lunes, 4 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 33

 —No me refería a...


—Despierta, encanto. Hace falta mucho más que un beso robado mientras bailábamos un tango.


—¿Un tango? —repitió Pedro ultrajado.


Cuando había contestado al teléfono, Paula había parecido soñolienta. Pedro había llegado a imaginarla entre las sábanas, despeinada y medio dormida. La tentación de tomarle el pelo había resultado irresistible. Tenía que haberse imaginado que respondería, tan pronto como se despertase. Siempre lo hacía cuando él se burlaba de ella. Hablaba desde el aeropuerto.


—¿De qué demonios estás hablando?


—La actuación de anoche —replicó Paula—. Estuviste bien, pero muy poco convincente.


Pedro se estaba divirtiendo. Vió en el monitor el aviso de embarque, pero no hizo caso.


—¿Qué te hace pensar que no era sincero?


—De haberlo sido —explicó Paula—, habrías esperado a que yo te devolviera el beso.


—¿Estás insinuando que no lo hiciste? —dijo Pedro.


Paula se quedó sin habla y Pedro percibió el corte de respiración. Casi podía imaginarla, los ojos muy abiertos. Su cuerpo reaccionó ante esa imagen proyectada por su cerebro y se preguntó qué llevaría puesto. Eran casi las seis y media de la mañana y estaba a punto de cruzar el Atlántico. No podía albergar esa clase de pensamientos.


—Hablaremos a mi regreso —dijo abruptamente.


—No sobre el beso —contestó Paula.


Desde luego, hablaba en serio. Pedro podía deducirlo por su tono de voz. Esbozó una sonrisa. Ese beso tenía que haber provocado un verdadero terremoto. Tenía la sensación de haber cumplido con éxito una misión delicada. Pero no se preguntó cómo lo había afectado a él. Sonaba el último aviso para embarcar. Pero no podía dejarla así.


—Estoy de acuerdo —admitió—. Es mejor practicar que hablar de ello.


Pero Paula no estalló. Estaba totalmente despierta y su voz había perdido la ronquera de primera hora de la mañana. Ahora estaba alerta y preparada.


—Pero yo solo beso a tipos raros —recordó con calma.


—Yo solo dije que debías haberte citado con algunos tipos muy extraños —rió Pedro—. De todos modos, eso va a cambiar.


—¿Y me llamas a las seis de la mañana para discutir mis gustos a la hora de salir? 


Pedro se dió la vuelta para no ver el piloto rojo del monitor de embarque, que había empezado a parpadear en señal de urgencia.


—Pensé que a lo mejor estabas preocupada por el pequeño estropicio del pasillo. Solo quiero que sepas que está todo arreglado.


—¿Qué?


—Golpeaste, bueno, golpeamos y tiramos al suelo un jarrón. Pero ya me he hecho cargo de los daños.


Hubo una pausa mientras Paula digería la información. Tenía una buena relación con los porteros, pero ahora tendría que enfrentar sus miradas cada vez que cruzara el vestíbulo.


—Confío en que te haya costado un riñón —dijo entre dientes.


—Ha valido la pena cada penique —señaló Pedro con malicia—. Al menos sé que así no me olvidarás.


—No creo que sea posible.


—Me alegra saberlo —dijo y enseguida añadió—. Voy a darte mi número privado en Nueva York. Nadie lo sabe en el despacho, así que apúntalo.


Paula lo hizo. 

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