miércoles, 27 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 78

 —¡Dios mío! —exclamó—. ¿Qué he hecho?


Se dejó caer en el sofá y hundió el rostro entre las manos.


—Lo he acusado de mentiroso y he dicho un montón de barbaridades.


—Tendrás que rectificar —indicó Ivana mientras buscaba las llaves del coche—. Vístete. Te acerco hasta allí.


—Llama a la puerta —dijo Ivana.


Empujó a Paula fuera del coche. Abrió el maletero y sacó una botella de champán, que se lo tendió a ella.


—No la tires.


—Pero yo...


—Cuando abra la puerta, entrégale la botella. Dí: Lo siento. Te amo. Hagamos el amor.


Paula no se decidía a ir. Parecía petrificada por el miedo.


—Adelante —la animó Ivana.


Paula recordó el último beso de Pedro, en el despacho, apenas unas horas antes. Eso le hizo albergar ciertas esperanzas. Ivana le lanzó un beso desde el asiento, cerró la puerta del copiloto y gritó a través de la ventanilla:


—Hazme un favor, ¿Quieres? Cásate pronto.


Ivana arrancó y se alejó. Las lágrimas que no había derramado por Pedro afloraron en su rostro, pero Paula no lo vió. Ella estaba de pie, rodeada de árboles. No dejaba de repetir el mensaje de su hermana. ¿Casarse? En mitad de un sueño, llamó al portero automático. Pedro estaba esperando en el umbral de la puerta de su departamento cuando Paula salió del ascensor. Su aspecto era serio. Parecía exhausto. Aún no se había afeitado. El corazón de Paula dió un vuelco. Había perdido todo el valor. Se acercó y tendió hacia Pedro la botella de champán.


—Lo siento. Te quiero. Hagamos el amor —repitió mecánicamente. Y luego añadió—. Confío plenamente en tí. Puedes estar seguro.


Pedro no contestó. Paula, por encima de su hombro, pudo ver una amplia habitación desordenada, llena de libros. Pensó que él nunca la perdonaría y que quizá no estaba solo en el departamento. Pero no podía perder la esperanza.


—¿Sigues pensando que lo único que me interesa es ganar?


—No.


—¿Me crees cuando te digo que nunca he sentido por ninguna otra mujer lo que siento por tí?


—Sí, eso creo.


—Te lo demostraré.


Más tarde, Paula tomó una revista de arquitectura y empezó a hojearla.


—¿Pedro?


—¿Sí?


—Sabes que confío en tí pero, ¿Quién es la mujer con la que compartes el coche en Australia?


Pedro soltó una gran carcajada y los dos rodaron por el suelo hasta pararse debajo del piano de cola.


—Mi madre. Utiliza mi coche cuando yo estoy fuera. Yo solo voy por allí tres veces al año. El resto del tiempo es suyo.


—Estaba segura que se trataba de algo así —dijo Paula.


—Mentirosa —acusó Pedro—. Me encanta cuando te pones celosa.


—No tengo celos de tu madre —replicó Paula.


—Mi madre cree que soy un dios —rió Pedro, y le besó el vientre—. Tendrás que explicarle que se equivoca.


Paula tomó su mano y la llevó hasta su pecho. Pedro, por puro reflejo, empezó a acariciarla.


—Lo haré —dijo Paula entre dientes—. Lo haré. 





Al cabo de seis meses descansaban en la playa a los pies del castillo. Pedro había estado nadando, pero Paula se había tumbado a tomar el sol. Era primavera y el tiempo era inusualmente cálido para esa época.


—Adoro este lugar —dijo.


Pedro estaba muy moreno. Sus ojos verdes resplandecían como el mar.


—Lo recuerdo.


Habían hecho el amor en la playa, de día y de noche. Paula sonrió con complicidad. Pedro se sentó a su lado y posó su mano sobre el vientre de ella, todavía inmóvil.


—Puedo cerrar el acceso a esta cala si quieres —señaló.


—No. Hemos disfrutado de este lugar al máximo. Estoy dispuesta a compartirlo con cualquiera que sea lo suficientemente astuto para descubrir este sitio. Además, tú no crees en la propiedad.


Entrelazaron sus dedos.


—Estoy empezando a dudar —admitió Pedro.


—¿Mi playa? ¿Mis rocas? —bromeó Paula. 


Pedro se inclinó y la besó.


—Mi esposa y mi hijo —corrigió.


Paula suspiró y besó sus dedos unidos a los suyos.


—Mi amor... —concluyó Pedro. 






FIN

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