viernes, 8 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 37

 —A veces resultas imposible —se quejó Diana—. ¿Sabes la cantidad de fiestas que he tenido que organizar para lograr que Cristian y tú coincidieran?


—Bueno, a tí te encanta organizar fiestas —dijo Paula, y de pronto cayó en la cuenta—. ¿Cristian y yo?


—Ya sé que no te gusta que te busque pareja, pero ¿Qué tiene de malo que se conozcan dos personas por las que siento un gran aprecio?


—¿Querías que saliera con Cristian de Witt?


—Solo quería que te divirtieras un rato —corrigió Diana.


—Pero yo pensé que...


Todos los acontecimientos de los días pasados surcaron su mente en un instante. Pedro Alfonso no había sido el candidato elegido por Diana aquella noche. Y ella se había comportado con el desprecio y la frialdad habituales.


—No pienses tanto y acude a la cita —señaló Diana—. Y cómprate un bonito vestido, ¿Quieres? Date un capricho.


—Si tengo tiempo, lo haré —prometió Paula, todavía conmocionada.


Pasó una hora paseando por el parque, entre las hojas de los árboles, antes de reunir el valor necesario para volver al trabajo y redactar el informe. Pedro Alfonso debía haber pensado que estaba loca durante la cena. ¿Por qué se habría molestado en hablar con ella? Era cierto que necesitaba sus servicios como profesional, pero él no era la clase de hombre que admitiría algo así. Y, seguramente, todavía no era consciente del caos que imperaba en su empresa. Entonces, ¿Por qué se había interesado en ella? Pero, gracias a los mensajes, ya conocía la respuesta. Su interés se mantendría mientras encontrara oposición. Y ella había dejado muy claro que no sentía el menor interés por él. ¡Maldita fuera! Había errado la estrategia por completo. Se había erigido como contrincante, de igual a igual, y eso había despertado el interés de Pedro Alfonso. Regresó al departamento y trabajó a destajo. Terminó un primer borrador del contundente informe hacia las cuatro. Ya estaba oscureciendo. Mandó imprimir el documento y se estiró como un gato. Estaba contenta. La sola idea de imaginar la expresión de Pedro al leer el informe resultaba gratificante. Había escrito todo el día, siguiendo un arrebato de inspiración. Tan solo restaba cotejar las tablas y los gráficos, pero eso apenas llevaría tiempo. Ahora tenía que resolver un nuevo problema. Podía permitirse una hora completa para bañarse y arreglarse. Incluso podría pintarse las uñas. Pero no tenía ningún vestido adecuado para la ocasión. Sonrió mientras tomaba una decisión crítica. Odiaba ir de compras, y rara vez acudía a fiestas o cócteles en los que se requiriese un cierto glamour. En los últimos meses había adoptado una solución de urgencia que, de haberlo sabido, hubiera horrorizado a Diana. Los Larsen vivían en su mismo edificio, tres pisos más abajo. Ludmila disponía de un vestidor completo y usaban la misma talla. Paula descolgó el teléfono.


—Hola, Ludmila. Necesito tu ayuda. Voy a cenar con Cristian de Witt después de la función de esta noche y no tengo nada que ponerme.


—Pásate por aquí —accedió Ludmila encantada. 

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