satisfacción.


—Esta vez lo diré yo —susurró Pedro—. Te amo. 


La Heredera: Capítulo 73

Paula tragó saliva. Ahora sí era consciente del abismo que se abría bajo sus pies. ¿Es que Pedro no se daba cuenta? ¿Por qué no la tomaba en sus brazos? Pero él estaba decidido a mantener una distancia prudencial.


—¿Qué puedo hacer para que confíes en mí? —dijo—. Paula, lo que existe entre nosotros solo ocurre una vez en la vida. Démonos una oportunidad, por favor.


Paula lo miró a los ojos. La expresión de Pedro transmitía honestidad. Eso la aterrorizó. Pero al mismo tiempo se sentía la mujer más afortunada del mundo. 


—No estoy segura —dijo con la voz cambiada.


—Concédeme el día de hoy. Pásalo conmigo. Si al final no quieres que durmamos juntos, o quieres irte, lo entenderé.


Era una proposición sincera y pacífica. Pero el abismo seguía bajo sus pies. ¿Iría en serio o terminaría abandonándola como a las otras? Si la dejaba, Paula sabía que haría pedazos su autoestima y su corazón. ¿Podía arriesgarse? La expresión de Pedro no mentía. Era casi irreconocible, equilibrada y tierna. Él tendió su mano hacia ella y Paula, sin saber muy bien qué hacía, aceptó. Las horas que siguieron fueron extrañas. Parecían formar parte de un sueño. Hubo una tormenta y el cielo se encapotó. Los truenos hicieron que las luces parpadearan. Pedro le enseño la casa, llena de tapices y porcelanas, que recordaban la historia de Calabria.


—Existen ruinas en toda la zona y me han pedido permiso para excavar.


—¿Vas a permitirlo?


—Desde luego.


—Pero invadirán tu privacidad.


—La propiedad privada es un mito. No debes creer en eso.


—¿Y por qué te interesaste por este lugar?


—Mi padre nació muy cerca de aquí. Yo tenía dieciséis años cuando vine por primera vez en busca de mis raíces.


Paula aceptó la explicación. Parecía que Pedro se sentía incómodo hablando de ese tema, pero no podía reprimir la curiosidad. Al fin y al cabo, él la había invitado a que escarbase en su pasado hasta conocerlo a fondo.


—¿Sigues viendo a tu padre?


—Creo que me lo he buscado —suspiró—. Sí, todavía nos vemos. ¿Quieres conocer toda la historia?


Paula movió la cabeza afirmativamente.


—Mi padre es de un pueblecito de Calabria, hacia el norte. Fue a Croacia de vacaciones y tuvo una aventura con mi madre. Después se trasladó a los Estados Unidos. Mi madre siempre pensó que era un aristócrata, pero no era más que el hijo de un terrateniente de la zona con mucha labia.


—No te cae bien, ¿Verdad?


—¿Qué? No, no es eso. No supo de mí hasta mucho tiempo después. Para entonces, tanto mi madre como él se habían vuelto a casar. Fue amable conmigo, pero no somos muy íntimos.


—¿Y tu madre?


—Tampoco estamos muy unidos, pero por razones diferentes. Siempre me ha considerado el heredero de algún reino fantástico. Nos mudamos a Australia por eso. Quería proporcionarme una educación especial porque yo era su tesoro. Pero ha sido una buena madre para mis hermanastros. Fue un alivio para todos que yo abandonara el nido. Estaba algo obsesionada conmigo. 

La Heredera: Capítulo 72

 —No pongas esa cara de preocupación —dijo Pedro con ternura—. Te prometo que todo irá bien.


Paula suspiró. Sabía que no debía temer a Pedro, pero ¿Y a ella misma? Ella decidió en ese momento que, pasara lo que pasara, se comportaría con honestidad.


—Estoy fuera de sitio —dijo con franqueza—. Ya sabes que no domino el arte de la seducción.


—Cuento con ello.


—¡Oh!


—No pensaba enseñarte el castillo todavía. Pero quería que vieras la cocina. Es el centro de operaciones y todo conduce hasta aquí. Si te pierdes, regresa a este lugar. Hay un mapa en la pared.


—Has estado reformando este lugar —dijo Paula, que había reconocido los planos.


—Aún no está terminado. Queda toda esta parte —dijo señalando los planos.


Paula nunca habría imaginado a alguien tan sofisticado como Pedro en un escenario tan primitivo, pero al escuchar sus explicaciones acerca de los hallazgos arquitectónicos ideados en la Edad Media, comprendió que él pertenecía a ese lugar. Se sentía cómodo allí y disfrutaba con su trabajo.


—No todo en mi vida son fiestas, champán y chaquetas de diseño, ¿Sabes?


—Tienes que dejar de leerme el pensamiento —señaló Paula avergonzada—. ¿Dónde voy a dormir?


—En mis brazos.


—No sé si encontraré el ... ¿Qué? —replicó Paula.


—Dormirás conmigo —repitió Pedro.


Paula se volvió hacia él. Pedro hablaba en serio y sus ojos no sonreían.


—No puedes hablar en serio —dijo furiosa—. No puedes decir algo así. ¿Y si yo no quiero dormir contigo?


—¿No quieres?


—¿Y si rechazo tu proposición? 


—Es cierto que, en algunos momentos, sacamos lo peor de nosotros mismos en presencia del otro —razonó Pedro—. Pero sigue habiendo algo entre nosotros.


Pedro guardó silencio un momento, pero Paula no lo interrumpió.


—Cuando hicimos el amor, ninguno de los dos lo habíamos previsto, ¿Verdad? Sabía que era demasiado pronto. Me has hecho enloquecer. Tenía que poseerte. Tienes que saberlo. Y yo no era el único, ¿No es cierto? Tú también estabas loca por mí.


Pedro dirigió una mirada a Paula que la exhortaba a confesar. Ella se estremeció y desvió los ojos hacia otro lado.


—La noche que entré en tu dormitorio supe que era un error. Te sentiste invadida. Pude notarlo. Y comprendí que apenas te conocía. Pero en ese momento el deseo se había apoderado de mí.


—Sí —murmuró Paula.


—Por esa razón pensé que si te hacía venir a mi refugio, te sentirías más cómoda. Estaríamos en igualdad de condiciones. Puede que incluso acabes sabiendo más cosas de mí que yo mismo.


Paula no podía articular palabra.


—Creí que, de este modo, te sentirías menos vulnerable —dijo Pedro—. Pasa la noche conmigo, Paula.


Pedro hizo un leve movimiento hacia ella, pero Paula retrocedió instintivamente y él se metió las manos en los bolsillos.


—No tenemos que hacer el amor si tú no quieres. No haremos nada que tú no quieras, pero déjame abrazarte. Sé que tienes miedo de perder el control, pero confía en mí. 

La Heredera: Capítulo 71

Paula fue consciente del absoluto silencio que reinaba en la casa. No pudo evitar sentir cierto recelo.


—¿Hay alguien más en la casa?


—Solo los fantasmas.


—No tiene gracia —protestó.


Subieron una escalera de piedra que formaba una espiral. Parecía tan vieja como el mundo y sus pasos resonaban con fuerza sobre la piedra. Pedro miró hacia atrás por encima del hombro y sus ojos verdes brillaron como los de un gato en la oscuridad. Paula supo enseguida que se estaba divirtiendo.


—No es broma —dijo Pedro—. Teníamos fantasmas de todas las épocas hasta que los bandidos saquearon todo. 


Paula miró en todas direcciones por puro instinto. Se sintió una completa idiota al escuchar la sonora risa de Pedro.


—No tienes nada que temer. Te protegeré de los bandidos.


—Puedo cuidarme sola, gracias —dijo Paula—. ¿Qué es lo que pretendes? ¿Por qué me has traído hasta aquí?


—Ya lo sabes. Tienes que ayudarme a organizar mi vida.


—No sé a qué te refieres.


—Solo digo que tenías razón. Te necesito.


La escalera estaba plagada de sombras. Paula no estaba segura de si Pedro bromeaba o hablaba en serio. Y no sabía qué le daba más miedo. Era una locura. Ella era una mujer moderna. Era independiente y autosuficiente. No tenía que probar nada y no le temía a nadie. Siempre que siguieran las reglas del juego, claro. Y en ningún caso tenía miedo de él. Era un hombre educado, casi siempre.


—¿Estamos solos? —preguntó.


—¿Tú que crees? —sonrió Pedro.


—Creo que harías cualquier cosa para salirte con la tuya.


—¿Y eso te incomoda?


—No —dijo Paula—. En absoluto.


Llegaron a una inmensa cocina, coronada por una chimenea en la que hubieran cabido varios hombres tan grandes como Pedro. En un rincón había una cocina moderna. Un regimiento podía sentarse a comer en la mesa de madera que ocupaba la parte central. Si Paula hubiera necesitado una confirmación para asegurarse de que no había nadie más en la casa, el eco de sus propios pasos hubiera bastado.


—¿Por qué?


—He dado el fin de semana libre a todos los empleados —explicó Pedro—. Pensé que podríamos pasar un par de días juntos aquí.


—Desde luego no nos falta espacio —indicó Paula.


De pronto se asustó al comprobar la facilidad con que había empleado el plural para referirse a ellos, como si fueran una pareja. Nunca antes había utilizado el «Nosotros». Al menos, nunca en voz alta. Sentía que había cruzado un abismo sin apenas darse cuenta. 

viernes, 22 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 70

Pedro recordó la dulzura de sus besos, la forma que tenía de acurrucarse junto a él en la cama. Seguramente ella desconociera su sensualidad, enterrada bajo la apariencia de la mujer de negocios. Frenó un poco y se desabotonó el cuello de la camisa. ¿Qué estaba ocurriendo? Apretó con tanta fuerza el volante que estuvo a punto de romperlo. ¿Acaso se sentía atraído por la hija estirada, consentida y mal hablada de un rico industrial? Ella representaba todo lo que él despreciaba. Su madre lo había educado para que no fuera como ellos. Siempre se había burlado de ese mundo. No podía sentir nada por ella, aunque besara como un ángel. Recordó el estremecimiento de Paula cuando él había señalado que la pasión la asustaba. Y su expresión cuando había repetido, con escepticismo, que ella lo amaba. Desde luego, había tocado su fibra en ese momento y él había estado demasiado furibundo para darse cuenta. Deseaba poder volver atrás en el tiempo. No podía soportar la idea de haberla herido de ese modo. Se relajó y respiró hondo. De pronto, lo vió todo claro. Era suya y solo tenía que creérselo. Miró el paisaje. El campanario de una iglesia sobresalía detrás de una colina, enmarcado en el cielo gris. Sonrió.


—Solo hay una cosa que se puede hacer —dijo en voz alta— y será mejor que me dé prisa. 





Paula llegó a Nápoles a la hora prevista. Fue en taxi hasta el aeropuerto, donde la esperaba un helicóptero. Subió a la parte de atrás y colocó la maleta sobre su regazo. Aparentó tranquilidad, aunque era la primera vez que montaba. Pero no pudo reprimir un grito de asombro cuando sobrevolaron San Giorgio. Tamara le había dicho que se trataba de un castillo, pero era más bien una fortaleza erigida en lo alto de una colina. Era un lugar aislado por un acantilado, a cuyos pies rompían las olas sobre una playa desierta. Se veía una escalera, esculpida sobre la roca negra que bajaba hasta la costa. No había ninguna carretera a la vista, y pensó que nunca había visto un lugar tan desolador en toda su vida. El helicóptero aterrizó sobre un promontorio al borde del acantilado. Después de despedirse del piloto, saltó a tierra y se dió de bruces con Pedro. El ruido de las hélices apagó su voz y Pedro no pudo escuchar su petición de socorro, pero era cómo si hubiera leído sus labios. A modo de respuesta, él sonrió. Tenía el pelo alborotado y húmedo. La camisa se pegaba a su torso a causa del vapor de agua. Ella tenía las manos pegajosas a causa del sudor. Pedro agarró la maleta y la condujo  de la mano hasta el castillo. Abrió una puerta de roble e hizo pasar a Paula. El ruido del helicóptero se desvanecía en la distancia.

La Heredera: Capítulo 69

 —¿No se habrán peleado, verdad? —bromeó Tamara. 


Paula apenas esbozó una tímida sonrisa, pero enseguida se puso manos a la obra.


—Tendría que haberse limitado a dejar un número de teléfono para poder localizarlo en caso de emergencia —afirmó—. Déjame ver esa lista. Convoca una reunión a las once. Tenemos que organizar este caos de una vez por todas.


Tal y como habría sospechado, la lista estaba repleta de minucias sin importancia, de las que no valía la pena ocuparse en ese momento.


—Bien —dijo Paula ante el equipo de trabajo—. Voy a entrevistarme personalmente con cada uno de vosotros y quiero que me digan las cinco tareas más importantes que tienen que hacer esta mañana. No se trata de ningún examen. Solo quiero que nos pongamos de acuerdo en lo que es verdaderamente importante. 


—Pero Pedro...


—Olvidense de Pedro —contestó—. Él se ha olvidado de ustedes. Se trata de hacer que este despacho funcione. Puede pasearse por las calles de Milán hasta aburrirse. Pero cuando regrese estaréis rindiendo al máximo de sus posibilidades, o yo misma me encargaré de ponerlos de patitas en la calle.



Pero Pedro no estaba pavoneándose en las calles de Milán. Pasó por la oficina para hacer una llamada y desapareció. Alquiló un coche deportivo y condujo a toda velocidad hacia el sur. Había perdido los nervios con Paula. Era algo que no había sucedido jamás y eso lo torturaba. Habían llegado a las manos y, por un instante, había sentido el impulso de abofetearla. Esa imagen se repetía en su cabeza con insistencia. Estaba confuso. No tenía ni la menor idea de cómo actuar con ella. No se trataba de una de esas princesas de la alta sociedad con las que solía alternar, sino de una mujer trabajadora con un pésimo gusto para elegir pareja. Pero no era una mujer normal. Lo había sabido desde el primer momento. El recuerdo de ese primer encuentro en casa de Diana lo hizo sonreír. Era una experta en los negocios, pero carecía de experiencia en otros muchos campos. Y su alarmante falta de autoestima no la ayudaba a superar esas carencias. Por esa razón había reaccionado así durante la gala.  A los ojos de Paula, él se habría comportado como un perro de presa, acosando a su víctima, esperando su momento para llevarla a la cama y anotarse un triunfo. Y había algo de verdad en ese supuesto. Aquella noche, se había vuelto loco al verla con aquel vestido, coqueteando con todos los invitados. Era la imagen de la tentación, pero Paula era demasiado inocente para calibrar el efecto que podía tener sobre él. Al final, no le había importado. La había deseado desde el primer día y esa noche se había abierto una brecha. Había aprovechado su ventaja sin pensar en nada salvo apagar su deseo. Golpeó el salpicadero del coche con el puño y aceleró. Esa era la razón que la había llevado, por la mañana, a comportarse como la heredera de voz de pito y fingida indiferencia. Todo había sido una farsa. Ahora lo sabía. Y lo habría sabido entonces si no lo hubiera engañado. De no haberse sentido herido, nunca habría contraatacado con tanta virulencia. Todavía podía recordar la mirada acongojada de Paula. Pese a todo, ella había devuelto el golpe. Nunca se rendía. Durante días, la había considerado una suerte de detective. Sabía cómo luchaba en cuanto se sentía amenazada. Era probable que él conociera mejor que ella misma sus respuestas antes esos ataques. 

La Heredera: Capítulo 68

 —Yo no lo diría muy alto —musitó Paula.


—Sigo portándome como una completa idiota —agregó Ivana—. No paro de meter la pata.


Paula suspiró. Pero quería mucho a Ivana y sabía reconocer una señal de auxilio. La idea de quedarse a solas con sus propios pensamientos la asustó. Un cambio podía resultar beneficioso. Al menos se distraería y centraría su atención en los problemas de su hermanastra.


—¿Te gustaría venir a cenar?


Ivana apareció una hora más tarde. Paula nunca la había visto tan deprimida. Empezó a dar vueltas por la cocina mientras ella ponía agua a hervir y cortaba jamón.


—Mamá dice que no pierda la esperanza, pero no sé que puedo hacer —dijo Ivana—. Lo he intentado todo. He sido la animadora de la fiesta, la vecina de al lado y la chica formal, seria y trabajadora.


—Has utilizado un montón de disfraces —señaló Paula—. Quizá eso lo ha desconcertado y se ha sentido herido.


—Pero si ni siquiera me ha mirado —dijo desanimada.


—No es posible que no se haya fijado en tí.


—Ya sé que parece imposible —reconoció sin falsa modestia—. Pero le ha dedicado más tiempo a Miguel que a mí.


—¿Papá? —dijo Paula alarmada—. ¿No te habrás enamorado de uno de los ingenieros de la compañía de papá? La mayoría están casados.


—No trabaja en la compañía. Y no es exactamente un empleado — explicó Ivana—. Y estoy segura de que no está casado.


—Bien —suspiró Paula—. Es un consuelo.


De pronto, una idea cruzó su mente un instante. Era una locura.


—¿De quién estamos hablando, Ivana?


Pero su hermanastra había llevado la ensalada al salón y no la había escuchado. Durante la cena, siguió evitando la pregunta con evasivas. Se limitó a recrear sus encantos, la atracción que sentía hacia él y la indiferencia que él mostraba hacia ella.


—¿Qué puedo hacer si cuando todos los hombres del salón me miran a mí; él está mirando la hora? —preguntó Ivana. 


Paula sabía que no iba a sonsacarle nada. Bajo ninguna circunstancia podría haberse enamorado de Pedro. Ellas nunca se habían sentido atraídas por el mismo hombre. Y si Pedro hubiera sabido que una chica como Ivana bebía los vientos por él, nunca se habría fijado en ella.


—¿Qué edad tiene? —preguntó con astucia.


—No estoy segura.


—¿Lo conozco?


—Supongo que os han presentado, sí —dijo Ivana.


Estaba segura que no podía tratarse de Pedro. Ivana no actuaría con tanto descaro frente a ella. Todas las mujeres de la oficina de Alfonso, las invitadas de la gala y, seguramente, todas las mujeres del mundo, estarían de acuerdo en afirmar que era el hombre más atractivo del planeta. Ivana, una experta en la materia, nunca se hubiera sentido avergonzada si se hubiese encaprichado de él. Paula respiró, algo más relajada. La idea de que ella e Ivana se hubiesen enamorado del mismo hombre era demasiado dolorosa. Una verdadera tragedia, casi una farsa, que habría socavado definitivamente su dignidad. Pero era ridículo.


Al día siguiente, Paula acudió al despacho de Alfonso y Asociados, atormentada ante la idea de volver a ver a Pedro. Pero no había contado con los cambios de planes de su jefe. Él había tomado un avión esa misma mañana en dirección a Milán. Nadie lo había visto y había dejado en la mesa de Tamara un pliego con instrucciones para todos. 

La Heredera: Capítulo 67

 —Buenas noches —dijo—. Ha sido un placer.


Paula no podía permitir que se marchara así y la abandonara temblando en el sofá. Se puso en pie y buscó la sonrisa protocolaria que utilizaba en las fiestas de Diana para saludar a las amigas de su madrastra.


—Lo mismo digo —replicó con una levedad que resultó letal.


Pedro se dió la vuelta, iracundo. Su mirada era cortante como el filo de una navaja. Tiró la chaqueta al suelo y cruzó el salón en dos zancadas. La besó con tanta furia que casi le dejó marca. El roce de la barba raspó su piel. Pero el dolor se agudizó cuando Pedro la liberó y pudo comprobar el desprecio en sus ojos. Paula se limpió la boca con el reverso de la mano. No sabía si odiaba más a él o a sí misma.


—Y pensar que, por un momento, creí que me amabas —ironizó Pedro. 


Al principio, Paula no lo entendió. De pronto, cayó en la cuenta de lo que había pasado. Pedro no dormía cuando ella había susurrado a su oído que lo amaba. Había estado escuchando. Se sintió traicionada en lo más hondo de su ser. No podía respirar. Él había estado fingiendo. Su padre ya le había advertido que era un ganador. Deseaba ganar por encima de todo.


—Supongo que no hay límites a la hora de anotarte un punto —dijo.


Pedro sonreía, aunque sus ojos no reflejaban esa sonrisa.


—¿Anotarme un tanto? —dijo alargando las palabras—. Ha sido una victoria absoluta.


El dolor era tan insoportable que Paula apenas podía tolerarlo. Luchó contra la debilidad y le devolvió una sonrisa de aparente indiferencia. Pero no confiaba en que Pedro mordiera el anzuelo.


—Bueno, anoche conseguí lo que me proponía —dijo—. Solo espero que tú también lograras tu propósito.


Era grotesco. Estaba viviendo una pesadilla.


—Gracias —musitó.


—Pero creo que una vez ha sido suficiente. Creo que ninguno de los dos nos hemos comportado bien. Así que confío en que me disculparás si no quiero repetir.


Paula no podía fingir más tiempo. Su sonrisa se transformó en una mueca atroz. Se llevó la mano a la boca, aterrorizada. Las lágrimas afluyeron como un torrente. Pero Pedro no presenció la escena. La puerta se había cerrado de golpe un momento antes.



Las horas que siguieron al incidente fueron un suplicio, pero Paula reunió las fuerzas necesarias para recuperar, en parte, el ánimo. Encendió el ordenador y estudió el plan de trabajo previsto para la semana. De pronto, sonó el teléfono.


—¿Paula? ¿Eres tú? ¿Te pasa algo?


—¡Ivana!


—¿Qué tal te encuentras? ¿Ya has superado tu encuentro con Julián?


—¿Julián? —Paula emitió una sonrisa falsa—. Sí, creo que ya lo he superado, gracias.


—Ojalá yo pudiera hacer lo mismo —suspiró Ivana—. Desearía llevar las riendas de mi vida con la misma seguridad que tú. 

La Heredera: Capítulo 66

 —Dime una cosa —preguntó—. ¿Qué pasó anoche?


—Anoche bebí demasiado —dijo sin mirarlo a los ojos.


—No habías bebido cuando llegaste a la fiesta —recordó Pedro—. Te pusiste ese vestido para humillarme, ¿No es cierto?


—No —dijo Paula, indignada.


—Buscabas venganza —continuó Pedro— porque dije que no sabías coquetear.


—Eso es una estupidez —dijo Paula, pálida.


—O puede que fuera un simple experimento. Una nueva imagen para un hombre distinto —apuntó Pedro.


Paula soltó una sonora carcajada. Estaba completamente equivocado. Pedro la miró un momento interminable, sin dejar traslucir sus pensamientos. Pero ella podía ver la rabia crecer en su interior.


—¿A cuántos hombres has enredado antes de decidir si te convenían? —preguntó.


—¿Qué?


—Y yo que te acusaba de no saber nada acerca de la química — prosiguió—. Seguro que te ha costado no reír.


—¿Qué quieres decir?


—Vamos, ¿Qué ha pasado? Anoche no estuve a la altura de las expectativas, ¿Verdad?


Los ojos de Paula echaban chispas.


—No, por supuesto —continuó Pedro—. No esperabas que ocurriese nada.


—Yo...


—Y ahora estás muerta de miedo.


—Claro que no —dijo Paula profundamente disgustada.


—¿Por qué?


—No me asusté. Nada me asusta.


—Supongo que la pasión no forma parte de tu agenda de trabajo. ¿Me equivoco?


—Déjalo ya —advirtió Paula. 


Pero Pedro no parecía estar escuchando. Estaba visiblemente enojado.


—Es demasiado real para la hija de un millonario que ni siquiera sabe cómo limpiar una mancha de té sobre la alfombra.


Pedro, que todavía tenía el paño en la mano, lo estampó contra la pared.


—No estabas preparada para lo que sentiste anoche, ¿Verdad?


—Yo diría que ninguno de los dos lo estábamos.


—Se te fue de las manos y eso no te gusta —sonrió Pedro—. No estás acostumbrada.


—Si vuelves a insistir en el tema de las citas —advirtió Paula—, no respondo.


Pedro la sujetó con fuerza con ambas manos y comenzó a zarandearla.


—No harás nada. Vas a escucharme...


Paula soltó un grito de indignación y trató de soltarse.


—¿Qué estoy haciendo? —murmuró Pedro—. He perdido el control. Tienes razón, esto no tiene sentido. Será mejor que me vaya.


Paula se derrumbó en el sofá. Estaba temblando. Pedro volvió de la habitación completamente vestido. Ella estaba muy pálida. Él no presentaba mucho mejor aspecto. Parecía agotado. 

miércoles, 20 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 65

 —Deberías beber champán por las mañanas —apuntó Pedro—. El té hirviendo no es una buena idea.


Por un momento, Paula dejó de atormentarse. Apoyó la cabeza contra su hombro. Podía escuchar el latido de su corazón, acompasado. A sus ojos, era una sensación muy próxima al verdadero amor. Se besaron. Pero entonces saltaron a su mente las imágenes de otras mujeres que habrían vivido esa misma situación. Apartó la cara, juntó los labios con fuerza y se estremeció.


—Te has quemado —dijo Pedro—. Déjame ver.


—No —dijo Paula y se separó de él—. Me has asustado.


Tenía los ojos llorosos. Se secó con el dorso de la mano.


—¿Qué pasa? —preguntó Pedro.


Paula pensó que si él hubiera empleado una palabra cariñosa, si hubiera acompañado la pregunta con su nombre, habría confesado allí mismo todas sus dudas, a tumba abierta. Pero no lo había hecho. Sintió una punzada de dolor en el pecho. 


—Nada —replicó con voz firme—. Tengo que limpiar la alfombra antes de que se seque la mancha.


Regresó de la cocina con un montón de paños y botellas. Se quedó de pie, delante de la mancha, incapaz de decidirse.


—Necesito a mi asistenta. No tengo ni la menor idea de lo que hay que hacer.


Pedro, de improviso, se acercó y le quitó una de las botellas. Parecía enfadado. Tomó un paño seco de entre el montón que Paula había traído. Se arrodilló y frotó la mancha con fuerza hasta que desapareció.


—¡Vaya! —indicó Paula con una sonrisa—. Un experto.


—Una habilidad que he heredado —dijo secamente.


—¿Cómo?


—Mi madre era asistenta. Supongo que lo llevo en la sangre.


—¡Caramba! —exclamó Paula con un tono de voz demasiado agudo.


—¿Acaso importa? —preguntó.


—¿A mí? —replicó, en ese mismo tono tan falso—. No, ¿Por qué iba a importarme?


—Quizá porque yo te importo.


—¿Y eso qué significa? —preguntó Paula sin comprender.


—¿Es que yo no significo nada para tí?


Paula parecía confundida. Ese hombre era el mismo que le había confesado que el compromiso era algo estrictamente provisional, pero ahora parecía que buscara una confirmación por su parte.


—¿Tú quieres que signifique algo? —dijo.


Paula se sentía ridícula. Su voz sonaba falsa. Pedro ensombreció el gesto.


—No juegues conmigo, Paula —advirtió.


—¿Así que tú eres el único que puede jugar? —replicó con malicia.


—¿A qué viene eso?


—No puedo enfrentarme a esto —dijo, a punto de derrumbarse.


La expresión de Pedro era terrorífica. Cada hueso de su cara se marcaba con claridad y su mirada era como la hiel. 

La Heredera: Capítulo 64

Los domingos por la mañana nunca le habían gustado. Al menos, desde el día en que su madre los había abandonado. La idea de despertarse junto al arquitecto más veleidoso del mundo un domingo no auguraba nada bueno. Paula abrió los ojos, atemorizaba ante esta imagen. Había hecho el amor con un hombre que concedía a sus amantes un plazo máximo de un mes. Y además trabajaba a sus órdenes. Cerró los ojos con fuerza para borrar los malos presagios. Se abrazó a Pedro, de modo instintivo, y recordó de golpe todas las sensaciones de la noche anterior. A su lado, él se removió un poco, pasó un brazo sobre su hombro pero no se despertó. Ella se quedó muy quieta y aguardó hasta que la respiración de Pedro fuera regular. Pero, de pronto, él abrió los ojos.


—¿Ocurre algo?


—No —contestó—. Voy por un vaso de agua.


—Estás deshidratada —indicó Pedro—. Anoche bebiste demasiado champán.


—Anoche todo fue excesivo —musitó.


—¿Qué?


No contestó. Se levantó y fue hasta el armario. Pedro se incorporó un poco y se apoyó sobre el cabecero de la cama. Paula, de espaldas, podía sentir la mirada de él sobre su cuerpo desnudo. Sacó un kimono y se cubrió con él. Estaba furiosa consigo misma por haber permitido que las cosas llegaran a ese punto.


—Estoy seguro de que te pasa algo.


—Voy a beber algo —dijo Paula eludiendo responder—. Enseguida vuelvo.


Salió de la habitación. Bebió un poco, pero no regresó al dormitorio. Se preparó una taza de té y se sentó en el salón. Tenía la extraña sensación de que todo su mundo había dado un vuelco. Era cómo si hubiera entrado en una nueva dimensión desconocida, en la que no había certezas. Y todo por culpa de Pedro. Presa de la excitación, empezó a ordenar el salón. La noche anterior se habían olvidado las luces dadas. Se afanó en poner todo en su sitio.  Después de cinco minutos de frenética actividad, se acomodó en al brazo del sofá y se quedó mirando por la ventana. Sintió un escalofrío. La noche anterior había susurrado al oído de Kosta que lo amaba. Pero quería creer que en ese momento se había dejado llevar por la pasión y que aquellas palabras no tendrían sentido por la mañana.


—¿Qué esta ocurriendo? —dijo Pedro, de pie en el pasillo.


Paula se giró bruscamente. Pedro llevaba una toalla alrededor de la cintura y sonreía. Ella comprendió entonces que aquellas palabras seguían teniendo vigencia. Instintivamente, se llevó las manos a la cabeza y soltó la taza de té, que cayó sobre la alfombra. Pedro se apresuró a ayudarla. Se arrodilló junto a ella.


—¿Te has hecho daño?


—No —negó con voz apagada.


Pedro la tomó en sus brazos. Paula sintió el contacto de su piel y todas sus dudas se desvanecieron. A pesar de todos sus temores, estaba irremediablemente enamorada de él. Hubiera hecho cualquier cosa que él le hubiese pedido en ese instante. Tenía la impresión de ser un juguete entre sus manos. 

La Heredera: Capítulo 63

 —Bueno, reconozco que nunca me he acostado en medio de un mercado de abastos veneciano —meditó—. Pero estoy dispuesto a intentarlo.


—No se trata solo de eso —sonrió Paula con desgana.


—¿Estás segura?


La verdad es que no estaba segura de nada. Durante el baile se había sentido exultante al comprobar el efecto que su renovada presencia había tenido en el ánimo de Pedro. Se había sentido hermosa y admirada. Más aún, se había sentido deseada por él. Pero Pedro nunca deseaba a una mujer más de un mes. Ella lo sabía, por eso tenía que escuchar a su conciencia y refrenar el deseo.


—Eres mucho más sofisticado que yo.


—Eso es una tontería. 


—Lo digo en serio —recalcó—. Te agradecería que te fueras.


—Yo no lo creo —respondió Pedro con seguridad.


Se levantó y avanzó hasta ella. El cuerpo de Paula reaccionó al instante al sentir la proximidad de Pedro.


—Si hemos llegado hasta aquí —razonó—, ¿Cuánto crees que tardaremos en volver a este punto?


—Eso no ocurrirá —dijo Paula, mientras combatía su instinto.


—Claro que ocurrirá —confirmó Pedro—. Puedes estar segura.


Paula no dijo nada. Cada poro de su piel confirmaba esa sospecha.


—No dejaré que huyas de lo que sientes —dijo Pedro.


—No puedes retenerme —replicó.


—No hará falta.


Paula luchaba contra el deseo. Se debatía y trataba de pensar con claridad, pero no le era posible. Temía que él la olvidara al cabo de unas semanas. Entonces, volvería a la soledad de sus noches pintando murales en su habitación. Pero no podía acallar todos los mensajes que su cuerpo la enviaba. Nunca antes había sentido nada semejante y sabía que él la deseaba en ese preciso instante. Pero, ¿Y al día siguiente? Puede que tuviera otra oportunidad. Lanzó un suspiro, clavó sus ojos en los de él y se entregó, vencida por el deseo. Se abalanzó sobre él y comenzó a arrancarle la ropa, al tiempo que se desvestía. Se sentía apabullada por la presencia física de Pedro. Había dejado de pensar y le embargaban un cúmulo de sensaciones nuevas. Él también parecía desesperado. Su respiración era irregular. El deseo era tan intenso, que estaba cercano al dolor. Paula estaba casi conmocionada. Las imágenes de Venecia se cruzaban en su mente con la voz de Pedro, susurrando su nombre. Todo daba vueltas a su alrededor... Más tarde, Pedro dormía. Paula descansaba entre sus brazos. Estaban pegajosos y sudados. Todo su cuerpo estaba relajado, pero no podía dormir. Nunca antes se había sentido tan querida. Irradiaba una paz interior demasiado dulce para dormir. Levantó la vista y acarició a Pedro. Una sombra empezaba a oscurecer su mentón. Deslizó la mano a contrapelo. Sonriendo, se volvió y besó la mano que él tenía sobre su hombro.


—Amor mío —dijo con ternura. 

La Heredera: Capítulo 62

Pedro no puso ninguna objeción. La levantó en brazos y la condujo en dirección al pasillo. Abrió la puerta y Paula se estiró para encender la luz. Él estuvo a punto de dejarla caer al ver el espectáculo. El dormitorio era su proyecto privado, el corazón del apartamento, la habitación en la que ella había volcado todo su ser. Incluso parpadeó con asombro al ver la decoración. Cada pared recreaba, desde el techo hasta el suelo, un cuadro de Canaletto. La propia Paula había elegido las pinturas, hecho los bocetos y dibujado las paredes en persona, a lo largo de muchas noches. La impresión óptica hacía que su cama, de estilo veneciano, diera la sensación de estar amarrada a puerto junto a un canal.


—¿Nunca haces las cosas a medias, verdad? —dijo Pedro, incrédulo.


El único mobiliario de la habitación era la cama y una silla de anticuario junto a la ventana. Los armarios empotrados estaban escondidos tras el paisaje de la ciudad, entre comerciantes y bufones.


—Esto es sorprendente —admitió Pedro.


—Lo he hecho yo misma —dijo Paula en voz alta.


Paula se deslizó de entre sus brazos. Pedro no la retuvo y empezó a caminar alrededor del dormitorio. Era la primera que vez que ella compartía su fantasía con alguien. Y ahora estaba Pedro Alfonso en su habitación, un conquistador que la había contratado y que estaba embebido observando el espectáculo. Fue hasta la ventana. Se sentía algo avergonzada.


—Es increíble —asumió Pedro y meneó la cabeza.


—Se suponía que era algo íntimo y personal —dijo Paula, desolada.


Pero Pedro seguía maravillado y no le prestó atención.


—¿Y esta es la mujer que ha ridiculizado la iluminación del jardín durante la gala?


Paula saltó de pronto. Ese era el comentario que había hecho cuando había salido a la terraza con Julián. ¿Acaso la había estado siguiendo? Se hizo un ovillo junto a la ventana. Todavía estaba temblando, pero la lujuria ya casi había desaparecido. Ya no sentía nada. No deseaba que él la volviera a tocar nunca más.


—Esto ha sido un error. Lo siento.


Pedro, finalmente, reaccionó. Se volvió y avanzó hacia ella, pero se paró en seco.


—¿Qué error?


—Tú y yo. Juntos, aquí.


—¿Por qué? —preguntó, sin llegar a tocarla.


—Somos muy diferentes. Demasiado.


Pedro se sentó en el borde la cama y la miró detenidamente.

La Heredera: Capítulo 61

Pedro se levantó y fue hacia ella.


—¿Quién era ese tipo? —insistió.


—Solo un conocido —farfulló Paula.


—Supongo que el nombre no importa —dijo Pedro—. ¿Es el culpable de que hayas dejado de salir?


 —No.


—¿Estás segura? Puede que supieras que él iba a acudir esta noche y por eso te has puesto un vestido tan llamativo.


—¡No! —replicó Paula—. Solo intentaba cambiar de aspecto.


—Bien.


Pedro le quitó la taza de la mano y, para su asombro, sujetó su rostro entre las manos.


—¿Un nuevo aspecto? Bien, brindo por eso. Pero, ¿Por qué limitarse a la ropa? Veamos qué tal te sienta esto.


Pedro inclinó su cabeza hacia atrás y Paula sintió una leve presión en el cuello. Luego, la mano de él en su nuca alivió esa presión al tiempo que enredaba su pelo con los dedos. Mientras tanto, Pedro apretaba su boca contra la suya.


—Admítelo —dijo sin separarse de ella—. Te has vestido así para conquistarme, ¿Verdad?


Paula se estremeció mientras Pedro recorría con un dedo la línea de la columna.


—¿No es cierto? —repitió. 


—Sí.


—¿Por qué? —susurró sin despegar los labios.


—No, no lo sé —admitió Paula.


—Sí que lo sabes —asintió Pedro, que la estrechaba entre sus brazos—. Hay química entre nosotros y no puedes negarlo.


—No —negó confusa—. No...


Sentía las manos de Pedro a través de la tela, recorriendo su espalda. Pero él no intentó desnudarla.  Estaba despertando el deseo latente en cada poro de su piel. Paula sintió que todo su cuerpo se rendía irremisiblemente. Se sentía extraña. Nunca hubiera soñado con la idea de hacer el amor a Pedro Alfonso. Ni siquiera en un momento así, estaba segura de querer entregarse a él. Una parte de su ser no quería seguir adelante. Pero el deseo había ganado demasiado terreno y había perdido la capacidad de razonar. Era demasiado tarde para volverse atrás. Cualquier señal de inhibición se había esfumado. Se retorcía entre sus brazos, anhelante. Pedro se inclinó sobre su cuerpo y la besó en el cuello. Ella gimió. Todas sus emociones se agolparon a flor de piel. El roce de sus labios contra su piel desnuda era una sensación nueva y extremadamente erótica. Él también podía sentirlo. Se apartó un momento de ella, seguro de sus sentimientos. Paula estaba temblando, pero no estaba nerviosa. Casi podía sentir la electricidad circulando entre sus cuerpos.


—Llévame a la cama —dijo. 

lunes, 18 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 60

 —Sí, creo que está noche has ido demasiado lejos —dijo Pedro.


—¿Acaso ahora eres policía? —replicó con disgusto.


—¡Policía! —gritó Pedro, fuera de sí.


—¡Aguafiestas! —matizó Paula.


—¿Qué diablos pasa contigo? Primero te comportas como una arpía en los negocios, y ahora como una niña mimada. ¿Es que no hay término medio?


—Las chicas solo queremos divertirnos —canturreó.


El ascensor llegó hasta su piso. Paula iba descalza y se resbalaba sobre el suelo. Se aferró al cuerpo de Pedro al tiempo que dejaba caer las llaves. Se miraron. Ella sintió que se sumergía en aquellos ojos verdes. La cabeza le daba vueltas. No tenía la menor idea de lo que sentía él, pero estaba segura de que no era indiferencia. Lentamente, Pedro la ayudó a recuperar el equilibrio y se agachó a por las llaves. En ningún momento dejó de mirarla. Paula estaba mareada.


—Voy a entrar contigo —anunció con mucha calma.


Abrió la puerta con soltura, a la primera. Buscó un interruptor y encendió la lámpara de mesa. Miró a su alrededor como un explorador en territorio virgen.


—Así que este es tu refugio.


—Sí, así es. Y no recuerdo haberte invitado a entrar.

 

—Querías hacerlo, pero no encontrabas el momento —rectificó Pedro—. Y sí, gracias, me encantaría un taza de café.


—No —respondió Paula. 


—¿Por qué no?


Paula quería decir que no confiaba en él. Todo iba muy deprisa para ella. Pedro empezó a pasear por el salón, hojeando algunos libros. Paula adivinó que estaba en ascuas. Él sonrió.


—Hagamos un trato —dijo—. Invítame a un café y yo no analizaré tus lecturas.


Pedro, en ese momento, sujetaba un volumen de Jane Eyre. Paula no sabía qué hacer. Estaba indecisa.


—Debo reconocer que es un libro singular para alguien que desprecia el romanticismo.


—Está bien —accedió Paula—. Un café y luego te marchas.


—Trato hecho.


Pedro sonrió satisfecho y se dejó caer en un viejo sofá que Paula había adquirido en un rastrillo años atrás. Lo había cubierto con una colcha color marfil que hacía juego con el resto de la decoración. Las paredes, pintadas de beige, y el suelo de madera ayudaban a crear un ambiente cálido y agradable. El departamento estaba limpio y ordenado, a excepción de la mesa de trabajo.


—No entiendo por qué mantienes tan en secreto este sitio —dijo Pedro con el café en la mano—. Eres demasiado celosa de tu intimidad.


—Este departamento forma parte de mí —replicó Paula.


—Eso mismo acabo de decir —apuntó Pedro.


—Bueno, no te he invitado para que critiques mi sentido de la estética.


—No me has invitado y punto —aclaró Pedro—. ¿Por qué te pongo tan nerviosa, Paula?


—Eso no es cierto —contestó Paula.


—Claro que sí. Mucho más que el tipo con el que forcejeabas esta noche en la terraza —puntualizó Pedro—. ¿Quién era?


—Una viejo conocido.


—¿Un ex novio? —preguntó Pedro con malicia. 


—¿Por qué?


—Bueno, recuerda que me dijiste que no salías con nadie.


—No puedes dejar de insistir en eso —bufó Paula—. Ya te dije que fue un malentendido y que lo lamento.


—Claro, pero el caso es que sí sales con hombres. 


—Bueno, alguna vez...—admitió Paula.


—Eso me da la razón. Te pones a la defensiva conmigo e inventas unas excusas ridículas para darme largas.


Paula no respondió. 

La Heredera: Capítulo 59

Llegaron hasta la puerta y Pedro la dejó en un banco de madera.


—Espera aquí. Iré a buscar el coche.


—¿Y si no quiero ir contigo? —protestó Paula—. ¿Prefieres bailar con un solo tacón? Puedo descalzarme.


—No eres la clase de chica que baila descalza en una fiesta —rugió Pedro.


—Eres demasiado estricto —se burló Paula.


—Y tú estás jugando con fuego —señaló Pedro—. Siéntate y no te muevas.


—Debería despedirme de mis padres.


—Les diré que voy a llevarte a casa —aceptó Pedro.


—No soy una niña, ¿Sabes? 


—Me he dado cuenta —indicó—. Igual que el resto de los invitados. Espero que te hayas divertido.


—Puedes estar seguro —sonrió Paula.


Hubo un silencio embarazoso. Por un momento, Paula temió que Pedro fuera a estallar allí mismo, pero no ocurrió nada. Se limitó a señalar con el dedo el banco de madera y desapareció en la oscuridad. Ella se sentó, encantada con el curso de los acontecimientos. Se sentía libre para hacer cualquier locura, segura de que Pedro estaría a su lado para enmendar sus errores.


—Por fin te encuentro —dijo Ivana.


Paula levantó la vista y vió a su hermanastra frente a ella. Parecía preocupada.


—He visto a Julián. ¿Te ha molestado?


—No —contestó Paula—. ¿Ocurre algo?


—Nada nuevo —reconoció Ivana alicaída. 


—¿Cómo?

—He cambiado de imagen —exclamó de pronto—. Me he comportado bien toda la noche. ¿Y para qué? Ni siquiera lo ha notado.


—Él está aquí —dijo Paula, que empezaba a aclarar sus ideas.


—He probado todo lo imaginable, pero no he obtenido ni una respuesta favorable. A sus ojos es como si no existiera. Ya sé lo que dicen sobre él, pero pensé que yo lograría interesarlo.


Ivana dejó de hablar y ahogó un asomo de llanto. Paula la obligó a sentarse junto a ella y la abrazó con cariño.


—Se fijará en tí —dijo Paula—. Dale un poco más de tiempo.


—El tiempo solo consigue aburrirlo más —dijo Ivana desolada—. Ojalá fuera como tú. Me siento humillada.


—¡Ah, el amor! —comentó Paula.


Ivana se limpió la cara con la mano y se levantó.


—No tiene sentido hacer un drama de todo esto. Ha tenido su oportunidad —dijo con su mejor sonrisa—. Tengo que volver a la pista de baile y demostrar que estoy bien. Puede que eso lo haga reaccionar.


Su voz denotaba muy poca esperanza. Dió un achuchón a Paula y desapareció. 


En ese momento regresó Pedro, que se cubría con la chaqueta de la lluvia, y todo lo demás dejó de tener importancia para Paula. Debía estar cayendo aguanieve porque él tenía minúsculos copos en el pelo. El magnetismo que él irradiaba la golpeó como una súbita ráfaga de viento. Se levantó y avanzó cojeando hasta él. Estaba asustada de sus propios sentimientos, pero no podía negar la realidad. Una vez en el coche, guardó silencio. Pedro también estaba callado y su expresión era sombría. Tenía la mirada fija en la carretera. Paula sopesó la idea de hacer algún comentario, pero temió que fuera la chispa que pudiera encender la furia de Pedro y derivar en una violenta discusión. Quizá ese fue el motivo por el cual no se opuso a que la acompañara hasta la puerta de su departamento.

La Heredera: Capítulo 58

Lo empujó de nuevo, más fuerte. Eso excitó todavía más a Julián, que la sujetó con tanta fuerza que ella apenas podía respirar. Paula forcejeó, pero el tacón del zapato se metió en una ranura del suelo y se partió; se tambaleó y tuvo que agarrarse a Jamie para no caer. A los ojos de Julián, ese gesto había sido una rendición.


—Paula —susurró.


—¡Suéltame! —gritó ella.


—No lo dices en serio. Estamos hechos el uno para el otro.


—Te digo que me sueltes —repitió Paula, que procuraba mantener el equilibrio.


—Ahora —indicó una tercera voz.


Pedro sujetó a Julián por el brazo y liberó a Paula de la presión. Se interpuso entre ellos. Ella se trastabilló y se quedó sentada sobre un escalón. 


—Será mejor que entre y se beba un café cargado —amenazó Pedro.


—¿Cómo se atreve a intervenir? ¿Quién le ha dado permiso?


—Paula —dijo Pedro.


—¿Paula? —rió Julián.


—Exacto —señaló Pedro—. Es usted quien se inmiscuye entre nosotros. Lamento que el vestido de Paula lo haya confundido, pero estaba destinado solo a mí. 


Paula se incorporó y se apoyó contra una columna.


—Eso no es cierto —balbuceó.


—Y además —concluyó Pedro, sin cambiar de tono— ya me había ofrecido para acompañarla a su casa antes de que pierda el control. 



Sin esperar su consentimiento, Pedro la agarró por la cintura y la levantó. Paula apenas ofreció resistencia. Se sentía muy extraña mientras él la conducía, casi en volandas, a lo largo de la terraza. Renunció a regresar al salón de baile y la llevó hasta una habitación contigua que resultó ser la biblioteca. La chimenea estaba encendida y confería a la estancia un aire muy acogedor. Algunas parejas tomaban café junto al fuego, alejados del bullicio. Nadie les prestó atención.


—Muy romántico —puntualizó Paula con desdén.


—¿Y eso qué tiene de malo? —pregunto Pedro.


—Nada de esto es real —añadió con cierto desprecio.


—¿Hablas por experiencia propia?


—Desde luego —aseguró perdiendo la discreción.


—Algún día tendrías que contármelo —dijo Pedro, mientras cruzaban entre las parejas.


—Lo haría si te interesara realmente —musitó Paula, pero tan bajo que él no la oyó. 

La Heredera: Capítulo 57

 —Yo también soy un ser humano. No solo un autómata.


—¿De qué estás hablando?


—Eso fue lo que dijiste.


—¿Y crees que así me quitas la razón?


—A tí —Y Paula miró en todas direcciones— y a todos los demás.


—¡Dios mío! ¿Qué es lo que provocado?


—Una avalancha, espero —replicó Paula, radiante.


La música cambió. Paula se arrojó en brazos de un desconocido y se dejó llevar. Era muy gratificante comprobar que él no había tenido tanto éxito a la hora de cambiar de pareja. Pedro se quedó de pie, mirándola, mientras las parejas pasaban a su lado girando sin parar. De pronto, comprendió su posición y se abrió paso entre la gente. Ella suspiró aliviada. Había sido un encuentro efímero.


—¿Paula? ¿Eres tú?


—¡Julián! —dijo Paula sobresaltada.


De pronto, sintió que el perfume de las flores le producía mareos y que la cabeza le retumbaba.


—No tenía ni idea de que fueras a venir. Estás preciosa.


Paula creyó detectar cierta ironía en su voz. A Julián nunca le había gustado perder protagonismo. Siempre había querido ser el centro de atención. Ella bebió otra copa para recuperar la confianza.


—Tu tampoco tienes mal aspecto —señaló.


—Ha pasado un siglo.


—¿De veras? —sonrió Paula—. He estado tan ocupada que no lo he notado.


—Por supuesto —admitió Julián—. Nadie trabaja tanto como tú.


Paula notó una rabia profunda, pero siguió los consejos de Ivana y esbozó su sonrisa más cautivadora.


—No es para tanto.


La orquesta había empezado a tocar otra vez y las parejas se apelotonaban en el centro de la pista.


—Escucha, ¿Por qué no salimos afuera? Necesito un poco de aire fresco. 


—De acuerdo —aceptó Paula con absoluta indiferencia.


El jardín también estaba profusamente iluminado. Habían colgado luces de fantasía en las moreras y guirnaldas con estrellas de luz, que se encendían y apagaban intermitentemente. Paula se sentía como la abanderada en la cruzada contra todo lo falso y lo postizo, incluido su ex. Julián también parecía sorprendido, pero tenía su propio plan en mente. Empezó a acariciarle el brazo.


—Paula, querida, casi no salgo de mi asombro cuando te he visto.


—No has sido el único —asintió Paula.


—Te he echado de menos.


Deslizó sus dedos sobre la piel suave de ella, hasta llegar al hombro. Paula recordaba que esas caricias la habían hecho estremecer en el pasado. Pero en ese momento solo le recordaban que empezaba a hacer frío.


—Deja que te lleve a casa. Así entrarás en calor —dijo Julián, que no perdía oportunidad.


La besó en el hombro. Paula sintió la lengua húmeda y el contacto provocó un inmediato rechazo. Lo empujó, pero él se limitó a sonreír. Recordaba que a Julián siempre lo había enardecido encontrar un poco de oposición. Nunca había aceptado que una mujer pudiera sustraerse a sus encantos. Temió que él pudiera malinterpretar ese primer empujón. 

La Heredera: Capítulo 56

 —¡Deja de juguetear con eso!


—Pero...


—Estás preciosa —confirmó Ivana—. Procura olvidarlo todo y diviértete. Aprender a disfrutar de la vida también es un trabajo muy serio.


—¿Algo va mal? —preguntó Paula, recelosa.


—¿Qué podría ir mal? Estás deslumbrante y tenemos toda la noche por delante para disfrutar. Vamos a sentarnos.


Paula no podía oponerse. Si algo iba mal, Ivana no iba a desahogarse con ella en una gala con cientos de invitados. Se prometió que la llamaría al día siguiente para interesarse por su estado de ánimo. Entre tanto, se avecinaba una velada muy larga. Resultó una verdadera odisea abrirse paso entre la multitud hasta su mesa. Los hombres las miraban al pasar. Estaba acalorada y algo avergonzada. Hubiera querido responder a todas esas miradas y explicar que iba disfrazada. Por fin alcanzaron su mesa y Pedro Alfonso se puso en pie. En ese instante, dejó de sentir vergüenza. él se quedó boquiabierto. Su expresión había perdido los matices y era como un folio en blanco. Pero ella había aprendido a reconocer los síntomas y sabía que bajo esa máscara de aparente naturalidad, Pedro sentía rabia y deseo. Y entonces sintió que todo el esfuerzo había valido la pena.


—Buenas noches —saludó tímidamente.


Durante la cena, no tuvo la oportunidad de hablar con él. Se limitó a comentar la gala con sus vecinos de mesa, pero supo en todo momento que Pedro no la quitaba ojo. Esa mirada era como una suave caricia sobre sus hombros desnudos. Una caricia que a veces parecía una amenaza. Decidió ignorar su presencia. A medida que avanzaba la noche, se iba animando más y más con cada copa de vino, intercaladas entre los más exquisitos piropos. Al fin y al cabo, solo se vive una vez. Para cuando comenzó el baile, estaba convencida de que había ganado su guerra no declarada contra Pedro. Lo había deslumbrado y ya no tendría que escuchar más comentarios impertinentes acerca de su modo de vida. Sin embargo, antes de que terminara el último discurso de la noche, él se levantó y rodeó la mesa hasta llegar a su altura.


—Baila conmigo —la invitó.


—Me han ganado por la mano —dijo el hombre sentado al lado de Paula—. ¿Me concedería un baile más adelante?


—No cuente con ello —se adelantó Pedro.


Pedro la tomó de la mano y la arrastró hasta la pista entre las mesas. La orquesta había empezado a tocar un tema muy animado. Hizo caso omiso de la música y tomó a Paula entre sus brazos; el roce de su chaqueta contra su piel desnuda resultaba áspero e incómodo.


—Ten cuidado —dijo Paula, algo mareada a causa del éxito y el champán—. Tengo la piel sensible y me salen moratones con nada.


—¿Qué demonios estás haciendo? —masculló Pedro. 


Paula bajó los párpados, se humedeció los labios y lo miró provocativa.


—Estoy probando algo. ¿No estás satisfecho?


—¿Qué crees que estás probando? —preguntó enojado. 

viernes, 15 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 55

 —Algunas personas evitan el compromiso y se lavan las manos — recalcó.


Salió del coche sin mirar atrás. Estaba satisfecha, pero había dejado un problema sin resolver. Ahora no podía dejar de acudir a la gala. Si lo hacía, tendría que rendirse ante la evidencia, y dar la razón a Pedro. Y no estaba dispuesta a pasar por ahí de ningún modo. Muy al contrario, decidió que lo dejaría fuera de combate. Era mucho más que una profesional y pensaba demostrárselo. Haría que Pedro Alfonso se arrastrase ante ella aunque fuera lo último que hiciera en su vida. Asombraría a todas esas antiguallas con sus vestidos pasados de moda. 




Ludmila no tuvo tiempo de subirle el vestido en persona. Dejó a cargo de los porteros una bolsa de plástico junto con una nota. "Hemos salido con los niños a cenar pizza y no regresaremos a tiempo. Aquí tienes el traje de noche y mi gargantilla de oro, si no encuentras nada más apropiado. Te aseguro que estarás irresistible. ¡Disfruta!" Asombrada, Paula retiró el papel que cubría el vestido. Había confiado en que Ludmila subiría con él y la ayudaría a arreglarse. La nota le produjo un cierto desasosiego. Se sintió algo desamparada, pero tan pronto como echó un vistazo al traje, comprendió por qué su amiga se había escabullido. Era un vestido beige de satén, sin tirantes, y abierto por la espalda hasta la cintura. Estuvo a punto de perder el equilibrio, mareada por el perfume que llevaba. Corrió a su habitación para inspeccionar su vestuario, pero sabía que era inútil buscar un recambio en su armario. Llamó a Diana por teléfono.


—No me lo digas —se adelantó su madrastra—. No vas a venir. Todo el mundo está convencido de que no aparecerás.


Paula estaba a punto de confirmar ese punto, pero frenó el impulso. Eso también incluía a Pedro Alfonso, no cabía la menor duda. Pero no iba a permitir que se saliera con la suya.


—Claro que iré —masculló—. Pero voy a retrasarme un poco.


—Te dejaré la entrada en taquilla —prometió Diana.


Una hora más tarde, Paula hacía su entrada en el gran salón de baile de la mansión victoriana que la organización había alquilado para la celebración de la gala. Había unos enormes candelabros de siete brazos en el vestíbulo, y todo el local desprendía un fuerte aroma a lirios y azucenas. Las molduras de yeso doradas brillaban a la luz de las velas y despedían destellos por todo el salón. Pero no era muy consciente de la decoración. Nunca antes había sido tan consciente de su propia presencia. El traje de Ludmila estaba cortado al bies. Eso significaba que, al bailar o al caminar, el traje se movería acompasadamente. Pero si se quedaba quieta, se ceñía a su cuerpo. ¡Y de qué manera! Ivana fue la primera que la vió y fue inmediatamente a su encuentro. 


—¡Caramba! Estás radiante —dijo con asombro—. Casi no te reconozco.


—Pues ya somos dos —dijo Paula.


Paula se fijó en Ivana y parpadeó. Vestía de negro. Llevaba un vestido de cuello alto y de manga larga. Todo ello coronado por un broche.


—Parece como si hubiéramos intercambiado nuestro estilo.


—No lo dices en serio —rió Ivana.


—Me siento muy rara.


—Estás genial —dijo Ivana—. ¿No te sientes especial esta noche?


—Me siento —precisó Paula— como un viejo coche al que hubieran dado una mano de pintura. Bajo la apariencia de novedad se adivinan todos los golpes de la carrocería.


—Desde luego —admitió Ivana— no dejas mucho a la imaginación.


—Todo el mundo nos está mirando —susurró al oído de su hermanastra.


—Ya lo creo —dijo Ivana, complacida.


Paula llevaba el collar de rubíes de su madre. Era un poco anticuado, pero las piedras conferían a su piel una blancura de porcelana. La piedra que remataba el collar no dejaba de saltar sobre su piel, al mismo ritmo que marcaba su corazón.