viernes, 20 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 19

Por primera vez en siete años podía vivir sin miedo, sentirse completamente libre, y no iba a permitir que su gratitud hacia Pedro Alfonso cambiara eso.

—No del todo —trató de evadirse—. Quería llevarnos mañana a la playa, y creo que ya ha hecho suficiente por nosotras.

—Fue muy amable en ofrecerse.

—Lo sé, Patricia—suspiró la joven—. Pero ya habrás oído lo que se murmura por ahí. Por Dios, si yo lo he oído, estoy segura de que todo el mundo lo sabe.

—El señor Alfonso era patrón de Antonio —dijo Patricia—. Es natural que tratara de ayudarte.

—¿Lo es, en realidad.

—Bueno, no puedo negar que cuando se hizo cargo de los arreglos del funeral…

—¿Él hizo eso? —Paula se puso rígida.

—Pensé que lo sabías.

—Creí que Gerardo y tú… Debí haberlo supuesto —suspiró—. Tendré que hablar con él antes de salir mañana.

—Trataba de ayudar, Paula.

—Lo sé —aceptó ella—. Pero si algo de estas habladurías llega hasta Martina… Ya ha pasado por demasiado.

—Sigo sin poder quitarle a Teddy, su osito —Patricia asintió.

Excepto durante las horas de escuela, Martina no dejaba a Teddy; el muñeco parecía haberse convertido en lo único seguro para la niña, durante la última semana.

—Se repondrá estos días que pasemos fuera de aquí —dijo Paula tratando de infundirse una seguridad que no tenía—. De hecho, Patricia, yo… he pensado en mudarme de casa —la idea empezó a germinar en su mente desde el momento en que Alfonso lo mencionó.

—¿Mudarte? —la voz de su amiga denotaba incredulidad.

—Me trae muchos recuerdos, Patricia —suspiró Paula—. A mí y a Martina.

—Sí —asintió Patricia comprendiendo—. Lo entiendo.

Paula se sonrojó al notar la compasión en el rostro de su amiga. Los muros de aquellas casas eran bastante delgados, y los constantes gritos de Antonio no podían haber pasado inadvertidos a sus vecinos.

—Además —añadió nerviosa—, es una casa alquilada. Un departamento, con dos dormitorios, será mucho más práctico ahora. Y, bueno, creo que será mejor que vaya a ver a Pedro Alfonso —dijo con decisión.

—¿Ahora? —Patricia abrió mucho los ojos.

—Es mejor ahora. Además, la caminata me aclarará las ideas —Paula se puso de pie—. ¿Podrías cuidar a Martina?

—Estará bien con Augusto—le aseguró su amiga al instante.

La joven respiró aliviada.

—¿Paula?…

—¿Sí? —miró a su amiga, sorprendida por el tono de su voz.

—Nada —dijo Patricia—. No es importante. Vamos, vete, yo limpiaré aquí.

Paula miró a su alrededor con disgusto.

—Más bien parece que hubo una fiesta y no un funeral —comentó.

—Yo me hago cargo —Patricia la empujó hacia la puerta—. ¡Ve a poner un poco de color en esas mejillas!

Pedro Alfonso tenía un departamento en el pueblo, cerca de la fábrica, y Paula tardó media hora en llegar hasta allí. Cuanto más cerca estaba más se convencía de que habría sido mejor telefonearle. ¡Después de todo, una visita a su departamento no iba a ayudar en nada a apagar las murmuraciones!

Aun así, siguió adelante. Pedro había hecho todos esos arreglos sin su consentimiento, y tenía que saber cuánto dinero le debía: estaba decidida a averiguarlo. Quizá no era el mejor momento para hablar de dinero, pero era su última atadura con ese hombre. Después, no quería volver a verlo.

El hombre que le abrió la puerta no se parecía al que la acababa de dejar poco antes. El traje negro había sido reemplazado por un atuendo deportivo y sostenía un vaso de whisky en la mano.

Abrió mucho los ojos, al encontrarse con ella.

—Paula… —apenas pudo pronunciar su nombre.

—Tengo que hablar con usted —dijo ella muy controlada.

—Entra —le abrió la puerta de par en par, sin dejar de mirarla.

El departamento era tal como podía esperarse de la vivienda de un soltero, con lo indispensable para mantenerlo limpio y ordenado con el mínimo de trabajo. Pero ahora había ropa desparramada por todas partes.

—Lo siento —se disculpó, limpiando una silla para ofrecérsela—. Decidí irme a Londres unos días.

Paula sabía que tenía una casa en Londres para cuando visitaba sus oficinas allá, pero que la mayor parte de su tiempo la pasaba en el pueblo.

—No le quitaré mucho tiempo —dijo ella un poco nerviosa—. Sólo vine a pedirle las notas de pago.

—¿Las notas de pago? —Pedro arrugó el entrecejo. Era evidente su sorpresa—. ¿Cuáles?

No hay comentarios:

Publicar un comentario