lunes, 25 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 74

 —¿Así que San Giorgio es tu primer hogar?


—Ya te he dicho que no creo en la propiedad —rugió Pedro.


—De acuerdo —se disculpó Paula—. ¿Es el lugar al que perteneces?


Pedro estaba atónito y no respondió. Paula reprimió una sonrisa. Más tarde dieron un paseo por las murallas. El cielo estaba plomizo, pero había dejado de llover.


—¡Mira! —señaló Paula—. El arcoiris.


La brisa del mar revolvió su corta melena y le quitó el pelo de la cara. Dejó al descubierto la cicatriz y Paula se llevó la mano a la frente.


—No lo hagas —dijo Pedro—. No quiero que me ocultes nada, sea bueno o malo.


—Mi madre decía que era una marca grotesca —confesó repentinamente Paula—. Fue la razón por la que abandonó a mi padre. No podía soportar mirarme a la cara.


—Eso es una tontería.


—¿Cómo? —dijo Paula, incrédula.


—La gente se separa porque las cosas no funcionan entre ellos —dijo Pedro—. ¿Te dijo ella que se marchaba por culpa de tu cicatriz?


—Nunca volví a verla.


—Entonces, ¿Te lo dijo tu padre? 


—No. Pero yo lo sabía —recordó Paula—. Escuché cómo decía que no soportaba mirarme.


—Seguro que estaba conmocionada —dijo Pedro y la besó en la frente—. ¿Eso ocurrió justo después del accidente?


—Sí —admitió Paula.


—No creo que fuera la razón principal para separarse de tu padre.


Paula pensó que Pedro tenía razón. Pedro la abrazó y ella se sintió protegida. Miró hacia el horizonte a través de la calima y apoyó la cabeza sobre su hombro. Se sentaron a cenar en la cocina. La despensa estaba llena y él pudo preparar un poco de pasta y una ensalada de pepino. La tormenta no tardó en volver. De pronto se escuchó un ruido sordo y se fueron todas las luces.


—Puedo encender un fuego —dijo Pedro sin perder la calma.


Encendió varias velas, puso dos vasos en una bandeja y un plato con un pastel típico de la zona. Subieron las escaleras hasta un pequeño estudio, decorado con mimo. Pedro encendió la chimenea y la habitación no tardó en caldearse. Paula se quitó los zapatos y se sentó sobre la alfombra, junto a la chimenea. Él dejó la bandeja sobre una mesa auxiliar.


—Corta el pastel. Yo abriré la botella de limoncello.


—Huele bien —dijo Paula.


—Sí. Pensé que te gustaría —dijo Pedro—. ¿Huele esto?


Paula procedió y casi rompió a llorar.


—Se bebe para entrar en calor. Mata todos los gérmenes conocidos. Esta noche vamos a regar el pastel con esta maravilla. Prueba.


—Es muy energético —admitió Paula.


Pedro se sentó junto a ella sobre la alfombra.


—¿Ah sí?


Paula lo miró a los ojos. Estaban muy cerca el uno del otro. Pedro retiró el plato y lo dejó sobre la mesa. El calor del fuego hizo que ella languideciera un poco. Pero todo su cuerpo estaba alerta. Se irguió un poco y apartó las piernas para que él tuviera más espacio. 


—Pedro...


Él se deslizó sobre el suelo y acarició su rodilla con un dedo. Paula emitió un leve gemido, entre la sorpresa y el placer. Pedro la miró.


—¿Te ha gustado?


—No lo sé.


—Tendré que seguir investigando.


Empezó a jugar con sus dedos sobre su piel. Desde la planta del pie, fue subiendo lentamente como si siguiera una escala musical en permanente crescendo. Paula reía a intervalos, coqueta. Era difícil no ceder al impulso de tumbarse junto a él.


—¿Aún no estás segura?


Pedro la sujetó por la cintura y la tumbó a su lado. La falda se le subió hasta los muslos. Se la quitó con un rápido movimiento. Paula se estremeció. Estaba atrapada entre el deseo y el rechazo. Lo miró detenidamente. Él llevó su mano hasta la cadera. La sujetó con fuerza. Ella sabía que estaba luchando para mantener su promesa de esa mañana.


—Ya te dije que no haríamos nada que no quisieras hacer. Será mejor que te decidas antes de que sea tarde.


Paula se quedó paralizada por un momento. Después, asombrada ante su propio coraje, decidió obedecer a su corazón. Sin dejar de mirar a Pedro, se libró de la blusa de color crema, que cayó al suelo. Era una declaración clara. Él, incrédulo, no tardó en reaccionar. Terminó de desnudarla y arrojó todas sus prendas a un lado. Se echó sobre ella y le besó todo el cuerpo. Pero, a pesar del deseo desbordado, se comportó con una inusual ternura que hizo que a ella se le saltaran las lágrimas. Cuando él la hizo finalmente suya, Paula emitió un gemido de total y completa satisfacción.


—Esta vez lo diré yo —susurró Pedro—. Te amo. 


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