lunes, 4 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 32

Paula se despertó sobresaltada. Abrió los ojos y miró en derredor. Estaba en su habitación. Reconocía el dosel de su cama, que ella misma había pintado, y el resto de los muebles, pese a la oscuridad. Pero el sonido.. .Persistía en el aire la música de sus sueños. De pronto, el sonido se hizo más fuerte y reconoció el timbre del teléfono.


—¿Quién podrá ser? —dijo con enfado.


No tenía teléfono en su dormitorio. Había decorado cuidadosamente la estancia y no quería ningún elemento ajeno que pudiera perturbar la tranquilidad. Y los teléfonos solo traían problemas. Pero, de algún modo, tuvo que llevar consigo el móvil la noche anterior sin darse cuenta. De mala gana, se levantó de la cama y empezó a buscar. El teléfono no dejaba de sonar. Finalmente encontró su bolso, tirado junto a la ventana, vació su contenido y contestó con malas pulgas.


—¿Quién es?


—Bueno días, Pedro. Gracias por una encantadora velada —dijo su interlocutor.


Paula estuvo a punto de tirar el teléfono. Era la misma voz con la que había soñado toda la noche. Recobró la entereza y miró por la ventana. No había corrido aún las cortinas de terciopelo y veía el cielo con claridad. Estaba oscuro, salvo por las luces intermitentes de un avión que cruzaba el horizonte.


—¿Hola?


—Todavía es de noche —dijo Paula.


—¿Estabas dormida?


Paula pensó que ni siquiera se estaba tomando la molestia de fingir que hablaba en serio. El leve tono de burla que subrayaba su discurso resultaba enormemente atractivo para ella. Se estremeció, y pensó que nadie podía resultar sexy a las seis de la mañana.


—Todavía lo estoy —sentenció.


No era cierto. La calefacción central todavía no estaba encendida. Cada vez sentía más frío. Estaba empezando a temblar. 


—Ojalá estuviera contigo —susurró Pedro al otro lado del aparato.


—Estás conmigo —dijo Paula sin pensar.


Comprendió el alcance de sus palabras al escuchar una risa cómplice. Estaba hecha un manojo de nervios. Todavía podía sentir el beso de la noche anterior.


—Algún día —murmuró Pedro—. Todo llegará.


—Ya está bien —imploró Paula, que sentía el suelo moverse bajo sus pies.


—Así que estás despierta —dijo Pedro felicitándose.


Paula estaba intranquila. Puede que no tuviera la experiencia de Ivana en estas situaciones, pero sabía reconocer cuándo un hombre se estaba divirtiendo a su costa. Apretó los dientes y recuperó el control.


—En efecto, estoy despierta y lista para tomar notas. ¿Qué es lo quequieres?


—Solo quería reconfortarte.


—¿Y sobre qué, exactamente?


—Estaré de vuelta dentro de tres días.


—¿De vuelta?


Entonces recordó que esa mañana Pedro volaba a Nueva York.


—Creía que no sabías cuanto tiempo pasarías...


—He establecido un límite —dijo—. Fijé mi regreso para el sábado. De ese modo no tendrás que pasarte sin mí demasiado tiempo.


—¿Te has vuelto loco? —gritó furiosa—. ¿Crees que un solo beso basta para que caiga rendida a tus pies? 

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