domingo, 22 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 27

—Seguro —Paula ya iba camino a la moderna cocina. La joven se había sorprendido cuando Pedro le dijo que no tenía ama de llaves: alguien iba a hacer el aseo dos veces por semana.

—¿Está bien?

Paula se volvió aturdida para encontrarse con él a sus espaldas, sintiéndose un poco inhibida de repente, al notar que seguía vestida con pantalones y suéter.

—Bien —murmuró la joven, ocupada con la cafetera.

Pedro se acercó a su lado.

—Martina está disfrutando mucho —le dijo con suavidad.

Paula podía sentir el calor de su cuerpo muy cerca.

—Sí —repuso agitada.

—Es una niña distinta a la que conocí hace meses.

Ella echó el café en la cafetera.

—Ambas sufrimos una experiencia terrible, pero los niños olvidan con facilidad, en especial a la edad de Martina.

—¿Quiere decir eso que aún no te sobrepones a la muerte de tu esposo? — preguntó él con aspereza.

Paula lo miró a los ojos, pero de inmediato desvió la mirada.

—Dudo que jamás lo superaré —dijo, dándole la espalda y dirigiéndose al salón, obligándolo así a seguirla.

Ella lo ignoró al sentarse él enfrente, extendiendo las piernas y ocupado en supervisar a Martina mientras la chiquilla bebía su vaso de leche.

—Gracias —dijo agradeciendo la taza que le ofrecía.

Paula sintió su mirada fija en ella toda la noche, y sin embargo se negaba a enfrentarla. Se dedicaba a ayudar a Martina con la decoración. Pedro pareció contentarse con estar sentado, observándolas, poniendo a Paula tan nerviosa que resbaló de la escalera.

Al instante estuvo a su lado, sosteniéndola.

—¿Estás bien? —preguntó en su oído con voz sensual.

Paula se separó de él, sintiendo la cálida fuerza de sus manos contra la lana de su suéter.

—Sí —contestó con brusquedad, sonrojándose un poco. El cabello le había crecido un poco durante los últimos meses y le caía con suavidad hasta los hombros, dándole un cierto aire misterioso a su semblante y realzando la belleza de sus ojos.

La respiración de Pedro se empezó a entrecortar mientras la miraba.

—Quizá sea mejor que yo sostenga la escalera —comentó aturdido.

Su cercanía era lo último que Jessica deseaba, y trató de concentrar su atención en los adornos. Ni siquiera quería notar el roce del cuerpo masculino contra el suyo al bajar y subir de la escalera.

—¡Ya está! —exclamó por fin, admirando satisfecha la obra terminada. La habitación tomó un aire festivo, con globos y tiras de papel adornando las paredes y el techo, y el árbol decorado e iluminado hasta el último detalle, con cientos de tarjetas de Navidad sobre la chimenea presidiéndolo todo. Era evidente que Pedro conocía a mucha gente. La vista de aquellas tarjetas le recordó a Paula que no le había enviado una. ¡Bueno, entre tantas, no iba a echar de menos la suya!

—¡Martina, oh, no! —no pudo ocultar su congoja al ver a la niña en el suelo, dormida.

—Lleva así diez minutos —le informó Pedro con suavidad.

—¿Por qué no me dijo?…

—¿De qué habría servido? —preguntó él.

¡Le habría ahorrado diez minutos de vergüenza, de eso habría servido!

—Será mejor que la lleve al auto —dijo Paula.

—Quédate —la animó Pedro.

—¿Quedarme? —ella parpadeó asombrada.

—Quédate aquí esta noche, Paula —le pidió vehemente.

La joven sintió qué el color le subía a las mejillas y sus ojos brillaron furiosos.

—No sé qué es lo que cree que soy… seguro que ha oído hablar mucho de las viudas, pero le puedo asegurar que yo…

—Cálmate, Paula—la instó él con firmeza—. Mi sugerencia de que te quedaras aquí no incluía que compartieras mi cama. Tengo habitaciones de sobra para ofrecerte, una para Martina y otra para tí.

—Lo siento. Yo… —Paula se llevó una mano temblorosa a la sien—. Antes ya hubo rumores… y no podría soportarlo de nuevo. La gente pensaba… decían…

Pedro la acercó al sofá, empujándola para que se sentara y acomodándose muy cerca, a su lado.

—¿Quiénes, Paula? —la urgió con gentileza, viéndola temblar.

Ella bajó los ojos.

—La gente, los vecinos. Oh, Patricia no —explicó al ver la expresión de sorpresa en el rostro masculino—. Cuando me fui a la costa, y usted a Londres, pues pensaron… que nosotros…

—Que nos hablamos ido juntos —terminó él con sequedad.

—Sí.

—¿Y cómo se iban a enterar de que pasaste la noche aquí? —preguntó burlón.

La burla era justificada ya que el vecino más cercano a su casona estaba a más de cinco kilómetros. Pero Paula sabía muy bien cómo se hacían los rumores, y no tenía intención de pasar la noche allí.

—Lo averiguarían, sin duda —dijo poniéndose de pie—. Ahora debo irme.

—¿No te vas a quedar?

—No —repuso ella enfática.

—No te tocaría —dijo Pedro con rudeza.

—No tendría la oportunidad —le espetó ella.

—No —suspiró él—. Supongo que no. Y la fuerza no es mi método.

—¿La fuerza?… —Paula palideció de repente.

Él le dió la espalda.

—Ya le lo dije, no me gusta emplearla. Pero no estoy derrotado, Paula—le advirtió con energía—. Te he dado un respiro, pero no me retiro de la batalla.

2 comentarios:

  1. Me gusta que Pedro no se rinda, pero Pau tendría que aflojarse un poco.

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  2. Hermosos capítulos! me encanta Pedro! La paciencia que tiene!

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