domingo, 8 de mayo de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 55

Intentó no pensar en hasta qué punto Pablo era parte de él. ¿Cómo podría decírselo? Ella pensaría que estaba loco. Naturalmente, eso dependía de que alguna vez tuviera la oportunidad de hablarlo con ella. Él había estado esperando poder pasar un rato sin interrupciones, pero eso parecía un bien muy escaso en la casa de los Rodríguez.

Había cenado allí dos noches antes, pero Pablito había tenido un poco de fiebre y ella no había querido dejarlo solo. Además, esa semana ella había trabajado horas extra porque estaba preparando una recaudación de fondos y quería supervisarla.

Esa noche tenía pensado pedirle que fueran a cenar fuera de la casa. A ser posible, el día siguiente o el otro. Era la única forma de estar seguro de que tendrían tiempo para hablar. Tiempo que iban a necesitar cuando le dijera lo del transplante de corazón.

Llamó a la puerta y abrió ella, pero Pilar y Pablito estaban justo detrás y se conformó con darle la mano.

La cena fue muy agradable y luego ayudó con el baño del niño. Esa vez participó del chapoteo y fue él quien se empapó la camisa. Miró a Paula por encima de la cabeza del niño y comprobó en sus ojos que estaba acordándose de lo que pasó la primera vez.

Se quedó en silencio mientras ella acostaba a Pablito y luego salió al pasillo con ella. La deseaba. Ella fue hacia las escaleras, pero la agarró de la mano y la atrajo hacia sí sujetándole las manos a la espalda con una de las suyas. La posición hacía que ella se arqueara contra él y chilló por la sorpresa cuando la besó con ansia y le acarició las caderas y un pecho con la mano libre.

-Te deseo -le dijo casi sin apartar la boca-. Vente a casa conmigo esta noche. Duerme en mi cama. Despierta en mis brazos.

-No... puedo -dijo ella con un hilo de voz.

Él sabía que no podía. No esperaba que dejara una noche solo a Pablito, aunque Pilar estuviera cerca.

-Iré un rato -susurró ella.

Pedro quería que lo hiciera, pero también quería que no lo hiciera. Detestaba tener que comportarse como amantes furtivos.

Luego, apenas recordó cómo habían llegado hasta su casa. La llevó a oscuras hasta el dormitorio y, sin encender la luz, le quitó la ropa y se quitó la suya.

Pronto le contaría lo del transplante, pero esa noche... tenía que guardarla en la memoria.

La cama era grande y suave y la luna resplandecía tenuemente en la oscuridad. Pedro se dió cuenta de que le temblaban las manos mientras la tumbaba en la cama y la abrazó para besarla con toda su alma. Paula  respondió de la misma manera, estrechó su cuerpo desnudo contra él y le pasó las manos por el pelo.

Pedro no pudo esperar más. Se tumbó de espaldas y la puso a horcajadas sobre él. No pudo reprimir un gruñido de placer al sentir las piernas en sus costados y su húmedo y delicado montículo sobre su turgente erección.

-Tómame -le apremió-. Tómame ahora, corazón.

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