miércoles, 13 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 49

 —Me temo que ambas facetas están entremezcladas —contestó Paula.


—En eso no puedo ayudarte —ironizó su padre.


—Pero, ¿Cómo te llevabas con él? Durante la fiesta me dió la impresión que sus relaciones no eran especialmente armoniosas.


Su padre soltó una sonora carcajada.


—Bueno, reconozco que es no es fácil tratarlo. Es testarudo como una mula. Le gusta ganar. Se interesaba más por la gente que iba a vivir en el edificio que por mí. Así que tuvimos varias disputas.


—¿Y quién ganó?


—Salimos a la par —dijo, y bebió un sorbo de su café.


Paula conocía a su padre y esa respuesta implicaba que Alfonso se había salido con la suya en más de una ocasión. Esa idea la hundió. ¿Cómo podría controlar la situación si ni siquiera su padre había podido dominarlo?


—Mira —dijo su padre—, no soy una mujer y no sé nada de la vida privada de ese hombre. Pero a tí sí te conozco. Y estarás a salvo siempre que mantengas los pies en el suelo y hagas tu trabajo.


Paula no parecía muy convencida. Miguel dejó los cubiertos sobre el plato y tomó su mano entre las suyas en señal de apoyo.


—Eres una profesional. Y eso lo respeta. Ten confianza y no mezcles lo personal con el trabajo.


—Decirlo es muy fácil —subrayó.


—Lo has hecho durante años, en cada una de las fiestas que Diana ha organizado. Y siempre has salido airosa —la animó su padre.


—Sí, supongo que sí —sonrió.


—Sencillamente, evita quedarte a solas con él.


¿Podría hacerlo? ¿Se lo permitiría Pedro Alfonso? Prefirió no exponer sus dudas en voz alta en presencia de su padre.


—Gracias, papá. Has sido de gran ayuda.


—Estoy orgulloso de tí, querida. No permitas que ese canalla te doblegue.



A pesar de los ánimos de su padre, Paula acudió a la sede de Alfonso Y Asociados a la mañana siguiente con su traje más anodino, sin maquillaje y dispuesta a no permitir un encuentro a solas con Pedro bajo ningún pretexto. Pedro salió a su encuentro en el vestíbulo. Si ella hubiera albergado alguna sospecha, hubiera pensado que él la había estado esperando, al acecho. Al verla vestida de aquel modo, Pedro parpadeó y torció el gesto.


—Hola, preciosidad.


—¿Podríamos hablar un minuto en privado, señor Alfonso?


—Me has quitado la palabra de la boca.


Pedro le señaló la puerta de su despacho con gran boato. Paula estaba segura de haber escuchado la risa de Tamara en recepción. Eso no mejoró su humor. Nada más traspasar el umbral de la puerta, se giró en redondo y lo encaró. 

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