miércoles, 20 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 65

 —Deberías beber champán por las mañanas —apuntó Pedro—. El té hirviendo no es una buena idea.


Por un momento, Paula dejó de atormentarse. Apoyó la cabeza contra su hombro. Podía escuchar el latido de su corazón, acompasado. A sus ojos, era una sensación muy próxima al verdadero amor. Se besaron. Pero entonces saltaron a su mente las imágenes de otras mujeres que habrían vivido esa misma situación. Apartó la cara, juntó los labios con fuerza y se estremeció.


—Te has quemado —dijo Pedro—. Déjame ver.


—No —dijo Paula y se separó de él—. Me has asustado.


Tenía los ojos llorosos. Se secó con el dorso de la mano.


—¿Qué pasa? —preguntó Pedro.


Paula pensó que si él hubiera empleado una palabra cariñosa, si hubiera acompañado la pregunta con su nombre, habría confesado allí mismo todas sus dudas, a tumba abierta. Pero no lo había hecho. Sintió una punzada de dolor en el pecho. 


—Nada —replicó con voz firme—. Tengo que limpiar la alfombra antes de que se seque la mancha.


Regresó de la cocina con un montón de paños y botellas. Se quedó de pie, delante de la mancha, incapaz de decidirse.


—Necesito a mi asistenta. No tengo ni la menor idea de lo que hay que hacer.


Pedro, de improviso, se acercó y le quitó una de las botellas. Parecía enfadado. Tomó un paño seco de entre el montón que Paula había traído. Se arrodilló y frotó la mancha con fuerza hasta que desapareció.


—¡Vaya! —indicó Paula con una sonrisa—. Un experto.


—Una habilidad que he heredado —dijo secamente.


—¿Cómo?


—Mi madre era asistenta. Supongo que lo llevo en la sangre.


—¡Caramba! —exclamó Paula con un tono de voz demasiado agudo.


—¿Acaso importa? —preguntó.


—¿A mí? —replicó, en ese mismo tono tan falso—. No, ¿Por qué iba a importarme?


—Quizá porque yo te importo.


—¿Y eso qué significa? —preguntó Paula sin comprender.


—¿Es que yo no significo nada para tí?


Paula parecía confundida. Ese hombre era el mismo que le había confesado que el compromiso era algo estrictamente provisional, pero ahora parecía que buscara una confirmación por su parte.


—¿Tú quieres que signifique algo? —dijo.


Paula se sentía ridícula. Su voz sonaba falsa. Pedro ensombreció el gesto.


—No juegues conmigo, Paula —advirtió.


—¿Así que tú eres el único que puede jugar? —replicó con malicia.


—¿A qué viene eso?


—No puedo enfrentarme a esto —dijo, a punto de derrumbarse.


La expresión de Pedro era terrorífica. Cada hueso de su cara se marcaba con claridad y su mirada era como la hiel. 

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