lunes, 30 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 54

—¿Qué pasa? —Pedro percibió su lejanía repentina.

—Nada. Querido…

Él rodó a su lado de la cama, la cama que había compartido los últimos tres meses, cerrando los ojos de momento antes de levantarse de un salto.

—¿Pedro?… —lo miró con ojos llenos de asombro.

—No puedo soportarlo más, Paula—estaba de pie, de espaldas a ella, enfundándose en la bata que había dejado sobre una silla—. He tratado, Dios sabe que he tratado… —escondió la cara entre las manos.

—¡Pedro! —al instante también ella saltó de la cama, alargó el brazo para tocarlo, pero él se retrajo al contacto.

—¡No me toques! —le gritó, tenía los ojos inyectados de sangre y una expresión amenazadora—. ¡Por Dios santo, no me toques!

Paula parecía no darse cuenta de lo provocativa que resultaba en su desnudez.

Con manos nerviosas trató de atarse la bata que Pedro le lanzó.

Pedro seguía cada uno de sus movimientos con mirada sombría.

—No puedo seguir así, Paula—le dijo con voz baja.

Ella tragó saliva.

—¿Qué quieres decir? —sintió que un escalofrío le recorría por entero y tembló sin querer.

El pulso del hombre latía acelerado.

—He hecho lo mejor que he podido; durante tres meses he sufrido tu frialdad hacia mí, pero ahora ya no puedo más.

—Pero, Pedro…

Él le quitó la mano que lo tocaba.

—Voy a dormir en la otra habitación…

—¡No! —exclamó ella con voz ahogada.

—Sí —replicó él furioso—. Si me quedo aquí te haré el amor, y si lo hago me volveré a dar asco.

Paula estaba pálida.

—¿Asco?…

—Le estoy haciendo el amor a una roca —le dijo—. Jamás me dejas penetrar en tu verdadero yo, en lo más profundo de tí. Todo eso lo guardas para ese bastardo que aún amas.

—¿Antonio?

—Sí, Antonio. ¡Estoy harto de ese odioso nombre! Vete a la cama, Paula — suspiró—. No te volveré a tocar esta noche —y cerró la puerta tras él con una furia a duras penas controlada.

No supo cuánto tiempo se quedó allí; reaccionó sólo cuando el temblor de su cuerpo se tornó incontrolable. Era como el hielo, tanto física como emocionalmente. Pedro ya había dejado la casa cuando ella y Martina bajaron a tomar el desayuno, y tuvo que inventar una excusa para justificar ante la niña la ausencia de su marido. Era fácil decirle que Pedro había tenido que irse temprano a la oficina, pero a Paula no le gustaba mentirle a la niña. Sabía que la verdadera razón era que Pedro quería evitar verla.

Ese día hizo la segunda limpieza total de la casa en aquellos tres meses. Lavó todas las cortinas, pulió con cuidado los muebles y dejó impecable la cocina.

Después, Paula aún tuvo energía para lavar y planchar la ropa. Iba de un lado a otro inquieta, hasta que sonó el teléfono.

—¿Paula?

—¡Pedro! —suspiró aliviada al oír su voz. Pero lo que le dijo desvaneció las esperanzas que tenía de que hubiera llamado para hacer las paces.

—Tengo que ir a Londres unos días —le informó distante—. ¿Podrías prepararme una maleta ahora para no retrasarme?

—Yo… claro que sí. ¿Cuándo te vas? —tenía el auricular fuertemente apretado en la mano.

—Justo después del trabajo. Pasaré por allí a recoger mi maleta y luego…

Paula ya no lo escuchaba. Pedro se iba. No podía ser coincidencia que tuviera que salir después del altercado de la noche anterior, tenía que estar haciéndolo a propósito. ¡Y no había nada que ella pudiera decir o hacer para impedírselo!

—¿Paula? —él pareció percibir su silencio de repente.

—¿Tendrás tiempo para despedirte de Martina? —preguntó con sequedad.

—Por supuesto —parecía exasperado—. Mira, Paula, no puedo evitar este viaje.

—No, estoy segura. ¿Cuánto tiempo estarás fuera, para saber qué ponerte en la maleta? —agregó, temerosa de que pensara que trataba de inmiscuirse en sus asuntos privados. La noche anterior le había dejado muy claro que no la consideraba una verdadera esposa.

—Cuatro o cinco días, tal vez una semana. Te llevaría conmigo, pero Martina está en la escuela y lo más seguro es que yo pase todo el tiempo trabajando.

—Comprendo.

Pedro suspiró.

—Espero que así sea. Necesitamos tiempo, Paula; necesito tiempo.

—Comprendo —repitió ella.

—Bien, yo… Te veré más tarde.

—Sí —repuso ella colgando el auricular.

De repente toda su energía pareció desvanecerse y se hundió en la silla de la mesita del teléfono. ¿Volvería algún día?

Volver A Amar: Capítulo 53

—Si tratas de decirme que lo de Antonio y Lau llevaba ya dos meses antes de que muriera, no te molestes, ya lo sabía —le replicó ella.

—¿Cómo?

—Yo… lo sabía, eso es todo —se encogió de hombros.

Él no pudo evitar un gesto despreciativo.

—¿Qué pasó, dejó de hacerte el amor?

—¡No! —exclamó ella aturdida.

—¡Cómo lo sabías? ¿Él te lo dijo?

—No… fue Martina —le dijo bajando la vista—. Y ahora, ¿nos vamos?

—¡Sí! —Pedro se puso de pie, violento. Camino a buscar el auto se volvió a ella—. Explica eso de Martina.

Ella fijó la mirada en los faros de los coches que venían en su dirección.

—¿Qué quieres saber? —suspiró al fin—. Sucedió antes de conocerte.

—Si tiene algo que ver con Martina, me interesa —repuso él—. Ahora la niña es mi hija y quiero enterarme de cualquier cosa que pudo haberla inquietado.

—¿Inquietado? Pero si…

—Bueno, lo que sea —dijo impaciente—. ¿Cómo supo lo de Lau?

A Paula no le quedó más remedio que explicarle, a trompicones, que Antonio había llevado a la niña de compras con su amante. Sabía que Pedro no se detendría hasta conocer la verdad.

—¡Ese bastardo! —exclamó al finalizar ella.

—Estoy segura de que Martina no se dió cuenta…

—No me refiero a eso —la espetó—. Como dices, estoy seguro de que Martina no se enteró. Pero, ¿qué clase de hombre lleva de compras a su amante para comprar un regalo a su esposa?

—Antonio —repuso con amargura.

—Ahora comprendo por qué me preguntaste si yo había comprado los regalos de Navidad —movió la cabeza incrédulo—. De paso, yo mismo escogí esos pendientes y el collar —agregó con suavidad.

Paula se había sorprendido cuando, el día de su boda, Pedro  le había entregado una caja conteniendo unos pendientes de diamantes y un collar de oro y diamantes. Los llevaba esa noche, y era la primera vez que se los ponía desde su luna de miel.

—Jamás lo dudé —le dijo ella con toda claridad.

—Gracias —le tomó la mano que yacía sobre su regazo y permaneció allí dándole su calor a través de la seda del vestido—. ¿Por qué no lo dejaste, Paula? Estoy seguro de que hubo otras antes de Lau.

—Docenas —confirmó ella con una risa amarga.

—Entonces, ¿por qué?… Porque lo amabas —añadió con pesadez.

Ella no respondió. La verdadera razón por la que no había abandonado a Antonio era por miedo a que publicara lo que ahora María Laura Benítez ya sabía.

Paula se preparó para dormir, mientras Pedro llevaba a Patricia a casa. Se metió en la bañera y el agua la ayudó a relajarse. Sabía, en el fondo, que la velada no resultó ningún éxito; había hablado demasiado sobre Antonio para eso. Además era el tema de conversación que más irritaba a Pedro. Quizá si tuviera un hijo… Pero, un hijo no siempre unía a una pareja; ella y Antonio lo habían comprobado cuando nació Martina. Además Pedro no podía amar más a Martina  si fuera su propia hija. Aun así siguió pensando en lo agradable que sería darle un hijo.

Estaba en la cama, leyendo, cuando Pedro volvió; dejó la revista sobre la cama en cuanto lo sintió entrar en la habitación.

—¿Martina está bien? —le preguntó mientras se quitaba la chaqueta y la corbata. Luego se sentó en la cama, para quitarse los zapatos y los calcetines.

—Bien —asintió ella, mirándolo sin apenarse mientras se desvestía; al menos hasta ese punto había conseguido dominar su timidez. Tenía un cuerpo extraordinario, hombros anchos, vientre liso, muslos fuertes, al igual que las piernas, y no parecía sobrar ni una pulgada de grasa por ningún lado.

—¿Te has duchado? —se detuvo desnudo frente a ella, con toda tranquilidad.

—Me bañé —ella sabía la razón por la que le había preguntado. Alguna vez se habían duchado juntos y, un par de veces, Pedro le había hecho el amor bajo el agua.

Él asintió.

—No tardaré.

También eso lo sabía. Esa noche agradeció sus caricias y su amor. Necesitaba esa seguridad, esa proximidad a él; toda la velada había sentido cómo poco a poco se alejaba de ella. Y si perdía esa pasión que sentía por su cuerpo, ¿qué les quedaría?

Ella se volvió a mirarlo ansiosa, minutos después, y sintió la instantánea respuesta masculina a su desnudez. Fue en ese momento que abrió la boca para ofrecérsela.

—¡Paula! —gimió él respondiendo a su caricia.

—Ámame —lo invitó ella—. ¡Por favor, ámame!

No le hacía falta más. La besó una y otra vez, despacio y embriagador, con caricias expertas y suaves, los labios sensuales recorriendo los endurecidos pezones y bajando despacio hacia los muslos, besando la delicada piel con una emoción que podía compararse con la adoración.

Paula  sintió surgir su propia pasión, gimiendo de frustración al saber, de nuevo, que no llegaría a nada. No era culpa de Pedro, era un gran amante, era su propia frigidez la que era culpable.

Volver A Amar: Capítulo 52

—Es una chica diferente —comentó Patricia observándola subir.

—Sí —Paula no podía controlar la emoción que la embargaba. Ella también había notado la diferencia en su hija, la espontaneidad, la felicidad que irradiaba.

—Ojalá pudiera decir lo mismo de tí —Patricia la miró con fijeza—. No te ves bien, Paula.

—Me siento bien —repuso su amiga.

—¿De verdad?

—¡Sí! —exclamó exaltada—. Oh, lo siento, Patricia, no quise gritarte.

—Está bien, cariño —su amiga le apretó la mano, comprensiva—. Pero tanto tú como Pedro se ven un poco… raros.

—Sí, pero…

—¿Lista, querida? —Pedro apareció en la sala, fijando la mirada en su esposa—. Parece que sí. Te ves preciosa.

Paula se ruborizó con el cumplido, y notó la expresión complacida en el semblante de su amiga. Era obvio, que Patricia había hecho la misma comparación que ella, recordando la falta de interés que siempre había mostrado Antonio por su aspecto, y comparando favorablemente el genuino placer que Pedro mostraba al admirar a su esposa. No necesitaba la comparación para comprender que su esposo era mucho mejor persona de lo que jamás hubiera podido ser Antonio.

Esa noche se había esmerado en su arreglo. Se había comprado un vestido nuevo, de suaves tonos rojizos, segura de que ese color resaltaba el de sus ojos y el rubor de sus mejillas.

—Tú también, quiero decir, que estás muy guapo —la joven se sonrojó avergonzada. Sabía bien que cualquier mujer se sentiría orgullosa de la compañía de Pedro. Era tan atractivo que aceleraba el pulso de cualquiera; poseía algo más que un estupendo físico, había en él un magnetismo sensual terriblemente atractivo.

Pedro escribió un número telefónico en la libreta que siempre estaba al lado del teléfono.

—Es el número del restaurante, por si nos necesitas —le explicó a Patricia—. ¡Me llevaré a Paula ahora, antes de que me siga alabando y me obligue a decidir quedarme en casa! —rió.

Patricia rió también, y los despidió desde la puerta.

Paula seguía ruborizada por el comentario que Pedro le había hecho a su amiga.

—¿Tenías que haber dicho eso? —preguntó inquieta.

—¿El qué? —Pedro la miró ausente.

—Lo que dijiste, para hacer a Patricia imaginarse que… que…

—Que te deseo —la cortó él con amargura—. Pues así es.

—Lo sé —el rubor parecía no querer disminuir—. Sólo que ojalá no hubieras… que no hubieras dado la impresión…

—No te preocupes, Paula—le dijo con aspereza—. Todos los matrimonios recientes lo hacen… y los viejos también, si es que tienen la oportunidad.

—No quise decir eso. Quise… Oh, ¿qué quise decir?

—No tengo idea —dijo él con tono cansado—. Olvidémoslo, Paula. Lo dije como una broma y estoy seguro de que Patricia lo tomó como tal.

Ella esperaba que así fuera y se sintió estúpida por hacer tanto alboroto. Pensó que había arruinado la velada.

Pedro no dió la impresión de que lo hubiera hecho. La rodeó por la cintura para acompañarla a la mesa que había reservado en el mejor restaurante de la zona, y se comportó de lo más amable y solícito durante la cena.

Aun así, Paula percibía que su actitud hacia ella había cambiado desde que se casaron, que ya no la miraba con cariño, sino más bien en guardia; que ya no exigía respuesta a sus caricias cuando le hacía el amor, sino que había terminado por aceptar su frialdad. Y temía la llegada del fin de su matrimonio.

—¿No habías venido aquí antes, con Antonio? —le preguntó Pedro de repente, sorbiendo un poco de vino tinto.

—No —Paula movió la cabeza.

—¿A dónde ibas con Antonio? —Pedro tenía la vista fija en la copa de cristal.

—El… casi a ninguna parte —dijo ella—. Teníamos a Martina y…

—Esa no es excusa, Paula—intervino él—. Estoy seguro de que Patricia  te habría ayudado. Además, Antonio siempre me pareció el tipo de hombre que prefería salir a quedarse en casa.

—Lo era —Paula no se atrevía a mirarlo—. No creí que conocieras a Antonio tan bien. Al fin y al cabo era sólo uno de tus empleados.

Él torció la boca.

—Antonio era el tipo de hombre que siempre sobresalía. Además…

—¿Además? —Paula le urgió a que continuara.

Pedro se encogió de hombros.

—Era tu marido.

Ella movió la cabeza.

—Eso no era lo que ibas a decir.

—¿Qué es lo que quieres oír, Paula? —la interpeló—. ¿Qué siempre estaba en la oficina de Lau? ¿Qué dos meses antes de morir llegó a tal punto que yo no podía entrar en mi oficina sin toparme con él? ¿Es eso lo que querías oír, Paula? —un brillo salvaje iluminaba su mirada.

Volver A Amar: Capítulo 51

—Claro, cariño —asintió Paula un tanto ausente.

—¿La niña habló de mí? —preguntó Pedro.

—Oh, sí, señor Alfonso—la maestra sonrió—. Los niños tenían que escribir una oración sobre sus padres y luego leerla en voz baja. ¿Le gustaría ver lo que Martina escribió?

—Bueno…

—¡Papá, papá! —Martina llegó corriendo a buscar la mano de Pedro—. Ven a conocer a Tomás.

Él sonrió y alzó una ceja.

—¡Y ya quiere que conozca a sus novios! —comentó divertido a las dos mujeres, antes de ser arrastrado por la niña. La emoción en su voz no se escapó a ninguna.

La expresión de la señora Hernández se suavizó mientras los observaba alejarse, luego se volvió a Paula notando que la joven trataba de controlar las lágrimas.

—¿Es la primera vez que Martina llama papá al señor Alfonso—preguntó con gentileza.

—Sí —balbuceó Paula.

—Lo ama.

—Sí.

—Lo noté por lo que escribió sobre él. Se lo mostraré —la maestra se dirigió a su escritorio y sacó una libreta.

Eran sólo dos líneas, pues Martina aún escribía con dificultad, pero fueron suficientes para decir a Paula lo profundo de los sentimientos de su hija. "Quiero mucho a mi mamá, y quiero a mi papá nuevo más que al viejo".

Cerró la libreta muy despacio y miró en dirección de Pedro, que estaba en cuclillas charlando con Martina y Tomás. Sí, ella también quería más al "papá nuevo", que al "viejo".

Pedro se tomó un par de semanas durante las vacaciones de verano de Martina y los tres se fueron a la costa. Para Paula fue un período para conocer mejor a su esposo, y él también parecía más relajado. Por lo menos la relación se había convertido en una agradable camaradería para ambos cuando volvieron a casa.

Pero nada más había cambiado. Pedro seguía buscándola por las noches, amándola en silencio, tenso, como si la tomara en contra de su propia voluntad.

Paula le daba todo el calor de que era capaz, pero sabía que no era suficiente para Pedro. Y ya tampoco era bastante para ella. Buscaba con desesperación llegar al éxtasis en el amor, y le dolía saber que nunca lo alcanzaría. Pedro parecía percibir esa tensión.

—¿Qué pasa? —le preguntó una noche después de la cena y de haber acostado a Martina—. Pareces un poco inquieta.

—Es el fin del verano —comentó ella.

—Si apenas estamos en septiembre —insistió él.

—Nunca me ha gustado el invierno —Paula trataba de llevar la conversación por otros derroteros, pues en el fondo sabía que la causa de su inquietud era la difícil relación que mantenía con su marido.

—¿Te gustaría salir una de estas noches?

—¿Salir? —ella frunció el ceño—. Pero, Martina…

—Por una noche no le pasará nada, seguro. Además, apuesto a que Patricia se quedaría con ella encantada. Ahora la niña parece mucho más estable, ¿no crees? — agregó con suavidad.

Paula  trataba de ocultar su confusión.

—No te entiendo.

—Yo también leí lo que Martina escribió, Paula—le dijo con gentileza.

Se quedó pensativa un momento.

—No tenía idea de que sintiera eso acerca de Antonio.

Ella tampoco. Quedó muy afectada por lo que escribió Martina y había tratado de evitar que Pedro lo viera. Como siempre, él se mostró decidido y leyó las dos frases de la niña sin pronunciar palabra. De hecho, no había hablado del asunto hasta esa noche.

—Quizá siga enfadada con él porque la dejó… los niños no pueden entender ciertas cosas.

—¿Crees que eso es todo? —Pedro frunció el ceño.

—Estoy segura.

Él asintió.

—¿Te gustaría salir una noche, digamos, mañana?

—Yo no…

—A mí me gustaría, Paula.

Por supuesto que le gustaría, y ella estaba siendo egoísta. Hasta que la conoció, cuando pasaba casi todo su tiempo en Londres, era seguro que él había llevado una vida social muy activa. Era curioso, apenas si salieron una noche juntos durante su luna de miel, tal vez debido a lo extraño de su relación. Pero eso no tenía por qué impedirles salir; y Pedro tenía razón, Patricia podría quedarse a cuidar de Martina. De hecho ya se había ofrecido varias veces y Paula se había rehusado.

—Me gustaría mucho —sonrió al fin.

—Muy bien —la miró complacido, menos tenso—. Haré los preparativos.

Martina no comentó nada cuando le dijeron que se quedaría con Patricia esa noche y se fue a la cama felíz, a la hora de siempre.

Volver A Amar: Capítulo 50

—Le prometiste a Martina que llegaríamos a tiempo —lo urgió.

La expresión de Pedro se suavizó con la mención de Martina.

—No tardo, iré por mi cartera —dijo volviendo a su despacho.

—Así que has atrapado a otro con el pretexto de tu hija —comentó Lau sarcástica—. Bueno, eso no es problema —dijo—. Cuando Pedro se divorcie de tí puede reclamar la custodia de la niña.

—¡Es mi hija!

—Sí… Pero tú tampoco has podido ser una buena madre, ¿verdad? —la atacó Lau con crueldad—. Oh, sí, Antonio también me contó eso —se burló al notar el dolor en Paula—. Estoy segura de que Pedro no tiene idea de eso.

—Tú no… oh, no serías…

—Eres un desastre, ¿no es cierto? —le espetó Lau con desprecio—. No, no se lo diré… aún no. Pero lo haré algún día, quizá cuando estemos juntos en la cama. Pedro puede ser muy… receptivo cuando está en la cama —añadió con mofa.

Paula no salía de su asombro.

—María Laura…

—¿Lista? —Pedro apareció, notando de inmediato la tensión entre las dos mujeres—. ¿Pasa algo malo? —preguntó.

Lau fue la primera en recuperarse, y le sonrió.

—Nada, estaba felicitando a la señora Alfonso. Eres un jefe estupendo, así que estoy segura que serás un magnífico esposo.

Él rió divertido.

—Espero que así sea.

—Oh, la señora Alfonso me asegura que es verdad —murmuró ella sarcástica.

Pedro miró a Paula, pero no hizo comentarios.

—Será mejor que nos vayamos, querida —dijo con cierta brusquedad.

Paula lo siguió en silencio, demasiado aturdida para hacer otra cosa que sentarse a su lado en el auto. Antonio le había contado a Lau muchas cosas, además de su vida sexual, o su falta de ella; le había contado a esa mujer cosas que podrían destruir de nuevo su vida. Y María Laura Benítez parecía ser lo bastante vengativa para utilizar toda esa información… cuando mejor le pareciera.

—¿Todo bien? —preguntó Pedro con suavidad.

—Yo… sí —asintió Paula.

—No estuvo tan mal, ¿verdad? —comentó él con ligereza.

Ella lo miró con fijeza.

—¿Qué no estuvo tan mal?

—El encuentro con Lau.

¿Es que estaba tan ciego? María Laura Benítez había destilado odio y Pedro no podía haber dejado de advertir la palidez en el rostro de su esposa. Pero, por lo visto, así era. Bueno, quizá estaba fingiendo. Ya era bastante que la vida en su hogar le resultara difícil para querer complicársela también en la oficina.

Martina los estaba esperando en la puerta de su clase y su carita se iluminó al verlos llegar. Paula le sonrió a la señora Hernández, la maestra de su hija, que se acercó a saludarlos.

—¡Señora García ! —saludó afable.

—Ya no es la señora García—le informó la chiquilla orgullosa—. Este es mi nuevo papá —empujó a Pedro—. Y se llama Alfonso, así que mamá se llama así también.

—Ya veo —la señora Hernández sonrió indulgente—. Así que éste es el nuevo papá de quien tanto nos has hablado.

—Sí —afirmó Martina destilando orgullo por todos sus poros—. Iré a traer mi mejor dibujo, ¿quieres, mamita?

domingo, 29 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 49

Paula no esperaba una pregunta tan confidencial.

—Yo… Me gusta —replicó aturdida.

Lau asintió, mirándola con dureza.

—Comprendo, a cualquier mujer le gustaría serlo. Es un poco diferente de ser la mujer de Antonio, ¿verdad? —preguntó con un gesto horrible en la boca.

—Eh… sí —Paula tragó saliva.

Los ojos de Lau se volvieron como de piedra.

—No lloraste mucho tiempo a Antonio.

—Yo…

—Pero, en realidad, nunca lo amaste, ¿verdad? —preguntó Lau con voz ronca.

Paula  movió la cabeza.

—Eso no es verdad…

—¡No mientas! —estalló Lau—. No lo amabas, pero yo sí —sus ojos brillaron con odio al mirar a Paula—. Yo lo amaba y hubiera sido mucho mejor esposa que tú. Y ahora está muerto.

—María Laura…

—¡No me toques! —le escupió las palabras, sacudiéndose la mano de Paula.

Paula bajó los ojos, sin saber qué hacer ni qué decirle a aquella mujer. Lau había amado intensamente a Antonio y nada podía decir a eso.

Lau se puso de pie, lívida.

—Sé que era débil —dijo—, que tenía sus defectos… ¡pero yo lo amaba! —miró a Paula con expresión venenosa—. Tú no lo querías, lo único que querías era un padre para tu hija. Ni siquiera dormías con el, llevabas años sin hacerlo.

Paula palideció. ¿Cómo había sido Antonio capaz de comentar detalles tan personales de su vida con aquella mujer? Bueno, Antonio debió disfrutar en extremo al contar los detalles de su vida sexual.

Lau la miró con creciente desprecio.

—Y Pedro no parece estar logrando contigo más que Antonio —la insultó.

Paula palideció aún más. ¿Era posible que Pedro hubiera?… No, no podía creer eso de él.

Lau miró satisfecha el rostro pálido de Paula.

—No tienes la más mínima oportunidad de retener a Pedro, si no lo complaces en la cama —se burló—. Es un hombre muy físico, uno de esos que se preocupa porque una disfrute también. Y tú no disfrutas, ¿no es así, Paula? —se mofó.

—Por favor…

—¡Por favor! —repitió la otra, histérica—. ¿Puedes devolverme a Antonio? No, ¡claro que no! —estaba corno loca—. ¿Por qué te iba a dejar yo a Pedro? —la increpó.

Paula tragó saliva y la miró aterrada.

—¿Qué quieres decir? —balbuceó.

Lau la miraba con odio.

—Pedro volverá a ser mío, así de rápido —chasqueó dos dedos con sarcasmo.

Paula permaneció inmóvil, no entendía por qué no se levantaba y se marchaba, por qué seguía allí oyendo todos esos insultos.

—Y bien, ¿no tienes nada qué decir? —insistió Lau.

Paula se irguió, firme y decidida.

—No te creo —dijo con claridad.

Lau torció la boca en un gesto burlón.

—¿No? ¡Qué pena! Con una sola palabra, yo…

—Entonces, ¿por qué no la dices? —la retó Paula con más confianza de la que en realidad sentía.

—Porque aún no estoy lista —repuso Lau con calma—. Pero cuando lo esté, lo sabrás.

—¿Me lo dirás tú? —preguntó Paula con desprecio.

Lau sonrió.

—No hará falta. Llegará la noche en que sabrás que es mío, ¡cuando sabrás que tu cuerpo frígido y absurdo ya no lo atrae!
Paula no tenía idea de lo que pudo seguir diciéndole aquella mujer pues en ese momento se abrió la puerta de la oficina y salió Pedro acompañado de otro hombre. Pedro fijó la mirada un momento en las dos mujeres, antes de volver su atención a su acompañante.

—Diré a mi abogado que revise el contrato y volveremos sobre ello la próxima semana —estrechó la mano del hombre.

—Adiós, Pedro —se despidió el otro lanzando una breve mirada hacia las dos mujeres antes de salir.

—¡Querida! —Pedro fue hasta Paula y la besó en la boca con suavidad, frunciendo el ceño ante su falta de respuesta. Se volvió a Lau, una Lisa ya recuperada del todo—. Debiste decirme que mi esposa estaba aquí —le dijo.

Paula apenas podía controlar sus nervios ante la insolente mirada de aquella mujer.

—Yo… acabo de llegar —la excusó.

—Aun así…

—Debemos irnos, Pedro —le recordó su mujer, ignorando la expresión triunfal de Lau.

No necesitaba una explicación a aquella mirada. Si estuviera segura de Pedro, si se amaran de verdad, no habría dudado en denunciar el comportamiento insultante de la mujer segundos antes. Al permanecer en silencio sólo confirmaba las sospechas de Lau. Sabía todo eso y, sin embargo, no se atrevía a comprobar la lealtad de Pedro. Con lo deterioradas que estaban sus relaciones, ¡no tenía idea qué lado lo tomaría!


Volver A Amar: Capítulo 48

—A las tres y cuarto estará bien —cerró el periódico y lo dejó sobre la mesa.

—Sí —ella se puso de pie—. Seré puntual.

Pedro consultó su reloj.
—Será mejor que me vaya —comentó, disponiéndose a ir al estudio a recoger su cartera de papeles.

—Pedro…

Él se volvió, arrugando un poco el entrecejo.

—¿Dime?

—Yo… Nada. Que tengas buen día —dijo ella. No comprendía qué la había empujado a tratar de persuadirlo de no ir a trabajar y pasar con ella todo el día.

Él pareció dudar un poco, notando la incertidumbre de ella.

—¿Qué vas a hacer hoy?

—Tal vez llame a Patricia para que vayamos de compras.

—Buena idea —asintió él—. Te veré más tarde.

Después de quedar citada con Patricia para almorzar, Paula se dispuso a arreglar la casa. Pedro le había sugerido que tomara a una persona para eso, pero ella disfrutaba cuidando de la casa, y de Pedro y de Martina, y no quería la presencia de otra mujer. Además, así al menos podía ser en parte una verdadera esposa para Pedro. Como ama de casa sabía que era excelente, sólo fallaba como amante. ¿Sólo como amante? Dios, ¡qué ingenua era! Un hombre sensual como Pedro necesitaba de una mujer vibrante y cálida en su cama.

Patricia notó una extrema palidez en su amiga.

—¿No estás embarazada, verdad? —preguntó burlona.

—¡Cielos… no! —exclamó Paula—. Por lo menos, no lo creo —añadió dudando.

Patricia rió alegre.

—¡Famosas últimas palabras!

—Tienes razón —admitió la joven. No había duda de que tarde o temprano se embarazaría. Pedro había descartado el uso de anticonceptivos, diciéndole que quería una familia, que no quería que Martina siguiera siendo hija única durante mucho tiempo—. Pero creo que es demasiado pronto —añadió frunciendo el ceño.

—Augusto nació a los nueve meses de que nos casamos Gerardo y yo —sonrió Patricia.

—Sí, pero tú y Gerardo… No, es demasiado pronto —repitió Paula nerviosa. Iba a decir que Patricia y Gerardo se amaban… pero, ¿qué tenía eso que ver con tener un hijo?

¡En verdad que era su día estúpido!

—Mantenme informada —le pidió su amiga.

Paula agradeció la compañía de Patricia que la ayudó a olvidar un poco su inevitable encuentro con María Laura Benítez. La verdad era que había intentado mantenerse ocupada todo el día, para evitar pensar en ese encuentro. No había vuelto a ver a la mujer desde la fatídica noche en que le había dicho que Antonio pensaba divorciarse para casarse con ella y convertirla en madre de Martina, desde aquella noche en que su marido había muerto y Lau había quedado muy mal herida.

Paula se arregló con cuidado; vestía un traje beige que contrastaba favorablemente con una blusa marrón oscuro. Los tacones altos le proporcionaban mayor estatura y su maquillaje era elegante y discreto. Sin embargo, entró tensa en el recibidor de Pedro, en la oficina de Lau…

La mujer levantó la vista para ver a Paula acercarse y en sus ojos se dibujó el desprecio.

Paula hizo gala de un control extraordinario para no flaquear ante la mirada insolente de Lau. Aquella mujer la seguía odiando, era evidente.

—¿Está listo Pedro? —preguntó Paula decidida.

Durante un momento Lau no contestó, y el silencio reinó amenazador entre ellas.

—En este momento está en una junta —dijo al fin con voz fría—. Pero terminará a las tres y cuarto. Ha cancelado todos sus otros compromisos para acompañarte a la escuela.

—Ya veo —Paula se mordió un labio. Lo último que se le había ocurrido era que tendría que esperar a Pedro. Creía que sólo iba a estar allí un momento para salir confiada del brazo de Pedro.

—¿Quieres esperar? —la invitó Lau de repente.

—¿Qué? —Paula no comprendía.

La mujer torció la boca en un gesto despectivo.

—Sí, puedes sentarte allí —le indicó.

Paula se dió cuenta de qué había varios sillones a la izquierda de la oficina y se sonrojó ante su propia estupidez.

—Gracias —contestó nerviosa y se fue a sentar.

El teléfono sonó, distrayendo la atención de Lau y dándole la oportunidad de estudiarla sin ser observada. Lau no parecía haber cambiado mucho, seguía igual de bella y no le quedaba señal alguna del terrible accidente que por poco la deja inválida de por vida.

—¿Ya has visto suficiente? —la dura voz de Lisa rasgó el silencio.

Paula se sonrojó de nuevo. No notó que la conversación telefónica había terminado y que Lau se había percatado de su cuidadoso escrutinio.

Entonces Lau se puso de pie y se acercó a ella. Era muy alta y se veía elegante en un vestido a rayas negras y blancas que enfatizaba su belleza.

Se sentó frente a Paula, confiada y firme.

—¿Qué se siente el ser la esposa de Pedro Alfonso? —preguntó.

Volver A Amar: Capítulo 47

—No…

—¡Sí! —insistió él, dirigiéndose a la puerta.

—¿A dónde vas? —lo miró asustada.

—¡Fuera!

—Yo… ¿A dónde? —tragó saliva con dificultad.

Pedro torció la boca.

—Quizá vaya a ver a Lau. Hasta donde puedo recordar, siempre se alegraba con mi… compañía.

Aquellas palabras querían lastimarla, y lo lograron.

Paula lanzó un gemido y estalló en sollozos. ¿Por qué era tan cruel, por qué? ¿De verdad iría a ver a María Laura Benítez?

Fue eso lo que la hizo reaccionar. Y si iba a ver a aquella mujer, ¿a ella qué le importaba? No le había importado que Antonio tuviera otras mujeres, ¿por qué iba  molestarla que Pedro hiciera lo mismo? No lo permitiría, eso nunca. Lo que pasaba era que durante las últimas semanas había llegado a respetarlo y a confiar en él. ¡Al diablo con esa confianza!

Fue a limpiar la cocina, luego subió a ver si Martina estaba dormida. La niña estaba abrazada a su osito, aunque no aferrada al animalito como lo había hecho las semanas siguientes a la muerte de Antonio. Martina también había aprendido a confiar en Pedro y a amarlo. Paula confiaba en que su rabia hacia ella no fuera a dañar a la susceptible chiquilla.

Subió a acostarse un poco antes de las diez, pero Pedro no había regresado.

Ella se había acostumbrado tanto a su presencia en la cama, a su silencioso intento de ofrecerle cariño, a despertarse por la mañana abrazada a él, que no pudo conciliar el sueño.

Cuando por fin oyó el auto llegar, un poco después de las doce, seguía despierta. Sin embargo, pretendió estar dormida al oírlo subir la escalera.

Se forzó a permanecer inmóvil, mientras Pedro se preparaba para meterse en la cama, y sintió perder el aliento cuando al fin su marido se acostó.

—Ven aquí —la invitó con voz ronca, mostrándole que había notado que estaba despierta.

Ella se quedó inmóvil. Su marido olía un poco a alcohol y recordó la crueldad de Antonio cuando bebía de más.

—¡Por favor, Paula!

Fue el ruego en su voz lo que la decidió. Se volvió hacia él con un sollozo.

—No quise comportarme como una estúpida… por lo de… María Laura —exclamó.

—No fui a buscarla, Paula —le acarició la mejilla con ternura—. Fui a la oficina y me emborraché tranquilamente. No fui a buscarla, querida —repitió—. Jamás te haría eso.

—He sido una estúpida —sollozó ella—. Por supuesto que mañana iré a buscarte a la oficina…

—No —la interrumpió tajante—. No debí pedirte eso.

—De verdad, Pedro, no quise sacarte de tus casillas —se aferró a él—. ¡No quise hacerlo!

—Por supuesto que no —la tranquilizó mientras le acariciaba el cabello—. Olvida que haya mencionado a Lau. ¡Déjame amarte, Paula! —su cuerpo ya ardía en pasión—. Déjame mostrarte que eres la única mujer que quiero, la única que necesito.

Su respuesta esa noche fue mucho más de lo que había sido nunca antes, tratando de complacerlo, sabiendo que disfrutaba sus movimientos bajo su cuerpo, la forma en que lo llevaba al éxtasis. Poco después reclinó la cabeza sobre su pecho.

—Duérmete ya —le dijo con un extraño timbre en la voz.

Le había fallado de nuevo, lo sabía. Quería más de ella. ¡Dios santo, temía decirle que no tenía más que darle!

La charla de Martina los acompañó en el desayuno a la mañana siguiente. La pequeña parecía ignorar la mirada preocupada de su madre en dirección a Pedro.

—Te veré luego, mamita —Martina recogió sus cosas y se despidió.

—A Pedro también —le dijo Paula.

—¿De verdad vendrás a la escuela? —Martina corrió hacia él, ansiosa.

Él la abrazó, dejando a un lado el periódico.

—¡Claro que sí! —le sonrió.

—¡Oh, fenomenal! —exclamó felíz—. ¿Estarán allí a las tres y media?

—Por supuesto —prometió Pedro indulgente.

Paula empezó a limpiar la mesa, después de haber acompañado a la niña hasta el autobús. Luego se sirvió una taza de café y se sentó frente al Pedro. Él siguió con su lectura, ignorándola.

—¿A qué hora debo estar en tu oficina? —le preguntó.

Él la miró a los ojos.

—Vendré a buscarte aquí a las tres.

—Será mejor que vaya a la oficina —dijo ella con firmeza.

—Paula…

—¿A qué hora, Pedro? —ella sostuvo la mirada de su esposo.

—No tienes que hacerlo, Paula.

—Pero lo haré. ¿A qué hora? —insistió.

Volver A Amar: Capítulo 46

—No seas bobo —rió Martina.

—Entonces, ¿quién es ese jovencito que siempre te guarda lugar en el autobús de la escuela?

—Oh, es Tomás. Es un bobo —dijo arrugando la naríz.

Todo para la niña era "bobo" en ese momento, y Paula sonrió a su marido.

Respecto a su hija no podían estar más de acuerdo, ambos la adoraban.

—Pobre Tomás —murmuró Pedro.

—¿Vendrás a la escuela mañana? —insistió Martina.

—Ya veremos —la empujó con suavidad—. Y ahora, prepárate para el baño. Pedro se había encargado de ese ritual desde que volvieron de la luna de miel. Bañaba a Martina mientras Paula preparaba la cena. Cuando Paula protestó, arguyendo que estaba cansado y que no tenía por qué hacerlo, él lo negó diciendo que eso le daba tiempo para estar con su hija.

Pedro esperó a que Martina saliera del salón, para hablar con Paula.

—¿Por qué no me hablaste de esa reunión? —preguntó molesto.

Ella se encogió de hombros.

—No creí que te interesara.

—¿Por qué no?

—Bueno, sólo es para conocer a los maestros de Martina y ver su trabajo. No creí que tú…

—Que yo me interesaría por eso —la interrumpió él.

—Bueno. Yo… No —Paula suspiró—. No creí que te interesara. Durará como una hora y sólo estarán…

—Otros padres allí. Porque ahora yo soy el padre de Martina—le recordó con sequedad—. ¡Puede que no cuente como tu esposo, pero soy el padre de Martina!

—Pedro…

—Perdona —abrió la puerta con violencia—. Tengo que bañar a Martina—dijo cerrando la puerta tras él.

Paula apenas pudo contener las lágrimas. Hacía semanas que se había enterado de la reunión en la escuela, y en verdad no se le había ocurrido que Pedro quisiera asistir. Por un lado, era a las tres y media, y Pedro rara vez llegaba a casa antes de las seis. Y, por otro, Antonio siempre había prestado muy poca atención a las cuestiones escolares de Martina, y por la fuerza de la costumbre prefirió no mencionárselo a su nuevo marido.

Estaba preparando la cena en la cocina cuando apareció Martina. La carita relucía, impecable.

—Buenas noches, mamita —se estiró para besar a su madre.

—Buenas noches, mi amor —Paula la abrazó, consciente de que Pedro las miraba.

—Le contaré un cuento y luego bajaré —le dijo con suavidad—. ¿Puede esperar
la cena?

—Sí —asintió ella, sin atreverse a mirarlo a los ojos.

Martina  salió de la mano de Pedro y Paula tuvo que contener de nuevo las lágrimas. Los últimos días había estado muy llorosa, lloraba por las cosas más tontas.

Le había molestado haber discutido con Pedro.

Él cenó en silencio, con uno que otro gesto de apreciación a la cena. Al terminar, se puso de pie y se llevó el café a la sala.

Se acomodó en un sillón. Un disco tocaba música de fondo.

—¿A qué hora es la reunión mañana? —preguntó de repente.

—A las tres y media. Esa fue… otra de las razones por las que pensé que no podrías asistir —le dijo ella. Estaba sentada en el borde del sofá, sintiéndose apenada y triste. La relación entre ambos había sido tensa desde que se casaron, pero nunca antes habían discutido.

—Siempre tengo tiempo para Martina —replicó él.

—Oh, lo siento. No pensé que…

Él miró la cabeza baja de su esposa y su expresión pareció dulcificarse un poco. Se sentó a su lado y la rodeó con un brazo.

—Si me vas a buscar a la oficina, podríamos ir juntos —le sugirió con suavidad.

Todo su enfado se había desvanecido.

Paula lo miró, preguntándose si alguna vez llegaría a convencerse de que ese hombre vital y atractivo era en realidad su marido. El sólo hecho de mirarlo le aceleraba los latidos del corazón.

—¿A la oficina? —preguntó balbuceante.

—¿Por qué no? Nos ahorraría tiempo y… ¡Lau! —de pronto se dió cuenta y la furia se apoderó de nuevo de él—. ¿Es eso, Paula? ¿No quieres enfrentarte a Lau? — preguntó.

—Tú no entiendes…

—Entiendo muy bien —se apartó de ella—. Fue la amante de tu esposo…

—Y la tuya también —le recordó ella irritada.

Pedro se puso de pie, impaciente.

—Mi relación con Lau difícilmente puede considerarse la de amantes. Sólo dormimos juntos una docena de veces y, por lo general, era cuando la llevaba conmigo en viaje de negocios. Y no me quiero hacer ilusiones de que tus celos sean por mí; lo que pasa es que no puedes olvidar que Antonio estaba con ella cuando murió —la acusó con crueldad.

Volver A Amar: Capítulo 45

Pedro respiraba con pesadez y tardó algunos minutos en reponerse. Al fin se apartó de ella un poco, para luego volverla a tomar en sus brazos y reclinar la delicada cabeza femenina sobre su pecho.

—No pude contenerme —le murmuró—. Perdóname, querida. La próxima vez seré más paciente. ¡Es que había esperado tanto! —añadió apenado—. ¡La necesidad que tengo de tí me vuelve loco!

Durmieron un poco; luego Paula se despertó al sentir de nuevo las manos de Pedro sobre ella, y de inmediato se sintió tensa, tensión que aumentó con la voz de su marido en su oído y las suaves caricias que le hacía.

De nuevo conoció la satisfacción de saber que Pedro había obtenido placer de ella, y aunque él la acarició durante varios minutos antes, al final se rindió, gimiendo con satisfacción.

Paula también sintió una especie de satisfacción al ver que Pedro podía explayarse y obtener un éxtasis que a ella la eludía, y, a pesar de su frigidez, se alegraba con sus caricias y con el gentil y suave amor que le demostraba.

Lo miró tímida durante el desayuno, mientras le servía café. Pedro la miraba de forma extraña, haciendo que se desvaneciera la felicidad con que despertó ese día.

—¿Qué te gustaría hacer hoy? —le preguntó, después de ducharse y enfundarse en unos pantalones y una camisa negra. Paula seguía en bata, pues se había levantado de la cama en silencio, para prepararle el desayuno mientras aún dormía.

—No lo sé —se encogió de hombros, percibiendo cierta reserva en su actitud que no había notado el día anterior—. A tí, ¿qué te gustaría hacer?

—¡Lo menos posible!

—Entonces, quedémonos aquí —le sonrió ella.

—Tengo entradas para el teatro esta noche.

El rostro de la joven se iluminó feliz.

—¡Eso será maravilloso! —llevaba años sin ir al teatro.

Al final pasaron el día entero en el apartamento, charlando… ¡aunque no parecían en nada una pareja en luna de miel! Luego salieron a cenar temprano antes de ir al teatro.

Esa noche, al retirarse al dormitorio, Paula no se sintió nerviosa; sabía que Pedro se mostraría gentil y apasionado con ella. De nuevo se sintió feliz mientras yacía en sus brazos, después de que le hizo el amor.

Pero esta vez él no se durmió; Paula podía sentir sus ojos fijos en ella aun en la oscuridad.

—¿Qué pasa? —preguntó trémula.

—¿En qué te estoy fallando? —le preguntó con aspereza.

Paula se irguió para mirarlo.

—¿Fallándome?

Él suspiró.

—No resulta tan bien para tí como para mí…

Ella le puso un dedo sobre los labios. ¡Estaba sucediendo demasiado pronto! A Antonio le costó varios meses empezar con esas acusaciones, para darse cuenta de su falta de reacciones. Pedro tenía mucho más experiencia, sabía eso a los dos días de casados, por lo que era capaz de notar sus defectos mucho antes que su anterior marido.

—A mi no me importa…

—¡Pues a mí, sí! —él saltó de la cama y se puso la bata—. No puedes olvidar a García, ¿es eso?

Ella jamás podría olvidar a Antonio, o la verdad sobre ella que le había mostrado; era inútil pensar que lo haría. Al estar con Pedro sólo había confirmado la tesis de Antonio.

—Te dije que no era buena mercancía —exclamó ella—. Te lo dije desde un principio.

Él reaccionó como si lo hubiera golpeado, lívido de rabia.

—Eres mi esposa, Paula. ¡Y seguirás siéndolo!

No fue un buen principio para su matrimonio y Paula sintió alivio cuando volvieron a casa. Al menos allí estaría Martina para suavizar la tensión existente entre los dos.

Martina estaba encantada de tener unos padres atentos y amorosos y pareció revivir, tanto en lo físico como en la escuela. Su círculo de amigos aumentó, y mejoró tanto en el colegio que al final de año escolar resultó la primera de su clase.

—Eres una chica inteligente —la alabó Pedro después de leer la carta enviada por su maestra.

Paula deseó que esas palabras se las dirigiera a ella. Llevaban casados más de un mes y no podía decir que las cosas entre ellos fueran muy bien. Compartían la cama, Pedro le hacía el amor en silencio cada noche, como si una fuerza invisible lo empujara a hacerlo, pero durante el día eran como extraños que lo único que tenían en común era la casa.

—¿Vas a venir mañana a la reunión con mamá? —le preguntó Martina, acurrucada en las piernas de Pedro.

Él se volvió a mirar a Paula un momento antes de fijar su atención en la pequeña.

—¿De qué reunión hablas, cariño? —le preguntó con dulzura.

—La de la escuela —le explicó la chiquilla emocionada—. Podrán ver el trabajo que hice durante el año.

—Oh, ¿has trabajado mucho? —le preguntó burlón—. Pensé que habías estado demasiado ocupada coqueteando con tu novio.

Volver A Amar: Capítulo 44

Había dos dormitorios, cada uno con su baño, y una preciosa cocina. La vista del parque Regency era soberbia desde la ventana de la sala de estar.

—La cocina es bonita, ¿verdad? No es que la vayas a usar mucho, de todas formas —le dijo juguetón
—. ¿Qué dormitorio prefieres? Por lo general, yo uso el marrón, pero creo que la cama es más grande en el otro.

El rubor coloreó las mejillas femeninas.

—Entonces, usemos el color limón.

Él hizo una mueca de satisfacción.

Se habían detenido a cenar, antes de llegar, y ya eran más de las diez de la noche. Como el día había resultado largo y agotador parecía lógico irse a la cama. Un molesto cosquilleo empezó en el estómago de Paula al pensar en lo que aquella noche la depararía.

—¿Quieres pasar a la ducha primero? —la invitó él.

—Yo… sí, gracias.

Esto estaba resultando mucho peor que la noche de bodas que pasó con Antonio. Entonces no había sabido lo que pasaría o lo que esperaba de ella, pero ahora sí lo sabía, y temblaba con sólo pensarlo.

Pedro vestía una bata negra cuando, poco después, Paula salió del baño, enfundada en un camisón azul que le cubría hasta los tobillos. La mirada de Pedro se ensombreció al verla, pero no dijo nada y se metió a su vez en el baño.

Paula suspiró aliviada al verlo cerrar la puerta, y empezó a acomodar su ropa. ¿Cómo iba a soportar aquello? Porque tenía que hacerlo; ahora era su esposa y tenía un deber hacia él, aunque no lo amara.

La luz estaba apagada cuando Pedro salió del baño a los pocos minutos.

—¡Qué!… —entonces Paula encendió la lamparilla de noche y vió a Pedro de pie, envuelto en una toalla y secándose el cabello con otra—. ¿Paula? —preguntó con suavidad.

Ella lo miró con timidez.

—¿Sí?

—No esperabas quedarte dormida antes de que saliera, ¿verdad? —preguntó con aspereza.

—No, claro que no. Yo no… es que… no —concluyó apenada.

Él fue a sentarse en el borde de la cama y le acarició el cabello con ternura infinita. Ella carecía de maquillaje, lo cual le daba apariencia de niña indefensa. Para el hombre que la miraba en ese momento, era la criatura más vulnerable en el mundo. Contuvo un momento la respiración al notar que la joven sacaba un poco la lengua para mojarse los labios.

Paula también se fijaba en él, en su pecho bronceado y fuerte, en el vello rubio que cubría aquel pecho, en sus potentes músculos y en sus suaves manos acariciándola.

—¡Paula! —gimió él de repente, perdiendo el control y abrazándola apasionado—. Ámame, querida —le rogó desesperado—. ¡Déjame amarte!

Era la primera vez que el amor se mencionaba entre ellos, pero Paula estaba segura de que lo que su marido le exigía no era un amor emocional, sino físico. Y para ella eso era aún más imposible que el emocional. Había querido a Antonio, pero fue incapaz de darle o recibir placer. ¿Qué oportunidad tenía su matrimonio con Pedro, donde ni la satisfacción física ni la emocional existían?

—La luz —rogó ella—. Por favor, apaga la luz.

—No seas tímida —le sonrió animándola—. Déjame verte —con toda gentileza le bajó el camisón y su mirada se abrillantó al tener delante los senos hermosos y desnudos de la joven—. Dios sabe que no tienes nada de qué avergonzarte —gimió al mismo tiempo que se inclinaba para con su boca tomar posesión de uno de los suaves y rosados pezones.

Paula se puso rígida al contacto de sus labios y su lengua. A Antonio nunca le gustó tocar sus senos, rara vez se había detenido en esos detalles preliminares, y, excepto cuando dió de mamar a Martina, sus senos no habían sido tocados  por otra persona. Pedro parecía decidido a conocer cada milímetro de su cuerpo, y algunas de las intimidades a que la sometió la hicieron respingar de vergüenza.

—A mí también me gusta que me toques —le pidió con suavidad. Los dos estaban ya desnudos y ambas pieles se rozaban. La piel blanca de ella contrastaba con el fuerte bronceado de su marido.

—Yo… no…

Él guió las manos femeninas sobre su cuerpo, y cada uno de sus movimientos le decía lo mucho que le afectaba su contacto.

Paula le agradeció sus enseñanzas ya que no tenía idea de cómo acariciarlo. Antonio siempre pareció obtener placer al subyugarla, al saber que la hacía sufrir con su contacto, mientras que Pedro buscaba el placer de conocer su cuerpo y hacer que ella conociera el suyo.

Cuando notó la creciente exigencia de los músculos masculinos sobre los suyos conocía el cuerpo de Pedro tan bien como el propio, aún más: conocía cada uno de sus puntos débiles y, aunque ella parecía no tener ninguno, disfrutaba el hecho de que él gustara de su cuerpo, aun sin sentir ningún placer físico dentro de ella.

—¿Estás lista para mí, querida? —musitó Pedro, moviendo con suavidad su cuerpo contra el de ella—. Yo… no puedo esperar mucho más… yo… ¡ya no puedo esperar! —gimió agitado, conforme ola tras ola de placer lo inundaban hasta llevarlo al éxtasis.

Paula lo abrazó, clavándole las uñas en los hombros, anhelante al sentirlo perder el control, sin poder evitar las lágrimas al notar que el placer la eludía de nuevo.

Volver A Amar: Capítulo 43

—Ambas cosas —dijo ella de repente.

—Muy bien —se puso de pie, obligándola a hacer lo mismo—. Y ahora que todo el mundo sabe que nos casaremos, será mejor que vayamos a escoger los anillos.

—¿Los anillos? —la joven frunció el ceño.

—Nuestros anillos de boda.

—¿Tú también vas a llevar un anillo? —preguntó azorada.

Él la miró sin poder comprender.

—¿Es que tienes alguna objeción para que lleve tu anillo?

Jamás se le había ocurrido pensar que quería hacerlo. Sabía que la mayoría de los hombres odiaba la idea de llevar el anillo de boda, y Antonio se negó a siquiera tomar en cuenta la posibilidad de llevarlo. Entonces ella se había sentido lastimada; más tarde comprendió que llevar un anillo así suponía una aceptación total del estado de matrimonio. Y Pedro quería llevarlo.

—¿Hay alguna objeción? —insistió él.

—Es que nunca pensé… Perdona, claro que me encantaría que lo llevaras — admitió Paula con timidez. Él pareció contentarse con su respuesta, y algo de su malhumor fue desapareciendo mientras la llevaba hasta el Rolls Royce. Una vez dentro, se volvió hacia ella.

—Si tú puedes usar mi anillo en demostración de que me perteneces, entonces me sentiré honrado de llevar el tuyo como muestra de que te pertenezco —le dijo.

—¡Oh, Pedro!

—No, no empieces a llorar otra vez —la riñó con suavidad—. La última vez que traté de consolarte casi causamos un escándalo público.

Sí, eso habían hecho. Tenía que admitir, al menos a sí misma, que en aquel momento se había olvidad de que estaban en un parque, ¡y a la vista de todos!

El día en que intercambiaron los anillos el sol brillaba en todo su esplendor y no había una sola nube en el cielo.

Martina había estado excitadísima toda la mañana, desesperada por ponerse el nuevo vestido azul que tenía para la ocasión, pero Paula no le permitió ponérselo sino hasta el último momento, segura de que lo ensuciaría si se lo ponía antes.

Ella llevaba un vestido de encaje color marfil y el pelo le caía suelto sobre los hombros, con un pequeño sombrero, también de encaje, como único adorno de su peinado. Llevaba un pequeño bouquet de rosas amarillas, y sus nervios aumentaron cuando Patricia y Gerardo la llevaron hasta la oficina del registro; los dos iban a actuar como sus testigos.

No debió estar nerviosa. Pedro se encargó de todo y, a los pocos minutos, ya eran marido y mujer.

—Nunca te quites mi anillo —le pidió, antes de besarla al final de la ceremonia.

—¿Nunca? —le preguntó ella con timidez.

—Nunca —le dijo con firmeza, volviéndola a besar.

Luego empezaron las felicitaciones de los invitados; la mayoría eran amigos de Pedro. Su madre había hecho un viaje especial, desde su Suecia natal, para asistir a la ceremonia. Fue así que Paula se pudo explicar lo rubio de su marido.

Hubo una pequeña recepción en un hotel del pueblo. La casa de Paula ya estaba cerrada. La semana anterior había enviado sus cosas y las de Martina a casa de Pedro, y ambas se quedaron con Patricia y Gerardo los últimos días. Fue allí donde se cambió para su viaje; se puso un precioso traje sastre, verde limón, que le sentaba de maravilla. Sólo irían a Londres a pasar el fin de semana; Martina se quedaría con Patricia y Gerardo.

Pedro la tomó de la mano mientras conducía, sonriente.

—Empezaba a pensar que jamás llegaría este día —le dijo.

Para Paula el día había llegado con una rapidez extraordinaria y la noche se acercaba aún más rápidamente. Al menos no iban a un hotel, sino que permanecerían los dos días siguientes, con sus noches, en el apartamento de Pedro.

Era la típica vivienda de un hombre soltero, carente de adornos o flores, el mobiliario ultra moderno, al igual que las pinturas que decoraban las paredes.

Pedro sonrió, mirando a su alrededor.

—Lo alquilo amueblado —le explicó—. No me había dado cuenta de lo feo que es.

—No es feo —le aseguró Paula—. Sólo que… que…

—Exacto —rió él, tranquilo por primera vez en varios días—. Vamos —la tomó de la mano—. Te enseñaré todo.

viernes, 27 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 42

—Estaba —dijo él con sequedad—. Hasta que volví de almorzar para verme felicitado por mi próximo matrimonio, por la mayor parte de mi personal.

¡Juliana había estado ocupada!

Pedro frunció el ceño.

—Y cuando traté de localizarte en el trabajo, tu jefe me dijo que te habías marchado —la miró inquisitivo.

—Yo… es que… verás… ¡Oh, Pedro! —estalló en sollozos, escondiendo el rostro en el cálido pecho masculino.

—¡Qué demonios!… —con gentileza la llevó a un banco y la obligó a sentarse, rodeándola con sus brazos mientras ella seguía llorando.

Parecía no poder parar, y tardó unos minutos antes de tomar el pañuelo que le ofrecía para secarse la cara.

—Lo siento —gimió—. No suelo llorar tanto.

—No, lo sé —confirmó él con el pecho vibrante contra la suave mejilla de Paula—. ¿Es que alguien te dijo algo que te molestó? —preguntó con voz de acero.

—Sí, yo misma —reveló colérica—. Perdí los estribos y… y le dije a… alguien que nos íbamos a casar…

—¡Ah!

—Ojalá no dijeras eso —lo increpó irritada—. ¿Qué quieres decir con ese “ah”?

Pedro  sonrió tolerante.

—Significa que ahora comprendo lo que pasó.

—¿Lo… lo entiendes? —lo miró asustada. No parecía enfadado, pero con él una nunca sabía.

—Por supuesto —seguía sonriendo—. Una de tus vecinas… notó todo el tiempo que paso en tu casa y, atando cabos, llegó a cierta conclusión. Y cuando empezó a hacerte sus comentarios venenosos tú respondiste diciéndole que nos pensábamos casar.

—¿Cómo lo adivinaste? —le preguntó deshecha.

Él se encogió de hombros.

—Conociéndote bien.

Paula lo miró a través de una cortina de espesas pestañas. No parecía enfadado, pero eso no le decía demasiado. Había aprendido que Pedro podía ocultar sus sentimientos a la perfección, si así lo decidía.

—¿No estás enfadado? —le preguntó confundida.

—No —de hecho se veía muy relajado, casi como si estuviera disfrutando de lo lindo.

—¿Por qué? —lo increpó, irritada por la ausencia de reacción en él—. Ahora todo el mundo sabe que nos casaremos…

—Bien.

—¿B… bien? —repitió ella atónita.

—Sí —Pedro suspiró—. No he disfrutado mucho la idea de que la gente suponga que mantenemos una relación un tanto irregular. No me gusta qué me crean un bastardo que se está aprovechando de una viuda joven y solitaria.

—Pero, fue idea tuya lo de mantenerlo secreto…

—Tuya, querida —la corrigió con suavidad—. Y, como todo novio enamorado, acepté la situación. Pero ahora me alegro de que lo nuestro sea del dominio público.

¡Novio enamorado! Sabía que se estaba burlando de ella y aún así se sonrojó. Lo único de lo que él estaba enamorado era de su cuerpo. Entonces, ¿por qué se casaba con ella?, se preguntó en silencio. ¿Por qué?

—Y como ya es del dominio público —insinuó Pedro con suavidad—, ¿qué crees que pensarán todos al verte llorando así?

Muchos ojos estaban en ellos; era un pueblo pequeño, y uno o ambos conocían a casi todos los que pasaban por el parque.

Paula se apartó de él, preocupada.

—Tal vez piensen que me estás plantando.

—Jamás —afirmó él, abrazándola de nuevo—. Y para probarlo… —se inclinó y la besó en la boca.

Paula se sorprendió tanto que no pudo apartarse a tiempo y abrió su boca, entregándose por completo. Después de todo, ¿qué le iba a hacer en un parque público? ¡Por lo visto, mucho! La boca masculina trazaba líneas eróticas en sus labios, animándola a devolverle la caricia, amándose con los labios y las manos, al no poder hacerlo con sus cuerpos.

Este erotismo fue una nueva experiencia para Paula, y pudo sentir la tensión del cuerpo de Pedro al gozar con plenitud de la entrega de ella.

—¡Bruja! —le susurró contra sus labios.

Ella misma estaba sorprendida. Nunca antes había perdido así el control y sus mejillas estaban arreboladas de vergüenza.

—No, no lo estropees —le rogó al ver que quería apartarse—. Ojalá todo el mundo desapareciera de repente. Siempre he tenido la fantasía de amarte en medio de un enorme jardín, bajo los dorados rayos del sol.

—¡Pedro! —lo miraba atónita.

Él ignoró la exclamación.

—Quizá podamos probarlo en casa algún día. ¿Te gustaría?

Ella se moría de vergüenza. Besarlo era una cosa, pero hablar de dejarse hacer el amor por él era algo muy diferente.

—Acostúmbrate, Paula —le advirtió con dulzura al notar lo incómoda que se sentía—. Es poco lo que te he dicho ahora, me tomaría toda una vida realizar todas las fantasías que tengo relacionadas contigo.

Paula no podía creer que hubiera pasado un año desde la terrible noche de la fiesta de la compañía, cuando Antonio murió. El tiempo había pasado con una rapidez increíble. Era un hecho innegable que Martina estaba ansiosa de que llegara el mes siguiente, para la boda. La emoción que sentía por la perspectiva de tener a Pedro como padre había sido demasiado para ella.

—Quizá tú también tengas tus propias fantasías —continuó diciendo Pedro—. A menos, claro, que todas se refieran a Antonio —la miró con dureza.

—No —gimió ella, palideciendo.

—¿No? ¿No las compartiste con él? ¿O no quieres hablar de él?

Su buen humor se había desvanecido, como pasaba siempre que hablaba de Antonio. No podía ocultar los celos y el odio que sentía por el hombre muerto.

Volver A Amar: Capítulo 41

—¡No podría estar más de acuerdo!

—No me importa lo que hagas de noche. Además, después de Andrew estoy segura de que necesitas algo distinto. ¡Pedro Alfonso debe ser mucho mejor que una píldora para dormir!

La cólera invadió a Paula. ¡Esa mujer era un monstruo!

—Claro, todo el mundo ha notado lo… amigos que se han vuelto —prosiguió Juliana —. Eres la comidilla del vecindario.

—¿Sí? —preguntó Paula con voz helada.

—Oh, sí; por supuesto que serías una tonta si rechazaras las atenciones de un hombre como Alfonso… pero, no lo habrás hecho, ¿verdad? —agregó Juliana con una sonrisa provocadora.

Paula vió al dueño de la tienda fijarse en ellas; era obvio que las había visto hablar demasiado. No había nadie más esperando, pero no era aconsejable hablar mucho con los clientes.

En ese momento, a Paula ya no le importaba lo que Ariel Young pensara, lo único que quería era borrar la expresión satisfecha del rostro de Juliana Giordano.

—No, no lo he hecho —replicó fingiendo dulzura—. Como dices, sería una tonta.

—Debe resultar un… amigo maravilloso —la mirada ansiosa de Juliana invitaba a la confidencia. ¡Como si pudiera decirle algo a esa mujer!

—Oh, sí, lo es —dijo mientras le alargaba la cuenta—. Y estoy segura de que también será un estupendo marido —la miró retadora.

—¿M… marido? —Juliana se tambaleó—. ¿Dijiste… marido?

—Sí —Paula sonrió triunfante—. Pedro y yo nos casaremos el próximo mes.

—¿En serio? —balbuceó la otra mujer—. Quiero decir, ¿tan pronto? —no podía creerlo.

—Así es —repuso Paula con calma.

—Bueno… yo… Felicidades —dijo Juliana—. ¡No tenía idea!… Patricia no me lo había dicho —añadió, acusándola resentida.

Paula se lo había contado a Patricia la misma noche que volvió de casa de Pedro, segura de que su amiga no hablaría… mucha menos a esta mujer. ¡Pero los insultos de Juliana Giordano esa mañana habían sido demasiado para ella!

—Patricia es una buena amiga, y confiable —señaló.

—Ya veo —dijo Juliana tensa.

Paula lo dudaba; esa clase de persona sólo veía lo que quería. Y ahora que había revelado el hecho de su próximo matrimonio con Pedro, se sintió flaquear, cansada de seguir hablando.

Por suerte, también Juliana pareció cansarse de molestarla y pagó la cuenta, saliendo casi corriendo de la tienda. Paula permaneció inmóvil, olvidando todo lo que le rodeaba. Por un acuerdo tácito, ella y Pedro habían decidido no decir a nadie de su boda sino hasta que la ceremonia hubiera pasado, y no sabía cuál sería la reacción de Pedro al enterarse de que ella se lo había dicho a la chismosa más grande del pueblo. ¡Oh, Dios, seguro que ya lo estaba contando a todo el mundo!

—¡Señora García! —Ariel Young estaba frente a ella—. Señora García, tiene usted un cliente —señaló a una mujer que esperaba pagar su compra—. Lo siento, señora, no sé qué le pasa a…

—¡Perdóneme! —Paula se puso de pie y escapó corriendo al cubículo de empleados.

Ya se había puesto la chaqueta, cuando Ariel entró, furioso.

—Señora García, usted… —su furia pareció ceder cuando la vió lista para marcharse—. ¿Qué está haciendo? Son sólo las doce y media…

—Ya no puedo seguir trabajando aquí —le dijo con brusquedad, al mismo tiempo que tomaba su bolso.

—¿Se siente mal?

—No, le digo que me marcho. Lo siento. Por supuesto que puede olvidarse de mi paga —fue hasta la puerta—. De verdad lo siento.

—Pero… pero…

—Por favor, comprenda, me tengo que marchar —le gritó Paula saliendo de la tienda.

Caminó por el parque durante una hora, temerosa de la reacción de Pedro al enterarse de lo que le había dicho a Juliana. Seguro que se pondría furioso, y tenía derecho a estarlo.

Estaba demasiado aturdida para darse cuenta de la preocupación que sentía por los sentimientos de Pedro. El hecho de haber abandonado el trabajo que tanto había significado para ella unos meses atrás, no parecía afectarla. Sólo Pedro importaba, y lo que le iba a decir a ella. Sería demasiado esperar que no se enterase.

¡Seguro que ya lo sabía la mitad del pueblo! Y no tardaría en llegar a sus oídos…

—Paula, ¿qué demonios haces?

Ella se volvió sobresaltada al reconocer su voz.

Pedro iba vestido de traje de oficina. Vestido así se parecía poco al hombre con quien compartía las tardes, y eso la asustó aún más.

—¿Paula? —llamó su atención, preocupado por su silencio.

Ella tragó saliva.

—Pedro —exclamó sorprendida—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Te estoy buscando —le sonrió.

—¿No deberías estar trabajando? —preguntó ella, sin moverse.

Volver A Amar: Capítulo 40

Paula deseaba que fuera posible, que pudiera olvidar todo el daño y la desconfianza que le dejó Antonio, pero los meses que siguieron demostraron que era imposible, tanto como aceptar la genuina preocupación de Pedro, aunada a su loca pasión.

Desde la noche en que aceptó ser su esposa se vieron casi a diario y Pedro nunca dejaba pasar cualquier oportunidad de demostrarle su deseo de poseerla. Lo enfadaba ver su falta de respuesta y, una noche, perdió los estribos.

—¿Qué demonios te pasa? —la increpó furioso, después de intentar amarla—. Me voy a casar contigo, Paula—exclamó—. ¡No intento violarte!

Lo sabía, sabía que no era capaz de lastimarla o humillarla en ese aspecto.

Durante los últimos meses aprendió a conocer al hombre que se convertiría en su marido y a respetarlo hasta casi llegar a quererlo. Pero no se atrevía, por el hecho de estar segura de que al cabo de un mes aquel hombre tendría toda la autoridad sobre ella.

—¿Qué pasa? —se inclinó hacia ella, sin preocuparse por abotonar la blusa de la joven cuya abertura le dejaba ver la suave línea de sus senos—. ¿Tanto odias mi contacto?

No lo odiaba en lo más mínimo. De hecho las últimas veces casi había disfrutado con sus caricias. Y eso también la asustaba. Una vez había correspondido a las caricias de Antonio, sólo una vez, y sus insultos la hicieron jurar no volver a hacerlo jamás.

—¡Paula! —Pedro tomó su silencio como un asentimiento a su pregunta y se levantó de un salto—. ¿Quieres suspender la boda? —la miró con dureza.

Ella aspiró hondo.

—¿Tú quieres?

—Sabes muy bien que no —carraspeó.

—Entonces dejaremos las cosas como están —¿era alivio lo que sentía? ¿En realidad quería casarse con él? ¡No, no era posible!

—Seré un buen esposo, Paula —le dijo—. Cuidaré de tí y de Martina; ninguna echará nada en falta.

—Lo sé —respondió ella con cautela, segura de que había algo más.

—Pero todo tiene un precio —agregó él, confirmando sus sospechas—. ¡Y saber que odias que te toque va a matarme!

—No es eso —no podía dejar de estrujarse las manos—. Es que yo… necesito tiempo… para ajustarme…

—¿A mi forma de hacer el amor, en vez de la de Antonio?—preguntó Pedro agresivo.

Paula palideció.

—¡No!

—¿No? —preguntó molesto—. Espero que no —añadió—. Porque no quiero que te ajustes a mi forma de amarte, estoy decidido a que sólo conozcas y desees mi forma de hacerlo.



Los días que siguieron, Paula advirtió que la forma de amar de Pedro era más restringida, más controlada, pero su temperamento parecía un volcán en erupción.

Había continuado con su trabajo, aunque Pedro dejó muy claro que deseaba que renunciara una vez se hubieran casado. No era que le importara. Muchos de sus vecinos compraban en el super donde prestaba sus servicios y con frecuencia le hablaban mientras marcaba su mercancía. Juliana Giordano, una de las mujeres del autobús, era una de las más persistentes sobre el asunto de ella y Pedro.

—¿No era el auto del señor Alfonso el que estaba frente a tu casa anoche? —le preguntó al detenerse en la caja de Paula.

Paula no respondió de inmediato, concentrada en el precio de una caja de galletas.

—Ayer por la tarde —la corrigió con sequedad, consciente de lo evidente que era el Rolls de Pedro.

—Bah, no hay tanta diferencia —dijo Juliana; era una mujer de unos treinta años, con un par de niñas de la edad de Martina; una de ellas era su compañera en la escuela.

—Alguna hay —Paula la miró con frialdad—. El decir noche implica que se quedó hasta por la mañana, mientras que tarde significa que sólo estuvimos unas horas juntos. Puede que no te hayas fijado… —¡dudaba que algo pudiera escapar a la mala intención de esa mujer! —… pero el señor Alfonso se marchó hacia las once.

—¿Ah, sí? —preguntó la otra mujer con tono burlón.

—¡Sí! —Paula arrojó una lata sobre la mesa.

Juliana se encogió de hombros.

—No creo haberme dado cuenta.

—Pues te lo digo yo —dijo Paula serenándose, sin entender por qué se molestaba en explicar nada a esa mujer, Juliana Giordano sólo creería lo que quisiera.

—No es necesario que te exaltes —la calmó Juliana satisfecha—. Lo has visto mucho estos últimos días, ¿verdad?

Paula dejó de fingir que no le afectaba la investigación de que estaba siendo objeto por aquella mujer y la miró furiosa.

—¿Y?

—Nada —Juliana sonrió burlona.

—¿De verdad? —preguntó Paula controlando a duras penas su rabia.

La mujer empezó a guardar las cosas en el bolso de la compra.

—En fin, no es asunto mío lo que hagas…

Volver A Amar: Capítulo 39

Paula lo miró.

—¿Lo harás?

—Si eso es lo que quieres —asintió él.

—Yo… ¿No sería ser demasiado hipócrita?

—Creo que sí, pero es tu decisión —Pedro se encogió de hombros.

—Preferiría no casarme.

—¿Te gustaría mantener el otro trato? —la miró a los ojos.

Ella palideció, recordando lo degradada que se había sentido mientras él trataba de hacerle el amor, lo terrible que era para ella soportar su sentimiento de impotencia. ¿Pero tendría más respeto por sí misma convirtiéndose en su esposa?

—¿Cuánto tiempo estaría… estaríamos casados?

—Siempre —repuso él decidido.

—¿Y qué pasará si… te enamoras de otra?

Él torció la boca.

—He cumplido los treinta y seis años sin encontrar a la mujer que pueda amar, y dudo que la encuentre más tarde.

—¿Y si sucede? —insistió ella.

—Te lo diré —repuso burlón—. Piensa en el futuro de Martina, Paula, de las cosas que le podría dar… siendo su padre.

Paula tragó con dificultad. Como de costumbre, Pedro había encontrado su punto débil. La felicidad de Penny era lo primero para ella, lo había sido desde que nació, y los últimos meses la chiquilla careció de muchas cosas, hasta el viaje a la escuela constituía para Paula un sacrificio. Conforme la niña creciera las necesidades económicas aumentarían. Dudó en negarle a su hija la oportunidad que se le ofrecía. Pero, ¿podría soportar ser la esposa de Pedro? Había sido esposa de Antonio, y Pedro era mucho más fuerte, más confiable.

—Sí —admitió al fin.

—¿Sí? —preguntó él ansioso.

—Me casaré contigo —le dijo.

—¿Cuándo?

—En cuanto hagas los arreglos necesarios.

Él tragó saliva, mostrando que no había estado tan seguro de su respuesta como había pretendido.

—Te daré tu año, Paula —le dijo.

Ella abrió los ojos, incrédula. Unos minutos antes le había parecido decidido a no esperar. ¿Por qué había cambiado de opinión?

—Algún día también yo tendré que responderle a Martina—le explicó—, y a otros hijos que podamos tener —agregó con suavidad.

Ella se sonrojó.

—¿Quieres hijos?

—Docenas —afirmó él.

Ella rió nerviosa.

—¿No es demasiado pedir?

—No lo creo —la miró con fijeza—. ¿Tienes alguna objeción en darme hijos?

—Yo… ninguna —movió la cabeza. El embarazo le daría un respiro de tener que compartir su cama.

El torció la boca en una mueca amarga.

—Y yo no objeto en dártelos a tí. De hecho, estoy seguro que lo disfrutaré.

La vergüenza que embargaba a Paula se acentuó y cambió de tema.

—¿Viviremos aquí?

—¿Por qué no? —se encogió de hombros—. Compré esta casa para tí.

—¿Para… para mí? —preguntó aturdida.

Pedro  asintió.

—El departamento estaba pensado para un hombre soltero; pero, en cuanto decidí casarme contigo, supe que debía buscar algo más grande. Martina disfrutará del jardín. Hasta podría tener un caballo, si quiere.

—Les tiene miedo —le informó Paula ausente. ¡Había estado tan seguro de ella que hasta compró esa casona!

—Es porque no ha estado cerca de ellos —comentó Pedro, ignorando lo que pasaba por la mente de Paula en ese momento—. Le compraré un pony y le enseñaré a montar. También me gustaría adoptarla algún día —agregó.

Paula lo miró sorprendida.

—Martina te quiere, pero… ¿no es demasiado pronto para pensar en la adopción?

—No veo por qué.

—Bueno… pero…

—Va a ser mi hija, Paula—dijo implacable—. Y tú vas a ser mi mujer.

—Pero…

—No quiero que quede un ápice de Antonio García en tu vida, una vez que seas mía —le anunció con fiereza—. ¡Estoy decidido a borrarlo de tu vida!

Volver A Amar: Capítulo 38

La expresión de Pedro se tornó fiera y la amenaza brilló en sus ojos.

—¿Cómo que no?

—Yo no quiero casarme…

—¿Me oíste pedírtelo?

—No…

—Y no voy a hacerlo —señaló cortante—. Quiero casarme contigo, tú has aceptado estar en deuda conmigo…

—¡No tanto para casarme contigo!

—¿No?

—¡No! —los ojos de Jessica echaban chispas.

Él se encogió de hombros.

—Haré los arreglos necesarios…

—¡Dije que no me quiero casar!

Él se quedó un momento pensativo, mirándola de tal manera que Paula no pudo evitar ruborizarse.

—¿No te quieres casar, punto, o no te quieres casar conmigo en particular?

—¡Las dos cosas!

—Es una pena —comentó con seriedad—. Ya te avisé, no te lo estoy pidiendo, te lo estoy diciendo.

Paula observó aquel rostro, encontrándose con unos ojos tranquilos y confiados; la rabia de minutos antes se había esfumado, y ahora la seguridad era la línea dominante de su cuerpo.

—Yo, yo… no puedo —balbuceó. Pero sabía que su voz carecía de convicción y que Pedro lo notaba; el triunfo resplandeció en aquellos ojos.

—No te puedes negar —le dijo con seguridad—. Créeme, Paula, no suelo ser tan dominante —agregó con gentileza—. Pero contigo tengo que serlo. Tienes que aceptar que es la mejor salida, tú y Martina no pueden seguir solas —la apremió.

—Llevo viuda ocho meses —protestó ella—. Todavía no me puedo casar.

¿Cómo se lo explicaría a Martina cuando crezca?

—Si es por eso, estoy dispuesto a esperar al año —dijo él con sequedad.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 37

—¿Ahora? —él la miró con fijeza.

Ella se encogió de hombros.

—¿Por qué no?

Pedro fue hasta la chimenea, fijando la mirada en las llamas que bailoteaban.

—Deja que comprenda —dijo al fin—. ¿Te estás ofreciendo como pago de las cinco mil libras que Antonio me robó?

—Sí.

—¿Y dices que no tienes experiencia?

—Sí —repuso ella ruborizándose.

Él torció la boca en una mueca burlona.

—Entonces, ¿no es demasiado esperar que yo pague cinco mil libras por tu cuerpo?

Paula resintió el insulto. Trataba de lastimarla y lo estaba consiguiendo.

—Te propongo uso ilimitado —murmuró.

—¿Qué quieres decir?

—Que seré tu amante el tiempo que quieras —le dijo cortante.

—¿El tiempo que quiera? —repitió él.

—Sí —Paula estaba segura de que no sería mucho.

—Y el trato… ¿empieza ahora? —preguntó con suavidad.

Paula tragó saliva; poco a poco, aquello estaba resultando mucho más humillante de lo que había creído. ¿Por qué no le hacía el amor y terminaban de una vez?

—Sí —asintió la joven al fin.

—¿Ahora mismo?

—Oh, por Dios —no pudo controlarse más—. ¿Me quieres o no?

—Yo… sí, te quiero —admitió él.

—Entonces, dejémonos de juegos. Ya tienes lo que deseas, así que vayamos al asunto —estaba temblando tanto que dudaba de poder moverse—. ¿Vamos arriba?

—¿Para qué molestarnos? —Pedro se deslizó a apagar las dos lámparas que iluminaban la habitación—. Creo que será mucho más romántico mirarte aquí, con la luz del fuego de la chimenea.

—¿Aquí? —la joven parpadeó aturdida, mirando la hermosa alfombra de piel de cabra frente a ella. Entonces abrió los ojos incrédula al ver a Pedro tenderse a sus pies cuan largo era, alargando los brazos, invitándola.

—Paula—la urgió con suavidad.

De alguna forma aquello no iba saliendo como se había imaginado: su mente tradicional había supuesto una cama normal, la escena amorosa y, al final, una despedida fría y absurda. El deseo brillaba en los ojos masculinos, el deseo y la pasión, y su boca se curvó en una sonrisa de satisfacción. Resultaba terriblemente atractivo a la luz del fuego, su cabello despedía hermosos destellos dorados.

—Ven aquí —le ordenó.

Tenía todo el derecho de ordenarle; de hecho, prefería que así lo hiciera. De esa forma no podría olvidar que era su esclava, que no podía elegir, que él era su amo.

Se hundió en la alfombra, a su lado, aturdida por su proximidad y el suave olor a hombre mezclado con el aroma de colonia. Se contrajo al sentir su mano tomarle la mejilla, volviéndola hacia él y encarándola por completo antes de que su boca la besara. Como siempre, no respondió, no podía, y se mantuvo flácida en sus brazos mientras él se inclinaba seductor sobre ella.

—Bésame, Paula —murmuró sobre su boca, con una mano sosteniéndole la barbilla.

—Yo…

—Bésame, tócame. ¡Haz todas las cosas que he soñado que me harías desde que te conocí! —gimió.

—Yo…

—Hazlo, Paula —pidió tembloroso, poseyéndola con la boca, mientras le guiaba las manos por todo su cuerpo, obligándola a desabotonarle la camisa—. Bésame —su boca ansiosa pasó a la suave y delicada garganta de la joven, dando ligeros mordiscos sensuales bajo la sensible línea del mentón.

Ella reaccionó a las órdenes recibidas y su boca empezó a recorrer los firmes músculos del pecho masculino, sintiendo el contacto del vello, la dureza de los pequeños pezones del hombre al detenerse sus labios allí.

—Más abajo, Paula—la invitó—. Bésame más abajo —rodó sobre su espalda, llevándola con él, desabrochándole los pantalones antes de pedirle que se los bajara del todo—. Ayúdame —la animó al notar que ella lo miraba asombrada.

Se estaba terminando de quitar la camisa cuando la joven se volvió de dejar los pantalones a un lado, y Paula abrió los ojos desorbitadamente al verlo allí, frente a ella, desnudo.

No permaneció quieto mucho tiempo; al instante él estaba quitándole la ropa, con una eficiencia que indicaba su amplia experiencia. La empezó a besar de nuevo, con ansia incontenible, cubriéndola con su cuerpo mientras su boca bajaba hasta sus senos, saboreando los pezones femeninos con delicia.

Paula sintió la respuesta de su cuerpo al sentir los muslos del hombre entre los suyos; aun así una parte de ella se mantenía lejana, rehusándose a corresponder, incapaz de corresponder. No pudo impedir que las lágrimas asomaran a sus ojos, corriendo en silencio por sus mejillas mientras Pedro continuaba acariciándola, ignorante de la pena que inundaba a su compañera.

—He esperado tanto por esto —gimió en su oído, apretando los muslos de la joven con manos ardientes. Paula ya no tenía duda de que había perdido el control por completo y que sólo podía haber un fin en ese encuentro—. ¿Paula? —levantó la cabeza ante su silencio, arrugando el entrecejo al ver las lágrimas de la joven—. Pero no es lo que tú quieres, ¿verdad? —dijo hosco.

Ella se mordió un labio, tratando de contener los sollozos.

—Yo…

—Tampoco es lo que yo quiero, en realidad —se apartó de ella y, sin prisas, empezó a vestirse.

—¿Pedro? —ella se enderezó, aturdida, apenas capaz de creer el brusco cambio en la actitud del hombre—. Pero tú dijiste…

—Sí te deseo —la ayudó a vestirse, quitando el cabello que le caía sobre la cara al mismo tiempo que le tomaba el rostro entre las dos grandes manos—, pero no así —se arrodilló frente a ella—. ¿En verdad quieres estar escondiéndote todo el tiempo, robando unas cuantas horas de aquí y de allá, convirtiendo todo en algo sórdido y desagradable?

Paula no podía entender que pudiera ser más sórdido de lo que ya era.

—No…

—Yo tampoco —le dijo él con amargura.

—Pero ahora…

—Ofreciste darme lo que deseo hace ocho meses —se puso de pie, la ayudó a hacer lo mismo y la llevó a sentarse en uno de los sillones, al ver que se tambaleaba— Es lógico que perdiera la cabeza —le sonrió con gentileza.

—Pero si no querías eso, ¿qué?…

—¿Qué quiero? —terminó él decidido—. No una amante de medio tiempo — permaneció de pie, fuerte, dominante; era un hombre que sabía muy bien lo que quería y que no permitiría que nada le obstaculizara el camino—. El ser amante te da libertad…

—A tí también —señaló ella acalorada. ¿Por qué no terminó todo de una vez?

Al contrario, ahora Pedro le reprochaba lo bajo que se había comportado; bajo y barato. ¿Barato? ¡Cinco mil libras no podía considerarse barato!
—No quiero libertad —le dijo él con firmeza—. Y no quiero que la tengas tú tampoco. No te quiero como mi amante, ni como cualquier otro tipo de relación pasajera.

—¿No? —no podía entenderlo.

—No —dijo confiado—. Estoy buscando una esposa, Paula, alguien que comparta mi cama y mi vida todo el tiempo. Y quiero que tú seas esa esposa.

—¿Esposa? —exclamó ella—. ¿Quieres decir que deseas casarte conmigo?

Pedro sonrió.

—¿Conoces otra forma en que pueda hacerte mi esposa?

—¡No! —se levantó, como dispuesta a huir, asustada.


Volver A Amar: Capítulo 36

Paula había jurado qué ningún otro hombre volvería a tener poder sobre ella, pues al fin estaba libre, y sin embargo, apenas siete meses y medio después de la muerte de Antonio tenía que admitir que estaba atrapada de nuevo. Esta vez su cautiverio sería en el aspecto físico.

Pedro quería una relación física con ella, la exigía, y, tal como le pasó con la crueldad mental de Antonio, Paula sabía que tendría que ceder.

Tomó su decisión, pero no fue a ver a Pedro hasta pasadas las Navidades, disfrutando al máximo sus días con Martina, sabiendo que, una vez entregada a Pedro, su autoestima se desvanecería para siempre.

Patricia volvió de sus cortas vacaciones con sus suegros y fue directamente a ver a Paula para ofrecerse a cuidar de Martina mientras la joven salía esa tarde. Ella no le había dicho a su amiga que pensaba ir a ver a Pedro; esperaba que él no insistiera en hacer públicas sus relaciones. Aunque, conociéndolo, dudaba de que Pedro se fuera a contentar con una aventura a escondidas.

No le había avisado de su visita, pero las luces encendidas le indicaron que se encontraba en casa. Despidió al taxi y luego se tomó unos minutos para calmarse.

Sabía que una vez que entrara en la casa se convertiría en parte de sus propiedades, y aunque había tratado de convencerse de que no tenía otra opción, eso no disminuía el miedo que la embargaba. Hacía casi seis años que no dormía con hombre alguno, y con Antonio como marido supo enfrentarse con sus propios defectos. Era por su frigidez, por su falta de apetito sexual, por lo que estaba segura de que Pedro no la aguantaría durante mucho tiempo. Al menos contaba con eso.

Llamó a la puerta con tanta suavidad que no obtuvo respuesta. Un golpe más sonoro produjo movimiento dentro de la casa; al fin oyó a Pedro acercarse a abrir.

Cuando abrió la puerta, la joven perdió el habla, lo miró con ojos asustados.

—¡Paula! —el hombre frunció el ceño—. ¿Qué pasa? —de repente palideció—. ¿Le sucedió algo a Martina?…

Ella negó con la cabeza.

—Yo… tengo que hablarte —tenía la boca seca y apenas podía articular palabra.

Aun así, Pedro pareció comprender y abrió más la puerta.

—Pasa —la invitó.

La casa estaba cálida. Y Paula le permitió que le quitara el abrigo, sin sorprenderse de ver la indumentaria sencilla que él vestía. Ella se había puesto el suéter que le había regalado, esta vez combinándolo con una falda oscura.

Pasaron al salón. Paula se acercó hasta el fuego en el hogar, tratando de calentarse las manos. Aquello iba a resultar mucho más difícil de lo que se había imaginado. ¡Cómo decirle a un hombre que una estaba allí dispuesta a convertirse en su amante!

—¿Quieres una copa? —preguntó Pedro con cierta aspereza.

Estuvo tentada a aceptar, para atontarse un poco antes de que él le hiciera el amor, pero toda su vida había sido una cobarde y ahora no estaba dispuesta a seguir siéndolo.

—No, gracias —rechazó—. Pero tú sírvete.

—¿La necesitaré? —pregunto imitando burlón la misma pregunta que ella le había hecho el día de Navidad.

—Yo… Creo que sí —admitió la joven.

Pedro ignoró toda la exhibición de bebidas que había en el mueble-bar.

—¿Nos sentamos… o no te piensas quedar mucho tiempo? —alzó una ceja.

—Eso… depende de tí.

La intensidad de su mirada se hizo más profunda, parecía estar viendo hasta el fondo del alma de la joven.

—Paula… murmuró con suavidad.

Ella tragó saliva y fijó la vista en la alfombra.

—Me dijiste que no discutiría —susurró—, y no voy a hacerlo —echó la cabeza hacia atrás con orgullo—. Me querías, Pedro, y el robo de Antonio significa sólo una cosa… aquí me tienes.

Él apretó la boca, tratando de controlar la furia que lo invadía.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó con dureza.

—Estoy aquí para… para compartir tu cama —hizo un gesto de impotencia—. Para hacer lo que tú quieras.

—¿Te refieres a ser mi amante? —preguntó con voz suave y peligrosa.

Ella asintió.

—Si eso es lo que quieres. Pero yo… Creo que debo decírtelo: no te llevas buena mercancía. Sólo he tenido a Antonio y…

—¡No me interesa saber sobre los hombres con los que has dormido! —explotó él, tenso y furioso—. Y menos sobre Antonio —gruñó—. ¡Sabes muy bien que la idea de un hombre cerca de tí me destroza!

Sí, sabía que la deseaba con tal pasión que casi se había convertido para él en una obsesión enfermiza. Era por esa razón que creía poder soportar el trauma de convertirse en su amante. La deseaba, no le importaba que ella le correspondiera y, sin duda, su forma de hacerle el amor sería tan egoísta como la de Antonio. Dos años había sufrido la invasión de su cuerpo por Antonio. ¿Podría soportar unas cuantas semanas la egoísta pasión de Pedro? Se dijo que lo haría, lo único que quería era terminar con ello.

—Quería explicarte que no tengo experiencia —dijo con rigidez—. Vamos a ello.

Volver A Amar: Capítulo 35

—¡Cinco!… —se reclinó en el respaldo de la silla, cerrando los ojos para bloquear la pesadilla.

No había manera de que pagara todo ese dinero. ¡Cinco mil libras! ¿Qué demonios había hecho Antonio con todo ese dinero? En realidad, no necesitaba que nadie se lo dijera; sabía la respuesta. Antonio siempre había querido vivir bien; cuando su madre murió le dejó una pequeña cantidad de dinero, unas dos mil libras.

Antonio gastó todo ese dinero en seis meses, bebiendo y divirtiendo a otras mujeres, deseoso de impresionarlas.

Ella había creído que su nuevo trabajo, en la Alfonso, le había dado más dinero para poder seguir con su extravagante ritmo de vida. Cuando empezaron a aparecer las deudas, supo que eran ellas las que debían pagar ese estilo de vida de su marido, las ropas caras, el auto deportivo. Y ahora también estaba en deuda con Pedro Alfonso.

—¿Paula? —la llamó preocupado.

Ella trató de recuperar la compostura y retiró las manos de las del hombre.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —se puso de pie de un salto y fue hacia la ventana.

—No tenía caso…

—¡Te debo dinero! —lo increpó ella furiosa, con los ojos llenos de lágrimas.

—Tú no —Pedro movió la cabeza—. Antonio me debía. Y está muerto.

—Soy su esposa.

—Su deuda murió con él.

—¿De veras? —preguntó ella con amargura.

Él la miró a la cara.

—¿Qué quieres decir?

—Si todo lo demás fracasa…

—¿Fracasa qué? —su voz sonó peligrosamente suave, suficiente como amenaza. Paula permaneció imperturbable.

—Ayer me dijiste que me querías, que estabas decidido a tenerme. También dijiste que llegaría el día en que no me negaría más.

Pedro estaba lívido.

—¿De verdad piensas que?… ¿Crees que yo?…

—Quiero marcharme —dijo ella—. Le devolveré su dinero, señor Alfonso. Puede estar seguro de eso.

—¿Cómo?

Ella se sonrojó ante lo despectivo de su voz.

—No se preocupe, ya idearé la manera.

—Paula, no es esto lo que quiero…

Ella saltó al notar el contacto de sus manos.

—¡Sé muy bien lo que quiere! —le gritó furiosa—. Pero no lo obtendrá de esta forma —agregó vehemente.

—¡Maldita seas! —le espetó furioso.

—¡Y maldito seas tú! —casi salió corriendo de allí, subiendo a buscar a Martina.

La niña apenas estaba despertando—. Hola, cariño —la saludó Paula con suavidad—. ¿Lista para ir a casa?

—¿A casa? —preguntó Martina—. Creí que nos quedaríamos para el té.

—No hoy, mi amor —ayudó a la niña a ponerse de pie—. Vamos por tus juguetes y dejemos a tío Pedro tranquilo, tiene que trabajar.

—¿Trabajar el día de Navidad? —se quejó la pequeña.

—Está muy ocupado…

—¿Lo está? —intervino Pedro, de pie en la entrada del dormitorio.

Paula se volvió a mirarlo con intensidad y firmeza.

—¡Sí!

—Sí —suspiró él derrotado—. Pero no siempre lo estará —advirtió.

Paula no quiso seguir en inútiles discusiones con él. En cinco minutos recogió las cosas de Martina y esperó a que Pedro las llevara a casa. Martina se acomodó junto a él en la parte delantera del auto. Paula se sentó atrás, siempre consciente de los ojos perturbadores que se fijaban en ella por el espejo retrovisor. Trató de ignorarlo, aunque aquella mirada la quemaba.

La despedida de Martina con un "te veré pronto", quedó sin eco por parte de Paula. Ella se despidió con cortesía; estaba ansiosa de alejarse del hombre que amenazaba su existencia. El día anterior la había puesto nerviosa, pero hoy la aterraba.

Ese miedo la mantuvo despierta toda la noche, dando vueltas a la mejor manera de poder pagarle a Pedro Alfonso, el dinero que Antonio había robado. Todo el dinero que había ganado hasta ese momento había sido destinado a pagar otras deudas de Antonio, y no veía cómo sacar mil libras, mucho menos cinco mil.

Cada vez se iba haciendo más evidente que sólo había una respuesta al problema. ¡Pedro Alfonso la deseaba, y, por lo visto, estaba escrito que se saldría con la suya!

Volver A Amar: Capítulo 34

—¿Lo necesitaré? —ella se volvió a mirarlo.

—No, si te refieres a mí.

—Pero sí, si me refiero a Antonio.

—Tal vez —suspiró él.

—Entonces, quisiera un jerez, por favor —se sentó a esperar lo que Pedro tenía que decirle. Parecía tan reacio a decírselo como ella estaba para oírlo.

—Por favor… —pidió Paula al fin.

Pedro frunció el ceño.

—No estoy seguro de que podrás soportar más.

—No me iré de aquí hasta que sepa la verdad.

—Entonces, jamás te la diré —repuso él.

—¡Pedro!…

—Está bien —dijo irritado—. Pero recuerda que tú me lo pediste. Yo no te lo quería decir.

—Si tiene que ver con Antonio, tengo el derecho de saberlo.

—¿Aunque te lastime?

Antonio apenas la hizo felíz un mínimo de tiempo, así que no se sorprendería de nada que le pudiera decir Pedro.

—Por favor, dímelo —rogó con voz baja.

Él suspiró de nuevo, paseando de un lado a otro de la habitación.

—No quisiera hablar de esto, Paula. Menos, hoy.

Ella torció la boca.

—La Navidad perdió todo su encanto para mí hace muchos años —señaló con brusquedad—. Si no fuera por Martina, ni siquiera me acordaría.

Él respingó, furioso.

—No estaba hablando de la Navidad, me refería al hecho de que éste es el primer día que pasas entero conmigo. Después de que te diga lo de Antonio, puede que sea el último. ¡Y no quiero! —agregó vehemente—. Tu marido se ha interpuesto demasiado entre nosotros y no permitiré que también me arrebate este día.

—Jamás te he pertenecido…

—Pero lo harás… si no te digo lo de Antonio.

Paula movió la cabeza.

—El no decírmelo no cambiará nada. Sé que algo me ocultas y quiero saberlo.

—¿Me prometes que no te irás después de que te lo diga? —la miró con fijeza.

—No —repuso ella firme.

Él sonrió con amargura.

—No se puede decir que no eres sincera.

—Siempre he sido sincera —le dijo ella.

—¿Y esperas la misma sinceridad de mi parte?

—En cuanto a esto, sí.

—La obtendrás, y también en cuanto a todo lo demás —agregó.

Ella se sonrojó, percibiendo de inmediato a qué se refería.

—¿Bien?

—Paula…

—Pedro, ya has retrasado mucho esto —le dijo con firmeza—. Y ahora quiero saber qué hizo Antonio.

—Trampas en sus cuentas —murmuró Pedro.

Ella se tensó, irguiéndose en el asiento.

—¿Qué has dicho? —tartamudeó.

Él le dio la espalda. Paula se acercó a su lado y le tocó el brazo con suavidad.

—¿Qué dijiste? —preguntó aturdida.

Él se volvió, con la amargura dibujada hasta en la última línea de su rostro.

—Antonio desfalcaba a mi compañía —le dijo con sequedad.

Ella palideció, se tambaleó, habría caído de no ser por Pedro que la sostuvo, acompañándola a tomar asiento.

—Hace algunos meses tuvimos una auditoría —le dijo sin mirarla—. Descubrimos una discrepancia y la rastreamos hasta Antonio —hablaba sin tono en la voz, citando los hechos.

Paula se mojó los labios, se sintió enferma.

—¿Cuánto… cuánto? —lo miró con ojos llenos de terror.

Él se encogió de hombros, como si la cantidad no importara.

—Varios miles de libras.

—¡Varios!… —Paula apenas podía respirar.

Pedro se inclinó, tomando las heladas manos de la joven entre las suyas.

—Yo no quería decírtelo…

—¿Cuántos miles? —lo interrumpió Paula, haciendo caso omiso de sus palabras. Jamás pensó que Antonio pudiera desfalcar a la compañía Alfonso.

—Paula… bueno, está bien —Pedro se rindió ante la decisión reflejada en el rostro femenino—. Durante los dos años que trabajó para mí, tomó alrededor de cinco mil libras.

Volver A Amar: Capítulo 33

Navidad era de las pocas fechas en que se quedaba con ella y con Martina, el día y la noche. Excepto el último año. Eso había sido un desastre. Martina se había levantado de madrugada, como siempre, y corrió a la habitación de su padre, feliz de poderle mostrar sus regalos. Pero Antonio sufría de jaqueca por la juerga de la noche anterior y le ordenó salir, de mala manera, arrojando algunos objetos contra la puerta. La niña corrió asustada en busca de su madre. Paula la calmó, explicándole que su padre no se sentía bien, y cuando la niña subió a dormir, a media mañana, hubo una escena terrible entre ella y Antonio. El resultado fue que su marido se marchó de la casa dando un fuerte portazo y volvió muy tarde, bastante bebido. Los insultos aquel día fueron mucho más crueles de lo normal, llegando a extremos insospechados.

—Mmm, el olor a pavo siempre me abre el apetito. ¿Paula? —Pedro la miró asombrado—. ¿Estás llorando?

—No, es que he estado pelando cebollas —trató de excusarse, limpiándose las mejillas.

Pedro la obligó a volverse hacia él.

—No es eso. Te veías muy triste cuando entré —la miró con ojos escrutadores— ¿En qué estabas pensando?

—En nada importante —ella trató de evadirse.

—Mientes —dijo molesto—. ¡Pensabas en Antonio!

Ella se limpió las manos con el delantal que llevaba.

—¿Y por qué no iba a pensar en Antonio? —lo retó tajante—. Estas fechas son muy familiares, y Antonio era mi esposo.

Un gesto de rabia apareció en la boca masculina.

—Estoy muy consciente de quién fue Antonio —gruñó—. Y de lo que era. ¿Así que lo extrañas?

—Yo…

—¿Aun después de lo que te hizo? —continuó implacable.

Paula se tensó y contuvo la respiración.

—¿De lo que me hizo? ¿Qué quieres decir?

Pareció estar a punto de hablar, pero se contuvo.

—Admitiste saber lo de Antonio y Lau —murmuró él.

—Hace meses que terminé de llorar por eso.

—Así que lo extrañas —insistió él con amargura.

—¡No! Yo… ya me sobrepuse también a eso —sabía que no sonaba muy convencida. Pero hacía meses había terminado por admitirse a sí misma que la mayor sensación que tenía al estar sin Antonio era la de alivio. No podía fingir sobre ese punto.

—Entonces, ¿por qué? ¿No más deudas, Paula? —le preguntó con suavidad.

—Tú… ¿también sabías eso? —la joven se puso lívida.

—Sí —suspiró él.

—¿Cómo?

—Patricia…

—¡Creí que era mi amiga! —exclamó furiosa.

Pedro también se enfureció.

—Y lo es, por eso me lo dijo. Pensó que podría ayudarte. Te dije que estaría cerca si me necesitabas, Paula, y tú dijiste que no dudarías en acudir a mí. Y no acudiste, maldita sea, ¡lo enfrentaste todo sola! Yo podía haber…

—Patricia no tenía derecho…

—¡Tenía todos los derechos! Y, dadas las circunstancias, yo debí haber adivinado…

—¿Circunstancias? —lo cortó tajante—. ¿Qué circunstancias?

Pedro se encogió de hombros, ocultando su expresión bajo una máscara enigmática.

—Te era infiel.

—Eso no quiere decir que dejara de proveer para Martina y para mí —de repente levantó la voz.

—Pero no lo hizo.

—No, no lo hizo —aceptó ella jadeante. Había algo que Pedro le estaba ocultando, y estaba segura de que era algo terrible—. Quiero saber la verdad, Pedro —le pidió con voz fuerte—. ¿Qué circunstancias? ¿Qué otra cosa hizo Antonio?

—¿Hacer? —quería dejar el tema—. Nada, hasta donde yo sé. ¿Qué tal va la comida?

—Pedro…

—Ahora no, Paula —le rogó—. No quiero discutir contigo delante de Martina. Si quieres, hablaremos más tarde, pero ahora no —dijo controlando la rabia que lo embargaba, y luego se dirigió al salón desde donde llegaban las risitas de la niña.

Paula se las ingenió para controlar su curiosidad hasta después de la comida, hasta que Martina subió a dormir en uno de los dormitorios de la parte superior de la casa.

Pedro se dispuso a servirse un vaso de whisky.

—¿Quieres tomar algo? —le ofreció ceñudo.