domingo, 1 de mayo de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 32

Ella iba de un lado a otro de la habitación recogiendo juguetes y arreglando las sábanas de la cuna. Cuando se irguió, Pedro comprobó que tenía toda la parte delantera de la camisa empapada y transparente.

Debajo de la camisa llevaba un sujetador que también debía de ser bastante transparente porque podía distinguir claramente la sombra oscura de sus pezones. La tela se ceñía a cada curva, a cada protuberancia, y marcaba el contorno de sus pechos como si no llevara nada.

Lo caballeroso habría sido mirar hacia otro lado y fingir que no se había dado cuenta, sin embargo, era imposible. No podía apartar los ojos y la miraba como en trance mientras ella se agachaba para recoger la toalla y sus pechos oscilaban elegantemente con cada movimiento.

Entonces, Paula levantó la mirada y lo sorprendió. Ella cambió de expresión cuando las miradas se encontraron y se quedó de piedra. Notó que se ponía roja hasta el cuero cabelludo, pero no apartó la mirada. Separó levemente los labios sin decir nada y él vió en sus ojos la misma excitación erótica que lo abrumaba. Deseo, anhelo, lujuria en estado puro y algo más...

Pablito volvió a retorcerse en el regazo de Pedro sin dejar de decir frases incomprensibles. Pedro parpadeó cuando el niño saltó sobre la parte más delicada de su anatomía.

Pedro se aclaró la garganta.

-¿Qué está diciendo? -preguntó con un tono ronco y áspero como si fuera de otra persona.

-Te dice que quiere mucho a Spot -ella levantó la toalla y se tapó el pecho.

-Demasiado tarde -susurró él.

Ella no fingió no entenderle y se sonrojó más todavía.

-Eres preciosa -le dijo por encima de la cabeza de su hijo.

Pablito pasaba las páginas sin hacer caso a los adultos.

-Gra... gracias -dijo ella con un tono ahogado-. Es hora de acostarse -le dijo a su hijo cuando este cerró el libro-. Dale las buenas noches a Alf.

El niño sacudió vigorosamente la cabeza, se revolvió en el regazo de Pedro y lo agarró del cuello con una fuerza que casi lo ahoga.

Él lo agarró instintivamente y se emocionó al sentir los bracitos regordetes, al oler el champú y al oír la respiración entrecortada del niño. Cerró los ojos con fuerza y todos los pensamientos sensuales se disiparon con la delicadeza de aquel momento. Giró ligeramente la cabeza y le dió un beso en la cabellera dorada.

-Eres un encanto -susurró.

Se levantó cuidadosamente con el niño en brazos y miró a su madre.

-Ahora, ¿qué? -le preguntó.

-Ahora acuéstalo.

Le señaló la cuna.

-Buenas noches, mi amor -Paula dió un beso en la cabeza a su hijo-. Déjalo de espaldas y dale la manta con el borde de seda -le dijo a Pedro.

Él lo hizo y miró cómo el niño se frotaba la mejilla con el borde de la manta.

Casi al instante los ojos empezaron a cerrársele.

Pedro miró a Paula con las cejas arqueadas.

Ella tenía la cara iluminada con una sonrisa de ternura y se puso un dedo en los labios mientras salían de la habitación.

-Le encanta pasarse el borde de la manta por la mejilla. Nunca falla para que se duerma.

Él estaba sorprendido de lo fácil que había sido.

-Yo creía que había que acunar a los bebés para que se durmieran.

Ella se encogió de hombros.

-Lo hacía cuando era más pequeño, pero luego adoptó esta costumbre y yo la he fomentado.  El médico dice que es importante que sea capaz de dormirsepor sus medios -ella miró a otro lado en la oscuridad del pasillo-. ¿Quieres beber algo...? Perdona me había olvidado de que no bebes.

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