lunes, 11 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 43

 —Sí —y miró su agenda—. Salvad los bosques tropicales. Gala el próximo sábado, en Godwin House. Hemos quedado para el aperitivo a las siete y media.


—¿Y no te importa?


—Yo no diría tanto —replicó con soma—. Solo he dicho que iría.


—¿Vendrás acompañada? —tanteó Diana.


—No —dijo Paula, que no podía olvidar la expresión de Pedro.


—No tienes que gritar —señaló Diana—. ¿La cena con Cristian de Witt no fue bien?


—¿La cena...? —y cayó en la cuenta—. No, la cena estuvo bien.


—Porque me encantaría invitar a Cristian si...


—Me temo que el sábado por la tarde habrá función —indicó Paula.


—No había pensado en eso —admitió Diana—. Bien, pensaré en alguien. Creí que había completado la lista, pero los Larsen se han caído en el último momento.


—Si puedes encontrarme una pareja, apúntame —dijo Paula antes de colgar.


—Es una gala benéfica —se apresuró a recordar Diana—. Se exige ir de etiqueta. Necesitarás algo elegante. No lo olvides.


Paula pensó que tendría que recurrir una vez más a su asesora personal.


—Te lo prometo —dijo, y colgó.


Anotó la cita en su agenda y se olvidó enseguida. Había un montón de compromisos hasta el sábado. De todas formas, una vez hubiera entregado a Pedro el informe en el que lo acusaba de todos los males de la empresa, puede que no sobreviviera. Por no hablar de la cita del lunes con el cliente potencial de quien dependía buena parte de su futuro. Se acostó pronto, pero apenas pudo dormir. La figura de Pedro se hacía tan presente que casi parecía físicamente allí, junto a ella. Paula quiso convencerse que lo que la preocupaba era la reacción de él después de leer el informe. Pero ese no era el motivo y, en el fondo de su corazón, lo sabía. Cuanto antes terminase su vinculación profesional con Alfonso y Asociados, mejor para todos. 


A la mañana siguiente, sacó tres copias del informe en la fotocopiadora de la esquina y tomó un taxi. Las tiendas todavía tenían iluminados los escaparates. Las calles estaban vacías, aunque el tráfico era intenso. El taxi se detuvo frente al edificio de Alfonso Y Asociados mientras Paula pedía al taxista que la esperase. No había ninguna luz, y el edificio recordaba a las casas victorianas descritas en las novelas de Jane Austen. Sacó su llave y marcó el código para anular la alarma. Encendió las luces. La recepción, desordenada y absurda, rompía el hechizo. Vaciló un momento. No estaba segura que fuera una buena idea dejar el informe sobre la mesa de Tamara. Podría traspapelarse. Sería mejor dejarlo en el despacho de Pedro. Se abrió paso hasta allí. Había una lámpara de mesa encendida, pero la silla estaba vacía. Atravesó la habitación con rapidez, procurando no hacer mucho ruido.


—Buenos días —dijo una voz ronca tras ella.


Paula dió un brinco al tiempo que se volvía. El informe salió volando y Pedro lo atrapó en el aire con una mano.


—¿Es para mí? —preguntó.


Estaba en mangas de camisa e iba despeinado. Tenía los ojos enrojecidos y llevaba al menos un par de días sin afeitar. Se había remangado, y los músculos del brazo se adivinaban bajo la tela de algodón arrugada. Paula se sonrojó y miró en otra dirección. No quería seguir pendiente de su físico. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario