viernes, 1 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 27

Antes de que Paula pudiera responder, Ivana estaba hablando por el móvil encargando una pizza. Eso trajo a su memoria un comentario de Pedro Alfonso acerca de la seducción. No dejaba de rondarle la cabeza.


—Iré al estreno de la obra —dijo entre dientes.


Había pasado una noche muy agradable en compañía de Ivana. Eso hizo más soportable el nuevo día. Había empezado bien. Cristian de Witt se sorprendió al recibir su llamada a las diez de la mañana, pero se sintió halagado. Por su lado, Pedro Alfonso había respondido a su correo electrónico y la había citado en su despacho a las ocho. Paula llegó pasadas las once y Pedro no se sentía halagado en absoluto.


—Llega tarde —vociferó.


—Y usted no lee sus mensajes.


—Dejemos eso de lado —dijo, y la hizo pasar a una habitación más grande—. He preparado una reunión para que hable primero con mi equipo.


—¿Su equipo?


—Los encargados —indicó, mientras accedían a un amplio despacho.


Tres pares de ojos la miraron con curiosidad por encima de las pantallas del ordenador. La luz de los monitores se reflejaba en sus pupilas.


—Buenos días —saludó, y sonrió.


Tenía una bonita sonrisa. Eso contribuyó a relajar el ambiente de la habitación. Pero Pedro no parecía muy contento con la reacción de sus empleados.


—Haré las presentaciones —dijo con el ceño fruncido—, y luego podrá interrogarlos.


Paula notó que Pedro resultaba todavía más atractivo cuando se enfadaba. Atravesó a buen paso la habitación y la guió a través de pasillos y escaleras, mientras identificaba a unos y a otros a toda prisa.


—Puede utilizar mi despacho —señaló, después de una carrera de seis minutos, casi sin respiración—. Pregunte lo que quiera. Tienen orden de responder a cualquier cosa. La chica de recepción le facilitará cualquier documento que precise. Esteban le dará la clave del ordenador para que pueda revisar las cuentas. He reservado mesa para esta noche. Iremos a cenar. 


Desapareció, dejando a su paso un montón de papeles y el aroma fresco de su colonia flotando en el aire. Paula juntó las hojas mientras aspiraba el perfume inaprehensible.


—¡Demonios! —masculló.


La jornada no tardó en resultar caótica. Puala se acomodó a regañadientes en el despacho. Al apretar un botón, la recepcionista se encargó de facilitarle todo lo necesario, así como de descubrirle amplios cajones secretos. Eso no le gustó.


—Fue idea del señor Alfonso —señaló Tamara.


—¿Acaso le gusta ocultar las cosas? —preguntó, pero no obtuvo respuesta—. Olvídelo, no tiene que responder. Supongo que cada uno tiene sus gustos.


En cuanto a Pedro, parecía que le gustaba crear cierto desconcierto. Una buena muestra era su despacho, que mezclaba el artesonado del siglo dieciocho, un espejo estilo rococó y el mobiliario ultra moderno de hierro. Paula se puso cómoda y empezó a trabajar. Ya había oscurecido cuando se hizo una idea aproximada de cuáles eran los problemas de la sociedad. Llevaría algún tiempo detectarlos con precisión y sugerir la solución adecuada. Pero el problema estaba más claro que el agua. Y no era otro que Pedro Alfonso. Se fijó en un paquete de cartas sin contestar. Algunas estaban fechadas hacía dos semanas, y eso no la sorprendió. 

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