lunes, 25 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 71

Paula fue consciente del absoluto silencio que reinaba en la casa. No pudo evitar sentir cierto recelo.


—¿Hay alguien más en la casa?


—Solo los fantasmas.


—No tiene gracia —protestó.


Subieron una escalera de piedra que formaba una espiral. Parecía tan vieja como el mundo y sus pasos resonaban con fuerza sobre la piedra. Pedro miró hacia atrás por encima del hombro y sus ojos verdes brillaron como los de un gato en la oscuridad. Paula supo enseguida que se estaba divirtiendo.


—No es broma —dijo Pedro—. Teníamos fantasmas de todas las épocas hasta que los bandidos saquearon todo. 


Paula miró en todas direcciones por puro instinto. Se sintió una completa idiota al escuchar la sonora risa de Pedro.


—No tienes nada que temer. Te protegeré de los bandidos.


—Puedo cuidarme sola, gracias —dijo Paula—. ¿Qué es lo que pretendes? ¿Por qué me has traído hasta aquí?


—Ya lo sabes. Tienes que ayudarme a organizar mi vida.


—No sé a qué te refieres.


—Solo digo que tenías razón. Te necesito.


La escalera estaba plagada de sombras. Paula no estaba segura de si Pedro bromeaba o hablaba en serio. Y no sabía qué le daba más miedo. Era una locura. Ella era una mujer moderna. Era independiente y autosuficiente. No tenía que probar nada y no le temía a nadie. Siempre que siguieran las reglas del juego, claro. Y en ningún caso tenía miedo de él. Era un hombre educado, casi siempre.


—¿Estamos solos? —preguntó.


—¿Tú que crees? —sonrió Pedro.


—Creo que harías cualquier cosa para salirte con la tuya.


—¿Y eso te incomoda?


—No —dijo Paula—. En absoluto.


Llegaron a una inmensa cocina, coronada por una chimenea en la que hubieran cabido varios hombres tan grandes como Pedro. En un rincón había una cocina moderna. Un regimiento podía sentarse a comer en la mesa de madera que ocupaba la parte central. Si Paula hubiera necesitado una confirmación para asegurarse de que no había nadie más en la casa, el eco de sus propios pasos hubiera bastado.


—¿Por qué?


—He dado el fin de semana libre a todos los empleados —explicó Pedro—. Pensé que podríamos pasar un par de días juntos aquí.


—Desde luego no nos falta espacio —indicó Paula.


De pronto se asustó al comprobar la facilidad con que había empleado el plural para referirse a ellos, como si fueran una pareja. Nunca antes había utilizado el «Nosotros». Al menos, nunca en voz alta. Sentía que había cruzado un abismo sin apenas darse cuenta. 

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