miércoles, 25 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 37

—¿Ahora? —él la miró con fijeza.

Ella se encogió de hombros.

—¿Por qué no?

Pedro fue hasta la chimenea, fijando la mirada en las llamas que bailoteaban.

—Deja que comprenda —dijo al fin—. ¿Te estás ofreciendo como pago de las cinco mil libras que Antonio me robó?

—Sí.

—¿Y dices que no tienes experiencia?

—Sí —repuso ella ruborizándose.

Él torció la boca en una mueca burlona.

—Entonces, ¿no es demasiado esperar que yo pague cinco mil libras por tu cuerpo?

Paula resintió el insulto. Trataba de lastimarla y lo estaba consiguiendo.

—Te propongo uso ilimitado —murmuró.

—¿Qué quieres decir?

—Que seré tu amante el tiempo que quieras —le dijo cortante.

—¿El tiempo que quiera? —repitió él.

—Sí —Paula estaba segura de que no sería mucho.

—Y el trato… ¿empieza ahora? —preguntó con suavidad.

Paula tragó saliva; poco a poco, aquello estaba resultando mucho más humillante de lo que había creído. ¿Por qué no le hacía el amor y terminaban de una vez?

—Sí —asintió la joven al fin.

—¿Ahora mismo?

—Oh, por Dios —no pudo controlarse más—. ¿Me quieres o no?

—Yo… sí, te quiero —admitió él.

—Entonces, dejémonos de juegos. Ya tienes lo que deseas, así que vayamos al asunto —estaba temblando tanto que dudaba de poder moverse—. ¿Vamos arriba?

—¿Para qué molestarnos? —Pedro se deslizó a apagar las dos lámparas que iluminaban la habitación—. Creo que será mucho más romántico mirarte aquí, con la luz del fuego de la chimenea.

—¿Aquí? —la joven parpadeó aturdida, mirando la hermosa alfombra de piel de cabra frente a ella. Entonces abrió los ojos incrédula al ver a Pedro tenderse a sus pies cuan largo era, alargando los brazos, invitándola.

—Paula—la urgió con suavidad.

De alguna forma aquello no iba saliendo como se había imaginado: su mente tradicional había supuesto una cama normal, la escena amorosa y, al final, una despedida fría y absurda. El deseo brillaba en los ojos masculinos, el deseo y la pasión, y su boca se curvó en una sonrisa de satisfacción. Resultaba terriblemente atractivo a la luz del fuego, su cabello despedía hermosos destellos dorados.

—Ven aquí —le ordenó.

Tenía todo el derecho de ordenarle; de hecho, prefería que así lo hiciera. De esa forma no podría olvidar que era su esclava, que no podía elegir, que él era su amo.

Se hundió en la alfombra, a su lado, aturdida por su proximidad y el suave olor a hombre mezclado con el aroma de colonia. Se contrajo al sentir su mano tomarle la mejilla, volviéndola hacia él y encarándola por completo antes de que su boca la besara. Como siempre, no respondió, no podía, y se mantuvo flácida en sus brazos mientras él se inclinaba seductor sobre ella.

—Bésame, Paula —murmuró sobre su boca, con una mano sosteniéndole la barbilla.

—Yo…

—Bésame, tócame. ¡Haz todas las cosas que he soñado que me harías desde que te conocí! —gimió.

—Yo…

—Hazlo, Paula —pidió tembloroso, poseyéndola con la boca, mientras le guiaba las manos por todo su cuerpo, obligándola a desabotonarle la camisa—. Bésame —su boca ansiosa pasó a la suave y delicada garganta de la joven, dando ligeros mordiscos sensuales bajo la sensible línea del mentón.

Ella reaccionó a las órdenes recibidas y su boca empezó a recorrer los firmes músculos del pecho masculino, sintiendo el contacto del vello, la dureza de los pequeños pezones del hombre al detenerse sus labios allí.

—Más abajo, Paula—la invitó—. Bésame más abajo —rodó sobre su espalda, llevándola con él, desabrochándole los pantalones antes de pedirle que se los bajara del todo—. Ayúdame —la animó al notar que ella lo miraba asombrada.

Se estaba terminando de quitar la camisa cuando la joven se volvió de dejar los pantalones a un lado, y Paula abrió los ojos desorbitadamente al verlo allí, frente a ella, desnudo.

No permaneció quieto mucho tiempo; al instante él estaba quitándole la ropa, con una eficiencia que indicaba su amplia experiencia. La empezó a besar de nuevo, con ansia incontenible, cubriéndola con su cuerpo mientras su boca bajaba hasta sus senos, saboreando los pezones femeninos con delicia.

Paula sintió la respuesta de su cuerpo al sentir los muslos del hombre entre los suyos; aun así una parte de ella se mantenía lejana, rehusándose a corresponder, incapaz de corresponder. No pudo impedir que las lágrimas asomaran a sus ojos, corriendo en silencio por sus mejillas mientras Pedro continuaba acariciándola, ignorante de la pena que inundaba a su compañera.

—He esperado tanto por esto —gimió en su oído, apretando los muslos de la joven con manos ardientes. Paula ya no tenía duda de que había perdido el control por completo y que sólo podía haber un fin en ese encuentro—. ¿Paula? —levantó la cabeza ante su silencio, arrugando el entrecejo al ver las lágrimas de la joven—. Pero no es lo que tú quieres, ¿verdad? —dijo hosco.

Ella se mordió un labio, tratando de contener los sollozos.

—Yo…

—Tampoco es lo que yo quiero, en realidad —se apartó de ella y, sin prisas, empezó a vestirse.

—¿Pedro? —ella se enderezó, aturdida, apenas capaz de creer el brusco cambio en la actitud del hombre—. Pero tú dijiste…

—Sí te deseo —la ayudó a vestirse, quitando el cabello que le caía sobre la cara al mismo tiempo que le tomaba el rostro entre las dos grandes manos—, pero no así —se arrodilló frente a ella—. ¿En verdad quieres estar escondiéndote todo el tiempo, robando unas cuantas horas de aquí y de allá, convirtiendo todo en algo sórdido y desagradable?

Paula no podía entender que pudiera ser más sórdido de lo que ya era.

—No…

—Yo tampoco —le dijo él con amargura.

—Pero ahora…

—Ofreciste darme lo que deseo hace ocho meses —se puso de pie, la ayudó a hacer lo mismo y la llevó a sentarse en uno de los sillones, al ver que se tambaleaba— Es lógico que perdiera la cabeza —le sonrió con gentileza.

—Pero si no querías eso, ¿qué?…

—¿Qué quiero? —terminó él decidido—. No una amante de medio tiempo — permaneció de pie, fuerte, dominante; era un hombre que sabía muy bien lo que quería y que no permitiría que nada le obstaculizara el camino—. El ser amante te da libertad…

—A tí también —señaló ella acalorada. ¿Por qué no terminó todo de una vez?

Al contrario, ahora Pedro le reprochaba lo bajo que se había comportado; bajo y barato. ¿Barato? ¡Cinco mil libras no podía considerarse barato!
—No quiero libertad —le dijo él con firmeza—. Y no quiero que la tengas tú tampoco. No te quiero como mi amante, ni como cualquier otro tipo de relación pasajera.

—¿No? —no podía entenderlo.

—No —dijo confiado—. Estoy buscando una esposa, Paula, alguien que comparta mi cama y mi vida todo el tiempo. Y quiero que tú seas esa esposa.

—¿Esposa? —exclamó ella—. ¿Quieres decir que deseas casarte conmigo?

Pedro sonrió.

—¿Conoces otra forma en que pueda hacerte mi esposa?

—¡No! —se levantó, como dispuesta a huir, asustada.


2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyy, me encantó cómo Pedro la respetó a Pau.

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  2. Muy buenos capítulos! Menos mal que Pedro reaccionó así, ojalá se de cuenta de lo q le pasa a Paula, y su autoestima...

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