miércoles, 20 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 62

Pedro no puso ninguna objeción. La levantó en brazos y la condujo en dirección al pasillo. Abrió la puerta y Paula se estiró para encender la luz. Él estuvo a punto de dejarla caer al ver el espectáculo. El dormitorio era su proyecto privado, el corazón del apartamento, la habitación en la que ella había volcado todo su ser. Incluso parpadeó con asombro al ver la decoración. Cada pared recreaba, desde el techo hasta el suelo, un cuadro de Canaletto. La propia Paula había elegido las pinturas, hecho los bocetos y dibujado las paredes en persona, a lo largo de muchas noches. La impresión óptica hacía que su cama, de estilo veneciano, diera la sensación de estar amarrada a puerto junto a un canal.


—¿Nunca haces las cosas a medias, verdad? —dijo Pedro, incrédulo.


El único mobiliario de la habitación era la cama y una silla de anticuario junto a la ventana. Los armarios empotrados estaban escondidos tras el paisaje de la ciudad, entre comerciantes y bufones.


—Esto es sorprendente —admitió Pedro.


—Lo he hecho yo misma —dijo Paula en voz alta.


Paula se deslizó de entre sus brazos. Pedro no la retuvo y empezó a caminar alrededor del dormitorio. Era la primera que vez que ella compartía su fantasía con alguien. Y ahora estaba Pedro Alfonso en su habitación, un conquistador que la había contratado y que estaba embebido observando el espectáculo. Fue hasta la ventana. Se sentía algo avergonzada.


—Es increíble —asumió Pedro y meneó la cabeza.


—Se suponía que era algo íntimo y personal —dijo Paula, desolada.


Pero Pedro seguía maravillado y no le prestó atención.


—¿Y esta es la mujer que ha ridiculizado la iluminación del jardín durante la gala?


Paula saltó de pronto. Ese era el comentario que había hecho cuando había salido a la terraza con Julián. ¿Acaso la había estado siguiendo? Se hizo un ovillo junto a la ventana. Todavía estaba temblando, pero la lujuria ya casi había desaparecido. Ya no sentía nada. No deseaba que él la volviera a tocar nunca más.


—Esto ha sido un error. Lo siento.


Pedro, finalmente, reaccionó. Se volvió y avanzó hacia ella, pero se paró en seco.


—¿Qué error?


—Tú y yo. Juntos, aquí.


—¿Por qué? —preguntó, sin llegar a tocarla.


—Somos muy diferentes. Demasiado.


Pedro se sentó en el borde la cama y la miró detenidamente.

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